Capitulo 1
Cerré los ojos y deje salir las lágrimas, ¿Cómo pudo serme infiel? Y con mi supuesta mejor amiga.
Sujete la bolsa de viaje y empecé a caminar sin rumbo, la noche ya había caído y el frío calaba mis huesos, mi abrigo ya estaba desgastado porque Samuel nunca tenía dinero.
Lo triste de mi vida era que al llegar a casa esa noche después de haber estado horas de pie en el supermercado, fue escuchar los gemidos en la habitación, corrí esperando fuera la televisión pero la verdad estaba ahí plantada, mi novio y padre del bebé que llevaba en el vientre estaba revolcándose con mi vecina y mejor amiga.
Ninguno se inmutó al verme.
Samuel sólo giro el rostro y me sonrió para darme la noticia.
-tu bolsa de viaje está lista para que te marches, Laura muy amable en empacar tus cosas.
Ella me sonrió como si estuviéramos en la mesa compartiendo el té y no en la que era mi cama con mi novio.
– ¡Son unos idiotas!- luche para no derramar ni una sola lágrima enfrente de ellos.
Tome mi maleta y los mire besarse.
Ahora iba a la orilla de la calle muerta de frío y sin saber dónde ir. Las luces de un auto hicieron orillarme más y esperar que pasara.
Cuando se detuvo, fruncí el ceño y esperaba que no fuera ningún pervertido.
-¿Estás bien?- mire a la mujer que iba en el lado del pasajero, ella miró con su acompañante y abrió la puerta.
Era alguien elegante, me miró de la cabeza a los pies y sus ojos se detuvieron en mi estómago hinchado.
-no temas, no te haré daño- abrió su elegante abrigo y me mostró que estaba embarazada- mi nombre es Lana.
Extendió su mano y cuando la estreche ella abrió más los ojos.
-estas congelada, sube al auto. Él es mi prometido César, no te haremos daño.
Mire hacia todos lados y las calles estaban vacías, el elegante auto me hablaba de personas adineradas que no buscarían nada de una mujer humilde.
El hombre bajo del auto y me quedé sin aliento, era guapo, elegante y con una mirada cálida.
– Mi nombre es César, no temas que no deseamos hacerte ningún daño, Lana te vio y creo por qué estás embarazada como ella, desea ayudarte. Sí gustas podemos llevarte, danos la dirección.
Baje la mirada
-No tengo donde ir- Susurré, se quedaron callados.
-Ven, podemos llevarte a un hotel, pagaremos esta noche y luego hablaremos de que haremos, no se puedo ofrecerte trabajo en casa, en este momento vamos fuera de la ciudad.
Asentí y agradecí.
-Gracias, soy una total extraña y se han detenido a ayudarme.
Lana se quitó su abrigo.
-Pontelo, estás congelada, puedes ir al frente del auto para que te calientes.
-Pero usted está embarazada y necesita calor- ella negó y me lo siguió ofreciendo.
-Yo estoy caliente, quítate el tuyo y lo pondremos atrás.
Asentí y me lo puse, ese calorcito reconfortó mis pobres huesos congelados.
Capitulo 2
Abrí los ojos, sentía los labios resecos, me dolía el cuerpo, mire hacia todos lados no sabía dónde estaba y lo peor… No recordaba quien era.
-ya despertó- gire mi rostro y me encontré con una mujer que me miraba con preocupación- querida has estado en coma por un mes, soy Mercedes la tía abuela de César.
Movi mi mano a mi cabeza no sabía quién rayos era César.
-yo…- suspiré- no sé quién es César, ni como me llamo.
Ella llevó sus manos a su boca.
-Llamare al médico.
La vi salir de la habitación, al poco rato entró un hombre de cabello gris acompañado de enfermeras. Me chequearon y cuando levantaron mi bata y pusieron un aparatito escuché un sonido estruendoso…
Los miré asustada pero el doctor solo sonrió.
-el bebé está bien- pase mi lengua por mis labios.
-¿El bebé?- él doctor asíntio-
-Sí, me ha dicho la señora Mercedes que no recuerdas nada del accidente, ¿Algún recuerdo anterior?- fruncí el ceño tratando de recordar pero en mi mente no había nada, negué.
-Bueno, no te preocupes, sufres de amnesia, el accidente fue fuerte y estuviste en coma por un mes, tu bebé ahora está bien, según las ecografías falta un mes para su nacimiento pero induciremos el parto antes.
-¿Antes?- él asintio
-Yo le diré doctor- él asintió y le dio instrucciones a las enfermeras.
La señora Mercedes se sentó junto a mí y tomó mi mano.
