En la primavera de 1945, cuando Europa agonizaba bajo el peso de 6 años de guerra devastadora, dos

hombres se preparaban para ejecutar la operación militar más despiadada y eficiente de toda la Segunda Guerra

Mundial. Joseph Stalin, el dictador de acero de la Unión Soviética, y Georgi Sucov, el mariscal que nunca había

perdido una batalla, estaban a punto de demostrar al mundo entero que la máquina de guerra nazi, considerada invencible

apenas 4 años antes, podía ser completamente aniquilada en menos tiempo del que toma ver una película dos veces

seguidas. Lo que sucedió en esas 48 horas no fue simplemente una batalla,

fue un huracán de fuego, acero y furia contenida que había esperado 4 años para desatarse. Fue la venganza de 27

millones de soviéticos muertos. Fue el momento en que 190,000 soldados de la CSS, la élite más fanática y brutal del

tercer rage, descubrieron que existía algo más aterrador que ellos mismos. Esta es la historia de como dos hombres

transformaron la rabia de toda una nación en la operación militar más letal jamás concebida. Una historia donde cada

minuto contaba, cada decisión significaba miles de vidas y donde el error más pequeño podía cambiar el

destino de la humanidad. Prepárate para conocer los detalles que nunca te han contado sobre el momento más brutal de

la guerra más sangrienta de la historia. Todo comenzó en una habitación secreta del Kremlin, tres semanas antes del

infierno. Stalin estaba de pie frente a un mapa gigantesco de Berlín, fumando su pipa lentamente, mientras sus ojos

estudiaban cada detalle con la precisión de un cirujano que examina un tumor. A su lado, Georgi Sucob permanecía inmóvil

esperando. El silencio en esa habitación era tan denso que podía sentirse en los huesos. Stalin finalmente habló y sus

palabras fueron como hielo quebrándose. Camarada Sucov, los alemanes tienen 190,000 hombres de la CSS protegiendo

los accesos sur de Berlín. Son su última línea de defensa real. Son fanáticos que

prefieren morir antes que rendirse. Quiero que me digas exactamente cuánto tiempo necesitas para eliminarlos por

completo. Sucov no vaciló ni un segundo. 48 horas, camarada Stalin, ni una hora

más. El dictador dejó escapar una risa seca, sin humor. 48 horas para destruir

190,000 soldados de élite. Eenober necesitaría dos semanas. Montomery tres.

¿Qué te hace pensar que puedes lograrlo en dos días? La respuesta de Sucob fue tan fría como el acero siberiano, porque

ellos son humanos y yo estoy dispuesto a hacer algo mucho peor. En ese momento,

Stalin supo que había encontrado al hombre correcto para ejecutar lo que sería recordado como la operación más

brutal de toda la guerra. Porque lo que Sucov estaba proponiendo no era una batalla convencional, era algo

completamente nuevo, algo que violaría cada regla tradicional de combate militar. Era una operación diseñada con

un solo propósito, matar con la máxima eficiencia posible, sin importar el costo. Pero para entender verdaderamente

la magnitud de lo que estaba por suceder, necesitamos retroceder 4 años en el tiempo, al 22 de junio de 1941,

cuando todo comenzó. Era un domingo tranquilo cuando 3 millones de soldados alemanes cruzaron la frontera soviética

en la mayor invasión militar de la historia humana. La operación barbarroja había comenzado y con ella el infierno

llegó a la Unión Soviética. La CSS, las tropas de élite de Hitler, lideraban la

carga con una brutalidad que superaba todo lo visto anteriormente en la guerra. Durante los primeros 6 meses,

los soviéticos perdieron millones de soldados. Ciudades enteras fueron borradas del mapa. Los nazis avanzaban

tan rápido que parecía que nada podía detenerlos. y las SS, vestidas de negro

y con la calavera en sus uniformes, se ganaron una reputación de crueldad que elaba la sangre incluso de los soldados

más curtidos. Sucob vio todo esto. Vio ciudades ardiendo, vio columnas

interminables de refugiados huyendo, vio a sus propios soldados siendo masacrados. Y cada imagen quedó grabada

en su mente como una fotografía que nunca se borra. Pero su cobre que se dejara paralizar por el horror. Era un

hombre que convertía el horror en combustible. Mientras otros generales entraban en pánico, su cob estudiaba, observaba cada

movimiento de la CSS, cada táctica, cada debilidad, tomaba notas meticulosas

sobre cómo atacaban, cómo se defendían, que los hacía vulnerables. Y lentamente,

operación tras operación, batalla tras batalla, comenzó a diseñar algo en su mente, un plan tan audaz, tan brutal,

que haría que la CSS deseara nunca haber puesto un pie en territorio soviético. Pasaron los años, Stalingrado llegó y

cambió el curso de la guerra. Kursk demostró que la Wermch ya no era invencible y con cada victoria soviética

su cob refinaba su plan, lo perfeccionaba, lo convertía en algo cada vez más letal. Y ahora, en la primavera

de 1945, con Berlín a la vista y las SS atrincheradas en una línea defensiva

formidable, había llegado el momento de ejecutarlo. La zona donde estaban posicionadas las 190,000 SS era un

corredor de aproximadamente 50 km de longitud en los accesos sur de Berlín. Los alemanes habían convertido cada

pueblo, cada granja, cada bosque en una fortaleza. Tenían artillería pesada,

tanques tiger y pancer, búnkers de concreto reforzado, campos minados extensos y lo más importante, tenían

soldados que habían jurado luchar hasta la muerte. Cualquier general convencional habría planeado un asedio

largo, un bombardeo extenso seguido de un avance gradual, minimizar las bajas propias, avanzar metro a metro, asegurar

cada posición. Esa era la doctrina militar estándar. Pero su cobal

y lo que estaba por hacer era cualquier cosa menos estándar. En su cuartel general, tres días antes del ataque,

Sucob reunió a sus comandantes. La habitación estaba llena de generales curtidos en batalla, hombres que habían

visto cosas que harían que personas normales perdieran la razón. Y aún así, cuando Sucob comenzó a explicar su plan,

incluso ellos sintieron un escalofrío recorrer sus espinas. “Camaradas”, comenzó Suob. Su voz era baja, pero cada

palabra cortaba el aire como una navaja. Vamos a hacer algo que ningún ejército ha intentado jamás en la historia de la

guerra moderna. Vamos a atacar con todo lo que tenemos desde todos los ángulos posibles, sin pausa, sin descanso,

durante 48 horas continuas. No habrá rotación de tropas, no habrá pausas

tácticas, será un ataque continuo, ininterrumpido, como una ola gigantesca

que no se detiene hasta que todo queda destruido a su paso. Uno de los generales levantó la mano. Su rostro

mostraba preocupación. Mariscal Sucob, nuestros hombres no pueden mantener un ataque continuo durante dos días sin

descanso. Es físicamente imposible. Suop se acercó a él lentamente. Sus ojos

eran como túneles hacia algo oscuro y terrible. Físicamente imposible. Dígame,

general, ¿era físicamente posible sobrevivir al asedio del eningrado durante 900 días? ¿Era físicamente