‘En algún lugar entre aquí y allá’: El escalofriante caso del padre que regresó de la tumba para cenar
El dolor suele convertir lo familiar en algo extraño, pero nada pudo haber preparado a la familia Morales para el evento que rompió su duelo. Tan solo tres días después de dar el último a luz a su padre, un hombre conocido simplemente por sus hombros anchos y su rutina constante, ocurrió lo imposible: regresó a la sala de estar.
La escena era de un dolor silencioso y doméstico. Ezinne, la hija mayor, barría. Su madre, Mummy, estaba en la puerta de la cocina, y su hermano menor, Chike, estaba distraído con sus zapatos escolares. El silencio de su duelo no fue roto por un golpe ni el girar de una llave, sino por el golpe sordo de una llave de coche golpeando la mesa.

El hombre de pie en la puerta parecía exhausto, tranquilo y completamente normal. “¿Otra vez no hay comida en esta casa?”, preguntó con voz cansada, como quien regresa de un viaje innecesariamente largo.
El efecto fue instantáneo y devastador. La escoba se le resbaló de la mano a Ezinne. Mamá se giró lentamente, con los ojos abiertos de par en par, con un terror que trascendía la simple conmoción, como si estuviera presenciando un sueño imposible hecho realidad. Chike, el hijo menor, solo pudo susurrar un simple y suplicante “¿Papá?” antes de esconderse en un rincón, llorando.
La escalofriante familiaridad
El hombre era un duplicado físico exacto del patriarca que la familia acababa de enterrar. Tenía los mismos hombros anchos, la misma cicatriz familiar en la mejilla izquierda e incluso el mismo modelo de reloj de pulsera. Sin embargo, la aguda mirada de Ezinne, desprendida por la adrenalina y la conmoción, detectó las sutiles y escalofriantes diferencias.
Este hombre tenía un corte reciente bajo el ojo derecho, un detalle que insinuaba un suceso violento reciente. Más desconcertante era el accesorio en su muñeca: un extraño reloj negro que parpadeaba tenuemente como la luz de la pantalla de un teléfono. Era un detalle futurista, casi mecánico, que contrastaba violentamente con el ambiente tradicional y afligido de su hogar.
Su ropa añadía otra capa a la aterradora anomalía. Vestía exactamente la misma camisa blanca con la que la familia había vestido su cuerpo antes de llevarlo a la morgue. Solo que ahora, la camisa estaba limpia, planchada y olía ligeramente a gasolina. Era como si un cadáver hubiera resucitado, limpiado y reabastecido para el viaje de regreso a casa.
Se movía por la sala con la naturalidad del hombre que conocían, ajustando una cortina, suspirando al ver el polvo y, con la mayor normalidad, dejándose caer en su viejo sillón, el mismo que habían apartado recientemente durante las visitas de condolencias.
La confesión del retornado
El dolor de mamá se convirtió al instante en un miedo primitivo, y se desplomó en el suelo, murmurando oraciones desesperadas. Ezinne, sin embargo, recuperó la voz, temblando al expresar la aterradora verdad: «Papá, te enterramos».
Su respuesta fue, sin duda, el momento más aterrador de toda la experiencia. Sonrió, un gesto pequeño y silencioso que no transmitía calidez. “Lo sé”, dijo, con una indiferencia desconcertante.
Ezinne lo presionó: “¿Dónde has estado?”.
Su mirada se volvió distante, perdida en un recuerdo que los vivos no pueden compartir. “En algún lugar entre aquí y allá”, respondió en voz baja; la frase cimentó el hecho de que había cruzado una frontera que la mente humana no está hecha para comprender. “Pero regresé”.
Su respuesta fue una admisión críptica y escalofriante de que su regreso era una realidad física, un viaje exitoso desde el otro lado, y no una mera alucinación.
El Regreso de la Máquina
Justo cuando la familia se tambaleaba por la confirmación verbal de su resurrección, la evidencia física de su imposible regreso se materializó. El sonido del motor de un coche, profundamente familiar, llegó desde afuera.
Ezinne, obligada por la necesidad de una explicación lógica, se acercó a la ventana. En el recinto se encontraba el Toyota Camry negro de papá, el mismo vehículo que había dejado en el taller mecánico tras el accidente. El motor estaba en marcha. Las consecuencias fueron devastadoras: no solo había regresado el difunto, sino que la máquina que había facilitado su muerte también estaba funcionando de nuevo, lista para su próximo viaje.
Mamá, recuperándose del colapso, comenzó a gritar su nombre, rogándole que “regresara de donde vino”. Él ignoró sus súplicas, sentado tranquilamente, tarareando el viejo himno de la iglesia que siempre cantaba los domingos por la mañana, con la extraña luz en su muñeca parpadeando sin parar.
Fue en ese momento de imposibilidad física combinada con una calma inquietante que Ezinne tuvo la aterradora revelación: fuera lo que fuese, no había terminado.
Más allá del duelo: Un viaje por lo inexplicable
La historia de la familia Morales es una profunda perturbación del orden natural. Desafía nuestra comprensión más básica de la muerte y la irrevocabilidad. No se trata de la tragedia familiar de la pérdida, sino del horror inquietante de un estado de ser sin resolver. El regreso del padre no se presenta como una reconfortante visita fantasmal ni como una alucinación fruto del dolor, sino como un acontecimiento deliberado y material. El olor a gasolina, la limpieza…
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