-Veras querida, la razón por la que venían con César a casa es por la condición de Raúl, el padre de César. Él ha estado muy enfermo y los médicos no le dan mucho tiempo, hemos inventado muchas excusas para que él no sepa lo que realmente pasó, no podemos darle ninguna fuerte impresión, pero si le hemos dicho la noticia del pronto nacimiento del bebé y eso lo ha animado mucho.
-¿Quién es César?
-es tu prometido – cerré los ojos por un momento- él estuvo mal debido al accidente pero ha luchado como tú y el bebé, esperemos que pronto salgan de aquí.
-¿Él está aquí?- Mercedes asintio.
Vino a verte y creo la impresión de verte entubada le causó un ataque nervioso, tuvieron que sedarlo.
-lo lamento- ella dio una palmadita en mi mano.
-Lo importante mi querida Lana es que están bien, el bebé ha luchado por sobrevivir, salió como su padre, fuerte.
Se puso de pie.
– Descansa, mañana vendré a verte nuevamente, mi hermana no ha podido venir porque no se aparta del lado de Raúl, asi que espero no te aburras de ver esta cara arrugada.
Sonreí y negué.
-Gracias señora Mercedes- ella se marchó y yo quedé tratando de recordar.
Cerré los ojos y obligaba a mi mente a tratar de recordar pero no llegaba nada, sentí una punzada en la cabeza y gemi…
Era mejor no hacerlo más.
Quizás cuando viera a César los recuerdos fluirian.
Pero pasaron los días y César no se aparecía, ya me habían cambiado de habitación y doña Mercedes tal como prometió no se apartaba de mi lado, me contaba las historias de la familia, pero percibía que entre César y su padre había sucedido algo terrible.
-¿Cómo está don Raúl?
-Ansioso de conocer a su nieto.
-¿No hay más nietos?- Mercedes negó.
-León es el hijo mayor y debería estar casado pero se niega hacerlo, en un poco pica flor.
Asentí y suspiré.
-Aun no recuerdo nada, ¿Ya le dieron de alta a César?
Doña Mercedes sujeto mi mano.
-Sí querida, pero él está en un estado deplorable, se culpa por el accidente.
-Pero el bebé y yo estamos bien-
Doña Mercedes bajo la mirada.
-Venia alguien con ustedes y pues no lo logro, ella te saco del auto y a César, cuando los médicos le preguntaron como se sentía sólo susurro Xilomen y expiró, tenía su mano sujeta a la tuya y tu anillo de compromiso descansaba en tu mano, supongo se había caído y ella lo recogió y te lo puso en tu mano.
La mire horrorizada y el nombre me sonó conocido.
-¿Donde la enterraron?
-En el cementerio del pueblo, estamos muy agradecidos con Xilomen porque salvo tu vida y la de mi sobrino.
-¿César está en la casa de don Raúl?
No, está en el departamento de León, no lo puede ver en ese estado Raúl, no puede saber lo que está atormentando a su hijo.
Asentí
-Cuando salga iré a la tumba de ella, salvó la vida de mi hijo, quizá pudo salvarse si no se hubiera tomado la molestia de salvarnos.
-El doctor dijo que nada se hubiera podido hacer por ella, sufrió cinco infartos.
Cerré los ojos y deje salir las lágrimas por la mujer que sufriendo en el accidente, decidió sacarnos del auto.
-Se que cuando César se sienta mejor, vendrá a verte.
-Comprendo por lo que está pasando, yo también me siento culpable por ella.
-No mi niña, igual hubiera muerto, las heridas que tenían eran muy fuertes y su corazón no resistió.
-lamento no poder recordarla debió ser mi mejor amiga.
-Eso pensamos y César no dice nada, el pobre está devastado.
Doña Mercedes y yo conversamos un buen rato, cuando ella se fue, sentí aquel vacío que me embargaba sobre todo al no recordar nada.
capítulo 3
César
-¿Pasarás culpandote toda la vida?
Levante la mirada y León me observaba con el ceño fruncido.
-No fue tu culpa el accidente, el tipo se les vino encima por venir borracho.
-Ella… murió- pasé la mano por mi cabello.
-Lo sé César, pero no es tu culpa, es la del tipo borracho. No había forma que se salvara
ZXilomen y su bebé, fue de su lado donde el auto se estrelló, aún no entiendo como ella hizo para sacarlos, estaba muy mal herida.
-Por que ella era así, lo daba todo por los demás.
León se sentó junto a mí.
-Cesar, da gracias porque tu mujer e hijo están bien.
Dejé que las lágrimas salieran libremente, me dolía el alma al saber que ella ya no estaba, ni mi hijo.
-Es lamentable en la situación que conocimos a tu chica.
