Anciana encuentra a un niño supuestamente sin vida, tirado en medio

de un sendero abandonado. Cuando se acerca, temblando de miedo, nota un

detalle impactante en el niño que la hace esconderse de inmediato, aterrorizada.

“Dios mío, mi niño, ¿estás vivo? ¿Qué te pasó?”, gritó Bárbara, empujando con

cuidado el cuerpo de un muchacho visiblemente herido, que estaba tendido

en el suelo, recostado contra el tronco de un árbol grueso cubierto de musgo.

Era posible ver algunas marcas en el niño que parecía haber recibido una brutal paliza. La señora se arrodilló.

Sus manos temblaban. El aire del bosque parecía haberse esfumado de repente.

Miró a su alrededor asustada con el corazón desbocado. No sabía qué hacer

primero, correr a buscar ayuda o intentar cargar al muchacho. Además, su

cabeza daba vueltas por el miedo de que quien hubiera hecho aquello todavía

estuviera por allí. ¿Quién te hizo esto, mi niño? dijo completamente aterrada y con los

ojos llenos de lágrimas. Por un momento pensó en salir corriendo

por el sendero, donde minutos antes solo daba un paseo tranquilo, buscar señal en

el celular y llamar a la policía. Pero el cuerpo frágil del pequeño bajo ella,

gimió suavemente con el rostro cubierto de tierra. Antes de que tomara cualquier decisión,

escuchó una voz casi apagada salir de los labios partidos del chico.

“Escóndete, él todavía está por aquí. Escóndete”, murmuró con la respiración débil y la

voz perdiéndose entre los sozos. Doña Bárbara sintió el corazón saltar en

su pecho. Por un lado, se alivió al saber que estaba vivo, pero sus palabras

le helaron la sangre en las venas. Si el monstruo que había hecho eso a un niño

indefenso aún seguía allí, ella también corría peligro. Aún así, si huía y lo

dejaba, el pequeño seguramente moriría allí mismo.

Dios mío, ¿qué hago ahora? Susurró mirando a los lados, sin saber

si el próximo sonido sería del viento o de pasos. El pequeño tosiendo levantó la

mano con esfuerzo y señaló una dirección entre los árboles. Allí él todavía está por allí. Cuidado.

Bárbara frunció el ceño sin entender qué quería decir el chico, pero entonces oyó

el inconfundible sonido de hojas siendo pisadas. Alguien andaba por allí. El

ruido era pesado, arrastrado, como si más de una persona atravesara la vegetación. El corazón de la señora se

aceleró. Recordó las palabras que el niño había dicho minutos antes.

Escóndete. Y no lo pensó dos veces. No te muevas. Intenta quedarte

quietecito. Ya vuelvo. Perdóname. Le dijo al niño casi susurrando.

Se levantó tan silenciosamente como pudo y corrió en pasos cortos hasta una gran

roca cercana, lo suficiente para ocultar su cuerpo detrás de ella. Allí se

encogió cubriéndose la boca con las manos para contener el sonido de su respiración.

Unos segundos después escuchó voces masculinas. Dos, eran graves y los hombres parecían

discutir algo. No lograba entender lo que decían, pero una palabra se destacó

entre los murmullos. David. Bárbara contuvo el aire, así que ese era

el nombre del chico. Y fue entonces cuando vio entre una abertura de la

piedra lo que más temía. Los hombres levantando al muchacho y alejándose con

él. Las voces se fueron apagando por unos instantes, luego volvieron arrastradas como si tiraran de algo

pesado. La señora se encogió aún más detrás de la roca, sudando frío hasta

que el sonido de los pasos comenzó a desaparecer. Cuando todo quedó en silencio y solo el

viento movía las hojas de los árboles, respiró profundo y salió lentamente de

su escondite. Su cuerpo temblaba. Miró a los lados, pero no vio a nadie. El suelo estaba

revuelto. Ramas rotas y huellas indicaban que alguien realmente había

estado allí. “Señor, ¿y ahora qué hago?”, murmuró caminando de un lado a otro en

medio del sendero. No sabía si debía seguir los rastros, volver al pueblo o

intentar encontrar algún lugar con señal. El miedo a cruzarse con esos hombres era enorme, pero la idea de

dejar al niño en sus manos la atormentaba aún más. De repente recordó

el gesto que David hizo señalando una dirección antes de ser llevado.

Eso es, gritó la señora e inmediatamente se tapó la boca asustada por el sonido fuerte

que había resonado. Respiró hondo y continuó el razonamiento solo en

pensamiento. Si sigo en la dirección que él señaló, tal vez sea hacia donde lo estaban

llevando o quizás el lugar de donde venía. Puedo avisar a la policía y

llevarlos directo hasta allí. Decidida, doña Bárbara comenzó a caminar

con cautela por el medio del bosque. Cada paso era lento. La mirada barría el

suelo cubierto de hojas secas. El silencio era tenso, roto solo por el

sonido distante de un pájaro. Siguió así durante unos minutos, guiándose por el

recuerdo del gesto débil del niño. Mientras tanto, algunos metros más

adelante, David era cargado en la espalda de un hombre alto, vestido con

ropas oscuras y llenas de barro. El chico apenas podía mantener los ojos

abiertos, pero miró hacia atrás en dirección a donde había visto a la mujer. Con la poca fuerza que le

quedaba, susurró, “Ayúdame.” Las palabras salieron débiles, casi

tragadas por el sonido del viento. Enseguida, la oscuridad lo envolvió y el

pequeño perdió el conocimiento. Cuando volvió a abrir los ojos, el mundo

a su alrededor había cambiado por completo. Su cuerpo ya no dolía. Ninguna