Mi nombre es Ayochidi… y fue la escritura quien me eligió.

Estaba en casa con Jide cuando escuchamos un golpe en la puerta.
Fui a abrir y, para mi sorpresa, era Olivia la que tocaba.
—Lo siento, Ayochidi. Perdón por jugar ese estúpido juego contigo. Te amo, Ayochidi. ¿Podemos empezar de nuevo? —me dijo, con los ojos llenos de culpa.
Me quedé mirándola por un momento largo.
—Pasa —le dije finalmente.
—Bro, voy a la esquina a comprar algo —dijo Jide mientras se ponía de pie.
—Buenos días, Jide. Perdón por no saludarte antes —dijo Olivia con una tímida sonrisa.
—Todo bien —respondió Jide antes de salir.
—Lo siento, amor —me dijo Olivia, bajando la mirada.
—¿Por qué hiciste algo así? —le pregunté, sintiendo cómo esa herida volvía a abrirse un poco.
—Perdón… Con la muerte de mi papá heredé una empresa valuada en miles de millones. Desde entonces no he podido encontrar el amor. Todos los hombres que conocía iban tras mi dinero. Nadie me amaba de verdad. Y cuando tú me confesaste lo que sentías, quería decirte que sí… pero me dio miedo. Entonces mi asistente, Amanda, me sugirió jugar ese jueguito contigo. Y acepté. Lo siento tanto —me dijo, con lágrimas en los ojos.
La observé por unos minutos… Luego me acerqué y la besé.
—Amor, entiendo por lo que pasaste. Solo quiero que sepas que te amo de verdad —le dije con el corazón en la mano.
—Lo sé —me respondió, mirándome profundamente.
Me quitó la camisa, luego el pantalón, y empezamos a besarnos con intensidad.
Le quité la ropa despacio mientras nuestros labios no se soltaban. Hubo algo de juego previo, caricias, susurros… y sin darnos cuenta, el pequeño Johnny ya había encontrado el camino a casa. Olivia soltó un gemido al sentirme dentro de ella.
—Amor… por favor… —suplicaba Olivia con voz entrecortada.
Fui suave al principio… lento y constante… hasta que el deseo se apoderó de mí y empecé a moverme con fuerza, cada vez más rápido. Las embestidas se hicieron profundas, intensas… hasta que llegué al clímax. Pero no fue suficiente. Fuimos por una segunda ronda… y luego una tercera. Hasta que, rendido, me dejé caer a su lado.
Desde ese día, el amor entre Olivia y yo no dejó de crecer. Se volvió más fuerte, más real.
Ya habían pasado exactamente tres semanas desde que regresamos. Esa noche, estábamos en la habitación, platicando y riendo, cuando escuchamos otro golpe en la puerta.
Me levanté a abrir.
Era Amanda.
—¿Qué haces aquí, Amanda? —le pregunté, sorprendido.
—¿Estás con alguien? ¿Puedo pasar? —me preguntó con esa voz dulce que conocía bien.
—No puedes pasar. ¿Qué estás haciendo en mi casa? —repetí, un poco más firme.
Entonces lo soltó sin más:
—Estoy embarazada, Ayochidi.
—¿Que estás qué…? ¿Y quién es el papá? —pregunté, completamente en shock.
—¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Obvio que tú eres el papá! Eres el padre, es tuyo. Estoy embarazada… de nosotros —respondió Amanda, con una mezcla de tristeza y decisión.
—¿”De nosotros”? ¿Quién es “nosotros”, Amanda?
Mientras tanto, Olivia seguía sentada en la sala, viendo la televisión… sin saber que todo su mundo estaba por volverse de cabeza.
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