León se puso de pie y se acercó a su mini bar a servirse una copa.
-Quién iba a decir que la chica que causó la separación familiar era la que iba a darle un motivo de alegría a papá.
-Ella no fue la causante, fue el maldito orgullo de que un
Amoretti se dignara a fijarse en alguien de clase social inferior.
León se encogió de hombros y bebió su trago.
-Somos una familia muy antigua César, no es nuestra culpa haber nacido en cuna de oro.
Sonreí con burla.
-¿Y de qué sirve? Tú estás solo sin el amor… – Leon me interrumpió.
-¿Crees que muero por eso? Una mujer dispuesta en mi cama me hace feliz, no necesito más, pero no entiendo por qué llegamos a esta plática, deberías sentirte bien al saber que tu mujer es aceptada por papá en la familia.
-La aceptan sólo por que lleva un bebé… un Amoretti- apreté los dientes con furia, amaba al viejo aunque por años pasamos en pleitos porque yo no hacia distinciones sociales, estudié en los mejores colegios, en la mejor universidad, crecí escuchando acerca del orgullo que debía sentir por pertenecer a una familia italiana muy antigua y poderosa.
Cuando conocí a Lana, me di cuenta que en el amor no existía clases sociales, ella era una chica feliz, risueña, llena de vida y muy agradecida ya que nació en un hogar pobre, donde predominaba la droga, el hambre, el licor.
Sus padres el dinero que conseguían lo usaban para drogarse y beber, no se tomaban la molestia de pensar en su pequeña hija. Las autoridades al ver la vida deplorable que ella llevaba, la sacaron de esa casa y la instalaron en una casa de acogida, ahí creció con limitaciones pero el alimento no le faltaba en su mesa. Cuando salió de la casa de acogida para hacer su vida, conoció a Consuelo la dueña de una casa de modas y le propuso que ella fuera la modelo de sus creaciones, así la conocí, una noche acompañe a la chica con la que estaba saliendo, Lana salió a la pasarela, ataviada con un hermoso vestido rojo, su cabello rubio suelto.
Me quedé sin aliento al verla, su rostro lleno de inocencia. Se podría decir que me enamoré a primera vista. Empecé a enviarle flores, invitaciones a cenar y ella las declinaba todas, hasta que un día la esperé fuera de la tienda, no le di la oportunidad de rechazarme, esa noche me di cuenta que no sólo era bella por fuera, también lo era como persona.
Mi familia cuando se enteró que salía con una modelo de una tienda de modas, sin familia, me exigió que la dejara, que nuestra familia no debía tener un escándalo o una mancha en tan magnífico árbol genealógico, eso provocó que me separara de ellos y hasta que papá enfermo del corazón, se pusieron en contacto conmigo para hacer las paces y por ende aceptar a Lana porque llevaba un Amoretti en su vientre, pero ella ya no estaba, ni mi hijo.
Tía Mercedes cuando desperté anuncio que mi mujer e hijo habían sobrevivido pero Lana estaba en coma, me desconecté de las vías y me fui a verla… mi corazón se rompió al darme cuenta que no era Lana quien había sobrevivido, era la chica que habíamos recogido esa noche, me derrumbé y el llanto no me dejaba decir que ella no era Lana… mi Lana. Me sedaron y así me mantuvieron cuando al fin pude estar tranquilo, ya era demasiado tarde…
Raúl Amoretti estaba ansioso por el nacimiento de su nieto y eso lo estaba ayudando a mejorar un poco.
Así que la chica que recogí esa noche estaba ocupando el lugar de Lana.
-No entiendo tu actitud- León se paseaba por la sala- estás demacrado, no comes y sólo una vez has ido a ver a tu mujer ¿habían problemas en el paraíso?
-No te incumbe- me puse de pie
León tenía una ceja enarcada.
-Vaya César, has cambiado, te volviste un amargado.
-Deja las cosas en paz León- cogí la botella que estaba olvidada en una mesita cerca del sillón.
-Ahora eres alcohólico, el basurero está repleto de botellas vacías, si eso hace el amor no deseo conocerlo.
-Aunque tuvieras el amor en las narices no lo verías León, para ti lo que importa es el apellido y el dinero.
León sonrió y se encogió de hombros
-Estoy bien así, mi secretaria se está encargando de buscarte casa.
-¿Casa?
León asintió
-Papá te quiere cerca por el bebé, se ha propuesto vivir hasta enseñarle a tu hijo ser un Amoretti no solo de apellido.
Capitulo 4.
-El bebé está bien- el Dr. Sonrió- ¿Cómo te sientes?
-Mejor- me levanté y bajé de la camilla.
