Un llanto desesperado rasga el silencio de la mansión en las lomas. Inés se queda helada a mitad del pasillo. Es el llanto de un bebé agudo, sin parar. Suelta el trapo y corre. El sonido viene del cuarto del fondo. La puerta está entreabierta. Inés la empuja y entra. La escena hace que se le encoja el corazón.
Un bebé solo en la cuna. No tiene más de 6 meses, la cara roja de tanto llorar, sudoroso agitándose, el pañal visiblemente sucio, un biberón vacío tirado en el suelo y nadie allí. Ninguna niñera, ningún adulto, solo el bebé abandonado. Dios mío. Inés va hacia la cuna y carga al niño. Ya, mi cielo, tranquilo, ya, ya todo está bien.

El bebé sigue llorando, pero su llanto ya es diferente, menos desesperado, como siera que por fin alguien había llegado. Inés le cambia el pañal rápidamente. Ya lo ha hecho mil veces con sus hermanos. Prepara un biberón nuevo, prueba la temperatura en su muñeca, se sienta en el sillón y se lo ofrece. El bebé agarra el biberón como si llevara horas esperándolo.


Bebe con ganas, sus enormes ojos azules fijos en ella. Ya está, ¿verdad? Era hambre lo que tenías. ¿Dónde está la que te cuida? Empieza a tararear en voz baja una canción que le cantaba a su mamá. El bebé se relaja, sus ojitos empiezan a cerrarse. En unos minutos ya duerme tranquilo en sus brazos. Inés mira esa carita pequeña, indefenso. ¿Cómo es que alguien deja a un niño así? La puerta se abre.
Inés, un hombre alta, está parado ahí. Traje impecable. Cabello oscuro. Ojos cafés fijos en ella, expresión dura. Ramón Martínez. El patrón. ¿Qué estás haciendo aquí? Su voz es fría, controlada. Inés se levanta rápido, casi tira el biberón. Disculpe, señor, lo escuché llorar mucho. La niñera no estaba.
Yo solo vine a ver. Ramón entra al cuarto, mira a su hijo dormido en brazos de ella, mira la cuna vacía, el pañal en la basura, el biberón. Respira hondo. Algo se afloja en su pecho. Por primera vez en días, Manuel está en paz. ¿Dónde está Amalia? No sé, señor. No la he visto desde que llegué. Ramón aprieta los puños.
La rabia lo invade, le paga una fortuna a esa mujer para que desaparezca justo cuando su hijo la necesita. Puedes ponerlo en la cuna. Inés obedece. Despacio, con cuidado, cubre al bebé con la sábana. Luego toma sus cosas lista para irse. Disculpe, no quería entrometerme, es que estaba bien.
Ramón la mira por primera vez de verdad. La mujer de la limpieza en la que apenas se fijaba y ahora estaba ahí, habiendo hecho lo que él no pudo, lo que la niñera tan cara no hizo. Gracias. Inés parpadea sorprendida, asiente con la cabeza y sale deprisa con el corazón desbocado. La despedirán por meterse donde no la llaman.
Ramón se queda a solas con su hijo, se acerca a la cuna. Manuel duerme tranquilo, relajado. Hace 6 meses que Hilda murió al traer a este bebé al mundo. Seis meses en los que Ramón apenas puede mirar a su hijo sin sentir un dolor que lo desgarra. ¿Cómo va a amar a un niño que costó la vida de la mujer que amaba? Pero ahora, al ver a Manuel así, Ramón siente otra cosa. Coraje. Coraje con Amalia.
sale del cuarto, baja las escaleras, cruza la sala, va hacia el jardín y ahí está ella, sentada en una banca cerca de la alberca al teléfono riendo. Ramón camina hacia ella. Su sombra cubre a la mujer. Ella levanta la vista y se lleva un susto. Señor Ramón, llegó temprano. Mi hijo estaba llorando solo en su cuarto, con el pañal sucio, con hambre. Y usted aquí.
Amalia cuelga el teléfono deprisa. Solo salí un minutito. Estaba dormido. Mentira. Estaba despierto, desesperado. La señora de la limpieza tuvo que cuidarlo. La cara de Amalia se pone roja. Fue solo un momento. Ya iba a regresar. Está despedida. Recoja sus cosas ahora. Pero, Señor, ahora. La voz de Ramón retumba. Amalia se levanta asustada y corre hacia adentro.
Ramón se queda ahí respirando profundo, intentando controlar el coraje que hierve dentro de él. Regresa a la casa, sube las escaleras, pasa por el pasillo, ve a Inés limpiando de nuevo. Ella lo mira de reojo, nerviosa. Ramón se detiene. Gracias por cuidar a Manuel. Inés se relaja un poco. No tiene que agradecer, señor.
Cualquiera lo habría hecho. Ramón niega con la cabeza. No, la niñera a la que le pagaba no lo hizo. Usted sí. Él se dirige a su oficina, pero mientras cierra la puerta piensa, “Hay algo diferente en esa mujer, algo que no puede ignorar.” Tres días después, Ramón aún no encontraba una nueva niñera. Intenta cuidar de Manuel él solo mientras entrevista a las candidatas. Pero el bebé llora.
Ramón no sabe qué hacer. Hambre, sueño, el pañal. Intenta de todo. Nada funciona. Manuel llora más fuerte. Ramón siente que la desesperación lo invade. Siempre es en esos momentos cuando Inés aparece. Esa mañana Ramón está en la habitación intentando hacer que el bebé eructe, pero lo sostiene mal. Manuel se retuerce, llora.

 

Disculpe que lo interrumpa, señor. Él se voltea. Inés está en la puerta con la cubeta de limpieza. No deja de llorar. ¿Puedo ayudar? Ramón quiere decir que puede solo. El orgullo le grita, pero el llanto de Manuel es más fuerte. Por favor, Inés, entra. Toma a Manuel de sus brazos con delicadeadeza, lo está sosteniendo muy lejos de su cuerpo.
El bebé necesita sentir el calor. Mire, pone a Manuel sobre su hombro, con la cabecita apoyada, le da suaves palmaditas circulares en la espalda. Menos de un minuto después, Manuel eructa y deja de llorar. Ramón se queda mirando impresionado. ¿Cómo sabes hacer eso? Crié a mis dos hermanos. Mi mamá murió cuando yo tenía 14. Leandro era un bebé. Marta tenía 3 años.

Aprendía la brava. Le devuelve a Manuel a Ramón. Ahora el bebé está tranquilo mirando a su papá. Usted solo necesita tener más confianza. Los bebés sienten cuando uno está nervioso. Ramón la mira de verdad. por primera vez desde que la contrató.
Inés no es como las otras empleadas, no tiene esa pose falsa, es directa, natural y tiene una paciencia con Manuel que él no tiene. ¿Usted tiene hijos? No, señor, pero quiero tener uno algún día. Cuando se pueda. Cuando se pueda. Inés esboza una pequeña sonrisa. Trabajo en tres casas. Pago la renta, el súper, la escuela de mis hermanos. Leandro quiere ir a la universidad.

Necesito juntar una lana para ayudarlo. Así que un hijo tendrá que esperar. Ramón siente algo extraño en el pecho. Admiración, respeto. ¿Dónde vive? En la colonia Doctores, como a 40 minutos de aquí en camión. 40 minutos, tres trabajos, dos hermanos que mantener y aún así se detiene para cuidar a su hijo. Gracias de nuevo. Cuando lo necesites, ella se va.

Ramón se queda ahí mirando a Manuel. El bebé sonríe. Es la primera vez que Ramón lo ve sonreír en semanas. En los días siguientes se vuelve una costumbre. Manuel llora. Inés aparece. Le enseña a Ramón a cambiar pañales correctamente, a preparar el biberón a la temperatura correcta, a saber cuándo el bebé quiere que lo carguen y cuándo quiere estar solo.

Y algo empieza a cambiar. Ramón empieza a esperar los momentos en que Inés está en la casa, no solo por la ayuda con Manuel, sino por su presencia, por la calma que ella transmite. Una tarde está en su despacho cuando mira el monitor de la habitación del bebé. La cámara que instaló lo muestra todo y ve a Inés. Entró después de limpiar.
Manuel estaba despierto en la cuna. Ella lo tomó en brazos y empezó a cantar una canción sencilla, una voz suave, técnicamente nada especial, pero llena de cariño. Manuel cierra los ojitos, se duerme. Ramón apaga el monitor, se recarga en la silla, se pasa la mano por la cara. Desde que Hilda murió, se convirtió en un zombi.
Trabaja porque lo necesita, respira porque el cuerpo lo obliga, pero no vive. Pero cuando ve a Inés con Manuel, cuando la oye cantar, cuando ve la sonrisa de su hijo, algo dentro de él despierta y eso lo asusta, porque ella es la de la limpieza.

Él es el patrón, no puede depender de ella para cuidar a su propio hijo. Necesita a alguien profesional, aunque todo en él le grite que no aleje a Inés. Una semana después, Ramón ya no se imagina la rutina sin Inés. Contrató candidatas a través de la agencia, pero todas parecen equivocadas, frías, robóticas. Ninguna hace sonreír a Manuel. Mientras tanto, Inés sigue apareciendo. Esa tarde de jueves, Ramón intenta darle papilla de verduras a Manuel.
El bebé lo escupe todo. Voltea la cara, llora. No le gusta la papilla. Es que usted se la está dando mal. Ramón se voltea. Inés está en la puerta de la cocina. Una sonrisa discreta, ¿cómo que mal? Usted le mete la cuchara en la boca como si fuera un robot. Con los bebés hay que tener maña. Ella se acerca, toma la cuchara, le pone una gotita de papilla en los labios a Manuel.

