El sueño, el calor y el deseo mortal de soledad
En junio de 2003, Lars Ericson, un ingeniero de 32 años de Estocolmo, cambió la vida fría y ordenada de Suecia por la belleza cruda y brutal del suroeste estadounidense. Lars, un hombre que prefería “el silencio y la soledad a la compañía ruidosa”, había reservado dos años de vacaciones con un único propósito: experimentar el Valle de la Muerte, el lugar más caluroso de la Tierra. Quería sentir el aire brillar por encima de los 50 °C y poner a prueba sus propios límites en la naturaleza más salvaje. Su viaje fue una peregrinación personal, una aventura que abrazó por completo, alquilando un humilde Pontiac Sunfire blanco y llenándolo de agua, seguro de sus preparativos.

La última comunicación de Lars, una breve y optimista llamada telefónica a su amigo Anders, confirmó su llegada a Furnus Creek. El clima era “increíblemente caluroso”, admitió, pero estaba feliz y listo para explorar el parque antes de continuar hacia la frontera con México. Esa fue la última vez que alguien escuchó su voz. A la mañana siguiente, a las 6:00 a. m., Lars Ericson dejó su motel y se adentró en la interminable y silenciosa extensión del Parque Nacional.

Se detuvo en la famosa Cuenca Badwater, el punto más bajo de Norteamérica, capturando las salinas y las montañas distantes con su cámara. El calor ya era agobiante; el aire del desierto distorsionaba visiblemente el suelo. Lars no sabía que su aventura estaba a punto de convertirse en una trampa meticulosamente urdida, tendida no por el desierto indiferente, sino por un hombre con uniforme de confianza.

La Bifurcación Fatídica: Un Momento de Pánico, Toda una Vida de Arrepentimiento
La tragedia comenzó en una pequeña y modesta estación de guardabosques ubicada en una bifurcación del camino. Lars, buscando un lugar único para visitar, consultó a Tom Hilton, un empleado del parque de 40 años que llevaba siete años trabajando allí. Hilton pareció servicial, señalando un punto en el mapa: un cañón aislado con una supuesta fuente de agua natural, un lugar “poco visitado, pero muy hermoso”.

El guardabosques le aseguró a Lars que su Pontiac podía recorrer los 20 kilómetros de camino de tierra, aconsejándole únicamente que condujera despacio. Lars, un viajero concienzudo, aceptó el consejo de la figura de autoridad sin rechistar, le dio las gracias a Hilton y se dirigió hacia el camino indicado.

Sin embargo, el intercambio distaba mucho de ser inocente. Momentos antes de que Lars entrara en la comisaría, Tom Hilton estaba de pie junto a la puerta entreabierta de un almacén donde guardaba varias cajas de cigarrillos y alcohol de contrabando. Tenía un negocio secundario, transportando contrabando a través de las fronteras estatales para ganar dinero extra. Cuando Lars entró, Hilton se dio cuenta de inmediato de que el turista probablemente había echado un vistazo hacia el almacén y había visto las cajas.

En ese ataque de pánico, Hilton, aterrorizado por perder su trabajo e ir a la cárcel por contrabando, ideó un plan desesperado, en una fracción de segundo. Necesitaba tiempo —unas horas— para deshacerse de la mercancía y borrar su rastro. La inexistente ruta de primavera, que conducía a uno de los cañones más inaccesibles y estrechos, era su solución. Hilton sabía que era fácil que un coche normal se quedara atrapado allí. Supuso que Lars se quedaría atascado unas horas, luego regresaría o pediría ayuda, y para entonces, Hilton estaría limpio.

Pero Lars no regresó. El miedo del guardabosques se había convertido trágicamente en una sentencia de muerte.

El testimonio de 40 días del diario
El camino que tomó Lars se estrechó rápidamente, convirtiéndose en un sendero empinado y rocoso que exigía una conducción lenta y cuidadosa. El calor superó los 45 °C. Cuando Lars giró hacia el último pasaje, increíblemente estrecho, marcado como “Fuente”, el paisaje se cerraba, y los altos acantilados creaban un túnel de penumbra.

Fue allí donde la rueda trasera derecha del Pontiac se hundió en una grieta, encajando el coche irremediablemente entre las paredes del cañón. El motor se sobrecalentó rápidamente. Lars, ingeniero, lo intentó todo: cavar, usar el gato, dar marcha atrás, pero el coche no se movía. El cañón terminaba en un callejón sin salida; el manantial prometido era una mentira. Estaba atrapado.

Lars intentó regresar caminando, llevando dos botellas de agua, pero la distancia y el intenso calor, que lo deshidrataba, lo obligaron a regresar, mareado y desesperado. Anotó la aterradora conclusión en su cuaderno: «No puedo caminar hasta la carretera. Está demasiado lejos. Esperaremos ayuda. Alguien debe venir».

Los días siguientes fueron una crónica de una agonía inimaginable. Lars racionó su agua a solo sorbos, viendo cómo su provisión de comida menguaba y se desvanecía. Intentó hacer señales con objetos brillantes, pero la oculta ubicación del cañón impedía que ningún helicóptero ni coche que pasara lo viera. Sufrió las inclemencias del desierto: calor sofocante de día, frío glacial de noche.

Las anotaciones del cuaderno, su única conexión con el mundo de los vivos, se fragmentaron cada vez más:

Día 16. La última botella. Día 23. No hay agua. Bebo refrigerante del radiador. El sabor es horrible, pero no hay otra opción.

En sus últimos momentos, cuando las fuerzas lo abandonaban, Lars usó sus últimas energías para registrar la verdad que había descifrado: escribió “Tom Hilton” y la dirección de la estación de guardabosques. Debajo, una acusación que trascendía las meras acusaciones.