Casada con su enemigo
Versión en tercera persona
La luna de miel debía ser un sueño. Pero para Valeria, esa primera noche en la suite frente al mar sería el comienzo de su peor pesadilla.
Vestía aún su bata blanca de seda, recién salida del baño, con los ecos de los aplausos en su mente y el recuerdo del vestido nupcial flotando como un suspiro feliz. Se acercó a su esposo con una sonrisa inocente, acariciando su mejilla con ternura.
—No puedo creer que ya somos marido y mujer —murmuró con dulzura.
Alejandro le devolvió la mirada, pero sus ojos estaban vacíos, duros. Había una frialdad desconocida en su expresión, un muro que ella no había querido ver hasta entonces.
—¿De verdad crees que esto es amor, Valeria? —preguntó, apartando su mano sin miramientos.
La frase la golpeó como un puñetazo en el pecho. Se quedó inmóvil, helada.
—¿Cómo que si lo creo? —preguntó, apenas conteniendo el temblor en su voz—. Te amo, Alejandro. Me casé contigo porque… pensé que tú también…
Él soltó una risa áspera, seca, como si le hubieran contado un chiste cruel.
—¿Amor? Qué palabra tan ingenua. Yo no me casé contigo por amor.
El aire abandonó sus pulmones. Sintió que el mundo giraba y la traición le partía el alma.
—No entiendo… ¿por qué dices eso?
Alejandro la miró directo, sin pestañear. Su sonrisa era una herida abierta.
—Porque esto no es un matrimonio. Es una venganza.
La palabra cayó como un trueno. Valeria retrocedió un paso, sus rodillas se doblaban, pero se mantuvo de pie, apenas.
—¿Venganza? —susurró, incrédula.
Él se acercó con paso lento, el vaso de whisky en la mano. Se inclinó hacia ella, tan cerca que pudo oler el licor en su aliento.
—Tu padre me lo quitó todo —escupió con rencor—. Me arruinó la vida, me hundió en la miseria. ¿De verdad pensaste que yo iba a olvidarlo? Casarme contigo es mi forma de devolverle el golpe.
Valeria llevó una mano a la boca, como si intentara contener un grito. Las lágrimas quemaban en sus ojos, pero aún no caían.
—¿Estás diciendo que nunca… nunca me amaste?
Él no dudó. Su respuesta fue tan tajante como una sentencia.
—Nunca.
Sintió que algo se quebraba dentro de ella. El hombre que había creído su destino, su refugio, resultaba ser su verdugo.
Pero no se cayó. No se rompió. No frente a él.
Apretó los puños con fuerza, tragándose el dolor como quien se traga sangre.
—Pues prepárate, Alejandro —dijo en voz baja, con una firmeza nueva—. Porque si pensaste que yo iba a ser tu marioneta… te equivocaste.
Él alzó una ceja, divertido, confiado. Había subestimado a Valeria.
—Eso lo veremos, esposa.
Y en ese momento, ella lo entendió todo: su matrimonio no sería una historia de amor… sino una guerra.
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