Él la lame, ella espera, le pone otro poquito. Manuel abre la boca. Ella le da una cucharada pequeña. Manuel traga sin escupir. Ve, hay que ir con calma, dejar que pruebe el sabor primero. Ramón suelta una risa. corta la primera en mucho tiempo. Deberías dar clases para nada, solo es tener paciencia.
Ella sigue dándole la papilla, canturreando entre cucharada y cucharada. Manuel se lo come todo. Ramón se sienta en la silla de al lado. Se queda mirando. Hay algo en la forma en que Inés cuida a su hijo. Algo que atrapa su atención. Natural, genuino. ¿Por qué eres tan buena con los niños? Inés le limpia la boca a Manuel. Cuando mi mamá murió, me convertí en la mamá de mis hermanos.

Leandro tenía 6 meses, la misma edad que Manuel. Me despertaba en la madrugada para darles el biberón. Les cambiaba el pañal antes de ir a la escuela. No teníamos dinero, pero teníamos amor. Y el amor resuelve muchas cosas. A Ramón se le oprime el pecho. Deberías estar estudiando, disfrutando la vida. Ahora estoy estudiando. Junté una lana y empecé un curso propedéutico.

Quiero estudiar enfermería. Enfermería. Sí. Siempre me ha gustado cuidar a la gente. Creo que nací para esto. Ramón la mira con otros ojos. No es solo admiración, es un respeto profundo. Tus hermanos tienen suerte. La que tiene suerte de tenerlo soy yo. Silencio. Cómodo. Manuel balbucea. Ambos ríen.
Ramón se da cuenta de que hace mucho que no tiene un momento así sencillo, tranquilo, solo existiendo. Con Hilda era diferente, era pasión, intenso, lleno de planes. Pero esto con Inés es otra cosa. Es paz. y él no sabe si está listo para sentir eso. Esa noche, después de que Inés se va, Ramón se queda pensando, no puede depender de ella. No es justo.
Ella tiene su propia vida. Tres trabajos, hermanos, sueños. Necesita contratar a una niñera profesional, aunque todo en él grite que no. Porque en el fondo Ramón sabe que no se trata solo de Manuel, también se trata de él sobre cómo se siente cuando Inés está cerca y eso lo asusta. Hilda murió hace 6 meses, no debería estar sintiendo nada por nadie, pero lo siente y no sabe qué hacer con eso. Dos días después todo cambia. Suena el timbre.
Ramón no esperaba a nadie. Va a la puerta. Abre Bárbara Acevedo. Cabello rubio, maquillaje perfecto, ropa de diseñador. Una sonrisa que no le llega a los ojos. Hola, Moncho. Se le revuelve el estómago. Bárbara, ¿qué haces aquí? Me enteré de lo de la niñera que la despediste. Vine a ayudar. Entra sin ser invitada.
Mira la casa como si todavía fuera la dueña. Ramón cierra la puerta. Controla su irritación. Bárbara fue su prometida dos años juntos. Ella terminó con él cuando le dijo que quería tener hijos. Ella no quería, nunca quiso. Un hijo estorbaba su carrera, su cuerpo, su libertad. Entonces se fue. Apareció Hilda, dulce, cariñosa, embarazada de tres meses, una aventura de una noche que se convirtió en amor de verdad. Ramón le pidió que se casara con él. Fueron felices hasta el parto.
Bárbara se puso furiosa, cortó todo contacto, desapareció y ahora está aquí. No necesito tu ayuda, Bárbara. Conozco a alguien, una niñera increíble, Cecilia. Trabajó para la familia de un diplomático superprofesional. Ramón Duda está desesperado. Las candidatas de la agencia no funcionaron.
¿Por qué haces esto? Bárbara esboza una sonrisa suave, falsa. Fuimos importantes el uno para el otro. Que no haya funcionado no quiere decir que no me importes. Mentira. Ramón lo siente, pero está cansado. Está bien. Dame su contacto. Mejor yo la traigo mañana a ver si te gusta. Antes de que Ramón responda se oye un llanto del piso de arriba. Manuel, yo voy. Déjame verlo.
Bárbara sube antes de que él pueda impedirlo. Ramón va tras ella, entra en el cuarto, mira hacia la cuna. Manuel está llorando con los bracitos estirados. Bárbara hace una mueca. Asco disimulado. Ha crecido. No hay cariño en su voz. Hay desdén. Ramón carga a su hijo rápidamente. Gracias por la recomendación, pero ahora tengo que cuidarlo. Bárbara entiende.

Sonríe forzadamente. Claro. Mañana a las 3 de la tarde viene Cecilia. Ella se va. Ramón oye la puerta cerrarse. Mira a Manuel. A papá tampoco le cae bien, mi hijo. Pero necesitamos una niñera. Al día siguiente, a las 3 de la tarde, suena el timbre. Bárbara está en la puerta y a su lado una mujer de unos 40 años, pelo negro recogido en un chongo apretado, ropa oscura, postura rígida, cara neutra. Ramón, ella es Cecilia. La mujer le extiende la mano.
Apretón firme, helado. Mucho gusto, señor Martínez. Igualmente pasa. Ramón lleva a Cecilia a la sala, le hace preguntas sobre su experiencia, referencias. Ella responde todo correctamente. Profesional, eficiente. Pero hay algo, algo que Ramón no identifica. Es demasiado buena, demasiado perfecta, como un robot programado.

¿Quieres conocer a Manuel? Claro, suben. Manuel está despierto en la cuna. Ramón lo carga. Se lo ofrece a Cecilia para que lo sostenga. Ella lo toma, pero es mecánico, como si sostuviera un paquete. Manuel empieza a lloriquear. Es así con los extraños. No, él es muy tranquilo. Mentira.
Manuel llora con casi todo el mundo, menos con Inés. Pero Ramón está desesperado. Necesita volver a trabajar bien. ¿Cuándo puede empezar? Mañana mismo, si quiere. Perfecto. Acuerdan los detalles. Cecilia se va. Bárbara se queda un rato más. ¿Ves? Es perfecta. Sí, gracias. Puedo venir a ver a Manuel a veces. Ramón quiere decir que no, pero sería una grosería. Claro. Bárbara sonríe.

Esta vez es de verdad, pero hay algo raro, algo calculado. Sale Ramón. Cierra la puerta, regresa al cuarto de Manuel. Inés está ahí limpiando el librero infantil. Disculpa, oí voces. La nueva niñera. Sí, parece seria. Ramón ríe sin gracia. Esa es una palabra. Inés termina. Toma la cubeta. Antes de irse mira a Manuel. Si necesitas algo, aquí estoy. Lo sé. Gracias. Sale. Ramón.
Se queda solo. Mira por la ventana. ve a Bárbara subiendo a su coche importado, algo dentro de él le grita que fue un error. Aceptar a la niñera que ella recomendó, dejar que Bárbara volviera, pero lo ignora. Necesita ayuda. Cecilia parece profesional. ¿Qué podría salir mal? Cecilia empieza al día siguiente.
Desde el primer día, a Inés no le cae bien, no puede explicarlo. Es una sensación, una vocecita en su cabeza que le dice que algo anda mal. Cecilia cuida de Manuel al pie de la letra, le cambia el pañal a su hora, le da el biberón, lo acuesta para dormir, pero hace todo sin cariño, como un robot siguiendo un protocolo.
Manuel llora más, sonríe menos. Bárbara empieza a aparecer siempre con la excusa de visitar, de ver cómo se está adaptando Cecilia. Siempre le trae un regalo a Manuel, siempre elogia a Cecilia. Inés se da cuenta de las miradas, de cómo Bárbara mira a Ramón, una mirada de hambre, de posesión. Miércoles por la tarde, Inés está limpiando la sala, oye voces en la terraza, las reconoce.

Son Bárbara y Cecilia. Hablan en voz baja, pero la ventana está entreabierta. Inés va hasta el librero que está cerca de la ventana. Finge que limpia, pero pone atención. Mañana a las 3 de la tarde ya sabes qué hacer. Y si alguien nos ve, nadie nos va a ver.

Por la puerta de atrás, la señora de la limpieza solo viene en las mañanas. El de seguridad no detiene a los empleados que salen con un niño y el dinero 175,000. La mitad ahora y la otra mitad cuando acabes. Inés se queda helada. El trapo le cae de la mano y después te quedas con el bebé unos tres días en un lugar seguro. Luego yo aparezco diciendo que descubrí dónde está. Regreso como la heroína.

Ramón va a estar agradecido, vulnerable y entonces lo reconquisto. A Inés se le hiela la sangre. Secuestro. Van a secuestrar a Manuel. Ruido de un sobre abriéndose. 35,000 ahora y 140,000 después. Okay. Mañana a las 3 de la tarde. Sin fallas, Cecilia. Pasos. Están entrando. Inés se agacha detrás del librero.
El corazón desbocado, las manos temblando. Bárbara y Cecilia entran a la sala, platican un poco más, cosas normales, fingiendo. Después Bárbara se va. Inés se queda escondida unos minutos más tratando de procesarlo. Tiene que contarlo a Ramón, a la policía. Pero Ramón está de viaje, no regresa hasta mañana en la mañana y si le llama a la policía, será su palabra contra la de dos mujeres ricas. Ella es la señora de la limpieza. Ellas son de clase alta.
¿Quién le va a creer? Inés respira profundo. No, no puede arriesgarse. Si la policía no le cree, ellas sabrán que descubrió todo. Cambiarán el plan. La única opción es impedirlo ella sola. Inés termina su trabajo en automático con la cabeza a 1000.

Llega a su casa esa noche, no duerme, se queda mirando el techo, pensando, repasando mentalmente lo que escuchó, lo que va a hacer. mañana 3 de la tarde tiene que estar ahí, tiene que impedirlo. El corazón se le acelera solo de pensarlo. Y si sale mal, y si Cecilia es violenta y si sale herida. Pero entonces piensa en Manuel, en ese bebecito indefenso, solo, asustado. No, no va a dejar que eso pase.
Por la mañana Inés llega a la mansión a las 7, 4 horas antes de lo normal. Al guardia de seguridad se le hace raro. Llegaste temprano hoy. Es que tengo un compromiso en la tarde. Necesito adelantar el trabajo. Él la deja entrar. Inés limpia. Despacio, controlando los nervios, observándolo todo. Ramón llegó de madrugada, está en el despacho. Cecilia llegó a su hora, está con Manuel.
Bárbara no ha aparecido, pero Inés sabe que ella está detrás de todo. Mediodía. Inés termina en la cocina, intenta comer, pero tiene el estómago revuelto. Una de la tarde, Ramón sale deprisa, reunión importante. Va a tardar, 2 de la tarde.

