¡Adiós, fracasada! gritó él antes de marcharse hacia la viuda adinerada. Un año después, acudió a una entrevista de trabajo con ella, sin sospechar quién era ahora el director.
¿No pensaste que sería para siempre?
Estanislao Varela ajustó su corbata de seda, un regalo de Clara para su trigésimo cumpleaños. Ni siquiera la miró, absorto en su propio reflejo en el cristal oscuro del armario.
Creí que estábamos construyendo un futuro juntos respondió Clara León en voz baja, abrazándose como si intentara sostener un mundo que se desmoronaba.
Él sonrió. Una risa corta y cruel que la golpeó como un puño en el estómago.
¿Futuro? Mira a tu alrededor, Clara. Esto no es un futuro. Es extendió la mano señalando su pequeño piso alquilado, que ella pagaba casi en su totalidad algo temporal. Cómodo, pero temporal. Un trampolín.
Cada palabra estaba calculada para herir.
Yo tengo perspectivas, ¿entiendes? Grandes perspectivas. Y tú solo tienes tu trabajo miserable y sueños de estabilidad. La estabilidad es un pantano.
Se acercó a la puerta, llevando una maleta de piel impecablemente preparada. Ni un solo objeto de más. Llevaba tiempo planeándolo.
Ella ve mi potencial. Está dispuesta a invertir en un ganador.
No dijo su nombre, pero Clara lo sabía. Sofía Armenteros, viuda de un magnate local, una mujer con dinero, contactos y una sonrisa depredadora.
Clara guardó silencio. ¿Qué podía decir? Todas sus inversiones en él tiempo, dinero, fe se habían convertido en polvo.
Una palabra y me voy dijo él, lanzándole una mirada fría y evaluadora. Basta de cargar con lastre.
Abrió la puerta.
Buena suerte, Clara. Al menos procura no ahogarte en tu pantano.
La puerta se cerró de golpe. Clara se quedó sola en medio de la habitación, hundiéndose lentamente en el sofá mientras miraba el lugar donde él había estado. No hubo lágrimas.
Solo un vacío resonante del que emergía, lento pero implacable, el miedo.
Y algo completamente distinto.
La primera semana, Clara solo existió. Fue mecánicamente a su «trabajo miserable», regresó al piso vacío y miró la pared. Las palabras de Estanislao «lastre», «pantano» se incrustaron bajo su piel como veneno.
Él llamó. Una vez. Un mes después.
Clara, hola. Escucha, me dejé unos libros en una caja azul. ¿Podrías?
La tiré cortó ella con una voz plana y ajena.
¿Cómo? ¡Eran ediciones valiosas! su tono revelaba genuina indignación. No lo esperaba.
Ahora son solo papel. Como todo lo que dejaste. No llames más.
Colgó. Y en ese instante, algo cambió. El vacío interior comenzó a llenarse no de dolor, sino de fría determinación.
Esa misma noche, sacó un viejo portátil polvoriento y una carpeta con un proyecto universitario.
«Sistema de optimización logística para pequeñas empresas». Estanislao lo llamaba «tonterías sin valor». Decía que el mundo real funcionaba distinto.
Tenía razón. El mundo real era mucho más simple. No necesitaba palabras bonitas, sino soluciones funcionales.
Los siguientes meses se fundieron en un solo día agotador. Clara renunció a su trabajo.
Todos los ahorros que guardó para «un futuro juntos» se destinaron a registrar una empresa y alquilar una pequeña oficina en una zona industrial. La llamó simplemente: «Avance».
Trabajó dieciocho horas al día. El café fue su único alimento. Hubo momentos en los que quiso rendirse. Cuando el primer prototipo falló y el dinero casi se acabó. Pero recordó sus palabras sobre el «pantano» y siguió adelante. Su único apoyo fue su antiguo profesor, el catedrático Gutiérrez, quien le consiguió los primeros clientes y una pequeña pero vital beca.
El primer contrato fue simbólico. El segundo, algo mayor. En seis meses, su sistema operaba en docenas de empresas, ahorrándoles millones. No soñó con estabilidad. La creó con sus propias manos.
Mientras tanto, Estanislao vivió la vida que deseaba: fiestas, resorts, un puesto en la junta directiva de una de las empresas del difunto marido de Sofía. Hablaba de cómo «escapó del pantano burgués». Y mencionaba a Clara con desdén. Una perdedora.
Pero su potencial se agotó en diez meses. Sofía Armenteros era una mujer práctica, sin sentimentalismos. Pronto comprendió que detrás de la fachada solo había arrogancia y gastos innecesarios.
Estanislao, cariño dijo una mañana, examinando su impecable manicura, fuiste un proyecto interesante. Pero los gastos hay que recortarlos a tiempo.
Le entregó un sobre. Una generosa indemnización. Y la prohibición de aparecer en cualquiera de sus empresas.
Dos meses buscó trabajo. Con su currículo inflado y reputación manchada, resultó imposible.
Hasta que por fin: una vacante como jefe de desarrollo en una joven pero prometedora empresa tecnológica, «Avance». Su producto le sonaba, pero no investigó más.
Se preparó: leyó artículos sobre la compañía, pero la fundadora «C.A. León» permanecía en la sombra. Asumió que sería una profesora entrada en años.
Estanislao ajustó su corbata frente al espejo del ascensor que lo llevaba al último piso de un reluciente edificio de negocios. Estaba listo para impresionar. Estaba listo para volver a ganar.
La secretaria lo condujo a una sala con ventanales.
El director llegará en un momento.
Estanislao se sentó, dejando su cartera de cuero sobre la mesa. Su mirada cayó en la placa de la puerta: «C. A. León. Directora General». Qué coincidencia curiosa.
La puerta se abrió sin golpear.
Entró una mujer con un traje pantalón azul tormenta. Su pelo rubio recogido en un moño impecable, sin un solo cabello fuera de lugar. Se movía con la seguridad de quien sabe que el espacio le pertenece.
Se sentó frente a él, colocó una tableta sobre la mesa y alzó la mirada.
El mundo de Estanislao Varela se desmoronó como un castillo de naipes. Allí estaba Clara. Pero no su Clara. No la chica del piso alquilado. Esta mujer lo miraba como si fuera un completo desconocido. Fría. Implacable.
¿Estanislao Varela? su voz era neutra, sin emoción. Ni un atisbo de reconocimiento.
Clara susurró él, con una sonrisa torcida. ¡Qué sorpresa! No sabía que tú
No nos conocemos lo interrumpió. Sigamos el protocolo. Mi nombre es Clara Alonso León. Soy la directora general de «Avance».
Abrió su currículo en la tableta.
Aspira al puesto de jefe de desarrollo. Hableme de sus logros en su anterior empleo. En «Armenteros Capital».
Estanislao se quedó helado. Era una farsa. Un humillación calculada. Ella actuaba como si él fuera solo otro candidato.
Clara, basta ya intentó recuperar el control. Somos adultos. Me alegro por ti, en serio. Bien hecho por salir adelante.
Le hice una pregunta su mirada se enfrió aún más. Si no tiene respuesta, asumiré que no tiene nada que aportar.
La sangre le subió a la cara. Ella jugaba con él. Como un gato con un ratón.
¿Mis competencias? su risa sonó forzada. Mis competencias me permitieron vivir
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