Llevo varias noches sin poder dormir. Hay algo extraño en el comportamiento de papá estos últimos días. Cuando me siento en la sala, siento su mirada… una mirada que me incomoda.

No quiero pensar mal, no quiero tener malas ideas. Es mi padre, él me crió. Pero no puedo evitar el miedo que siento cada vez que lo sorprendo mirándome fijamente, para luego apartar la mirada como si nada hubiera pasado.

Por eso, esa noche me sobresalté al escuchar tres fuertes golpes en la puerta de mi habitación.

Tok. Tok. Tok.

“Hija… ábrele a papá.” Me helé. Eran las dos de la madrugada. ¿Qué hacía allí?
“Hija, solo un momento… déjame entrar.”

Me levanté de la cama con las piernas temblorosas. Mil pensamientos me invadían: quizás lo que temía era cierto. Quizás esta noche… No sabía si debía tener miedo o romper en llanto.

Me acerqué a la puerta, y justo antes de tocar el picaporte, escuché de nuevo su voz. Pero era diferente. Más grave. Más afilada. Como la de papá… pero no lo era.
“Ábreme, hija. No me hagas esperar.”

Se me erizó la piel. Esa no era la voz de papá. Había alguien más detrás de la puerta. Retrocedí de inmediato, conteniendo la respiración. Me senté en el borde de la cama y tomé la manta. No sabía qué hacer… ¿esconderme? ¿gritar?

De pronto escuché una voz baja desde la esquina del cuarto.
“Hija… no hagas ruido.”

Me giré. Vi a papá, de pie, agachándose con cuidado para no hacer ruido. Su rostro reflejaba miedo.
“Yo también lo escucho,” susurró. “No abras la puerta.”

Lágrimas corrieron por mis mejillas, confundida y aterrada. Entonces… durante días había algo que se hacía pasar por mi padre. Y mi papá, el verdadero, también estaba muerto de miedo, igual que yo.

Afuera de la puerta, los golpes ya no eran suaves: ahora intentaban derribarla.


El Fuerte Grito de la Puerta

¡BANG!
El polvo saltó cuando la puerta fue golpeada otra vez. La cerradura crujía, a punto de romperse con cada patada.

“Ábrelaaaaa…” dijo una voz ronca, alargada, como si dos personas hablaran al mismo tiempo. Una era como la de papá, la otra… profunda, como salida del inframundo.

Grité, pero mi verdadero papá rápidamente tapó mi boca con su mano.
“¡Shhh! No mires la puerta, hija. No te acerques. Pase lo que pase, no.”

Mi corazón latía con fuerza. Sentía cómo el aire frío giraba dentro del cuarto, y el bombillo del techo parpadeaba como si una presencia oscura estuviera cerca.

El Secreto que Él Siempre Ocultó

Papá me miró, temblando los labios.
“Esto lo sé desde hace tiempo. Desde que eras niña, esa cosa nos sigue. Imita mi voz, mi forma. Por eso, a veces, cuando te miro fijamente… no estoy seguro si aún eres tú o si ya es ella.”

Me helé. El ambiente se volvió denso y pesado.

¡BANG! ¡CRACK!
La puerta ya tenía grietas.

“Hija, escúchame,” dijo papá, apretando fuerte mi mano.
“Cuando se rompa la puerta, correremos por la ventana. No te acerques a él aunque tenga mi cara. Yo correré a la derecha, él a la izquierda. Sigue al verdadero yo.”

La Entrada del Ser

Una última patada —¡BLAG!— y la puerta se abrió de golpe.

Y allí lo vi… a papá.
Y otro papá a mi lado.

Misma cara. Misma ropa. Misma voz.

“¡Hija, ven!” gritaron al unísono.

Solté la manta. Ya casi no podía respirar del terror.

La Elección

Sabía que no tenía tiempo. Vi los ojos de uno—rojos, como encendidos en la oscuridad. El otro, con lágrimas en los ojos y manos temblorosas.

Sin pensarlo, me aferré al verdadero papá y juntos saltamos por la ventana.

Mientras caíamos sobre la hierba fría del jardín, escuché un grito desgarrador desde la habitación—ya no era voz humana, sino una risa demoníaca, humillada.

Epílogo

Esa noche pasó como una pesadilla que no quiero recordar. Nos mudamos, dejamos todo atrás y nunca volvimos a abrir esa vieja habitación.

A veces, cuando la noche está muy silenciosa, aún escucho tres golpes pesados en mi mente.

Tok. Tok. Tok.
“Es mi padre…” susurra el recuerdo.

Y en cada una de esas noches, valoro aún más cada abrazo del verdadero papá—porque ya sé cuán aterrador es no tener certeza de quién está al otro lado de la puerta.

Final Abierto:
La historia deja un espacio ambiguo — esa entidad aún no ha desaparecido por completo, solo está esperando… una nueva oportunidad.