Inés se queda en la planta baja, finge que organiza unas cosas, pero tiene los ojos fijos en el pasillo. 2 y media. El corazón se le acelera. 250. Cecilia baja las escaleras. Un bolso grande al hombro, empuja una carriola. Manuel duerme adentro. Inés va al pasillo de servicio, se para frente a la puerta con los brazos cruzados.
3 de la tarde, Cecilia da vuelta en la esquina del pasillo. Ve a Inés bloqueando el paso. Su rostro cambia solo un segundo, pero Inés lo ve. La máscara se le cae. Quítate de en medio. Su voz ya no es profesional. Es fría, amenazante. Inés respira profundo. ¿A dónde crees que vas con él? A dar una vuelta.
El bebé necesita aire fresco por la puerta de servicio. Con ese bolso se lo vas a entregar a quien te está esperando afuera. Cecilia suelta la carriola, lleva la mano al bolso. No sé de qué estás hablando. Quítate. No. Cecilia saca un cuchillo del bolso. La hoja brilla. Última oportunidad. El corazón de Inés casi explota, pero no se mueve. Creció en la periferia.
Sabe defenderse y no va a dejar que nadie lastime a ese bebé. Cecilia avanza. Inés agarra el palo de la escoba que está recargado en la pared. Cuando Cecilia ataca, ella lo esquiva y le da con todo en el brazo. El cuchillo sale volando, cae al suelo con un ruido metálico. Seguridad. Auxilio.
Cecilia corre hacia la carriola, quiere agarrar a Manuel. Inés se avienta enfrente. Las dos caen al suelo. Cecilia es más fuerte. Sujeta a Inés por el cuello. Aprieta. Inés no puede respirar. Ve puntos negros, pero lucha. Patea. Araña. Logra soltarse. Rueda hacia un lado. Se levanta tambaleándose. Cecilia también se levanta. Se le va encima.
Otra vez Inés agarra lo primero que ve, un florero pesado. Lo levanta. Cuando Cecilia se acerca, le pega en un lado de la cabeza. Cecilia cae aturdida. Inés corre hacia la carriola, toma a Manuel en brazos. El bebé se despierta llorando. Ya mi cielo, tranquilo, ya, todo está bien.
Ella se aleja, se pega a la pared, protegiendo a Manuel con su cuerpo. Cecilia se levanta despacio. La sangre le escurre de la 100. Una mirada de puro odio. No sabes lo que hiciste. Da un paso. La puerta se abre con un estruendo. Ramón Martínez lo ve todo. Cecilia sangrando. El rostro desfigurado por la rabia. El cuchillo en el suelo. La carriola volcada. Inés pegada a la pared sosteniendo a Manuel, protegiéndolo con su cuerpo.
Los ojos muy abiertos, la respiración agitada. ¿Qué está pasando aquí? Los guardias de seguridad aparecen detrás de él, se le echan encima a Cecilia antes de que pueda reaccionar. Inés mira a Ramón, las lágrimas le corren por las mejillas, el cuerpo le tiembla. Ella eh ella iba a secuestrarlo. Lo oí ayer.
Ella y Bárbara. Ellas planearon todo y empieza a contar cada detalle. La conversación en la terraza, el dinero, el plan de Bárbara de ser la heroína. Ramón escucha en silencio. Su rostro se vuelve cada vez más pálido, cada vez más duro. Cuando Inés termina, él mira a Cecilia, los guardias la sujetan. Es verdad.
Cecilia escupe en el suelo. No pueden probar nada. La policía lo va a probar. Ramón toma el celular, llama. Mientras habla con la policía, sus ojos vuelven hacia Inés. Ella sigue ahí sosteniendo a Manuel, protegiéndolo. Y Ramón siente algo que nunca imaginó volver a sentir.
Se acerca lentamente, se para frente a ella. Salvaste a mi hijo. Su voz se quiebra. Inés se limpia las lágrimas con el brazo que no está sosteniendo a Manuel. Es que no podía dejar que se lo llevaran. Ramón extiende los brazos. Ella le entrega al bebé. Sus dedos se rozan por un segundo. Una descarga eléctrica. Ramón la mira. De verdad. No como un jefe mira a una empleada, como un hombre mira a la mujer que acaba de arriscar la vida por su hijo.
Gracias, Inés. asiente con la cabeza, no confía en su voz. La policía llega, se lleva a Cecilia y mientras Ramón da su declaración sosteniendo a Manuel, no puede dejar de mirar a Inés. Algo dentro de él cambió, algo profundo, algo que se parece mucho al comienzo de una pasión. La policía se lleva a Cecilia esposada.
Inés sigue temblando, el cuello marcado de donde la mujer la apretó, las manos arañadas por la pelea, pero Manuel está a salvo en los brazos de Ramón. Es lo que importa. Ramón la mira de verdad. Ve cada marca, cada arañazo, cada señal de lo que enfrentó. Protegiste a Manuel. Su voz sale ronca, conmovida. Solo hice lo que era correcto.
No hiciste más que eso. Arriesgaste tu vida. Inés mira al suelo. No sabe cómo lidiar con el agradecimiento. Nunca ha sido buena para eso. El detective se acerca. Voy a necesitar la declaración de ambos. ¿Pueden venir conmigo? En la delegación Inés cuenta todo. La conversación en la terraza, el plan, el dinero. El detective anota los puntos principales.
Cuando termina él pregunta y está completamente segura de que escuchó el nombre Bárbara Acevedo. Sí, fue ella quien le trajo a Cecilia al señor Ramón. Ella pagó todo. Ramón da su declaración. habla sobre Bárbara, la ex prometida que apareció ofreciendo ayuda, lo idiota que fue al aceptar. Usted no tenía cómo saberlo, dice el comandante.
Pero Ramón sabe que debió haber sospechado. Las señales estaban ahí. Él simplemente no quiso verlas. Dos horas después, el comandante llama a Ramón. Cecilia lo confesó todo. Hizo un trato para reducir su condena. entregó mensajes, transferencias, todo. Tenemos pruebas suficientes para arrestar a Bárbara. Y ya dijo algo sobre el plan. Habló.
Dice que Bárbara le pagó 175,000 pes, 35,000 de adelanto y 140,000 después. El bebé se iba a quedar en una finca por 3 días. Después Bárbara iba a aparecer como la heroína y a reconquistarte. Ramón siente cómo le sube la rabia, le hierve en el pecho, le quema en la garganta. La van a arrestar ahora. Ya estoy enviando una patrulla. Voy con ustedes.
El comandante duda, pero ve la determinación en los ojos de Ramón. Está bien, pero usted se queda en el coche, no interviene en la operación. Ramón asiente, pero sabe que cuando vea a Bárbara le será difícil controlarse. Inés está en la sala de espera cuando él pasa. Voy a ver cómo arrestan a Bárbara. ¿Quieres ir? Ella piensa.
Una parte de ella quiere ver cómo arrestan a la mujer que lo planeó todo. Pero otra parte solo quiere ir a casa, olvidar, seguir adelante. No quiero ir a casa, Ramón. entiende. Te llevo después, pero antes. Gracias por milésima vez. Gracias. Inés esboza una pequeña sonrisa. Deja de agradecer. Ya se te hizo costumbre. Él le devuelve la sonrisa.
Es la primera vez que lo ve sonreír de verdad. Ramón llega al penhouse de Bárbara junto con la policía. Edificio lujoso. Recepción elegante, todo reluciente. El detective toca el interfón. Bárbara contesta, “Sí, policía, abra la puerta.” Pausa. Se puede oír su respiración por el interfón. Un momento. Suben.
Cuando la puerta se abre, Bárbara está ahí. Ropa casual. Pelos intentando parecer tranquila, pero sus ojos la delatan. Hay miedo ahí. ¿Qué pasó? Ella ve a Ramón detrás de los policías. Intenta sonreír. Ramón, ¿qué estás haciendo aquí? El detective muestra la orden de arresto.
Bárbara Acevedo, usted está arrestada por intento de secuestro y asociación delictuosa. Su sonrisa se congela, luego desaparece. Esto es ridículo. Yo no hice nada. Ramón da un paso al frente, los puños cerrados, la mandíbula apretada, intentando controlarse para no abalanzarse sobre ella.
Cecilia confesó todo, los mensajes, el dinero, el plan completo. Bárbara se pone pálida, luego se pone roja. Esa idiota se da cuenta de lo que dijo, intenta retractarse. No, no quise decir, no sé de qué están hablando. El comandante hace una seña, los policías le ponen las esposas. Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga puede ser usado en su contra. Bárbara mira a Ramón.
Desesperación mezclada con rabia. Yo no hice nada malo, solo te quería de vuelta. Intentaste secuestrar a mi hijo. No iba a lastimarlo nunca. Era solo para que vieras que me necesitas. Ramón siente una oleada de asco. Nunca voy a necesitarte jamás. Los policías empiezan a llevársela. Bárbara Forcejea. Espera, Ramón, escúchame.
Podemos hablar, podemos. No hay nada de que hablar. La arrastran hacia el pasillo, pero antes de entrar al elevador grita, “Es por esa sirvienta. ¿Es es eso? ¿Estás enamorado de ella?” Ramón no responde, pero su silencio lo dice todo. Bárbara suelta una risa amarga, histérica. “¡Qué patético! El gran Ramón Martínez, enamorado de la sirvienta. Cuando salga de aquí voy a acabar con ella.
Le voy a destruir la vida a esa zorra. Las puertas del elevador se cierran, pero el eco de su voz aún resuena. Ramón se queda ahí parado, respirando profundo, con las manos temblando de rabia, de miedo, de un montón de cosas a las que no puede ponerles nombre. El detective le pone la mano en el hombro. No va a salir pronto. El intento de secuestro es un delito grave.
¿Cuánto tiempo? Con las pruebas que tenemos unos 5 a 8 años, quizá más. Ramón espera que sea más. Una semana después, la audiencia inicial. Ramón está en el juzgado. Inés también, sentados en bancas diferentes, pero unidos por la misma causa. Bárbara entra esposada, pero no lo parece.
Lleva el cabello arreglado, la ropa impecable, los abogados a su alrededor como un escudo. Ella mira a Ramón, luego a Inés, una mirada llena de odio. Inés siente un escalofrío. El juez entra, todos se levantan, luego se sientan. La audiencia comienza. El abogado de Bárbara es bueno, muy bueno. Habla con convicción, con confianza.
Su señoría, mi clienta no tiene antecedentes penales, tiene residencia fija, una familia de prestigio en la ciudad, una empresa establecida. No presenta ningún riesgo de fuga. Además, las supuestas pruebas se basan en el testimonio de una criminal confesa que solo busca una reducción de su condena. Solicitamos la libertad provisional con medidas cautelares.
La fiscalía se levanta. Su señoría, hay pruebas contundentes, mensajes intercambiados entre la acusada y su cómplice. Transferencias bancarias documentadas. Un testimonio detallado. La gravedad del delito es evidente. La acusada planeó secuestrar a un bebé de 6 meses. Representa un peligro para las víctimas y los testigos.
Solicitamos la prisión preventiva. El juez ojea el expediente, lee algunas páginas. El silencio en la sala es denso. Ramón se aferra al banco con fuerza. Ruega en su mente que la dejen encerrada. Inés apenas respira. El juez finalmente habla. Concedo parcialmente la petición de la defensa.
Otorgo la libertad provisional mediante el pago de una fianza por un monto de 700,000 pesos mexicanos. El uso obligatorio de una tobillera electrónica, arresto domiciliario nocturno de las 8 de la noche a las 6 de la mañana. la prohibición de acercarse a las víctimas y testigos en un radio de 500 m y la prohibición de salir del municipio sin autorización judicial.
La próxima audiencia será en 90 días. El golpe del mazo resuena en la sala. Ramón siente que el mundo se le viene encima. Bárbara sonríe. Es una sonrisa pequeña, discreta, pero ahí está Victoria. Afuera del juzgado, Ramón está nervioso caminando de un lado a otro. Va a salir. Ella va a salir y va a hacer algo.
Su abogado intenta calmarlo. Con todas estas medidas cautelares es casi como estar presa. No puede acercarse a ustedes, no puede salir de la ciudad. Y si viola cualquiera, regresa a la cárcel de inmediato. Casi presa. No es estar presa. Inés se acerca. No va a hacer nada. Sería una tontería. Sabe que la están vigilando. Ramón la mira. ¿No viste cómo te miró? Te odia.

