⚖️ La libra justa

En un pueblo pequeño, rodeado de campos verdes y caminos polvorientos, vivía un granjero llamado Don Matías. Todos los días llevaba su mantequilla fresca al mercado del pueblo, donde los vecinos la compraban por su sabor y calidad. Entre ellos estaba el panadero, un hombre meticuloso, orgulloso de su oficio, que todos los días llevaba pan recién horneado a Don Matías y, a cambio, compraba su mantequilla para venderla en la panadería.
Durante años, ambos mantuvieron una relación cordial. Pero un día, el panadero comenzó a sospechar: cada barra de mantequilla parecía más ligera de lo que pagaba. “Quizá mi balanza se ha descompuesto”, pensó al principio. Pero pronto se dio cuenta de que no: cada libra que pesaba en su panadería parecía perder unos gramos.
—Esto no está bien —se dijo, frunciendo el ceño—. No puedo pagar por algo que no recibo en su totalidad.
Decidido, reunió a algunos vecinos como testigos y se dirigió a la pequeña corte del pueblo, donde el juez acostumbraba a resolver los conflictos más cotidianos.
—Señor juez —comenzó el panadero, mostrando las barras de mantequilla—. Este hombre me vende menos de lo que cobro. Cada libra parece pesar menos de lo que dice la etiqueta. Exijo justicia.
Todos los vecinos murmullaron, sorprendidos por la acusación. Don Matías se levantó lentamente, con la calma que dan los años de trabajo en el campo.
—Señor juez —dijo con voz firme—, le aseguro que jamás he querido engañar a nadie.
El juez lo miró con curiosidad y le preguntó:
—Entonces, ¿cómo mide la mantequilla que vende?
Don Matías sonrió suavemente y respondió:
—Verá, señor juez… Trabajo con herramientas simples, sin balanzas precisas para pesar cada barra. Pero tengo un método que siempre ha sido justo.
El panadero arqueó una ceja, impaciente.
—¿Un método? —dijo—. Lo que quiero son medidas exactas, no cuentos.
Don Matías asintió y continuó:
—Antes de que usted comenzara a comprar mi mantequilla, yo siempre compraba pan en su panadería. Cada mañana usted me traía una libra de pan recién horneado, caliente y fragante. Lo colocaba en mi balanza, y le devolvía mantequilla por el mismo peso.
El juez, los vecinos y hasta el panadero se quedaron en silencio.
—¿Quiere decir que… cada barra de mantequilla que le he vendido corresponde exactamente al peso del pan que me daba? —preguntó el juez, incrédulo.
—Exactamente —afirmó Don Matías—. Jamás le daría menos de lo que me entregaba. Y si en algún momento mi barra parecía más ligera, es porque la mantequilla es blanda, o porque el pan a veces pesaba más de una libra con la humedad de la masa recién hecha.
Todos miraron al panadero, y por un instante, la vergüenza se reflejó en su rostro. Los vecinos se inclinaron ligeramente hacia atrás, murmurando entre ellos, mientras él se quedaba en silencio.
Finalmente, el panadero suspiró y dijo:
—Está bien… retiro mi denuncia. Jamás dudé de su honestidad, Don Matías. Solo me dejé llevar por la sospecha.
El juez golpeó el escritorio con su mazo y dijo:
—Que esto sea una lección para todos. Y que quede claro: siempre se debe actuar con prudencia antes de acusar.
Don Matías asintió, agradecido, mientras el panadero bajaba la cabeza, avergonzado, y juraba nunca más dudar de la integridad de su vecino.
🌾 Moraleja
“No hagas a otros lo que no quieres que te hagan.”
A veces, una simple sospecha puede nublar la visión de la verdad. La honestidad y la justicia no siempre se miden con balanzas o libras exactas; a veces, se refleja en actos de confianza mutua y respeto.
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