Parte 2: El nombre que nadie dijo

May be an image of 3 people

Esa noche, después de acostar a Emma, James se quedó sentado al borde de la cama, mirando la nada. La foto seguía en su mano. Una imagen gastada, real, pero inquietante.

La mente le daba vueltas.

Sophia.
Su manera de hablar. Su sonrisa temblorosa. Esa mezcla de cercanía y distancia…
Y sobre todo: ese momento exacto en que se le fue el alma al suelo.

“¿Cómo está Eliza?”
Esa pregunta no era solo absurda.
Era imposible.
Inexplicable.

Ella no sabía.
No sabía que Eliza estaba muerta.
Pero ¿cómo no saberlo… si en el funeral, James mismo había visto a una mujer idéntica a ella, parada entre la multitud, con gafas oscuras y una bufanda negra?

En ese entonces pensó que fue producto del shock. Un reflejo.
Ahora ya no estaba tan seguro.

Y luego estaba ese otro detalle…
James nunca le presentó a Emma.
Nunca dijo su nombre.
Y sin embargo, Sophia lo pronunció con total naturalidad mientras saludaba a la niña.

Se le heló la sangre.

Parte 3: Las dudas no mueren

A la mañana siguiente, volvió al restaurante. Quería respuestas. Sophia no estaba.

La hostess le dijo que había renunciado esa misma noche. Sin previo aviso.

—¿Dejó algo? ¿Un número? —preguntó James.

—Nada. Solo dijo que “ya había hecho lo que tenía que hacer”.

Eso no era normal.
Eso era una salida con mensaje.

James volvió a casa y fue directo al desván. Buscó las cajas donde guardaba cosas de Eliza. Documentos, diarios, cartas viejas. Algo. Cualquier cosa.

Encontró una agenda de universidad.

Entre las páginas, una nota pegada con cinta:

“Si algo me pasa, busca a ‘S. Martínez’. Ella sabe por qué.”

Se le fue el aliento.

Sophia Martínez.
No solo una amiga de cuarto.
Una pieza clave en un rompecabezas que Eliza jamás pudo terminar.


Parte 4: Voces del pasado

James contrató a un investigador privado. Le pidió que encontrara a Sophia.
Lo que descubrió fue peor de lo que esperaba.

Sophia Martínez no existía en los registros de Stanford.
Tampoco había licencia a su nombre en el estado.
Ni actas. Ni recibos. Ni redes sociales.

Como si hubiera sido fabricada.

Pero alguien con ese rostro sí apareció en un informe de hace seis años.
En un archivo sellado por una agencia federal.
Relacionada a un programa de protección de testigos.

Ahí, entre las líneas tachadas, un nombre incompleto:
“E. M. Sullivan.”

Su corazón dio un vuelco.

Eliza no había muerto.


¿Quieres que siga con la Parte 5?
Puedo llevar esto hacia un desenlace explosivo estilo thriller político, o un drama familiar con secretos del pasado… o incluso abrir la puerta a un giro sobrenatural suave.