Que me odie. No le tengo miedo. Pero yo sí, por ti. Sus miradas se encuentran. Algo pasa entre ellos. Algo eléctrico. Ramón es el primero en desviar la mirada. Voy a poner seguridad cerca de tu casa. Discreta. Ni te vas a dar cuenta. Inés quiere negarse, pero ve la preocupación genuina en su rostro.
Está bien, pero solo hasta el juicio. Solo hasta el juicio. Tres días después, Bárbara paga la fianza, sale de la cárcel, le ponen el brazalete electrónico, firma todos los términos. Cuando sale del juzgado, hay fotógrafos esperando. El caso se volvió noticia. Millonaria acusada de mandar a secuestrar al bebé de su ex prometido, Bárbara le sonríe a las cámaras confiada como si no hubiera hecho nada malo. Ramón ve las fotos en el periódico en línea esa noche.
Siente coraje, siente impotencia, pero al menos ella no puede acercarse, al menos por ahora. En los días siguientes, la vida intenta volver a la normalidad. Ramón le pidió a Inés que se quedara más tiempo en la mansión para ayudar con Manuel mientras él busca una nueva niñera. Esta vez con mucho más cuidado. Inés aceptó. Necesita el dinero extra.

Y si es sincera consigo misma, le gusta cuidar al bebé. Le gusta estar ahí. Esa mañana Manuel se despierta llorando. Ramón intenta calmarlo, lo mesece, le canta mal, pero lo intenta. Nada funciona. Inés aparece en la puerta del cuarto. ¿Quieres ayuda, por favor? Ella toma al bebé. Manuel deja de llorar casi de inmediato. La mira, sonríe esa sonrisa sin dientes. Ramón niega con la cabeza.
Te quiere más a ti que a mí, ¿no es cierto? Solo está acostumbrado a mí, ¿será? Ella pone a Manuel en el cambiador, empieza a cambiarle el pañal. Ramón se queda a su lado pasándole las cosas que necesita. Toallitas, pomada, un pañal limpio. Es extraño, íntimo, como si fueran una pareja cuidando a su hijo, pero no lo son. Aunque lo parezca, eres demasiado buena en esto. Dice Ramón, práctica.

He cuidado bebés toda mi vida. Tus hermanos tienen suerte. Yo soy la que tiene suerte de tenerlos. Manuel balbucea algo. Los dos se ríen. Ramón se da cuenta de que hace mucho que no se ríe así con ligereza. De verdad, esa tarde Manuel está irritable. No quiere dormir, llora, patalea.
Inés camina con él por la casa cantando en voz baja. Ramón va detrás de ella. Solo observando. Sigo pensando que cantas bien. Canto mal, pero a los bebés no les importa la afinación. Pasa por la sala, por la cocina, de vuelta al cuarto. Manuel por fin se relaja. Sus ojitos empiezan a cerrarse. Inés lo acuesta en la cuna con cuidado. Lo tapa con la sábana.

sale del cuarto sin hacer ruido. Ramón está esperando en el pasillo por un segundo. Quedan muy cerca, casi rozándose, el aire se vuelve pesado, cargado. Ramón abre la boca para decir algo, pero no sabe qué. Inés la primera en desviar la mirada. Tengo que terminar de limpiar. Claro.
Pasa a su lado rápido, como si tuviera miedo de estar demasiado cerca. Ramón se recarga en la pared, se pasa la mano por el cabello, confundido por todo lo que está sintiendo. Esa noche, después de que Inés se va, Ramón se queda pensando. No puede apegarse a ella, no es justo. Ella tiene su propia vida, sueños, un futuro.
Pero es difícil, muy difícil, porque cuando ella está cerca todo parece más ligero, más posible y no sabe qué hacer con eso. Mientras tanto, en su penhouse, Bárbara está al límite. No puede salir de casa después de las 8, no puede acercarse a Ramón, no puede hacer nada. Mira el brazalete electrónico en su tobillo, siente rabia, humillación, pero siente aún más rabia cuando piensa en Inés. Esa mujer, esa don nadie le robó a Ramón.

Bárbara toma su celular, revisa las redes sociales de Inés. Pocas fotos, un perfil sencillo, una vida sencilla, pero Ramón está enamorado de ella. Bárbara lo vio en su mirada y eso es inaceptable. Si ella no puede tener a Ramón, nadie podrá, especialmente no esa sirvienta. Bárbara hace una búsqueda en Google.
¿Cómo destruir la reputación de alguien en línea? Aparecen varios resultados. Ella empieza a leer. Una lenta sonrisa se dibuja en su rostro. Si no puede acercarse físicamente, la destruirá de otra forma. Abre WhatsApp. Busca un contacto. Jerónimo, un hacker freelance que conoció en una fiesta hace años.
Escribe, “Necesito un servicio. ¿Cuánto cobras por crear contenido falso en redes sociales? Fotos editadas, conversaciones falsas, perfiles falsos. Necesito destruir a alguien.” La respuesta llega en minutos. Depende del nivel de sofisticación, pero a ti te hago un precio especial. 70.000. Bárbara ni lo duda. Hecho.
¿Cuándo puedes empezar? Mañana mándame la información de la persona. Bárbara le manda todo, el nombre completo de Inés, fotos, dirección, los lugares que frecuenta. Luego avienta el celular al sofá y sonríe. Mañana la vida de Inés Lima se convertirá en un infierno. Inés se despierta con el celular sonando sin parar. Mensajes, notificaciones, muchísimas. Lo abre.

Ve a gente etiquetándola en publicaciones, comentarios, publicaciones compartidas, se le hunde el corazón. Hace clic en una publicación. Es una foto de ella saliendo de la mansión de Ramón, pero el pie de foto dice, “La cachamos, empleada doméstica se aprovecha de su patrón viudo y millonario. Los vecinos denuncian que pasa las noches en la casa una casafortunas en acción, se le revuelve el estómago, abre otra. Es un video editado.
Parece que está saliendo de la mansión con una bolsa de diseñador en la mano. Pie de foto. Ya empezó a robar. No, esto no puede estar pasando. Desliza por su fit. Más publicaciones, más mentiras. Conversaciones falsas de WhatsApp donde supuestamente dice que va a pescar al ricachón. Todo es mentira. Todo es un montaje, pero la gente se lo está creyendo.

