La cordillera Bitterroot, en el sur de Idaho, es una vasta e implacable extensión: decenas de miles de kilómetros cuadrados de picos rocosos, densos bosques y profundos cañones. Es una naturaleza salvaje que no tolera errores, ni siquiera de sus más experimentados veteranos. Y Peter Hall, un cazador de 41 años del pequeño pueblo de Lemi, era la definición de experto. Su cacería anual de alces era un ritual, una profunda comunión con un terreno que conocía como la palma de su mano.

Pero en octubre de 2008, Peter Hall se adentró en esos bosques y nunca salió. Su desaparición fue rápidamente catalogada por las autoridades como un accidente trágico, aunque común: perdido, posiblemente herido y sucumbido a los elementos. Durante ocho largos años, su caso permaneció sin resolver, una dolorosa tragedia para su esposa, Sarah, y una advertencia local sobre los peligros de la espesura del bosque.

Sin embargo, un descubrimiento macabro años después, sumado a una serie de pruebas desconcertantes que las autoridades se apresuraron a ocultar, demostraría que Peter Hall no murió simplemente en un accidente. Fue perseguido. Y sus últimas y escalofriantes palabras por radio llevarían a la aterradora conclusión de que un depredador superior desconocido y poderoso —una criatura legendaria— es muy real y aún reside en el corazón de Estados Unidos.

Las últimas palabras: “Algo está junto al agua”
La cacería de Peter comenzó rutinariamente el viernes 10 de octubre de 2008. Acampó cerca de una cresta sin nombre en el Bosque Nacional de Boise. La primera sesión de comunicación con su esposa, Sarah, transcurrió según lo planeado. Todo estaba en calma.

Pero el sábado 11 de octubre marcó el comienzo de la pesadilla. El registro a las 7:00 p. m. nunca se realizó. La ansiedad de Sarah se convirtió en pánico absoluto cuando contactó con la Oficina del Sheriff del Condado de Lemi al día siguiente.

El equipo de búsqueda encontró rápidamente la Ford F-150 de Peter y su campamento, que estaba extrañamente impecable. La tienda estaba perfectamente montada, con su saco de dormir dentro. Parecía como si simplemente hubiera salido, con la intención de regresar rápidamente. Los perros de búsqueda siguieron su rastro, que los conducía a un arroyo a una milla y media de distancia, pero allí, el olor se desvaneció repentinamente. Los perros gimieron, dieron vueltas y no pudieron avanzar: una señal aterradora para los rastreadores experimentados de que su objetivo, de alguna manera, se había “esfumado”.

Fue en ese momento que un viejo amigo, Mark Caldwell, un radioaficionado entusiasta, apareció con la pieza que faltaba del rompecabezas. Mark había interceptado una breve y frenética transmisión de Peter alrededor de las 2:00 p. m. del sábado. La señal era débil y su voz estaba tensa. Y entonces llegó la frase que rondaría el caso durante años: “Mark, entra. Estoy junto al arroyo y veo algo extraño. Hay algo junto al agua. Es del tamaño de una persona, pero no estoy seguro de que sea una persona. Algo anda mal”. La comunicación se cortó.

La versión oficial sostenía que Peter debió de caerse, lesionarse y sucumbir a la hipotermia tras esta comunicación. Pero la ausencia total de huellas, forcejeo o pista en el arroyo lo decía todo: algo lo había interceptado, y no fue un oso torpe ni una caída repentina.

El Descubrimiento: Una Guarida en la Grieta
El caso permaneció inactivo durante ocho años, hasta agosto de 2016. Dos escaladores, Kevin Riley y Jenna Davis, que exploraban una formación rocosa inexplorada a ocho kilómetros al noroeste del campamento original de Peter, se toparon con un hallazgo imposible. Escondida tras unos densos arbustos de enebro se encontraba una estrecha grieta vertical en la pared rocosa. Al iluminar el interior con sus linternas frontales, encontraron lo que al principio confundieron con un montón de basura.

Lo que en realidad encontraron fue una tumba. Y una guarida.

En lo profundo de la grieta yacían restos de ropa deteriorada, incluyendo jirones del chaleco de caza de Peter Hall y una enorme bota desgastada. Junto a ellos había huesos humanos: costillas y fragmentos de cráneo. El ADN confirmó rápidamente que los restos pertenecían a Peter Hall.

Pero la forma de la muerte no fue el factor más inquietante; fue la disposición de sus restos. Los huesos y los restos de ropa estaban “ordenadamente dispuestos en círculo con la bota en el centro”. No se trataba de la dispersión caótica de un ataque animal ni del lugar de descanso final de una víctima de una caída. Era primitivo, deliberado y artificial: parecía un nido, un almacén o un comedor rudimentario donde un depredador había arrastrado y dispuesto meticulosamente a su presa.

Este descubrimiento por sí solo desbarató la teoría oficial del “accidente”, obligando a los investigadores a afrontar la cruda realidad de que Peter había sido arrastrado a una guarida remota e inaccesible.

La evidencia oculta: El depredador máximo no identificado
Durante la meticulosa recuperación de los restos, un científico forense hizo un descubrimiento crucial y, en última instancia, trascendental: un mechón de pelo oscuro y áspero enganchado en el borde afilado de una roca dentro de la grieta.

El análisis posterior, realizado en un laboratorio de zoología y genética de la Universidad de Idaho, nunca se publicó oficialmente. Pero una filtración anónima al periodista de investigación Ben Carter reveló la impactante y oculta verdad:

ADN único: Los intentos de secuenciación genética no lograron hacer coincidir los fragmentos de ADN con ningún registro de la base de datos genética global.