-Bien, el parto está programado dentro de 3 días- me ayudó a subir a la silla de ruedas- ¿Ya tienes la maleta del bebé?
-Sí, doña Mercedes la ha traído.
-Nos vemos en tres días.
La enfermera me llevó a la habitación, ya estaba doña Mercedes ahí, ella me sonrió y me ayudó a subir a la cama.
-¿Todo bien con el bebé?
-Sí, el médico me ha dicho que está bien.
En 3 días será el parto.
Ella se llevó las manos boca.
-Dios ya conoceremos al bebé, todo saldrá bien querida.
Suspiré y desvíe la mirada
-¿Donde esta César?- doña Mercedes se acercó y tomó mi mano.
-En casa de León, le avisaré que el bebé nacerá en 3 días.
-No le obligue a asistir en el parto, desconozco lo que pasó entre nosotros antes del accidente pero siento como si fuéramos extraños.
-No pienses en eso querida, cuando vea a su hijo cualquier problema que tengan se irá de paseo.
– Lo peor es que no sé que nos pasó para tratar de arreglarlo.
-No te alteres Lana, piensa que en 3dias tendrás a tu hijo en tus brazos.
César
-Te he estado llamando y no levantas el teléfono, te he dejado mensajes- me deje caer en el sofá y pase una mano por mi cabello.
-Lo siento tía- miré a mi alrededor tratando de encontrar la botella que había comenzado.
-Tu hijo nace hoy- me tensé y baje la cabeza- ¿Me escuchaste César?
-Te escuché
-Date un baño y prepárate para el nacimiento del bebé, Lana está nerviosa.
-Lana…- susurré y sujeté mi cabeza entre mis manos.
-¿Que les pasó?- Ella está preocupada porque no llegas a verla y desea saber que problemas tienen para arreglarlo.
-Mi problema no tiene solución- ubique la botella y la abrí para dar un trago, el líquido se derramó cuando me fue arrebatada, lastimando mis labios- tía…
-Dejarás de beber y te darás un baño, los problemas que tengan son suyos y el bebé no tiene la culpa, ve a ducharte César.
La miré molesto pero me calme al ver en su mirada tristeza, me puse de pie y me
dirigí al baño, iba a ser doloroso estar en un parto donde tenía que fingir que el bebé era mío.
Horas después
-¿Te sientes mejor?- mi tía me acercó un vaso de café.
-Lo siento, no espere que me iba a poner mal al ver tanta sangre.
-El doctor dice que le pasa a muchos hombres, es un hermoso varón, le hemos enviado fotos a Raúl y está muy contento al conocer a su primer nieto, vamos a las incubadoras- sentí su mano sujetar mi brazo y hacer el esfuerzo por ponerme de pie, me levanté y caminé junto a ella hacia los cuneros, ella se detuvo frente al vidrio e hizo señas para que la enfermera le mostrará al bebé, sentía una opresión en el pecho, al pensar que mi verdadero hijo no había sobrevivido, la enfermera se acercó con un bultito envuelto en sábanas celestes, despejó su rostro y el bebé dormía tranquilamente.
-¿No es precioso César?
-Lo es- bajé la mirada y luché por no soltar las lágrimas que amenazaban con salir.
Tu padre está loco por conocerlo, ha dicho que hoy vendrá al hospital que no esperara hasta que se dignen a llevarle al niño.
Mire a tía Mercedes.
– ¿Se levantará de su cama?
Tía Mercedes asintió.
-tu hijo está haciendo el milagro en tu padre, se niega a morir.
Volví a mirar al bebé que estaba bostezando, luego recorrí las otras cunas y los bebés que estaban ahí dormían confiadamente sin saber lo qué pasaba a su alrededor, unos nacían y otros morían… la ley de la vida… algo cruel.
-Cesar- mire a tía Mercedes.
-Te preguntaba cómo se llamará el nuevo miembro de nuestra familia.
-No lo sé- me encogi de hombros- pensábamos que teníamos todo el tiempo del mundo para elegir su nombre.
-Pero bueno hay que pensar en un nombre, vamos donde Lana, debe estar agotada.
Me deje llevar por mi tía hacia la habitación, dolía y mucho escuchar su nombre y saber que no era ella.
Lana
Abrí los ojos y suspiré, ya había nacido mi hijo, lo vi y quedé perdidamente enamorada de él, desconocía lo que sintió su padre, ya que en cuanto empezaron a abrir mi vientre se tambaleó y casi se desmayó así que lo sacaron del quirófano.
La puerta se abrió y ante mi apareció unos globos celestes y blancos con un gran oso, sonreí al pensar que era César, que nuestro hijo estaba logrando una tregua entre nosotros.
