Puedo arreglar su helicóptero. Puedo ayudarlo a llegar a tiempo a su reunión.

Fue lo que dijo un pequeño niño de la calle a un multimillonario que tenía su helicóptero averiado, provocando que el

piloto de la aeronave soltara una carcajada instantánea. Pero cuando el niño se acercó al

helicóptero e hizo algo imposible, el piloto quedó en shock mientras el multimillonario cayó de rodillas al

suelo incrédulo. “Pero esto, pero esto es imposible”,

dijo con los ojos muy abiertos. Clavados en el niño.

Este helicóptero tiene que despegar. Esta es la reunión más importante de mi vida. Va a determinar el futuro de mi

empresa y el rumbo de mi vida. Tienes que encontrar la forma de arreglarlo.

El ruido metálico de las herramientas resonaba por el hangar cuando la voz de Alejandro, cargada de frustración cortó

el aire. Se apretaba las manos contra la cabeza. Caminando nervioso de un lado a

otro frente al helicóptero inmóvil. El multimillonario de 42 años, conocido por

transformar ruinas en imperios inmobiliarios, casi no parecía aquel empresario sereno y disciplinado que

todos admiraban. Allí, en su hangar privado, el reloj ya corría en su contra

y la reunión con grandes inversionistas se acercaba sin piedad. Era una

oportunidad única, algo que podía cambiar por completo el rumbo de la

empresa que había construido con tanto esfuerzo, pero el destino había decidido

jugar con él ese día. El helicóptero, su medio de transporte más confiable, había

presentado una falla justamente en ese momento y ahora descansaba como un

gigante dormido, negándose a despegar. Enrique, su piloto personal, un hombre

experimentado de 33 años, siempre seguro de su trabajo, acababa de darle la

noticia de que no sería posible hacer despegar el helicóptero. Y Alejandro,

normalmente tan educado y tan calmado, había perdido el equilibrio emocional en

cuestión de segundos. El empresario se giró hacia el piloto con los ojos

abiertos por la incredulidad, mientras su voz, aunque menos intensa que antes,

aún cargaba un matiz de desesperación. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿No había

revisado el helicóptero? Enrique mantuvo el mentón en alto.

Respiró hondo antes de responder, intentando conservar la calma ante la presión. Su tono salió firme, casi

ofendido, como si hubiera sido desafiado personalmente. Claro que lo revisé. Ya le dije que lo

revisé varias veces, pero ahora apareció una falla misteriosa y no va a ser

posible repararlo. Al menos no tiempo para que usted llegue a la reunión.

Alejandro empezó a golpear el suelo con el pie, impaciente y nervioso, caminando

en círculos como un animal enjaulado. Con cada paso, su traje impecable se

movía con rigidez. Respiraba rápido, luchando por mantener

la compostura de un líder, pero el peso de la posible pérdida de aquella reunión

presionaba su pecho como una mano pesada. Él murmuró casi sin darse cuenta de que

hablaba en voz alta. Listo, estoy acabado. Esto era justo lo que me

faltaba. Era una oportunidad única. No puedo reprogramar esta reunión y

necesito estar allí. Necesito realmente estar allí. El piloto observó la expresión de

angustia del empresario. Conocía a Alejandro desde hacía años y sabía

reconocer cuando estaba al borde de un colapso emocional. Por eso intentó

suavizar el momento usando un tono calmado. Lo entiendo, señor, pero su esposa ya

está allí para representarlo a usted y a la empresa, ¿no es así?

El multimillonario asintió lentamente, aunque con cierta reticencia.

Sí, ella está allí. El piloto continuó manteniendo su razonamiento.

Entonces, ¿por qué está tan preocupado? Si la señora Ana está allí, todo va a

suceder exactamente como debe suceder. Pero Alejandro suspiró hondo, apoyando

las manos en la cintura, como si cargara el peso de una decisión que no quería tomar. Su voz salió cargada de

preocupación. No es tan simple así. Lo que me preocupa es justamente que ella actúe de la

manera que cree que debe actuar. Ana es una mujer dedicada, pero acaba de recibir el poder para firmar los

documentos de la empresa y todavía no está preparada para una reunión como esta. Enrique levantó las cejas como

quien estaba seguro de que su jefe estaba exagerando. Esbozó una leve sonrisa confiada antes de hablar

nuevamente. Usted necesita confiar más en ella. Apuesto a que se va a sorprender con la

capacidad de la señora Ana para resolver los problemas. El empresario se pasó la mano por el

cabello, desordenándolo levemente, algo raro viniendo de él. Su respuesta salió

incrédula. De verdad. Y el piloto, manteniendo el tono firme,

reafirmó sin dudar. Puede creer que sí, señor. Si usted

tiene dudas, llámela y verá que con toda seguridad ella tiene todo bajo control

allí en la reunión. La sugerencia encendió algo dentro de Alejandro, un destello de esperanza que

hizo que su mirada cambiara al instante. Levantó el celular decidido.

Excelente idea. Voy a llamar a Ana por videollamada ahora mismo. Sin perder ni un segundo, el

multimillonario sacó el teléfono del bolsillo e inició la llamada. La

pantalla iluminó su rostro tenso con cada tono que resonaba en el altavoz. Su

corazón parecía latir más rápido. Su respiración se volvió pesada, casi

sofocante. Después de algunos segundos que parecían minutos, murmuró,

“¿No está contestando, “¿Habrá pasado algo? ¿Y si algo salió mal en la reunión?”

Enrique se acercó un poco intentando transmitir tranquilidad con el tono más suave que logró.

Va a contestar. Tenga paciencia, señor. Y efectivamente, el piloto tenía razón.