El Silencio de los Gemelos: La Tragedia de Catalina Ruiz de Herrera y el Infanticidio por Locura Puerperal que Conmocionó a la Puebla Porfiriana en 1892
En marzo de 1892, en el estudio del fotógrafo Don Abundio Cortés en Puebla, México, se capturó una imagen que, a la postre, se convertiría en un escalofriante presagio. La fotografía muestra a Catalina Ruiz de Herrera, de 34 años, esposa de un próspero comerciante de especias, sosteniendo a sus gemelos de cuatro meses, Ana Lucía y José Miguel.
El retrato, encargado por su orgulloso esposo, Don Felipe Herrera, exhibe una escena de la burguesía porfiriana. Sin embargo, al observar con detenimiento, la expresión de Catalina es extraña, casi vacía, y la postura de los bebés envueltos en ropones blancos es inquietantemente rígida. Nadie supo interpretar entonces las señales de la tragedia que se avecinaba.
La Sombra de la Melancolía Puerperal
Catalina Ruiz había tenido una vida privilegiada en Puebla. Su matrimonio con Felipe Herrera en 1888 parecía el culmen de una existencia perfecta. Pero el equilibrio se rompió con el nacimiento de los gemelos en noviembre de 1891. El parto fue traumático, y Catalina estuvo al borde de la muerte por fiebre.
Al despertar, “algo en sus ojos había cambiado”. La cocinera, Jacinta Morales, testificó más tarde que Catalina pasaba horas mirando a los bebés como si fueran “muñecos” u “objetos extraños”, no sus propios hijos.
Don Felipe, preocupado, consultó al Dr. Ignacio Belarde, quien diagnosticó melancolía puerperal, el término de la época para lo que hoy conocemos como depresión posparto psicótica. Las tizanas y el reposo recetados no pudieron curar la tormenta mental que consumía a Catalina.

La Noche del 15 de Junio
El 15 de junio de 1892, Don Felipe viajó a la Ciudad de México por negocios, despidiéndose de su familia por última vez.
En su mente enferma, Catalina comenzó a escuchar voces que le susurraban que los bebés habían sido “cambiados por demonios” y que eran “criaturas impostoras”. Ella creyó que solo deshaciéndose de ellos recuperaría a sus verdaderos hijos.
Esa noche, con una calma aterradora, tomó a la pequeña Ana Lucía y caminó hasta el fondo del jardín, donde se encontraba un viejo pozo seco en desuso. Dejó caer a la bebé en la oscuridad. Luego regresó por José Miguel e hizo lo mismo.
Tres días después, Don Felipe regresó. Encontró a Catalina en la sala, meciendo una cuna vacía y cantando una nana.
Cuando preguntó por los niños, ella sonrió y dijo simplemente: “Los devolví. No eran nuestros. Los verdaderos vendrán pronto.”
Fue la cocinera Jacinta quien encontró los ropones cerca del pozo. Al bajar con linternas, Don Felipe encontró los cuerpos de los gemelos, abrazados en el fondo, desatando un grito de agonía que conmocionó a toda la cuadra.
Inimputable por Demencia
El caso de Catalina Ruiz conmocionó a México, generando titulares sensacionalistas. Durante el juicio, el Dr. Ezequiel Moreno, especialista en enfermedades mentales, diagnosticó “locura puerperal aguda con manifestaciones delirantes y alucinatorias”. Catalina, con la misma expresión vacía del retrato, insistía en que había devuelto a las “criaturas equivocadas”.
El jurado la declaró inimputable por razón de demencia. Fue internada en el infame Manicomio de La Castañeda en la Ciudad de México, donde pasaría el resto de sus días.
Don Felipe Herrera nunca se recuperó. Vendió la casa de la tragedia y se consumió en el alcohol, muriendo a los 39 años por cirrosis hepática. El dolor, dijeron quienes lo conocieron, fue lo que realmente lo mató.
El Testimonio Silencioso
La fotografía de marzo de 1892 adquirió, tras la tragedia, una cualidad siniestra. Aunque la gente murmuraba que los bebés ya estaban muertos cuando se tomó la foto, la verdad era más simple: el retrato capturó a una madre con una enfermedad mental sin diagnosticar, sosteniendo a sus hijos vivos, sin que nadie pudiera reconocer la inminente catástrofe.
Catalina Ruiz murió en La Castañeda en 1923, durante una epidemia de influenza, enterrada en una fosa común. Pasó sus días meciendo una muñeca de trapo, cantando las nanas de sus gemelos.
La fotografía de Catalina y los gemelos, Ana Lucía y José Miguel, se conserva en los archivos históricos de Puebla. Permanece como un testimonio mudo y desgarrador de cómo la enfermedad mental, incomprendida y estigmatizada en la época porfiriana, pudo destruir una familia entera. Es un recordatorio de las tragedias que se esconden en el silencio y detrás de los rostros de las fotografías antiguas.
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