Me quedé sin aliento cuando el oso salió de mi vista para mostrarme a un hombre un poco mayor que César y sumamente guapo. Mi boca se secó al darme cuenta que ese hombre había logrado que mi corazón se acelerara.
-Hola Lana, soy León- se acercó y se inclinó para depositar un beso en mi mejilla, mi rostro se calentó al sentir que me ruborizada.
-Soy Lana… -me miró y sonrió causando un vuelco en mi corazón.
-Lo sé sonrió mostrando sus dientes perfectos- felicidades por el nacimiento de mi sobrino.
Mordí mi labio al pensar que estaba babeando por el hermano de mi prometido, mi cuñado.
La puerta se volvió abrir y esta vez entró César junto a doña Mercedes, su mirada era vacía, era como si su cuerpo estuviera ahí pero no su mente.
-León- doña Mercedes se acercó para saludarlo con un beso en la mejilla- que sorpresa, ¿Has visto las fotos de tu sobrino?
León asintio y se acercó a César.
-Felicidades hermano- estrechó su mano, nada de abrazos.
-Gracias- la voz de César no sonaba de orgullo.
-¿Cómo se llama el nuevo Amoretti?- León me miró con una sonrisa, me quedé demasiado tiempo admirandolo que me sentí avergonzada cuando volvió a preguntarme lo mismo.
-No lo hemos decidido con César.
-No es por presionar pero papá vendrá está noche y no le agradará saber que su nieto no tiene un nombre.
-Tendra un nombre está noche- Respondió César y se apoyó en la pared.
-Bien, debo irme que tengo que trabajar, felicidades Lana- se acercó y besó nuevamente mi mejilla, dejando un hormigueo en ella, cuando él se apartó, la mirada de César estaba sobre mi, había algo en ella que me causó escalofríos, él
debió notar que su hermano me había atraído, quizas por eso teníamos problemas, porque yo ya no lo amaba, no sabía qué hacer porque no recordaba nada.
No tenía ni idea de dónde vivíamos, quizás al ver la casa los recuerdos fluirian. Eso me causó un poco de felicidad, pensar que al llegar a casa quizás iría recordando mi vida.
César
-¿Fiorella aún trabaja contigo?
León levantó la mirada de unos papeles que estaba revisando.
-Sí ¿Porqué? – Recostó su espalda en el respaldo de su silla, cruzó una pierna y su mirada estaba fija en mi.
-No tengo nada para Rafaello y mañana le dan de alta.
-Ya me encargue de eso- volvió su atención a los papeles.
-¿A qué te refieres?
Con cansancio levantó la mirada.
-Fiorella ya eligió las cosas del bebé, puedes pasar por la habitación contiguo a la tuya, ya está lista.
-¿Cuando lo hiciste?
-Hoy lo hicieron en todo el día, no se pintó la habitación pero ya está preparada para mi sobrino.
-¿Y ella donde se quedará?
León soltó el papel molesto y los dejo caer en la mesa junto a su sillón.
-Naturalmente que contigo- se puso de pie y se quitó su saco- no dispongo de muchas habitaciones en el departamento.
Capitulo 5.
Me quedé en silencio, a mi mente llegaron recuerdos de la risa de Lana en los pasillos cuando lo estaban terminando, era algo rústico pero eso lo hacía encantador, las personas que se llegaban a quedar a Eleganza lo hacian para apartarse del mundo y descansar realmente.
-No necesita entrar a una nueva era.
-Tiene mucha clientela este hotel, serían más clientes con la… -negue
-Ese es el encanto del Eleganza.
León no respondió
-Bien, vendeme el Eleganza.
-No- me puse de pie.
-Todo el imperio es tuyo y mío, siempre serás dueño del Eleganza.
-Dile a Fiorella que le agradezco haber dedicado tiempo para las cosas de Rafaello- me puse de pie y salí de la estancia.
No podía regresar al hogar que había hecho con Lana, su recuerdo estaba ahí, también en el hotel que construí.
La extrañaba y sabía que no iba a soportar entrar al hogar donde fui feliz con ella. Me deje caer en la cama y la rabia me inundó al pensar que al día siguiente mi cama sería ocupada por una total extraña, alguien de quien no sabía ni su apellido, no llevaba encima ninguna identificación.
Cerré los ojos necesitaba dormir para tratar de encontrar a Lana en mis sueños, besarla nuevamente, sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo…
César
Respire profundo y abrí la puerta, me quedé quieto admirando la cabellera rubia que caía como una preciosa cortina sobre la espalda de Xilomen.
Ella pasó su mano y lo sujeto para dejarlo en una cola alta, sacudí la cabeza y terminé de entrar.
