
Mi nombre es Ayochidi, y esta historia no fue escrita… se escribió sola.
Fui a casa de Olivia con la esperanza de poder hablar con ella, de arreglar las cosas… tal vez incluso de volver a empezar. Había tanto que decir, tanto que aún sentía por ella.
Toqué la puerta con suavidad, luego con más fuerza… pero nadie salió. Toqué una y otra vez. Nada. Ni un ruido, ni una voz, ni una sombra detrás de la ventana.
Con el corazón latiéndome con fuerza, probé la perilla. Estaba abierta. Empujé la puerta.
—¿Olivia? —llamé, mientras entraba. Silencio.
—¡Olivia! —repetí, esta vez más fuerte.
Recorrí el pasillo y llegué a su habitación. Ahí, en el suelo, yacía Olivia, inconsciente, inmóvil.
Me arrodillé a su lado, le tomé el rostro entre las manos, intenté despertarla.
—¡Olivia, despierta! ¡Por favor! ¡Olivia!
Nada. El terror me empujó a actuar. La levanté en brazos como si el tiempo se estuviera acabando y la llevé corriendo al coche.
—¿Qué pasó? —preguntó el doctor mientras entrábamos a urgencias.
—No lo sé… la encontré así, tirada en el suelo —respondí, ahogándome entre la ansiedad y el miedo.
—Espere en la recepción. Le haré unas pruebas —me dijo el doctor antes de desaparecer tras las puertas.
Me quedé en la sala de espera por horas. No sentía el paso del tiempo. Solo deseaba que ella estuviera bien.
Amanda, mi prometida, no dejaba de llamarme. Una llamada tras otra… la pantalla de mi celular vibraba como si también supiera que algo andaba mal. No contesté. No podía. No quería.
Finalmente, el doctor regresó.
—¿Está bien? ¿Cómo está Olivia? —pregunté, de pie en un segundo.
—Está estable. Despierta. Solo ha estado bajo mucho estrés —dijo el doctor con una voz tranquila.
—¿Qué clase de estrés? —pregunté.
—Eso debe preguntárselo a ella. Regresaré más tarde para revisarla —me respondió antes de irse.
Mi celular sonó de nuevo. Esta vez era un número desconocido. Contesté con la voz cansada.
—¿El señor Ayochidi? —preguntó la voz del otro lado.
—Sí, soy yo. ¿Quién habla?
—Su prometida ha sido ingresada al hospital —dijo la persona.
—¿Mi prometida? ¿Cuál de ellas? —pregunté, confundido.
—Amanda Peters —dijo.
Mi corazón se detuvo un instante.
—¿Qué le pasó? ¿En qué hospital está?
—En el Helping Hand Hospital —respondió.
¡Era el mismo hospital donde estaba Olivia!
—¿Qué sala? —pregunté. Me dieron la información y corrí por los pasillos.
—¿El señor Ayochidi? —preguntó el doctor en cuanto me vio llegar.
—¿Qué le pasó? —pregunté, respirando agitado.
—Colapsó. Su vecina la trajo —respondió.
—¿Qué tiene?
El doctor bajó la voz.
—Tengo una buena y una mala noticia.
—¿La buena? —pregunté con esperanza.
—Está embarazada —dijo.
Sentí un torbellino de emociones.
—¿Y la mala?
El doctor respiró hondo antes de soltar la bomba.
—Tiene cáncer. Etapa 4. Cáncer de colon.
No pude decir una sola palabra. Me quedé ahí, inmóvil, como si todo el mundo girara sin mí.
Una vida comenzaba… y otra quizás se apagaba.
Continuará…
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Moneda al Aire es más que una historia…
Es el retrato de un corazón dividido entre el pasado, el presente y un futuro incierto.
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