No confíes en ella. La viuda visitó a su hermana, pero el loro reveló un secreto terrible sobre su

difunto esposo. Después de la muerte repentina de su esposo en un extraño accidente, Remedios

no tiene a dónde ir y toca la puerta de su hermana Estela, con quien apenas ha hablado en 5 años. Pero desde el momento

en que Estela abre la puerta, algo no está bien. Su mirada es de pánico, como

si esa visita fuera lo último que deseaba. En la casa hay un loro que

observa a remedios con intensidad perturbadora y de repente el ave habla con la voz

exacta de su esposo muerto, diciendo cosas que solo él sabía.

Cada frase que repite el loro es más inquietante que la anterior. Advertencias, discusiones, secretos

enterrados. Estela intenta desesperadamente callar al animal, pero ya es demasiado tarde

porque ese loro estuvo presente la noche que el esposo murió y grabó

absolutamente todo. Ahora, mientras Remedios escucha las revelaciones una por una, comprende que la muerte de su

esposo no fue un accidente y que su propia hermana sabe mucho más de lo que

admite. Qué secretos terribles esconde Estela. ¿Qué fue lo que realmente pasó

esa noche fatal? Cuéntanos aquí abajo en los comentarios cómo te llamas. Es un

gran placer tenerte aquí escuchando nuestras historias. Dale click al botón de me gusta y vamos con la historia.

El autobús dejó a remedios en la entrada del pueblo cuando el sol apenas comenzaba a caer detrás de las montañas

de Chiapas. Llevaba dos maletas viejas, una bolsa con ropa de sus hijos y un

dolor en el pecho que no la dejaba respirar bien desde hacía tres semanas. Tres semanas desde que habían encontrado

a Tomás al fondo del barranco, con el cráneo roto y la camisa desgarrada, tres

semanas desde que el mundo se le había vuelto oscuro y frío, y cada noche despertaba creyendo escuchar su voz

llamándola desde la cocina. No tenía a dónde ir. La casita que rentaban en San

Cristóbal había sido desalojada porque no pudo pagar dos meses seguidos. Sus

padres habían muerto años atrás. Los vecinos la miraban con lástima, pero nadie ofrecía ayuda real. Solo quedaba

Estela, su hermana mayor, la misma con quien apenas había hablado en los últimos 5co años desde aquella pelea

absurda en la boda de un primo, donde se dijeron cosas que nunca debieron decirse. Pero remedios no tenía

opciones. Cargó a Lupita en un brazo, la niña de 4 años que no paraba de llorar,

y tomó la mano de Julián, el niño de siete, que caminaba en silencio, con los

ojos hinchados de tanto llorar por su papá. Caminó por el sendero de tierra hasta la casa de Adobe con techo de

tejas rojas que Estela había heredado de una tía. La casa estaba al final del

pueblo, rodeada de árboles de pino y encino, con un pequeño huerto descuidado

y una cerca de madera podrida. Remedios tocó la puerta tres veces, escuchó pasos

apresurados adentro, luego silencio. Volvió a tocar. La puerta se abrió

apenas una rendija. Estela asomó el rostro pálida como la cal, con los ojos

muy abiertos. Tenía el cabello recogido en una trenza despeinada y la blusa mal

abotonada, como si se hubiera vestido deprisa. “Remedios”, susurró Estela. No era un

saludo, era una constatación, casi un reproche. “Necesito quedarme unos días”, dijo

Remedios con la voz quebrada. No tengo a dónde ir, Tomás. Tomás murió.

Estela no se movió. Sus dedos apretaban el marco de la puerta con tanta fuerza

que los nudillos se le pusieron blancos. Su boca se abrió, pero no dijo nada.

Miró a los niños, miró las maletas, miró de nuevo a remedios y algo en su expresión cambió. Un destello de pánico

cruzó su rostro como si la visita de su hermana fuera lo peor que podía pasar en ese momento.

¿Cuándo murió?, preguntó Estela y su voz temblaba. Hace tres semanas se cayó por

el barranco cerca del cerro de Santa María. Dicen que fue un accidente.

Estela tragó saliva. Su respiración se volvió irregular. ¿Y por qué vienes aquí? Porque eres mi hermana, respondió

Remedios. sintiendo que las lágrimas volvían a brotar. “Porque no tengo a

nadie más.” Estela cerró los ojos un momento, como si estuviera tomando una

decisión terrible. Finalmente abrió la puerta, pero no sonó, no la abrazó, solo

se hizo a un lado, dejando pasar a remedios y a los niños con una rigidez que helaba los huesos. La casa olía a

humedad y a algo más, algo metálico y extraño que remedios no supo identificar. El interior estaba en

penumbra, con cortinas gruesas que apenas dejaban pasar la luz del atardecer. Había muebles viejos

cubiertos con telas raídas y un aparador lleno de santos y veladoras que

titilaban en la oscuridad. Estela cerró la puerta con seguro, como si temiera

que alguien más fuera a entrar. “Puedes quedarte en el cuarto de atrás”, murmuró

Estela sin mirarla. “Pero no toques nada. No, no revises las cosas. Remedios

frunció el ceño. ¿Por qué habría de revisar tus cosas? Estela no respondió,

solo caminó hacia la cocina con pasos rápidos y remedios la siguió con los niños aferrados a sus piernas. Fue

entonces cuando lo vio. En una jaula grande de metal colgada junto a la ventana de la cocina había un loro de

cabeza amarilla y plumaje verde brillante. El ave estaba completamente

quieta, con la cabeza ladeada, observando a remedios con una intensidad perturbadora. No se movía, no grasnaba,

solo miraba. ¿Desde cuándo tienes un loro?, preguntó remedios tratando de romper el silencio incómodo. “Es de hace

tiempo”, dijo Estela con una voz que sonaba forzada. “Repite todo lo que

escucha, a veces da miedo lo bien que imita las voces, pero es inofensivo.” El

loro seguía mirando a remedios y entonces, sin previo aviso, inclinó la

cabeza y emitió un sonido que el heló la sangre de la viuda. Era la voz de Tomás.

Remedio, mi remedio. La voz era perfecta, el tono, la calidez, la forma

en que su esposo pronunciaba su nombre con tanto cariño. Remedio soltó un grito ahogado y retrocedió tropezando con una

silla. Estela se lanzó hacia la jaula y cubrió al loro con una tela oscura. No

le hagas caso! Gritó Estela con un temblor en la voz. Ya te dije que repite

todo. Debe haber escuchado a alguien por ahí. Pero Remedios no podía moverse. Sus

piernas no respondían porque esa frase, mi remedio, era algo que solo Tomás le