Cientos de comentarios. Sinvergüenza. Estas mujeres no tienen límite. Aprovechada, le tiemblan las manos. Le llama a Ramón. Bueno, tú viste las redes sociales. Se oye el ruido de un teclado del otro lado. ¿Qué es todo esto? Hay publicaciones falsas sobre mí diciendo que te estoy dando un golpe, que te estoy robando. Todo es mentira.
Sé que es mentira. Tranquila. ¿Cómo quieres que me calme? Hay gente que me está llamando estafadora. Es bárbara. Tiene que ser ella. ¿Cómo lo probamos? Voy a contratar a alguien para que investigue, abogados para demandar. Todo va a salir bien. Pero no es así. En los días siguientes la situación empeora.
Las publicaciones se multiplican, perfiles falsos las comparten, se crean hashtags. Empieza a aparecer el hashtag Inés estafadora. Inés sale a la calle, la gente la mira, cuchichean, la señalan. Una mujer se le acerca en la parada del autobús. Debería darte vergüenza. Disculpe, vi las publicaciones sobre ti sacándole el dinero al pobre viudo. Asquerosa. Todo es mentira.
Yo nunca, es lo que dicen todas. La mujer se aleja, otras personas la miran con desprecio. A Inés le dan ganas de gritar, de explicarles, pero sabe que no sirve de nada. En internet la verdad no importa, solo la narrativa. En la escuela de sus hermanos las cosas empeoran. Leandro llega a casa con un ojo morado, el labio partido.
¿Qué pasó? Un tipo dijo que eres una casafortunas. Le di un puñetazo. Él me dio otro. Nos peleamos. Leandro, no puedes andarte peleando por ahí. y lo iba a dejar hablar así de ti. Marta aparece en la puerta de la habitación con los ojos rojos de tanto llorar. Las niñas de mi salón se están riendo de mí. Dicen que nos vamos a hacer ricos porque te vas a casar con el jefe millonario. Inés abraza a su hermana.
No les hagas caso, mi amor. Todo es mentira. Pero, ¿por qué la gente está diciendo eso? Porque porque hay gente mala en el mundo. Inés pierde sus otros dos empleos. Mensajes en WhatsApp, educados pero firmes. Inés, fue un placer trabajar contigo, pero vamos a tener que prescindir de tus servicios.
Mi esposo no se siente cómodo después de lo que vio en internet. Prefiero evitar problemas. Gracias por tu comprensión. Ahora solo le queda el trabajo en la mansión, e incluso eso parece frágil. Una tarde, regresando de la mansión en las lomas, Inés está en la parada del camión cuando un grupo de mujeres se le acerca. Tú eres Inés, ¿verdad? La aprovechada. Yo no soy. Claro que sí.
Vimos los posts. ¿Crees que puedes estafar a la gente y salirte con la tuya? Una de ellas empuja a Inés. Ella tropieza. Oye, ya basta. ¿O qué? ¿Vas a llamar a tu novio ricachón? Otra mujer le avienta algo, algo líquido, jugo. Queda toda empapada. Esto es para que aprendas. Las mujeres se ríen y se alejan.
Inés se queda ahí empapada, humillada en medio de la calle. La gente pasa, la miran, pero nadie la ayuda. Llega a su casa temblando, no de frío, de coraje, de impotencia. Se da una ducha, llora bajo la regadera donde nadie puede verla. Esa noche, un mensaje en su celular, número desconocido. Esta es tu última oportunidad. Sal de su vida o tus hermanos sufrirán las consecuencias.
Foto adjunta. Leandro y Marta saliendo de la escuela. A Inés se le hiela la sangre. No, a ellos no. Cualquier cosa, menos ellos. Le llama a Ramón apenas y puede hablar. Ellos, ellos mandaron una foto de mis hermanos. ¿Cómo que una foto? Ella le manda la captura de pantalla. Ramón la ve.
La rabia explota dentro de él. Se acabó. Te vas a venir a vivir aquí tú y tus hermanos. Ramón, no puedo. No te lo estoy pidiendo, Inés. Te lo estoy diciendo. Voy a mandar por ustedes ahora mismo. Pero amenazaron a unos niños. ¿Crees que te voy a dejar allá sola? ¿Crees que me voy a arriesgar? Inés no sabe qué responder porque él tiene razón.
No puede arriesgar a sus hermanos. Está bien, pero solo nos quedaremos hasta que descubras quién está haciendo esto. El tiempo que sea necesario. Media hora después, un coche se para frente a su edificio. Un chóer y un guardia de seguridad. ¿Usted es la señorita Inés Lima? Soy yo. El señor Ramón mandó por usted y sus hermanos.
Traigan ropa y documentos. Pasaremos por el resto después. Inés llama a Leandro y a Marta. Nos vamos a quedar en casa de mi jefe por un tiempo por seguridad. Leandro frunce el ceño. ¿Por cuánto tiempo? No sé, unos días, quizás semanas. ¿Y la escuela? Seguirás yendo, pero ahora con chóer. Inés, ¿es tan serio? Ella le muestra la foto de los dos que recibió.
Leandro se pone pálido. Híjole, Marta está asustada. Vamos a estar bien. Inés la abraza. Sí, te lo prometo. Preparan sus mochilas, ropa, cepillos de dientes, lo esencial. En el coche, Marta mira por la ventana. Su casa es como una mansión. Sí, lo es, como un castillo de princesa. Inés sonríe a pesar de todo. No exageres, pero es grande.
Cuando llegan Ramón los está esperando en la puerta. Bienvenidos. Leandro mira hacia arriba, hacia los lados, con la boca abierta. No manches, esto es gigante. Se quedarán en el ala de huéspedes. Tres recámaras, dos baños. Siéntanse como en casa. La casa también es suya ahora. Marta le aprieta la mano a Inés. De verdad podemos quedarnos. Sí, el tiempo que necesiten.
Ramón mira a Inés. Sus ojos dicen más que las palabras. Ahora estás a salvo. Voy a protegerte. Ella quiere creer, pero en el fondo sabe que Bárbara no va a parar. No hasta que consiga lo que quiere o hasta que la detengan de una vez por todas. Esa primera noche fue extraña para todos. Inés no pudo dormir bien. El cuarto era demasiado grande, demasiado silencioso.

Marta se despertó dos veces pidiendo agua, asustada por los sonidos diferentes de la casa. Leandro se quedó despierto viendo su celular hasta tarde, intentando procesar todo, pero cuando salió el sol, la vida siguió. A la mañana siguiente, Ramón actúa rápido. Conoce a Figueroa desde hace años.
expicía federal, se retiró joven y abrió una empresa de investigación privada. El mejor en lo que hace, caro, pero vale cada centavo. Se reúnen en la oficina de la mansión. Figueroa es un hombre de unos 50 años, pelo canoso, mirada penetrante, habla poco, pero cuando lo hace todo el mundo escucha. “¿Cuánto tiempo tienes con este problema?”, pregunta él directo, sin rodeos.
“Unas dos semanas. Empezó con posts falsos, luego amenazas. Ayer mandaron una foto de sus hermanos. Figueroa anota todo en una libretita a la antigüita y sospecha de alguien en específico. Bárbara Acevedo, mi ex prometida, estuvo en la cárcel por intento de secuestro, pero la soltaron con un brazalete electrónico.

No puede acercarse a nosotros, pero eso no le impide contratar a alguien. Bárbara Acevedo. Figueroa frunce el seño. He oído hablar de ella. Familia de dinero influyente. Va a ser complicado meterse con ella. Tiene miedo. Figueroa sonríe. Una sonrisa pequeña, casi imperceptible. No le tengo miedo a nada.
Solo me gusta saber con qué estoy lidiando. Entonces, ¿acepta el cas? Acepto, pero va a tomar tiempo. Un buen hacker no deja rastros fáciles. Podría tomar semanas. ¿Cuánto cobra? 70,000 pesos de anticipo. Más gastos. Si encuentro las pruebas que necesita, otros 35,000 al cerrar. Hecho. Se dan la mano.
Figueroa toma la carpeta con todas las capturas de pantalla, fotos y mensajes. Empiezo hoy mismo. Le mando un informe cada tres días. Cuando Figueroa se va, Ramón siente un poco de alivio. Por fin alguien hace algo. Él va al jardín. Necesita aire. Inés está ahí empujando a Manuel en la carriola.

El bebé está despierto mirando los árboles meerse con el viento. Ella ve a Ramón y sonríe. Le gusta estar aquí afuera. Se queda muy tranquilito. Sí que es agradable, silencioso. Ramón se sienta en la banca junto a ella. Se quedan ahí en silencio, pero no es incómodo. Contraté a un investigador, dice Ramón después de un rato. En serio. Sí. el mejor que conozco. Él va a encontrar a quien está detrás de todo.

Y si es Bárbara, ¿no está ya en la cárcel? Sí, pero pudo haber contratado a alguien antes o pudo haber mandado a alguien a que lo hiciera por ella. Figueroa lo va a averiguar. Inés respira profundo, aliviada. Gracias por hacer esto, por protegernos. Quiero hacerlo. No es una obligación, es una elección.
Ella lo mira, el aire entre ellos se vuelve denso, pero ninguno de los dos habla. Ninguno de los dos actúa, porque el momento todavía no es el correcto. 10 días viviendo en la mansión. La rutina se ajusta. Leandro y Marta van a la escuela con chóer. Inés cuida de Manuel durante el día. Ramón trabaja desde casa siempre que puede.

Por la noche cenan juntos. Los cinco parecen una familia, pero no lo son. Esa tarde de viernes, Leandro llega de la escuela de mal humor. ¿Qué pasó?, pregunta Inés. Nada, Leandro. Él avienta la mochila en el sofá. Estoy harto de estar aquí. Quiero volver a casa. Todavía no podemos. No es seguro. Ya pasaron casi dos semanas.
No ha pasado nada. Extraño a mis amigos. Mi vida. Marta aparece desde la cocina. Yo también quiero volver, pero prefiero quedarme aquí segura que regresar y tener miedo. Leandro resopla. Tú eres una niña, ¿no entiendes? Claro que entiendo. Ya basta. Ustedes dos. Interviene Inés. Sé que es difícil, pero es temporal.