-Buenos días- ella se dio la vuelta
-Buenos días César- fijé mi mirada en el bolso que tenía sobre la camilla.
-¿Estás lista?- ella asintió
-Ya traerán al bebé- se sentó en la camilla
-¿Donde vivimos César?
-Por el momento en la casa de León- tocaba por aquí y por allá.
-¿Siempre hemos vivido ahí?
-No, vivimos en la isla de Capri- pegue mi espalda en la pared y la mire mientras ella pasaba su mano por su cabello.
-No tengo recuerdos y ¿Donde estamos ahora?
– En Florencia- por primera vez me acerque a ella, sentí un peso corazón al verla encogida en la camilla- ¿Te sientes bien?
Xilomen levantó su mirada y los tenía vidriosos, di un paso hacia atrás al verla vulnerable.
-¿Que nos pasó César?- pase la mano por mi cabello ¿qué decirle? ¿Cómo explicarle que estaba viviendo una vida que no era suya? Eso mataría a papá y Rafaello quedaría desprotegido- dime por favor.
La mire y ella se había puesto de pie, caminó hacia mi pero no lo suficiente, entre nosotros había una distancia prudencial.
-No te preocupes, tú y Rafaello estarán bien- ella dio un paso hacia mi y sujeto mi camisa.
-¿Eso es todo? ¿Es la vida que le daremos a nuestro hijo? Unos padres que no se hablan, tú no me soportas, no lo disimulas.
-Sigo afectado por el accidente- cerré los ojos, cuando los abrí por primera vez mire a Xilomen al rostro, sus ojos eran muy expresivos y hablaban de dolor, sentí pena por ella y al mismo tiempo culpa, todo el mes que ella estuvo hospitalizada solo una vez la visite, cuando despertó igual la visite poco. Ella estaba sola en el mundo con Rafaello mientras no recordara su pasado.
La culpa era un peso grande en mi corazón, el resentimiento me había estado cegando todo este tiempo y no había detenido a pensar que ella estaba sola.
– César- una lágrima rodó por su mejilla- no quiero que mi hijo sufra, si es necesario deberíamos considerar separarnos…- acerque mi dedo y seque su lágrima.
-Dame tiempo Xi…Lana- ella me miraba- sólo debo superar el accidente.
-¿Es por tu padre que no es opción la separación?- la mire con sorpresa porque era una mujer muy intuitiva.
-En cierta forma lo es pero también por ti, no recuerdas nada, no conoces Florencia.
-Quizas lo conozco, pero debo tener familia, quizás me quedé con ellos y así pensamos en nuestro futuro.
-No la tienes- desvíe la mirada ya que Lana no tenía familia, ella estaba sola.
-Estoy sola- llevó sus manos a su rostro.
-No- me acerque a ella y puse mi mano en su hombro- tienes a Rafaello y…- suspiré, no podía abandonarla, desde el día que la recogí en la calle esa noche se había vuelto mi responsabilidad pero hasta ese momento lo había recordado- a mí, me tienes a mi.
Ella quitó sus manos y su rostro estaba manchado por las lágrimas.
-nunca me he sentido tan sola como estos días en el hospital, solo la compañía de doña Mercedes no permitía que me volviera loca entre estas cuatro paredes.
-Lo siento- ella seco sus párpados y sus mejillas. La puerta se abrió con la llegada de la enfermera y la tía Mercedes con Rafaello entre sus brazos.
-Oh, ya llegaste César, ya podemos irnos, el bebé está bien y Lana. Tengo la documentación de Lana en el bolso y la de Rafaello, solo debes pasar por recepción cancelando la factura César.
Mi mirada estaba fija en Xilomen quien su rostro cambió y se iluminó cuando vio el bultito envuelto en sábanas, caminó y con cuidado lo destapó, Rafaello dormía, ella besó su mejilla y suavemente lo tomó entre brazos, la imagen era muy tierna.
Xilomen era una mujer muy expresiva, su rostro demostraba su estado de ánimo y me hablaba de felicidad que estaba viviendo al tener al bebé entre sus brazos.
Sin darme cuenta la imagen estaba más cerca de mi, cuando quise reaccionar tenía a Xilomen cerca de mi, mostrándome a Rafaello.
-Nuestro hijo, es precioso- lo acerco a mi, en ese momento Rafaello abrió los ojos, sentí pánico cuando Xilomen me lo extendió- no tengas miedo, sé que no lo dejaras caer.
-No puedes estar segura, nunca he cargado un bebé.
– César que mejor momento para que la primera vez que cargues a un bebé sea a tu hijo.
