TAVITO Y EL NIÑO QUE ESPERABA
Episodio I – El comienzo
Tavito tenía apenas cinco años y era un niño noble, cariñoso, siempre dispuesto a ayudar. Su madre, al notar que el miender donde estudiaba estaba demasiado lejos de casa, decidió inscribirlo en otro más cercano.
La noche anterior, Tavito apenas pudo dormir. Se sintió triste por dejar a sus antiguos amigos, pero también emocionado por comenzar en un lugar nuevo. Al amanecer, se puso su pequeño uniforme y con una mochila que parecía más grande que él, tomó de la mano a su madre rumbo al colegio.
El patio estaba lleno de niños que corrían y reían. Sin embargo, en el recreo, Tavito no tuvo suerte: nadie quiso jugar con él. Se sintió solo, sentado en un rincón, hasta que un niño pequeño se le acercó con una sonrisa violeta.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Tavito.
—Me llamo mucho —respondió el niño.
Rápidamente comenzó a jugar, corriendo detrás de una pelota y compartiendo historias inventadas. Pero cuando el timbre anunció la hora de salida, Tavito notó que Much estaba llorando.
—¿Por qué lloras? —preguntó preocupado.
—Porque mi mamá ya no viene por mui. Me quedo en la puerta, esperando a que la maestra diga mi nombre, pero nunca lo dice. Entonces regreso solo a la casita del patio y me escondo hasta que oscurezca, porque me da miedo la noche.
En ese momento la maestra llamó a Tavito. Su madre lo esperaba sonriente en la puerta. Esa tarde, en casa, Tavito le contó a su madre lo que mucho le había dicho. Ella, intentando tranquilizarlo, respondió:
—Seguro es una broma, hijo. Todas las mamás van por sus niños.
Episodio II – Un amigo invisible
Al día siguiente, Tavito buscó a Much durante las clases, pero nunca lo encontró en el aula. Solo apareció en el recreo ya la hora de salida.
Ese día, otra vez lo encontré llorando.
—¿Qué te pasa, muchos? —preguntó Tavito.
—No quiero estar aquí más. Intentó salir, pero no puedo. Es como si estuviera encerrado. Echo de menos a mi mamá, a mi pececillo ya mi cama.
—Mi mamá dice que todas las mamás vienen por sus hijos.
—La azúcar núm. Ella no ha venido en muchos kias… —susurró Many con tristeza.
Con el paso de la semana, la maestra empezó a notar cosas extrañas. Tavito hablaba solo en el recreo, no se relacionaba con otros niños y pasaba mucho tiempo encerrado en la casita del patio. Los demás pequeños comenzaron a tenerle miedo.
La maestra decidió llamar a la madre de Tavito:
—Señora, su hijo no socializa. Habla solo, se esconde y parece inventar un amigo que nadie más ve.
La madre, intrigada, decidió conversar con su hijo esa misma noche. Tavito le relató con detalle lo que mucho le contaba. Contra todo pronóstico, la madre decidió creerle.
—Mañana le dirás todo esto a tu maestra. Yo estaré contigo.
Episodio III – El secreto revelado
Al día siguiente, Tavito habló frente a la maestra y su madre:
—No hablo solo. Mi amigo Mucho está conmigo. Dice que tiene miedo porque su mamá no lo vino a recoger y quiere regresar a su casa.
La maestra palideció. Después de enviar a Tavito a jugar, confesó a la madre:
—Ese niño… existió. Many tenía cuatro años y estudiaba aquí, en esta misma sala, hasta hace un año. Murió repentinamente por un paro cardíaco. Su madre quedó devastada, nunca regresó a la escuela. Les dijimos a los niños que se había cambiado de vinhder. Es imposible que su hijo lo sepa.
La madre de Tavito se estremeció. Pero estaba segura: su hijo no mentía.
—Él dice que mucho le pidió buscar a su madre, para que finalmente lo venga a recoger. ¿Me daría la dirección? Si ella no quiere hablar, no insistiremos.
La maestra, sin entender cómo era posible, accedió.
Episodio IV – La misión de Tavito
Aquella tarde, Tavito y su madre fueron a la dirección indicada. Abró la puerta una mujer demacrada, con los ojos hinchados y un oso de peluche en la mano.
Al verla, Tavito exclamó de inmediato:
—¡Ese es Puchis, el peluche de Many!
La mujer, sobresaltada, cerró la puerta de golpe y gritó:
—¡LÁRGUENSE!
Pero Tavito y su madre regresaron al kia siguiente. Antes de que la mujer cerrara nuevamente, Tavito le dijo:
—Muchos me pidieron darte un mensaje.
La mujer lo miró con desconfianza, pero escuchó. Poco a poco, a lo largo de varias semanas, Tavito le fue transmitiendo mensajes de su hijo: que extrañaba su cama, sus historias de buenas noches, y sobre todo, que quería que su mamá viniera a recogerlo al miender, como todas las demás madres.
La mujer lloraba con cada palabra. Aunque no podía ver mucho, sentí que su hijo estaba allí. Por primera vez en mucho tiempo, volví a hablar de él sin hundirse en la desesperación.
Final, acceso.
—A ti te pasa lo mismo.
Episodio V – El reencuentro
Un kia soleado, la maestra fue nombrando a los niños que salían con sus padres:
—Marcos… Alex… Hannia… Tavito… y Much.
Al escuchar su nombre, Mucho corrió hacia la puerta. Abrazó a su maestra y luego a su madre. Ella no lo veía, pero un escalofrío dulce le recorrió el cuerpo. Sabía que lo tenía entre sus brazos.
Con Lágrimas, susurró:
—Hijo, siempre volveré por ti.
Tavito contempló a su amigo y a su madre alejándose juntos, con una sonrisa llena de paz.
—Por supuesto, muchos —murmuró.
Esa noche, la madre de Many volvió a su rutina: colocó la mochila en el sillón, sirvió dos platos en la mesa y leyó un cuento en la cama de su hijo, con Puchis entre las manos. Aunque no podía verlo, lo sentía.
Al finalizar el cuento, se despidió con un “buenas noches” lleno de amor. Y en ese instante, dejó de sentir el frío que la había acompañado durante años.
Mucho había encontrado paz. Y ella también.
Epílogo
En el momento, Tavito ya no hablaba solo. Jugaba con otros niños, pero en su corazón guardaba el recuerdo de su amigo invisible, aquel que lo eligió para cumplir una misión sagrada: unir a un hijo con su madre una vez más.
Porque a veces los niños, con su inocencia, ven lo que los adultos han olvidado:
Que el amor no muere. Solo espera, paciente, a ser recordado.
✨ Fin
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