Cuando el investigador descubra quién está haciendo esto, volveremos. Y si no lo descubre, ¿vamos a vivir aquí para siempre? La pregunta queda en el aire, pesada. Inés no tiene respuesta. Esa noche, después de que sus hermanos se duermen, ella toma una decisión. Tiene que irse por Leandro, por Marta, por ella misma.
Mientras más tiempo se queden ahí, más confuso se vuelve todo, más doloroso. Va al despacho. Ramón está en la computadora. ¿Puedo hablar contigo? Él se levanta de inmediato, preocupado. Claro. ¿Pasó algo? No, pero ya decidí. Nos vamos a ir. Mis hermanos y yo. Su rostro se endurece. ¿Por qué? Porque Leandro se está quejando, quiere su vida de vuelta, sus amigos, su rutina y tiene razón. No podemos quedarnos aquí para siempre. Pero todavía no es seguro.
Han pasado casi dos semanas, no ha pasado nada, ninguna amenaza nueva, ninguna publicación. Tal vez ya se acabó. O tal vez estén planeando otra cosa. Inés niega con la cabeza. Ramón, no puedo quedarme aquí. Ya no puedo más. ¿Por qué? Es por mí, es por todo. Tú esta situación yo no está bien. Ramón se acerca, se para frente a ella. ¿Qué es lo que no está bien? Que te proteja.
Darme un lugar seguro. Es demasiado bueno para ser verdad y eso me asusta. Inés, no. Déjame hablar. Respira hondo. Sé lo que sientes. Lo veo en la forma en que me miras. Y yo yo también lo siento, pero no puede ser. No podemos. ¿Por qué no? Porque la gente va a hablar.

 

Van a decir que me aproveché, que soy una casafortunas. Manuel va a crecer escuchando eso. No voy a permitir que eso pase. Ramón quiere discutir. Quiere decir que no le importa lo que la gente piense, pero ve el dolor en sus ojos, el miedo real, y lo entiende. Está bien, dice en voz baja.

Pero deja que Figueroa termine la investigación, deja que descubra quién está detrás de esto. Entonces se podrán ir seguros con la conciencia tranquila. ¿Cuánto tiempo va a tardar? Dijo que podría tardar, pero te prometo que voy a estar encima de él todos los días. Inés quiere negarse, pero sabe que él tiene razón. Sería irresponsable volver sin saber si el peligro ya pasó.
Una semana más. Si en una semana no descubre nada, nos vamos de todos modos. Y también se lo prometí a Leandro. Hecho. Sale de la oficina rápido antes de que él vea sus lágrimas. Ramón se queda solo. Se aprieta el puente de la nariz frustrado con toda la situación. Está enamorado, completamente enamorado.
Y ella está huyendo, pero no se va a rendir. No, esta vez Figueroa trabaja sin parar. Los primeros días parece que no va a llegar a nada. Los perfiles falsos fueron creadados con una VPN. Las IP cambian constantemente. El hacker es bueno, pero Figueroa es mejor. Semana y media después de la contratación logra rastrear un patrón.
Todas las IP, a pesar de cambiar pasan por un servidor específico y pagaron por ese servidor con una tarjeta de crédito vinculada a una offshore en las Islas Caimán. Más investigación, más levantamientos de secreto autorizados por el juez. La offshore tiene como beneficiaria final a Bárbara Acevedo.
Figueroa le llama a Ramón. Encontré la punta del hilo. Cuéntame. Figueroa le explica todo. El servidor, la offshore, la conexión con Bárbara. Pero con eso no basta. Continúa. Necesito al hacker. Necesito que me entregue las conversaciones, los archivos originales. Ahí sí cerramos el cerco. ¿Cómo vas a encontrar al hacker? Ya lo encontré.
Jerónimo Méndez es freelancer, tiene antecedentes, trabaja con manipulación de imágenes, creación de perfiles falsos. ¿Y cómo vas a hacer que hable? Déjamelo a mí. Tengo unos contactos. Dos días después, Figueroa vuelve a llamar. Lo conseguí. ¿Qué conseguiste? Las pruebas. Jerónimo entregó todo. Conversaciones con Bárbara en WhatsApp, archivos originales de los montajes, todo.
Estaba enojado porque ella le prometió pagarle más y no lo hizo. Lo entregó por coraje y por miedo. Le expliqué que Bárbara está siendo investigada, que podría ser cómplice, que si coopera su sentencia se reduce. prefirió salvar su propio pellejo. Ramón siente que el alivio lo invade. Eres muy bueno, por eso cobro caro, pero aún hay más.
Encontré al tipo que se metió a la casa de Inés, un tipo moreno de 23 años. Tiene antecedentes. Confesó que Bárbara le pagó 17,500 pesos para que entrara, revolviera todo y escribiera la amenaza. ¿Hay forma de probarlo? grabó la conversación que tuvo con ella como un seguro en caso de que no le pagara. Gente lista, sin escrúpulos, pero lista.
¿Cuánto tiempo necesitas para cerrar el expediente completo? Dos días. Voy a organizar todo. Recopilar declaraciones por escrito, autenticar documentos, luego lo llevo directo a la fiscalía. Hazlo. Y Figueroa. Buen trabajo. En serio, para eso me pagas. Cuando cuelga, Ramón va a buscar a Inés. Ella está en el cuarto de Manuel cambiándole el pañal. Inés. Ella se voltea, ve su rostro, la emoción.
Lo descubrió. Lo descubrió. Fue Bárbara. Figueroa tiene pruebas, conversaciones, transferencias, declaraciones, todo. Sus ojos se llenan de lágrimas, pero esta vez de alivio. En serio, en serio. En dos días cierra el expediente y lo lleva a la fiscalía. Bárbara va a ser arrestada de nuevo y esta vez no sale. Inés se sienta en el sillón, las piernas le flaquean. Entonces, se acabó.

Se acabó. Ella lo mira sonriendo a pesar de las lágrimas. Gracias por todo. No tienes por qué agradecer. Silencio, cargado de cosas no dichas. Entonces, ya me puedo ir, dice Inés en voz baja. Ramón siente una puñalada en el pecho. Puedes, si quieres, es lo mejor.
¿Para quién? Ella no responde porque ya no sabe. Ramón no aguanta. Necesita ver a Bárbara a los ojos, decirle lo que antes de que la arresten de nuevo, habla con el juez, pide autorización. Como víctima tiene derecho. El juez autoriza una visita en presencia de un oficial de la corte. Ramón va a su casa.
El oficial espera en el coche, listo para intervenir si es necesario. Bárbara abre la puerta sorprendida, luego sonríe. Ramón, viniste. No me llames así. Ella le hace espacio. Él entra, pero se queda cerca de la puerta, listo para irse si es necesario. El departamento es un desastre. Ropa en el suelo, platos sucios. Bárbara no está bien, pero intenta disimularlo.

¿Quieres sentarte? No, no me voy a quedar mucho tiempo. Entonces, ¿para qué viniste? Ramón respira hondo, controla la rabia que hierve dentro de él. Vine a decirte que lo sé todo. Tú contrataste a Jerónimo, creaste los perfiles falsos, esparciste las mentiras, le pagaste al tipo para que se metiera a su casa. Tengo pruebas de todo. La cara de Bárbara se pone pálida, luego se enrojece. No sé de qué estás hablando. No mientas.
Tengo las conversaciones, las transferencias, los testimonios. Se acabó, Bárbara. Ella tiembla de rabia, de miedo, de frustración. Ella me te robó. Nadie robó nada. Yo nunca fui tuyo. Éramos perfectos juntos. éramos tóxicos. Tú no me amabas, me querías como una posesión. Bárbara da un paso al frente, agresiva ahora.
Yo te amaba. Te amo. No, estás obsesionada. ¿Qué es diferente? Ramón mantiene la voz firme. Intentaste secuestrar a mi hijo. Destruiste la vida de una mujer inocente. Amenazaste a niños. Eso no es amor. Es una enfermedad. Ella no es inocente, se aprovechó de ti.
Ella salvó a mi hijo, arriesgó su vida y tú, tú solo destruiste. Todo lo que tocaste lo destruiste. Bárbara toma un vaso de la mesa, sus dedos lo aprietan, quiere aventarlo, quiere romperlo, quiere gritar, pero se controla porque sabe que el oficial está ahí afuera. sabe que cualquier cosa puede empeorar su situación. Vuelve a poner el vaso en la mesa despacio. Lárgate de aquí.
Ya me voy. Pero antes, déjame decirte una cosa. Vas a pagar por todo lo que hiciste. Yo me voy a asegurar de eso. Él sale, cierra la puerta. Bárbara se queda ahí parada, sola, en el departamento desordenado y por primera vez se da cuenta perdió. Lo perdió todo y ya no hay vuelta atrás. Dos días después, Figueroa le entrega el expediente completo a la fiscalía. La fiscal lo lee todo.
Queda impresionada con la cantidad de pruebas. Esto es sólido, muy sólido. Voy a pedir la revocación inmediata de la libertad condicional y a incluir nuevos cargos. Difamación agravada, amenaza, allanamiento de morada. De esta no sale. ¿Cuánto tiempo para que la arresten? 24 horas. Al día siguiente arrestan a Bárbara.
Esta vez sin derecho a fianza. Prisión preventiva hasta el juicio. Las noticias estallan. Empresaria arrestada de nuevo por campaña de difamación y amenazas. Inés lo ve en el celular. Respira aliviada, pero también siente un vacío porque ahora ya no tiene excusa para quedarse. Esa noche es la víspera de la audiencia que confirmará la prisión preventiva.
Inés no puede dormir, sale al jardín, necesita pensar. Ramón está ahí sentado en el columpio cerca de la alberca. Tú tampoco puedes dormir. Él se voltea, sonríe con tristeza, muchas cosas en la cabeza. Me puedo sentar siempre. Ella se sienta en el columpio de al lado. Se mecen lentamente mirando las estrellas.
Ninguno de los dos habla, pero el silencio lo dice todo. Mañana se acaba dice Ramón después de un rato. Sí. Y te vas a ir. Tengo que hacerlo. Volver a mi vida. Ramón deja de mecerse, se gira hacia ella. Y si no quiero que te vayas, Inés. siente que el corazón se le acelera.
Ramón, déjame hablar solo una vez. Ella lo mira, ve la intensidad en su mirada. Sé que es una locura, sé que es poco tiempo, pero yo no lo digas. Porque si lo dices, todo cambia. Y no sé si estoy lista. ¿Lista para qué? Para sentir esto. Para dejar que esto sea real. Ramón le toma la mano suave. Pero firme. Inés, me enamoré de ti.
Ella cierra los ojos, las lágrimas brotan. No sabes lo que estás diciendo. Claro que sé. Me despierto pensando en ti. El día solo mejora cuando apareces. Manuel sonríe más cuando estás cerca. La casa se siente más ligera. Yo me siento más ligero. Pero es mucho. Demasiado rápido.
¿Y eso qué? A veces las cosas correctas suceden rápido. Inés abre los ojos, lo mira y la gente, ¿qué van a decir? Que digan. Pero Manuel va a ser más feliz contigo aquí, estoy seguro. ¿Y si te arrepientes? ¿Y si no me arrepiento? ¿Y si somos felices? Ella se limpia las lágrimas con la mano libre. Yo también lo siento.
Intento no sentirlo, pero lo siento. Ramón sonríe. Esa sonrisa que ilumina todo. Entonces, quédate. Tengo miedo. Yo también lo enfrentar hondo. Se arma de valor. Está bien, me quedo. Lo intento. Lo intentamos. En serio. En serio, pero despacio. Con calma. A tu manera. Él se acerca. despacio, dándole tiempo para que retroceda.
Pero ella no retrocede. Sus labios se encuentran suave al principio, vacilante, luego más firme, más seguro. Cuando se separan, ella apoya su frente en la de él. Te voy a hacer feliz, susurra él. Ya lo haces. Se quedan ahí abrazados bajo las estrellas, finalmente permitiendo que sea real.
Mientras tanto, en la cárcel, Bárbara está al límite. La audiencia de mañana decidirá si se queda en prisión hasta el juicio y por los delitos que ha acumulado, es muy probable que así sea. Solo tiene permitida una llamada al día. Le llama a su abogado. Necesito un favor. ¿Qué tipo de favor? Su voz suena cautelosa.
Tengo dinero guardado en una cuenta que nadie conoce. Quiero que uses ese dinero para contratar a alguien. ¿Contratar para qué, Bárbara? Para darle un susto a Inés. Para que lo deje en paz. Eso es 175,000 pesos. Solo para que hagas eso sin preguntas. Silencio al otro lado de la línea. Puedo perder mi licencia. Vas a perder mucho más si te niegas. Sé de tus tranzas, de los casos que manipulaste.

