Año 1431. En una celda de la torre del castillo de Rouan, en la Normandía ocupada por los ingleses, una joven de 19 años llamada Jeanne Lapucelle espera. No espera su juicio. Ya ha tenido lugar, una farsa que duró cuatro meses. No espera clemencia. Sabe que no la recibirá. Espera el 30 de mayo, el día en que será quemada viva en la antigua plaza del mercado de Rouan.
Pero lo que la aterroriza no es el fuego. [Música] Numon no es el fuego. Cada noche, en esta celda fría y húmeda, la vigilan cinco soldados ingleses. [Música] No siempre la toca. A veces solo observa, ríe y comenta sobre su cuerpo. Otras veces, entran en la celda e intentan violarla. Yo me defiendo.
Duerme completamente vestida, con las piernas atadas con cadenas de hierro para evitar que le separen los muslos. Pero sabe que esto no puede durar para siempre. Sabe que su cuerpo, como su espíritu, es un arma que sus enemigos quieren quebrantar. Porque lo que los ingleses y la Iglesia sometieron a Juana de Arco antes de quemarla no fue simplemente un juicio religioso.
Fue un intento sistemático de destruir a una joven. No solo física, sino espiritualmente. Si crees que la historia de Jeanne Dark es la de una heroína que murió valientemente por su fe y su país, tienes razón. Pero lo que no te cuentan es lo que sufrió antes de morir.
Los meses de tortura psicológica, los repetidos intentos de violación, la humillación calculada, las trampas legales diseñadas para obligarla a condenarse a sí misma. ¿Y por qué la Iglesia ocultó todo esto durante siglos, tras lo cual finalmente la canonizó? Para comprender lo que le ocurrió a Juana, primero hay que comprender por qué representaba una amenaza tan aterradora para los ingleses y sus aliados borgoñones.
Nacida alrededor de 1412 en Domré-en-Lorraine, Juana era hija de un campesino. A los 13 años, empezó a oír voces que identificó como las de San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Sus voces le indicaban que debía ayudar a Carlos VI, el Delfín de Francia, a recuperar su trono de los ingleses y sus aliados borgoñones.
En 1429, a los 17 años, Juana logró lo imposible. Convenció a Carlos VI para que le proporcionara un ejército. Levantó el asedio de Orleans. Una victoria militar decisiva que cambió el curso de la Guerra de los Cien Años. Escoltó a Carlos a Reims para su coronación, legitimando así su reinado. En cuestión de meses, una joven campesina se convirtió en la heroína de Francia.
Pero en mayo, durante una escaramuza en Compiègne, Juana fue capturada por los borgoñones. Fue vendida a los ingleses por 10.000 libras tornesas, una suma colosal. Los ingleses tenían un plan. No solo querían matar a Juana; querían desacreditarla. Si lograban demostrar que era hereje, bruja o prostituta, todas sus victorias quedarían invalidadas.
Carlos, a quien ella había coronado, sería ilegítimo y Francia volvería a caer bajo el dominio inglés. El juicio de Juana comenzó en enero de 1431 en Ruán. Controlada por los ingleses, fue juzgada por un tribunal eclesiástico presidido por Pierre Cochon, obispo de Beauvais, ferviente partidario de los ingleses. El juicio fue una farsa.
Jeanne no tenía abogado. No podía apelar. Los jueces eran sus enemigos. Pero esto es lo que revelan las transcripciones, milagrosamente preservadas y descubiertas en el siglo XIX en los archivos Ran. Jeanne se defendió con una inteligencia y dignidad que asombraron a sus acusadores. Cuando le preguntaron si se encontraba en estado de gracia —una pregunta capciosa, porque responder que sí era presuntuoso y responder que no era una confesión de pecado— ella…
Ella respondió: «Si no estoy allí, que Dios me ponga allí. Si estoy allí, que Dios me guarde allí». Esta respuesta, registrada por el secretario del tribunal, demuestra la inteligencia de Juana. Se negó a caer en las trampas de teólogos experimentados, pero las condiciones de su cautiverio estaban diseñadas para quebrarla.
Juana estuvo recluida en una prisión secular, controlada por los ingleses, y no en una prisión eclesiástica, como exigía el derecho canónico para una prisionera acusada de herejía. ¿Por qué? Porque en una prisión eclesiástica, habría estado custodiada por mujeres. En la prisión inglesa, estaba rodeada de hombres.
Un testimonio recogido durante el juicio de rehabilitación de Juana en 1456, 25 años después de su muerte, describe lo que sufrió. Jean Mathieu, un vidente que asistió al juicio de 143, testificó: «Juana se quejó varias veces de los soldados que custodiaban su celda. La acosaban continuamente.
Un día, me contó que un noble inglés había intentado violarla. Se defendió con todas sus fuerzas, gritando hasta que intervinieron otros soldados. Otro testigo, Jeanfè, médico personal de la duquesa de Betford, fue citado para examinar a Juana cuando estaba en prisión. Declaró en 1456. Me trajeron porque los ingleses temían que muriera de enfermedad antes de poder quemarla.
Cuando entré en su celda, la encontré encadenada, temblando y llorando. Me contó que los guardias la torturaban, no con instrumentos, sino con su presencia constante y amenazas. Si sigues aquí, es porque una parte de ti entiende que esta historia necesita ser contada.
