¡CUIDADO CON LO QUE DESEAS! (UNA HISTORIA CORTA PERO PROFUNDA)
Había un hombre que siempre se quejaba de lo difícil que era su vida: todos los días tenía que levantarse temprano, luchar contra el tráfico para ir al trabajo y pasar ocho horas agotadoras, mientras su esposa se quedaba en casa sin hacer “nada” cansado.
Una noche, frustrado, el hombre rezó:
“Señor, no entiendo por qué tengo que trabajar tan duro todo el día mientras mi esposa se queda en casa. Quiero que ella entienda lo que yo paso. Por favor, cambia nuestros cuerpos por un solo día para que ella pueda sentir mi sufrimiento.”
Dios escuchó su oración y sonrió:
“¿Eso es lo que quieres? ¡Muy bien!”
A la mañana siguiente, al despertar, el hombre se quedó boquiabierto al darse cuenta de que se había convertido en… ¡mujer! ¡Era su propia esposa!
Así comenzó su “día de experiencia”:
Preparó el desayuno, despertó a los niños, les preparó la ropa, les dio de comer, empacó sus almuerzos y los llevó a la escuela a toda prisa.
Sin tiempo para respirar, regresó a casa, recogió la ropa sucia, fue a la tintorería, luego al supermercado, volvió para guardar las compras, limpió la casa, cambió la arena del gato, bañó al perro. ¡Y apenas era la una de la tarde!
Sin atreverse a descansar, siguió haciendo las camas, lavando ropa, barriendo, trapeando, y luego salió corriendo a recoger a los niños de la escuela. En el camino, discutió con el mayor, y al llegar a casa, tuvo que sacar dulces para convencerlos de hacer la tarea.
Por la tarde, peló papas, lavó verduras, marinó carne, cocinó la cena, preparó ensalada. Después de comer, lavó los platos, ordenó todo, bañó a los niños y los acostó a dormir.
Pensó que finalmente había terminado… pero no. Su “esposo” (es decir, él mismo en su cuerpo anterior) lo esperaba en la cama. Aunque estaba exhausto como una toalla empapada, todavía tuvo que cumplir con el “deber conyugal”. Jadeando pero sonriendo forzadamente, cumplió su papel.
A la mañana siguiente, sin siquiera abrir bien los ojos, cayó de rodillas al lado de la cama y rogó a Dios:
“¡Señor! ¡Me rindo! ¡Me equivoqué! No sé en qué estaba pensando al envidiar a mi esposa. Nunca más volveré a pensar que quedarse en casa es fácil. ¡Por favor, déjame volver a ser hombre de inmediato!”
Dios lo escuchó, se rió por lo bajo y le respondió:
“¡Oh, me encantaría ayudarte! Pero tengo una noticia para ti: Anoche, mientras cumplías con tu deber… ¡te quedaste embarazado! Ahora tendrás que esperar nueve meses más antes de volver a cambiar.”
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