Cuatro historias reales de terror.

La luz roja de Évano.

En los confines de Évano, San Luis

Potosí, donde la oscuridad del campo se

traga la luz del día sin resistencia.

Una pareja de recién casados estaba a

punto de descubrir que no todos los

misterios nocturnos tienen explicaciones

reconfortantes.

Los abuelos habían arribado al pueblo

apenas semanas atrás, escapando de la

miseria que los perseguía en su tierra

natal. No conocían a nadie, no entendían

las costumbres locales y, sobre todo, no

comprendían las advertencias veladas que

algunos lugareños murmuraban sobre

lo que se movía en la noche.

El fenómeno comenzó la primera semana.

Cada noche, cuando el abuelo regresaba

de su trabajo en los campos petroleros,

la veía una lucecita roja flotando en la

distancia,

balanceándose de lado a lado con un

movimiento hipnótico como péndulo

suspendido en el vacío

de la oscuridad rural.

O era una luz eléctrica.

El pueblo apenas tenía electricidad en

las casas principales y aquella luz

aparecía siempre en el mismo camino

desolado,

moviéndose con vida propia, avanzando

lentamente como si buscara algo o a

alguien.

El abuelo se lo mencionaba a su esposa

cada noche. Ella, mujer práctica forjada

en el escepticismo, lo despachaba con

explicaciones mundanas.

Faros de algún vehículo distante,

reflejos engañosos, cansancio, jugando

trucos visuales después de jornadas

agotadoras, etcétera.

Pero la noche que cambió todo, el abuelo

no aceptó más negaciones.

Vieja, véngase a ver la lucecita que le

digo.

Esta vez la urgencia en su voz hizo que

ella dejara sus labores y saliera al

portal. Y ahí estaba la luz roja

flotante balanceándose con ese

movimiento antinatural que desafiaba las

leyes físicas acercándose por el camino

oscuro.

Algo en esa luz emanaba intención,

propósito, como como si supiera que

estaban observándola.

El abuelo, combinando valentía con

frustración acumulada, recogió una

piedra del tamaño de un puño. Sin

advertencia, sin miedo, la lanzó con

fuerza hacia la luz misteriosa.

El impacto resonó como golpe contra

lámina y entonces ocurrió lo imposible.

Del punto de contacto explotó una

constelación de lucecitas menores,

chispas rojas que volaron en todas

direcciones como luciérnagas