Tengo pruebas bien guardadas. Si no me ayudas, lo entrego todo. El abogado respira hondo. Sabe que no tiene opción. ¿Qué es lo que quieres exactamente? Quiero a alguien profesional, para que la siga. Le dé un susto. Nada muy pesado, solo lo suficiente para que le dé miedo y se vaya. Y si sale mal, no va a pasar.
Tú te vas a encargar de eso. Ella cuelga, sonríe en la oscuridad de la celda. Si ella no puede tener a Ramón, nadie puede. Al día siguiente, el abogado deposita el dinero, contrata a un hombre que conoce, gente que hace trabajos discretos. Sigue a la mujer, vigílala. Cuando tengas la oportunidad, dale un susto, pero no la lastimes.

¿Entendido? Solo un susto. El hombre asiente, toma el dinero y empieza a seguir a Inés esperando el momento adecuado. Han pasado dos meses y medio desde aquella noche en el jardín. Ramón e Inés vivieron como prometidos, planeando el futuro juntos. Pero hoy el pasado regresa. Es día de ajustar cuentas. El día del juicio llegó. El juzgado está lleno.
El caso se convirtió en noticia nacional. empresaria acusada de intentar secuestrar al bebé de su ex prometido y de acosar a una mujer inocente. Reporteros en la puerta, cámaras, flashes. Ramón e Inés llegan juntos. Él le toma la mano. Ella está nerviosa. “Todo va a salir bien”, le susurra. “Y si ella gana, no va a ganar. Las pruebas son sólidas.
Entran, se sientan en las bancas reservadas para las víctimas.” Minutos después traen a Bárbara esposada con el uniforme naranja de la prisión. Su cabello, que siempre fue impecable, está sin vida. El rostro pálido, ojeras profundas. Dos meses y medio en la cárcel la cambiaron. Pero cuando mira a Inés, el odio en sus ojos sigue siendo el mismo.
El juez entra, todos se levantan, luego se sientan. El juicio comienza. La fiscal se levanta. Voz firme, segura. Señorías, señores del jurado, estamos aquí porque la acusada Bárbara Acevedo cometió una serie de delitos graves. Intento de secuestro calificado de un bebé de 6 meses, asociación delictuosa, difamación agravada, allanamiento de morada, amenaza calificada contra menores.
Hace una pausa. Mira a cada miembro del jurado. Vamos a probar con documentos, testimonios y pruebas periciales que la acusada actuó de forma premeditada y calculada, que ella representa un peligro real para la sociedad. La fiscal se sienta, el abogado de Bárbara se levanta, uno de los penalistas más caros del país, traje impecable, postura segura.
Su señoría, señores del jurado, mi clienta cometió errores, eso es innegable, pero fueron errores que nacieron de un trastorno psicológico grave. Bárbara Acevedo sufre de un trastorno obsesivo relacionado con pérdidas afectivas. Ella no es una criminal, es una mujer enferma que necesita tratamiento. Ramón aprieta los puños. Enferma. Ella sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
El juicio continúa durante los siguientes 4 días. Primera testigo, Cecilia. Ella cumple una condena reducida por haber delatado. Bárbara me buscó hace unos 4 meses. Me ofreció 175,000 pesos para que me hiciera pasar por niñera y secuestrara al bebé. Acepté porque andaba necesitada de dinero, pero juro que no iba a lastimar al niño.
¿Y cómo iba a hacer el secuestro? Iba a llevarme a Manuel a una finca, quedarme ahí tres días. Luego Bárbara iba a aparecer con la policía fingiendo que lo había encontrado. Ella iba a ser la heroína. La sala reacciona. Murmullos, caras de asco. El abogado de Bárbara intenta desacreditarla. Ah, señora, ¿no está inventando esto a cambio de una reducción de condena? No, tengo los mensajes, las transferencias, todo está documentado.
Segundo testigo, Jerónimo, el hacker. Él muestra las conversaciones con Bárbara, sus peticiones para crear perfiles falsos, los montajes. Me mandó un mensaje diciendo, “Quiero que parezca que está robando. Haz una foto de ella con joyas. Hice lo que me pidió. Tercer testigo, el criminal que entró a robar a la casa de Inés. Me pagó 17,500es.
Me mostró una foto de la casa. Me dijo la hora, lo planeó todo. Cuarta. Testigo. Inés sube al estrado. Al principio le tiemblan las manos, pero respira hondo. La fiscal es amable. Inés, ¿puede contarle al jurado cómo empezó todo? Inés cuenta sobre el día que salvó a Manuel, sobre Bárbara apareciendo después, las publicaciones falsas que destruyeron su vida, las amenazas a sus hermanos. Perdí mis trabajos.
Mis hermanos sufrieron bullying. La gente me atacaba en la calle. Tenía miedo de salir de casa, miedo de que le hicieran algo a mi familia. Su voz se va haciendo más firme con cada palabra. Y lo peor es que yo no hice nada malo. Yo solo salvé a un bebé. Varios miembros del jurado se secan los ojos. El abogado de Bárbara se levanta, intenta atacar.
¿Usted no se mudó a la casa del señor Ramón solo dos semanas después de salvarlo? Una mudanza conveniente, ¿no? Inés lo mira directa. Me mudé porque recibí amenazas de muerte contra mis hermanos con una foto de ellos saliendo de la escuela. El señor Ramón me ofreció protección. Acepté porque tengo dos hermanos menores a los que amo.
Si usted cree que proteger a la familia es conveniencia, entonces tenemos valores muy diferentes. Algunos en el público aplauden en voz baja. El juez pide silencio. Quinto testigo. Ramón. Él cuenta sobre la traición de Bárbara, el trauma, el miedo de perder a su hijo. Manuel tenía 6 meses, 6 meses.
Y a ella no le importó, solo quería tenerme de vuelta como si yo fuera un objeto. Y sobre su relación con Inés, Ramón la mira, esboza una pequeña sonrisa. Inés me enseñó a ser padre, me hizo volver a vivir y sí, me enamoré de ella, pero no porque se aprovechara, sino porque es la persona más íntegra que he conocido. Arriesgó todo por un bebé que apenas conocía. Bárbara no lo soporta.
Se levanta de su asiento. Mentira, te manipuló, te embrujó. El juez golpea el mazo con fuerza. Orden. Siéntese inmediatamente o será retirada de la sala. Los guardias de seguridad obligan a Bárbara a sentarse. Ella tiembla de rabia, pero se calla. La fiscal presenta además el expediente completo de Figueroa.
Pruebas periciales, rastreo de llamadas, intervenciones telefónicas autorizadas, declaraciones. Es irrefutable. Después de 4 días de juicio, el jurado se retira a deliberar. 6 horas de espera. Ramón e Inés se quedan en el pasillo. Él no le suelta la mano ni por un segundo. Tengo miedo susurra ella. Yo también, pero todo va a salir bien. Intentan comer algo, no pueden. Se me revuelve el estómago. Finalmente llaman a todos de vuelta.
El jurado ha vuelto. La sala queda en silencio absoluto. El juez pregunta, “¿El jurado ha llegado a un veredicto?” El portavoz se levanta. Sí, su señoría, por unanimidad consideramos a la acusada culpable de todos los cargos presentados. La sala explota. Aplausos, gritos, llanto.
Bárbara se queda completamente inmóvil procesando. Luego se levanta de nuevo. No, esto es injusto. Yo lo amaba. Los guardias de seguridad corren para sujetarla, pero el juez continúa, Bárbara Acevedo, por los delitos de tentativa de secuestro calificado, asociación delictuosa, difamación agravada, allanamiento de morada y amenazas calificadas contra menores, la condeno a 22 años de reclusión en régimen cerrado, sin derecho a beneficios penitenciarios antes de cumplir un tercio de la condena.
Bárbara grita, llora, intenta soltarse. Mi papá me va a sacar de aquí, ya verán. Pero es arrastrada hacia afuera. Sus gritos resuenan hasta desaparecer por el pasillo. Ramón abraza a Inés. Ella le devuelve el abrazo. Fuerte. Se acabó. Susurra él. Afuera. Los reporteros lo rodean. Señor Ramón, ¿cómo se siente? Siento alivio, se hizo justicia.
Ahora solo queremos paz. Y su relación es verdad que están juntos. Ramón mira a Inés, ella asiente. Estamos juntos y muy felices. Los flashes se disparan, las noticias salen esa misma noche. Condenan a empresaria a 22 años. Mujer que salvó a bebé y fue perseguida recibe apoyo tras la condena.
La opinión pública da un giro por completo, como siempre debió haber sido. Seis semanas después del juicio, la vida está encontrando un nuevo ritmo. Inés volvió a trabajar como empleada doméstica, pero ahora solo en la mansión, Ramón insiste en pagarle lo suficiente para que no necesite otros trabajos. Déjame cuidarte, le pide él.
