Los huesos bajo los cimientos: Cómo la Casa Blanca ocultó la muerte de los esclavos que la construyeron

La reluciente fachada blanca de la Casa Blanca se erige como el máximo símbolo de la democracia y el poder estadounidenses. Sin embargo, grabado bajo su suave arenisca color crema —y literalmente enterrado bajo sus cimientos— yace un oscuro capítulo de la historia de la nación: una historia de trabajo forzado, condiciones brutales y borrado deliberado. Entre 1792 y 1800, más de 400 hombres, mujeres y niños esclavizados construyeron esta monumental estructura; sus nombres fueron omitidos deliberadamente de los registros oficiales y sus tumbas permanecen sin marcar en todo el Distrito de Columbia.

Esta es la historia del sacrificio que dio forma a la Casa del Presidente, la perturbadora evidencia que las autoridades intentaron ocultar y la asombrosa verdad descubierta no solo en los registros, sino en la tierra misma.

El nacimiento de la capital y la cruel solución

En 1790, la Ley de Residencia ordenó la creación de un nuevo distrito federal a lo largo del río Potomac. El presidente George Washington seleccionó personalmente el sitio, que en 1791 no era más que un pantano infestado de mosquitos, formado en tierras cedidas por Maryland y Virginia.

Los comisionados encargados de la construcción se enfrentaron a un obstáculo inmediato e insuperable: el gobierno federal estaba en bancarrota. El costo estimado de 400.000 dólares era astronómico para una nación sumida en una profunda deuda posterior a la Guerra de Independencia. Thomas Jefferson, entonces secretario de Estado, propuso una solución económicamente eficiente pero moralmente reprobable: el gobierno contrataría mano de obra esclava.

Los propietarios recibían un alquiler de aproximadamente 5 dólares al mes por persona, mientras que los trabajadores esclavizados solo recibían raciones escasas y un alojamiento precario. El arquitecto jefe, James Hoban, presentó su diseño, que el presidente Washington insistió en que se ampliara en un quinto, lo que incrementó de inmediato la demanda de materiales y, sobre todo, de mano de obra.

Los nombres borrados y la brutalidad de los registros

Para noviembre de 1792, se habían reunido aproximadamente 150 trabajadores esclavizados. Procedían de plantaciones de Maryland y Virginia, contratados por amos como Daniel Carroll, Notley Young y William Brent. Si bien los nombres de los amos aparecen con frecuencia en los libros de contabilidad de pagos, los propios trabajadores fueron reducidos a anotaciones deshumanizantes:

«Hombre negro, Tom, de 23 años». «Peter, de 19 años». «Un muchacho llamado Harry, quizá de 14 años».

El trabajo inicial fue una brutal prueba de resistencia: limpiar pantanos, drenar terrenos y excavar los cimientos con el agua helada hasta la cintura, utilizando únicamente fuerza bruta y herramientas manuales. La intensa presión de Washington para cumplir con el plazo de finalización de 1797 se tradujo en jornadas extenuantes de 16 horas, siete días a la semana, incluso con buen tiempo.

Las condiciones de vida eran igualmente duras. Los trabajadores esclavizados vivían en barracones de madera rudimentarios, durmiendo en el suelo con solo paja como colchón. Su dieta consistía en los víveres más baratos posibles: pescado salado y harina de maíz, lo justo para que pudieran seguir trabajando.

Las enfermedades, propiciadas por el entorno pantanoso, eran inevitables. La malaria y la disentería se propagaron por los alojamientos atestados. Una carta de un comisionado de junio de 1793 se quejaba de que «la disentería se ha extendido entre los trabajadores negros, reduciendo nuestra mano de obra disponible en casi un tercio». La atención siempre se centraba en el retraso, nunca en el sufrimiento. Cuando una persona esclavizada enfermaba o se lesionaba demasiado como para trabajar, la política habitual era devolverla a su amo y contratar a un reemplazo, una práctica que borraba cualquier registro de muerte o recuperación.

El Registro Oculto: El Diario de un Cantero

Los detalles más espeluznantes de la construcción no se conservan en los registros federales oficiales, sino en el diario personal de un cantero escocés llamado Colin Williamson. Williamson, quien supervisó gran parte del trabajo en piedra, documentó la brutal realidad que los comisionados intentaron ocultar.

Lesiones y Negligencia: En abril de 1794, Williamson escribió: «Hombres negros trabajando la piedra a pesar de tener las manos sangrantes… sin guantes ni herramientas adecuadas».

Discriminación en la Atención: Su entrada de julio de 1794 registra el derrumbe de un andamio: «Tres hombres cayeron, dos de ellos negros. El hombre blanco fue llevado al médico de inmediato. Los dos negros permanecieron donde cayeron durante casi una hora… Uno parece tener la espalda rota. Sospecho que no sobrevivirá».

El destino del hombre con la espalda rota, probablemente un trabajador llamado Ben (esclavizado por William Brent), fue similar al de muchos otros. El nombre de Ben desaparece de los registros de pago en junio de 1794, reemplazado por “Negro Man Jim” en julio. Esta sustitución repentina y sin explicación se repitió varias veces, lo que confirma la práctica deliberada de reemplazar a los trabajadores lesionados o fallecidos sin registrar las circunstancias de su partida.

El verano del 97 y el cobertizo vacío

El período más mortífero se produjo durante la ola de calor del verano de julio de 1797. La combinación de temperaturas extremas, humedad y escasez de agua provocó una epidemia de fiebres estivales. Los comisionados enviaron cartas urgentes solicitando