A finales del siglo XIX, la gente solía ver a una anciana caminando sola por Wall Street, en Nueva York.

Avanzaba con pasos pesados, envuelta en un viejo vestido negro desteñido, sucio y desgastado. Llevaba consigo una caja con su frugal almuerzo, normalmente galletas o avena seca. La mujer, de rostro frío y vestimenta extraña, era conocida como “la Bruja de Wall Street”. Su nombre era Hetty Green, y llegó a poseer una fortuna equivalente a 4.500 millones de dólares ajustados al valor del año 2016, siendo considerada la mujer más rica de Estados Unidos en su época.

CONSTRUYENDO UNA FORTUNA DE BILLONES

Hetty Green nació en 1834 y era hija única de una familia acaudalada dedicada al negocio ballenero en New Bedford, Massachusetts. Debido a la frágil salud de su madre, su cuidado quedó principalmente en manos de su padre y de su abuelo. Ambos le enseñaron a administrar dinero desde muy joven. Cada noche, en lugar de cuentos infantiles, le leían reportes del mercado bursátil.

Hetty demostró ser una financiera nata. A los 8 años abrió su primera cuenta bancaria, y a los 13 ya llevaba la contabilidad completa de la empresa familiar. Aunque era una estudiante mediocre en la mayoría de materias, su talento para los números era indiscutible. Su letra era desordenada y cometía faltas de ortografía, pero entendía a la perfección las cifras que escribía. Más importante aún: sabía cómo hacerlas crecer.

La familia y la escuela le inculcaron una idea fundamental: no se necesita mucho para vivir, y el propósito de ganar dinero es ahorrarlo, no gastarlo.

En su vigésimo cumpleaños, su padre le regaló un armario lleno de vestidos caros, valorados en 1.200 dólares, con la intención de que atrajera a hombres ricos. Sin embargo, Hetty sorprendió a todos vendiendo toda la ropa para invertir el dinero en bonos del gobierno.

Su verdadera carrera financiera comenzó cuando heredó unos 7 millones de dólares tras la muerte de su padre en 1865, cuando tenía 31 años.

A partir de entonces empezó a firmar contratos inmobiliarios enormes, comprar y vender ferrocarriles, y otorgar préstamos. Era especialmente hábil para prosperar en tiempos de crisis: compraba acciones en caída libre, propiedades embargadas y otorgaba créditos gigantescos. Se convirtió en una estratega brillante y también en una temida prestamista.

“No hay ningún gran secreto para hacerse rico”, diría más tarde. “Solo hay que comprar barato y vender caro, actuar con austeridad, inteligencia y persistencia”.

Durante la Guerra Civil, el gobierno de Abraham Lincoln emitió bonos para financiar el conflicto. Al terminar la guerra en 1865, casi todos los inversionistas desconfiaban de la recuperación económica, y los bonos se desplomaron. Hetty ignoró todas las críticas y compró bonos masivamente. Finalmente, Estados Unidos se recuperó, y los bonos subieron, permitiéndole ganar 1,25 millones de dólares en menos de un año.

Otra de sus jugadas más famosas fue invertir en compañías ferroviarias. Tras la guerra, el país necesitaba reconstruir su infraestructura y el ferrocarril era prioridad. Hetty compró acciones y participaciones en grandes líneas, cuadruplicando su inversión en solo unos años.

Después de estos éxitos, se dedicó casi por completo a la especulación financiera, convirtiéndose en la primera mujer inversora en Wall Street y pionera del estilo de “inversión de valor” que hoy representa Warren Buffett.

La gente la veía a diario con su vestido negro, largo y maloliente, viajando en transporte público desde el apartamento alquilado hasta el Chemical National Bank. Incluso cuando ganaba millones, jamás mostraba una sonrisa.

Para poder ejecutar maniobras de inversión a gran escala en cualquier momento, siempre mantenía millones en efectivo o propiedades fácilmente liquidables.

Cuando murió en 1916, dejó 100 millones de dólares en efectivo, además de más de 6.000 propiedades, entre ferrocarriles, hoteles, edificios de oficinas, teatros, iglesias e incluso cementerios. Su fortuna total, unos 200 millones de dólares de la época, equivaldría a 4.500 millones hoy. Era más rica que J. P. Morgan, quien murió tres años antes dejando 80 millones. Incluso superaría hoy a Warren Buffett.

Su familia pertenecía a la Iglesia Cuáquera, que predicaba austeridad y sencillez. Hetty estudió en un internado para niñas cuáqueras, donde las ricas convivían con las pobres. La escuela esperaba enseñar humildad a las adineradas, pero en Hetty solo reforzó una idea: se puede vivir con muy poco, y lo demás debe ahorrarse.

UNA TACAÑERÍA CRUEL

Su tacañería extrema surgió temprano. Cuando su tía Sylvia Howland murió en 1868 y dejó dos millones a obras de caridad, Hetty se indignó y falsificó un testamento para reclamar toda la herencia. El fraude fue descubierto en tribunales y perdió el caso. Fue una de las pocas derrotas que aceptó.

La avaricia la llevó a actos crueles. Sus hijos vivieron como pobres pese a su inmensa fortuna. Su hija Sylvia vestía ropa vieja y dormía en una cama minúscula junto a su madre.

Su hijo Ned sufrió aún más. A los 10 años fue atropellado por un trineo y se lesionó la pierna. Hetty lo llevó a un hospital para pobres para no pagar un hospital privado. Cuando los médicos la reconocieron y exigieron el pago, ella decidió tratar la pierna en casa con “aceite de algas marinas”. La infección se agravó. Finalmente, tras una caída, su padre intervino, llamó a un médico y Ned tuvo que ser amputado.

AMORES FALLIDOS

Hetty desconfiaba de todos los hombres, convencida de que querían su fortuna. A los 33 años aceptó casarse con Edward Henry Green, un empresario de recursos modestos. Firmó un acuerdo prenupcial que impedía a Edward heredar sus bienes. Tuvieron dos hijos, Ned y Sylvia, pero Hetty insistió en mantener la independencia financiera. La tensión llevó a que Edward se marchara del hogar y, arruinado, solo recibió una mínima ayuda durante su enfermedad terminal.

Tras su muerte, Hetty vistió un único vestido negro de viuda para el resto de su vida, consolidando su imagen siniestra en Wall Street y ganándose para siempre el apodo de “Bruja de Wall Street”.

UNA VIDA DE MIEDOS Y AHORROS

Hetty vivía en apartamentos baratos, sin calefacción, cambiando constantemente de domicilio para evitar periodistas, cobradores de impuestos y ladrones. Dormía con un revolver bajo la almohada y llevaba atado al cuello un manojo de llaves de sus cajas de seguridad.

A los 81 años murió tras una vida de extremos. Su hijo Ned intentó limpiar su imagen mencionando supuestas donaciones, pero no existía ninguna.

LOS HIJOS REBELDES

Tras la muerte de Hetty, Sylvia siguió viviendo austeramente. Ned, en cambio, se casó con una prostituta llamada Mabel y comenzó a gastar sin límites. Compró una isla, construyó una mansión y financió experimentos científicos. Murió en 1936, dejando la fortuna a su hermana.

Sylvia, una mujer tímida y poco sociable, tomó entonces una decisión sorprendente: donó su fortuna, equivalente a 443 millones de dólares, a obras de caridad cuando murió en 1951.