Imagina un árbol, un enorme y viejo árbol de Josué que ha permanecido en el desierto durante quizás cientos de años. Lo ha visto todo: el cambio de estaciones, el sol abrasador, las escasas tormentas, y hace siete años, se convirtió en testigo silencioso y en tumba. Una noche de verano, un rayo cayó sobre el árbol.

El tronco se partió con un crujido ensordecedor, revelando lo que había estado oculto en su interior durante todos estos años. Allí, en el corazón hueco, entrelazados en un abrazo final, estaban dos esqueletos humanos. Este descubrimiento no solo puso fin a la larga búsqueda de una pareja de turistas desaparecida, sino que también reveló la terrible verdad sobre un hombre que había estado a la vista todo el tiempo.

Un hombre que se suponía debía protegerlos. Esta es la historia de Rachel y John y cómo su viaje al paraíso se convirtió en un infierno oculto dentro de un simple árbol. Durante siete años, nadie supo nada. Durante siete años, sus familias vivieron en la ignorancia. Y la respuesta estaba allí mismo, bajo la corteza de un viejo árbol, esperando su momento hasta que el cielo decidiera intervenir. Todo empezó en 2010. Rachel y John eran el tipo de pareja que ves y piensas: “Así es la felicidad”. Ella tenía 26 años. Él, 28. Ella era una fotógrafa obsesionada con la luz y la textura. Él, un escritor en ciernes que buscaba historias en la vida real, no en los libros. Ambos trabajaban en aburridos empleos de oficina en Los Ángeles para pagar las cuentas, pero vivían para los fines de semana y las vacaciones, cuando podían liberarse e ir adonde sus ojos los llevaran.

Su pasión compartida era la naturaleza, salvaje e indómita. Habían viajado a casi todos los parques nacionales de la Costa Oeste. Y ahora era el turno de Joshua T. Para Rachel, era un sueño hecho realidad. Había pasado semanas estudiando mapas y leyendo sobre la hora dorada, cuando el sol tiñe las rocas de colores irreales. Quería tomar una serie de fotos que creía que lanzarían su carrera como fotógrafa.

Jon, como siempre, la apoyó. Compró botas de montaña nuevas y varios cuadernos, planeando empezar a escribir un diario de viaje sobre su aventura. Se suponía que sería un viaje especial. Planeaban pasar tres días en el parque, alojándose en un pequeño motel en el pueblo de 29 Palms. El viernes 18 de junio por la mañana, les enviaron a sus padres sus últimos mensajes.

Estamos aquí. Es increíble. Los queremos. Besos. Hablamos el domingo por la noche. Esa fue la última vez que supieron de ellos. Se registraron en el motel, dejaron algunas de sus pertenencias y se dirigieron al parque en su viejo Toyota. Según el gerente del motel, estaban de muy buen humor, riendo y preguntando dónde podían conseguir el mejor café de la ciudad.

John dejó el número de teléfono de su madre en recepción por si acaso. Una simple formalidad, dijo. Planeaban tomar una de las rutas más populares, el sendero a Skull Rock, y luego explorar las rocas circundantes y los bosques de Joshua Tree. Llevaron una mochila con agua, un refrigerio ligero y, por supuesto, la cámara de Rachel.

No planeaban una caminata larga y difícil, solo unas horas para disfrutar de las vistas y tomar fotos al atardecer. Pasó el domingo, pero Rachel y John no se pusieron en contacto. Al principio, sus padres no estaban preocupados. A menudo había problemas de señal en el parque. Pero cuando pasó el lunes y sus teléfonos seguían sin cobertura, cundió el pánico.

La madre de John llamó al motel. El gerente confirmó sus peores temores. La pareja no había regresado ni había dejado la habitación. Sus pertenencias seguían allí, intactas. Ese mismo día, el lunes por la noche, los guardabosques iniciaron una búsqueda. Lo primero que encontraron fue su coche. El Toyota estaba aparcado al principio del sendero que conducía a Skull Rock.

Las puertas estaban cerradas. Dentro, en el asiento del copiloto, había una guía del parque abierta por la página correcta. En la guantera, encontraron la cartera de Jon con su dinero y su carnet de conducir, su libreta y varios bolígrafos. Parecía que acababan de dar un paseo y estaban a punto de volver. Era extraño. Normalmente, cuando la gente desaparece, se lleva sus documentos y dinero.

La ausencia de señales de allanamiento o forcejeo descartó un robo. Simplemente habían desaparecido. Se lanzó una operación de búsqueda a una escala increíble. Durante los primeros días, cientos de voluntarios y docenas de guardabosques peinaron la zona. Caminaban a la par, examinando cada roca y cada grieta. Helicópteros sobrevolaban el lugar con cámaras termográficas, con la esperanza de detectar el calor de cuerpos humanos contra el fondo del frío desierto nocturno.

Los guías caninos con perros de búsqueda intentaron rastrear un rastro, pero fue en vano. Los perros estaban inquietos, dando vueltas alrededor del estacionamiento y luego perdiendo el interés. Era como si el rastro se hubiera cortado justo a la altura del coche. El calor era insoportable. Durante el día, la temperatura superaba los 40 °C. Sin agua, en tales condiciones, una persona no puede sobrevivir más de un día.
Pero Rachel y John eran viajeros experimentados. Conocían las reglas. Llevaban una mochila con agua. Incluso si se hubieran perdido, deberían haber dejado algún tipo de rastro, una botella vacía.