Ambas mujeres me miraban con emoción, Rafaello bostezaba, con cuidado extendí mis brazos y dejé que lo acomodara en mis brazos. El miedo me invadió, temia dejarlo caer y hacerle daño.
-Es precioso César- tía Mercedes se acercó y tomó una foto con su móvil- se las compartiré, imagino no se salvó el móvil de Lana en el accidente- miré a la tía Mercedes y recordé que su bolso estaba al fondo de la maleta maltrecha que estaba al fondo del clóset, me lo entregaron después del accidente, lo guarde y no me atreví a abrirlo, sabía que solo ver sus cosas me volverían loco de dolor.
-Compraré uno – me acerque a Xilomen y le entregué el bebé, mi corazón dolía al pensar que mi hijo que no llegó a nacer- vamos.
Xilomen se sentó en la silla de ruedas, tía Mercedes la empujaba mientras yo cargaba las cosas de ella y Rafaello.
Sentía que la mentira se estaba cerrando en torno a mi y me iba a sofocar, saliendo de este hospital, la mujer que recogí una noche se estaba convirtiendo en mi prometida y su hijo en mi hijo.
Capítulo 6: Un Hogar de Extraños
Salimos del hospital, el frío aire de Florencia se sintió como una bofetada. La mentira se había convertido en una realidad tangible, y yo, sin saberlo, estaba entrando en ella como la protagonista. Con Rafaello en mis brazos, entré en el auto con César y doña Mercedes. El silencio era pesado, lleno de palabras no dichas y secretos que solo ellos compartían. A cada kilómetro que recorríamos, mi mente se esforzaba por recordar. ¿Dónde estaba mi hogar? ¿Quién era yo realmente?
Llegamos a una mansión imponente. Las puertas se abrieron para revelar un jardín inmenso y una casa que parecía sacada de un cuento de hadas. Al entrar, me quedé sin aliento. No era el hogar que imaginaba para una pareja joven. Era una casa antigua, llena de historia, pero el aire era tan frío como el silencio en el auto.
César me guió a la habitación, una suite gigantesca con vistas al jardín. “Esta era… nuestra habitación,” susurró, y su voz estaba llena de una tristeza que me hizo sentir escalofríos. “Espero que te guste.”
No le pregunté más. Sentía la opresión en el pecho, la sensación de estar en un lugar que no me pertenecía. Esa noche, con Rafaello durmiendo en su cuna, me senté en la cama, luchando contra el vacío en mi mente. La amnesia era una cárcel. Estaba rodeada de un lujo que no me pertenecía, de una familia que no era la mía.
Los días pasaron. Doña Mercedes era un ángel, me contaba historias de la familia Amoretti, de los orígenes nobles, de la fortuna que habían acumulado. Me mostró álbumes de fotos de César, de su vida antes del accidente. Pero en ninguna foto me veía yo, y eso era un recordatorio constante de mi condición. En las fotos de César, siempre había una mujer rubia, alta, elegante. La misma mujer que, en mis sueños, me miraba con ojos tristes. Era Lana.
León era diferente. Él me miraba a los ojos, como si pudiera ver el vacío en mi alma. Me hacía preguntas que nadie más se atrevía a hacer. “¿Estás feliz, Lana?” me preguntó una noche. “No pareces feliz.” Su mirada era cálida y me hacía sentir segura, pero también me hacía sentir confundida. Sentía una conexión con él, una atracción que no podía explicar. Y eso me hacía sentir culpable, traicionando a un hombre que yo no recordaba amar.
El resentimiento de César hacia mí era palpable. Solo me miraba a mí y a Rafaello, y sus ojos se llenaban de lágrimas. Lo evitaba. Me sentía culpable de estar viva, de tener a un hijo, de ocupar el lugar de una mujer que había muerto por nosotros. Me sentía como un fantasma, viviendo una vida que no me pertenecía.
Capítulo 7: Un Vaso Roto, Un Recuerdo Recuperado
Un mes después de haber llegado a la mansión, el destino decidió que ya era suficiente. Estaba en la cocina, con Rafaello en mis brazos, intentando preparar un simple sándwich. Mis manos, que antes habían sido tan seguras, temblaban. Se me resbaló un vaso de la mano. Cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. El sonido del vidrio al romperse fue un eco de mi vida pasada. En mi mente, una imagen se formó.
Un vaso roto. El grito de un hombre. Samuel. “¡Eres una inútil! ¡Ni siquiera puedes llevar un vaso de agua sin romperlo!”
El dolor en mi cabeza fue insoportable. Caí al suelo, con Rafaello en mis brazos. Los pedazos de vidrio, afilados como cuchillos, me hicieron un pequeño corte en la mano. Y en ese instante, el torrente de recuerdos regresó.