Las transcripciones del juicio de 1431, conservadas en los Archivos Nacionales Franceses, junto con los testimonios del juicio de rehabilitación de 1956, nos permiten reconstruir lo que realmente sufrió Juana. Cada visita, cada suscripción, nos ayuda a seguir desvelando estas verdades. Ahora, volvamos a Ruan en 1431.
Porque lo peor estaba por venir. Juana se negaba obstinadamente a confesar que había inventado sus voces divinas. Se negaba a admitir que era una bruja. Se negaba a desautorizar sus acciones militares. Los jueces, frustrados, decidieron usar una táctica diferente: la humillación pública. El 24 de mayo de 1431, Juana fue llevada al cementerio de Saint-Touin en Ruan, donde se había congregado una multitud masiva.
Allí, en una plataforma, la obligaron a escuchar un largo sermón denunciando sus pecados. Luego le entregaron una abjuración, un documento en el que renunciaba a todo lo que había dicho y hecho. Los jueces le dijeron que si firmaba, le perdonarían la vida. Si se negaba, la quemarían inmediatamente. Juana estaba aterrorizada.
O al menos, dejó una marca. No sabía leer. Algunos testigos afirmaron después que el documento que firmó no era el mismo que le habían leído. Pero no importaba; ella había firmado. Los jueces le prometieron que la trasladarían a una prisión eclesiástica custodiada por mujeres y que podría vestir ropa de mujer. Pero era mentira.
Juana fue devuelta a la misma prisión inglesa, custodiada por los mismos soldados. Y, sin embargo, tres días después, el 27 de mayo, la encontraron de nuevo vestida de hombre. ¿Por qué? Los testimonios de su juicio de rehabilitación revelaron la verdad. Durante la noche, los guardias ingleses le habían robado su ropa de mujer, dejándola solo con ropa de hombre.
Cuando protestó, se burlaron de ella. La obligaron a usar ropa de hombre, porque era una de las dos cosas. [Música] Permanecer desnuda o usar ropa de hombre era uno de los cargos contra ella. Al volver a usarla, técnicamente había recaído en la herejía. Era una trampa. Y cayó en ella.
Pierre Cochon y los jueces declararon a Juana hereje reincidente, alguien que recae en la herejía tras haber abjurado. Para la Iglesia medieval, este era el delito más grave. La sentencia era automática: muerte en la hoguera. El 30 de mayo de 1431, Juana fue llevada a la antigua plaza del mercado de Rouin.
Vestía una túnica blanca y portaba una mira de papel con las palabras “hereje”, “apóstata” e “idólatra”. La condujeron hasta una hoguera alta rodeada de leña. La pira se construyó intencionalmente muy alta. ¿Por qué? Varios testigos explicaron posteriormente: para que los verdugos no pudieran alcanzar a Juana y estrangularla discretamente antes de que las llamas la mataran.
Un acto de misericordia habitual los condenó a la hoguera. Los ingleses querían quemarlos vivos. Querían que ella sufriera. Antes de encender la hoguera, Juana pidió una cruz. Un soldado inglés, conmovido, rompió dos trozos de madera y los ató para formar una tosca cruz. Juana la apretó contra su pecho.
Un sacerdote dominico, Martin Ladvenou, también trajo una cruz procesional de la iglesia cercana y la colocó ante Juana mientras ardía. Testigos informaron que Juana rezó en voz alta mientras las llamas se elevaban. Gritó «Jesús» varias veces. Algunos afirmaron haber visto la palabra «Jesús» formarse en el humo sobre la pira.
Otros dijeron que, al extinguirse el fuego, su corazón se encontró intacto entre las cenizas. Estos relatos, recopilados durante el juicio de rehabilitación, sirvieron de base para su canonización siglos después. Pero esto es lo que también describieron los testigos, detalles que la Iglesia prefirió omitir durante el proceso de canonización.
El verdugo Geoffrey Terrage testificó en 1456 que había recibido órdenes estrictas de los ingleses. Una vez que el cuerpo de Juana estuviera completamente consumido, debía apartar las brasas para que la multitud pudiera ver que no quedaba nada, demostrando así que no era una santa ni podía hacer milagros. Luego, debía recoger todos los restos —huesos, cenizas— y arrojarlos al escenario para que no sobreviviera ninguna reliquia.
Terrage testificó. Hice lo que me ordenaron. Pero después de arrojar esos restos al río, no pude dormir durante semanas. Pensé que me había quemado el pecho. En 1456, 25 años después de su muerte, Carlos VI, ahora rey legítimo de Francia, organizó un nuevo juicio, en gran parte gracias a Juana de Punta.
Este juicio de rehabilitación examinó la dura experiencia, interrogó a los testigos y concluyó que el juicio de 1431 fue fraudulento. Juana fue declarada inocente. Pero la verdadera justicia llegó siglos después. En 1920, casi 500 años después de su muerte, Juana Dark fue canonizada por la Iglesia Católica, la misma institución que él había condenado. A la hoguera.
Acabas de descubrir lo que realmente le ocurrió a Juana de Arco antes de ser quemada en la hoguera. Si estas historias te recuerdan que el heroísmo a menudo implica un sufrimiento que la historia prefiere olvidar, suscríbete y deja un comentario. Cuéntanos cómo te sentiste al descubrir la verdad sobre Juana, porque algunas historias deben contarse, aunque nos rompan el corazón.
Jean Dark no era solo una heroína, era una superviviente. E incluso cuando hicieron todo lo posible para quebrarla, se negó a negar quién era. Y ahora lo sabes, y ahora esa verdad sigue viva.
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