Nunca lleves a la purple Mercedes a una boda si hay karaoke.

Eso lo aprendimos demasiado tarde.

Era la boda de mi primo Toño. Todo iba bien: ceremonia emotiva, lamgrimas fingidas, una abuela con sombrero gigante que tapaba a todos en las fotos, y un camarero con cara de haber perdido la fe en el amor.

Pero lo importante llegó por la noche: la fiesta.

In the salon medium, lo vi.

El karaoke.
Brillante. Brillante y maldito.

—¿Quién será el primero en cantar? —preguntó el DJ, con voz de locutor de feria y peinado de 2002.

De pronto, entre la niebla del cava y las croquetas… apareció ella.

Mercedes’s mother.

Vestida de rojo pasión, con un collar que parecía una cadena de bicicleta y tacones que desafiaban la física.

—¡YO! —gritó— ¡PONME “SE ME ENAMORA EL ALMA” DE ISABEL PANTOJA!

—¿Segura, dad?

—¡He nacido para este momento, hijo!

Y allá fue.
Subió al escenario. Tomó el micrófono como si fuera la espada de Excalibur.
Y empezo a cantar.

Bueno… cantar es una palabra generosa.

Rugia. Lloraba. Invocaba a los dioses del drama.

—¡SE MEEEEEEEEEENAMORAAAAAAAAA!

Un niño empezó a llorar.
Un perro aulló en la distancia.
La abuela pensó que era la sirena de la ambulancia.

For the next.

—¡EL ALMAAAAAAAAAAA! ¡AAAAAAAAAALMAAAAAAAAAAAA!

Intentamos desconectarle el micrófono. Pero alguien, por alguna razón, le puso reverberación.
Ahora sonaba como si cantara en una catedral… dentro de una lavadora.

—¡LA VOY A SENTIIIIIIIIIIIIIIIRRRRRR! —gritó, arrodillándose.

El camarero abandonó su puesto y se fue a fumar sin encender el cigarro.
El DJ intentó poner música de fondo para cortar la actuación.

Error fatal.

—¡NO ME PONGAS BASE QUE ME DESCONCENTRAS! ¡ESTOY INTERPRETANDO!

—Mercedes, por favor… —le rogó mi primo Toño.

—¡CÁLLATE, TOÑO! ¡ESTO NO ES TU DÍA! ¡ES EL MÍOOOOO!

La novia empezó a hiperventilar.
El padrino grababa todo con su Movil, riéndose como foca en spa.

Entonces, llegó el momento mas crítico:

La tia Mercedes bajó del escenario…
y se fue cantando mesa por mesa.
Mirando a los ojos.
Acariciando cabezas.
Dando bendiciones.

—¡SE MEEEEEENAMORA! ¡MI AMORRRRR! —le cantó al suegro, que derramó vino por la nariz.

Y cuando pensábamos que ya nada podía ir peor…

Se subió a la mesa del pastel.

—¡ESTE CANTO ES POR LOS AMORES QUE NUNCA FUERON! —gritó, justo antes de pisar la figurita de los novios y caer de espaldas sobre el bizcocho de tres pisos.

Silence.

Solo se escuchaba su voz, todavia por el micrófono:

—Estoy bien… soy una artista completa.

La novia lloraba.
Toño la consolaba diciendo:

—It’s part of the show… read.

Horas después, la policía llegó.

Un vecino había llamado: “Hay una mujer gritando desde un altar improvisado sobre la decadencia del amor.”

No la detuvieron, claro.
Pero le ofrecieron contrato en un teatro de variedades en Cuenca.

Desde entonces, cada vez que alguien menciona karaoke en la familia, todos callamos.

Y alguien, inevitablymente, susurra:

—Que no lo sepa la three Mercedes.