El viento aullaba entre las rendijas de la cabaña, haciendo crujir las maderas como si fueran huesos viejos. Ruby intentaba tararear una melodía suave para calmar a Grace, pero su propia voz temblaba con el miedo. Afuera, los relámpagos iluminaban la pradera por breves instantes, revelando la furia de la naturaleza que se avecinaba. El trueno retumbó tan fuerte que el corazón de Ruby pareció detenerse por un segundo.

Mientras tanto, a unas millas de distancia, Wannan McGraw, un fazendeiro viudo y de mirada dura, se preparaba para enfrentar la tormenta. Su rancho, conocido por todos en Ruby Creek, era un lugar de trabajo y soledad. Desde que su esposa había muerto, él se había encerrado en una rutina sin espacio para la alegría. Sin embargo, aquella noche, mientras aseguraba las puertas del granero y revisaba el ganado, creyó escuchar un eco lejano, un lamento que se confundía con el viento.

Wannan frunció el ceño. No era un hombre que creyera en fantasmas ni en presagios, pero algo en aquel sonido lo inquietó. Tomó su caballo y, contra la lógica, se dirigió hacia el este, donde las nubes parecían más densas y el viento más salvaje. A cada paso, la tormenta se desataba con mayor furia, pero la intuición le decía que debía seguir adelante.

Ruby, dentro de la cabaña, ya sentía que sus fuerzas se agotaban. La bebé lloraba sin cesar, y el frío calaba hasta los huesos. Recordó las palabras de su madre, que siempre le repetía que, incluso en la oscuridad más densa, una canción podía traer esperanza. Entonces, con voz quebrada, comenzó a cantar una vieja melodía campesina. Su canto se mezclaba con el rugido de la tormenta, pero, de algún modo, atravesaba la noche como un faro invisible.

Fue ese canto el que alcanzó los oídos de Wannan. Detuvo su caballo en seco, sorprendido. No era el viento. No era un lamento. Era una voz humana, una voz femenina que parecía surgir de las entrañas de la tormenta misma. El corazón del viudo latió con fuerza. Algo le dijo que debía encontrar a la dueña de aquella voz, porque no se trataba de un simple canto: era un grito de auxilio disfrazado de melodía.