14 de julio de 1941, Orsa, Bielorrusia. El aire huele a

diésel y a muerte. Las tropas alemanas acababan de tomar la ciudad apenas dos horas antes. Soldados de la Vermacht

descargaban municiones, fumaban cigarrillos, limpiaban sus rifles. La victoria sabía dulce, demasiado dulce.

Nadie notó los camiones soviéticos ocultos entre los árboles calcinados a 3

km de distancia. Nadie escuchó las órdenes susurradas en ruso. Nadie vio

cuando los tubos de acero se elevaron hacia el cielo gris. Entonces el infierno cayó del cielo, un silvido

agudo, penetrante, como si mil demonios aullaran al mismo tiempo. Los soldados

alemanes levantaron la vista. Demasiado tarde. El cielo se rasgó en llamas. 84

cohetes descendieron sobre Orsha en 10 segundos. 10 segundos. El metal se

derritió. Los camiones explotaron como juguetes. Los cuerpos volaron por los

aires envueltos en fuego. La tierra tembló como si el propio infierno hubiera abierto sus puertas. Cuando el

humo se disipó, no quedaba nada. Solo cenizas, solo silencio, solo terror

absoluto. El general Franz Halder, jefe del Estado Mayor alemán, escribió esa

noche en su diario con mano temblorosa. Los rusos han empleado un arma

desconocida hasta ahora, una tormenta de fuego que no podemos explicar. Los

supervivientes hablaban en susurros de un sonido, un aullido que congelaba la

sangre. Los órganos de Stalin lo llamarían después. Pero esa noche solo

sabían que algo había cambiado. La guerra ya no sería la misma. Esto no era

artillería convencional, esto era venganza convertida en acero y fuego. Y

el hombre que acababa de autorizar su uso apenas 24 horas antes de la invasión

nazi observaba desde el Kremblin con ojos de hielo. Josf Stalin acababa de

soltar a su demonio, y el mariscal Georgi Shukov lo convertiría en la pesadilla más oscura de la Vermacht.

Esta es la historia del arma secreta que cambió la guerra. El arma que Hitler

nunca pudo copiar. El arma que tocó la marcha fúnebre del tercer Reich. Junio

de 1941. La operación barbarroja acababa de comenzar. 3 millones de soldados

alemanes cruzaban la frontera soviética como una avalancha de acero y muerte.

Los pancers aplastaban todo a su paso. Las divisiones soviéticas se

desintegraban en horas. Stalin observaba los mapas en el Kremlin mientras las

líneas rojas retrocedían. Minsk caería en días, Smolensk en

semanas, Moscú en meses. La máquina de guerra nazi parecía imparable. Pero en

los sótanos secretos de una fábrica en Moscú, un grupo de ingenieros trabajaba en algo que Hitler jamás imaginaría. Un

arma tan brutal, tan devastadora, que Stalin había dudado en aprobarla. Hasta

ese momento, el proyecto BM13 había nacido en las sombras. Cohetes de

combustible sólido montados en camiones. Nada elegante, nada sofisticado, pero

letal. terriblemente letal. Durante 3 años, los ingenieros habían

perfeccionado el diseño en absoluto secreto. Solo siete prototipos existían

cuando los alemanes cruzaron la frontera. Siete máquinas que podían disparar 16 cohetes en 10 segundos.

Siete máquinas que podían igualar el poder de fuego de 70 cañones pesados.

Stalin firmó la orden de producción masiva el 21 de junio de 1941,

un día antes de la invasión, como si supiera que la iba a necesitar. Pero

antes de continuar con esta historia, necesito pedirte algo. Si este relato te

está atrapando, si quieres conocer cómo esta arma cambió el destino de la guerra, presiona el botón de

suscripción, dale like a este video porque lo que viene a continuación es la

historia más brutal y épica del Frente Oriental. Y necesito saber que hay

alguien del otro lado que quiere escucharla. Déjame en los comentarios desde qué país y ciudad nos estás

viendo. Quiero saber dónde están los verdaderos fanáticos de la historia

militar. Los que no se conforman con documentales aburridos. Los que quieren

sentir la guerra. Porque esto no es un documental. Esto es un viaje al infierno

congelado, a las trincheras donde los hombres rezaban antes de morir, a los campos de batalla donde la nieve se

teñía de rojo, a los momentos en que comandantes desesperados tomaban

decisiones que salvarían o condenarían a miles. Y en el centro de todo, un arma,

un arma tan secreta que cada lanzador llevaba explosivos para autodestruirse

antes de caer en manos enemigas. Un arma que los alemanes llamarían los

órganos de Stalin. Un arma que Shukov usaría para romper el espinazo de la

Vermact. Ahora respóndeme en los comentarios desde dónde nos ves, ciudad

y país. Y dime, ¿conocías esta arma antes de este video? Porque lo que está

a punto de venir te va a dejar sin aliento. La historia del capitán Iván

Fliorov, el hombre que disparó los primeros cohetes, el hombre que moriría

antes que revelar el secreto, el hombre cuyo sacrificio abriría las puertas del

infierno para los nazis. Prepárate porque vamos a entrar en la tormenta. 28

de junio de 1941. 4 días después de la invasión, el

capitán Iván Andrejevich Florov recibió una orden que cambiaría su vida y la

terminaría. Una llamada telefónica, voz metálica, sin nombres, sin

explicaciones, solo coordenadas. Un almacén secreto en las afueras de Moscú.

Fliorov era un hombre curtido, veterano de la guerra de invierno contra Finlandia. Conocía el sabor de la

derrota, el olor de los camaradas muertos congelados en la nieve, pero nada lo preparó para lo que vio cuando

las puertas del almacén se abrieron. Siete camiones, seis,