Mi esposo duerme en el baño todas las noches – Episodio 4

No tenía idea de que mi hermana había regresado a ver a mi esposo. Yo seguía en su casa, tratando de calmar mi mente, cuando sonó mi teléfono.

—¿Bueno? ¿Caro? ¿Estás en tu casa? —era una voz conocida.

—No, sigo en casa de mi hermana —respondí.

—Pues… acabo de verla en tu casa… con tu esposo.

Me quedé helada.

—¿Te refieres… a mi hermana? —pregunté incrédula.

—Sí —confirmó la voz—. Estaban juntos, no hace mucho.

Colgué de golpe, con el corazón latiendo a mil por hora.

Intenté llamarle a mi hermana, pero su celular sonaba… ¡dentro de la casa! Lo había dejado ahí.

Sin pensarlo, me vestí y salí corriendo.

Abrí la puerta de mi hogar de un portazo… y ahí estaban.
Mi esposo… y mi hermana… sentados juntos.

—¡¿Qué demonios?! —grité—. ¡No lo puedo creer! ¿Cómo pudieron?

Ella se levantó con calma, como si hubiera estado esperando mi reacción.

—Caro, por favor, no dejes que tus emociones controlen tus actos —dijo con voz firme—. Vine porque algo en el comportamiento de tu esposo no me cuadra. Ya he visto un caso como este antes.

Me quedé en silencio, confundida y furiosa al mismo tiempo.

Ella lo miró fijamente y habló con suavidad:
—Vamos… cuéntaselo. No estoy aquí para juzgarte, sino para ayudarte.

Mi esposo bajó la cabeza, guardó silencio por unos segundos… y entonces habló.

—Después de perder mi trabajo… todo se vino abajo. Busqué por todos lados, pero nadie me contrataba. Algunas noches me iba a dormir sin comer. Hasta que alguien me presentó… la idea de vender mi s.p.e.m.

Yo parpadeé, sin comprender del todo.

—Así sobreviví antes de casarnos. Con eso pagué la boda… esta casa… todo.

Giré lentamente hacia mi hermana, y luego volví a mirarlo a él, sintiendo un frío extraño recorriéndome el cuerpo.

Él siguió:
—Algunos días ni siquiera vendo… solo voy al baño… para tocarme. Se volvió un hábito… una adicción. En el fondo quiero dejarlo… pero no sé cómo.

Su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a caer.

Me acerqué despacio… y lo abracé. Por primera vez entendí el peso que había estado cargando.

Mi hermana lo miró con compasión y dijo:
—Querer dejarlo no es suficiente. Tienes que cortar todo contacto con esos compradores. No alimentar más esa urgencia. Pasar tiempo con tu esposa. Ser honesto. Recuperarte poco a poco. Si no, vas a seguir girando en el mismo círculo.

Él asintió, con los ojos enrojecidos.
—Lo intentaré… haré todo eso.

—Perdóname… por no escucharte antes —le susurré.

Él sonrió entre lágrimas, y por primera vez en mucho tiempo… sentí paz.

Platicamos un rato más, y luego mi hermana se despidió.

Esa noche, mientras dormíamos, su teléfono se iluminó.

Un mensaje. Era del casero:
“Tu renta está vencida. Mañana en la tarde pasaré por ella, tenla lista.”

Felix lo leyó… y el sueño se le fue por completo.

Minutos después, otro mensaje… y luego una llamada. Era el comprador.

La ignoró.
Pero el teléfono volvió a sonar.

Me miró… yo seguía dormida.
Se levantó con cuidado y contestó.

—Felix —dijo la voz al otro lado—, hay un trato grande esta noche. Pago triple. Te llamé primero. Si no quieres, se lo paso a otro.

Felix se quedó inmóvil. La mano le temblaba. El peso de la renta, las cuentas, su orgullo… todo aplastándolo.

Respiró hondo.
—Voy para allá —respondió al fin.

Colgó.
Se quedó de pie, en silencio, y murmuró para sí mismo:
—Será la última vez… solo la última.

Entró de nuevo al cuarto, me miró…
Y justo cuando iba a girar hacia el baño…

Me estiré, abrí los ojos y dije:
—¿Amor?

Continuará…