Recordé a Samuel, el amor que le tenía, la noche en el supermercado, el dolor de la traición, el frío de la calle, mi vientre hinchado. Recordé a la mujer, mi amiga. Recordé mi vida, mi nombre. Xilomen. Recordé a la mujer rubia, su sonrisa, la bondad en sus ojos. Y recordé el auto, la luz brillante, la opresión del metal. Pero no recordaba la muerte, no recordaba haber sido salvada, solo la oscuridad.
César y León corrieron a la cocina. Me levantaron del suelo. Mi mano sangraba. Pero el dolor de la herida era nada comparado con el dolor en mi corazón.
Miré a César. Sus ojos, que siempre habían estado llenos de tristeza, ahora me miraban con preocupación. “Lana, ¿estás bien?”
—No soy Lana. Soy Xilomen.
El silencio fue atronador. El tiempo se detuvo. César, con el rostro pálido, me miró como si fuera un fantasma. Y León, con el ceño fruncido, miró a su hermano, como si ya hubiera sabido la verdad.
César se derrumbó. Las lágrimas que había estado reprimiendo por meses, salieron como un torrente. Me confesó toda la historia. El accidente. La muerte de Lana. El testamento que había hecho su padre, el único deseo que tenía: ver a su nieto nacer. La mentira que había inventado para no romperle el corazón.
El mundo, que ya se había derrumbado, se derrumbó de nuevo. No era Lana. No era la prometida de César. No era la dueña de la mansión. Solo era Xilomen, una mujer pobre, sin hogar, que había sido traicionada.
Capítulo 8: La Revelación y la Esperanza
La verdad se esparció como un incendio. César, con el rostro lleno de una culpa que no podía ocultar, reunió a la familia. A su padre, Raúl, un hombre frágil, pero con la mirada de un león. A su madre, una mujer elegante, pero con el corazón de un ángel. A León, que me miraba con una mezcla de lástima y de admiración.
César, con la voz temblorosa, le contó a su padre la historia. La muerte de Lana, el accidente, la mentira. Raúl, con su rostro lleno de una pena que me hizo temblar, me miró. “Así que no eres Lana,” susurró. “Eres la mujer que salvó la vida de mi hijo.”
Raúl, que estaba esperando con ansias a su nieto, se derrumbó en el suelo. Su madre corrió a su lado, con el rostro lleno de dolor. Pero el dolor, en lugar de matarlo, lo hizo más fuerte. Al ver a Xilomen y a Rafaello, Raúl, con la voz temblorosa, se levantó. “No importa quién seas,” me dijo. “Eres la madre de mi nieto.”
César, que había estado a mi lado, me miró a los ojos. En su mirada, vi una mezcla de culpa y de amor. Me abrazó, con la fuerza de un hombre que había estado perdido. “No te vayas,” susurró. “No me dejes solo.”
Me quedé. No por obligación, sino por amor. Había conocido a un hombre que, a pesar de sus errores, me había protegido. Había conocido a un hombre que me había dado un hogar, una familia, una razón para vivir.
León, que había sido una sombra en mi vida, se convirtió en un amigo. Me contó sobre Lana, sobre la mujer que había sido, la mujer que había amado a César con todo su corazón. Me ayudó a superar la culpa, a entender que yo no era un fantasma, sino una mujer que había sido elegida por el destino.
Capítulo 9: El Final de una Mentira, el Comienzo de una Vida
Pasaron los meses. La casa, que había sido un lugar de secretos y de mentiras, se llenó de risa. La risa de Rafaello, la risa de César, la risa de una familia que, a pesar de sus diferencias, se había unido por un lazo de amor y de verdad.
César y yo, que habíamos sido dos extraños, nos enamoramos. No era un amor de fantasmas, un amor de mentiras. Era un amor de verdad, un amor que había nacido de la tragedia, de la culpa, de la redención. César, que había estado perdido, se había encontrado a sí mismo en el amor por mí y por mi hijo.
Un día, mi teléfono sonó. Era Samuel. Estaba en la línea, con la voz temblorosa, diciéndome que quería que volviéramos. Él y Laura se habían separado, y él, al ver que no había podido olvidarme, quería que yo volviera a su vida. Le dije que no. Mi vida, que había sido un eco de dolor, se había convertido en una melodía de felicidad. Mi hijo tenía un padre. Yo tenía un hombre que me amaba. Y mi pasado, que había sido una maldición, se había convertido en una bendición.
El fantasma de Lana se había desvanecido. En su lugar, había una mujer viva, una mujer que había encontrado la felicidad en un lugar que nunca había esperado. Y esa mujer, Xilomen, era yo.
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