Acepto, pero cuando me gradúe de enfermería voy a trabajar. De acuerdo. De acuerdo. Esa tarde de sábado, Ramón tiene un plan. Contrató a un fotógrafo. Le pidió a Figueroa que mantuviera seguridad discreta en el parque. Preparó todo hasta el más mínimo detalle. “¿Vamos a dar un paseo?”, pregunta él. ¿A dónde? Al parque. A Manuel le encanta. “Y tú necesitas tomar aire.
Ella duda. Desde el arresto de Bárbara todavía le teme a los lugares abiertos, pero acepta. Preparan a Manuel, salen los tres. El parque está hermoso. Final de la tarde. El sol dorado se filtra entre los árboles. Ramón empuja la carriola Inés a su lado, conversando sobre su día, riéndose de alguna tontería que Manuel hizo en la mañana. Manuel señala a los pájaros.
Balbucea cosas que solo él entiende. Se detienen cerca del lago. Ramón saca a Manuel de la carriola, lo carga en brazos. Inés. Mm. Él se arrodilla con Manuel en brazos. Inés se queda helada. ¿Qué estás haciendo? Ramón saca una cajita del bolsillo, la abre. Un anillo sencillo, una piedra pequeña, delicado.
Sé que es pronto. Sé que la gente va a hablar. Pero ya no puedo esperar más. Sus ojos fijos en los de ella. Inés Lima, salvaste a mi hijo. Me salvaste a mí también. Hiciste de esta casa un hogar y no puedo imaginar un día sin ti. ¿Te quieres casar conmigo? Las lágrimas llegan antes que la respuesta. Ramón, si quieres pensarlo, no hay problema. Tómate el tiempo que necesites. No necesito pensarlo.
Se seca las lágrimas sonriendo. La respuesta es sí. En serio, en serio, me caso contigo. Ramón se levanta, le pone el anillo, la besa. Manuel entre los dos ríe y aplaude. Pero a 50 m de ahí, escondido detrás de los árboles, un hombre observa. El mismo que el abogado de Bárbara contrató hace unas semanas.
Ha estado siguiendo a Inés esperando. Mete la mano en el bolsillo, siente el metal frío del arma. La orden era solo un susto. Pero al verlos ahí tan felices, tan juntos, decide que va a resolver el problema de una vez por todas. Levanta el arma, apunta. Uno de los guardias de Figueroa se da cuenta del movimiento sospechoso.
Grita arma al suelo. Ramón reacciona por puro instinto. Tira a Inés y a Manuel al suelo. Los cubre con su propio cuerpo. Suena el disparo. El sonido explota en el silencio del parque. La bala le da al árbol junto a ellos. La corteza sale volando. Manuel llora asustado, pero el segundo tiro no llega porque el otro guardia ya corrió, derriba al tirador, lo desarma.
En segundos, el hombre está inmovilizado en el suelo. La policía llega en minutos. La ambulancia también. Ramón se levanta, revisa a Inés, a Manuel. ¿Están bien? ¿Alguien se lastimó? Inés está temblando, Vero asiente con la cabeza. Estamos bien. Nadie salió herido. Manuel está llorando, asustado, pero sin heridas. Se llevan al tirador.
Dos días después, en la delegación intenta negarlo todo. Pero Figueroa ya había hecho el trabajo. Rastreó su celular, encontró mensajes con el abogado de Bárbara, transferencias bancarias, confrontado con las pruebas, el hombre llega a un acuerdo. Bárbara pagó a través de su abogado 50.000 para darle un susto a la mujer.
Pero cuando los vi ahí tan felices, pensé en resolverlo de una vez. Ramón escucha la grabación después. Siente cómo le sube la rabia, pero también alivio, porque ahora sí se acabó. Dos semanas después, una nueva audiencia. Bárbara recibe cargos adicionales, tentativa de homicidio calificado e instigación al delito. La pena aumenta a 27 años. Su abogado, detenido también por complicidad.
Esta vez no hay apelación que valga, no hay dinero que compre su libertad. Se acabó de verdad. En las semanas siguientes al ataque, Inés sufre. Tiene pesadillas todas las noches. Se despierta gritando, sudando, reviviendo el sonido del disparo, el miedo a morir. Ramón se despierta con ella, la abraza, enciende la luz, la calma. Estás a salvo.
Estoy aquí. Nadie te va a hacer daño. Pero las palabras no son suficientes. Inés tiene miedo de salir de casa, miedo de ir al parque, miedo hasta de quedarse sola. Ramón contrata a una terapeuta especializada en trauma. Inés va tres veces por semana. Al principio se resiste. No necesito esto. Casi te mueres. Es normal tener miedo. La terapia te va a ayudar.
No quiero parecer débil. Buscar ayuda no es debilidad, es valentía. Ella acepta. Va, lo intenta la terapeuta. Le enseña técnicas de respiración, de control de la ansiedad, de resignificación del trauma. 3 meses de trabajo intenso. Poco a poco Inés mejora.
Logra dormir mejor, salir de casa sin pánico, pero todavía tiene días difíciles. Un día decide volver al parque con Ramón, con Manuel, con guardaespaldas cerca. Ella se detiene exactamente en el lugar donde sucedió. Respira hondo, una, dos, tres veces. No voy a dejar que ella gane. No voy a dejar que el miedo me controle. Ramón le toma la mano. Eres la persona más valiente que conozco.
No soy valiente. Solo estoy cansada de tener miedo. La valentía no es no tener miedo, es actuar a pesar de él. Ella lo mira, sonríe, una sonrisa pequeña, pero sincera. Poco a poco la vida se reanuda. No vuelve a ser lo que era antes. Se convierte en otra cosa, mejor en algunos aspectos, más consciente, más agradecida. Y la boda la fijan para 6 meses después del ataque.
Tiempo suficiente para que Inés se sienta lista. Tiempo suficiente para la seguridad. Tiempo suficiente para todo. 8 meses después del juicio. Manuel ahora tiene un año y medio. Ya camina. Dice, “Mamá, papá, agua, el niño más amado del mundo. El día de la boda llegó. Ramón ofreció una fiesta grande, un salón lujoso, una lista enorme de invitados. Inés lo rechazó todo.
Quiero algo sencillo. Quiero que se trate de nosotros. no de aparentar nada ante nadie. Así que eligieron la pequeña capilla del pueblo donde creció Inés, donde su mamá fue enterrada. Día de la boda, cielo azul, el sol brillando. Inés está en el cuarto de la novia. El vestido es sencillo, blanco, comprado en una tienda cualquiera, pero ella está radiante. Marta la ayuda con el besermos Inés, estoy nerviosa.
¿Por qué lo amas? Y si algo sale mal, no va a pasar. Leandro entra con un traje nuevo que Ramón insistió en pagar. Ha crecido. Es casi un hombre. Lista. Lista. Mamá estaría orgullosa. Inés contiene las lágrimas. Gracias por estar aquí. Siempre salen. La música empieza. Marta entra primero arrojando pétalos feliz. Luego es el turno de Inés. Leandro le ofrece el brazo. Ella lo toma.
Caminan lentamente por el pasillo de la casa, traje sencillo. Corbata azul. Manuel en brazos. El bebé con un trajecito hermoso. Cuando Ramón ve a Inés entrar, sus ojos se llenan de lágrimas. Ella llega, Leandro le besa la frente, se la entrega a Ramón. El padre comienza, “Estamos aquí reunidos. Es la hora de los votos.” Ramón respira profundo.
Inés, cuando entraste en mi vida, yo estaba perdido. Me enseñaste que se puede empezar de nuevo, que se puede volver a amar. Salvaste a mi hijo, me salvaste a mí y te prometo que te haré feliz todos los días ser el hombre que te mereces. Inés, se limpia una lágrima que se le escapa.
Ramón, cuando escuché a Manuel llorar ese día, no me imaginaba que todo iba a cambiar. Me diste una familia, un hogar. Me hiciste creer que merezco amor y prometo cuidarte a ti y a Manuel como si lo fueran todo, porque lo son. El Padre sonríe. Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Ramón la besa, suave, sincero. Manuel aplaude entre los dos. La fiesta es pequeña. Un salón al lado de la capilla, comida casera, música en vivo. Leandro da un discurso. Inés se convirtió en nuestra mamá cuando tenía 14 años. Renunció a sus sueños y hoy la veo cumpliendo sueños nuevos. Te lo mereces, hermana.
Todo, todos aplauden. Leandro se sienta. Su novia Josefina le toma la mano orgullosa. Marta baila con Manuel. Los dos riendo, tropezando, felices. Ramón saca a Inés a bailar. Feliz, más que feliz. Bailan despacio, abrazados, disfrutando cada segundo. Al final de la noche se van. Manuel dormido en su regazo.
Lista para la vida de casada. Más que lista. Suben al coche, se van a casa, la casa que ahora es suya. Juntos para siempre. Un año y medio después de la boda, Inés se graduó de enfermería. Consiguió trabajo en un hospital público. Ama cada día. Leandro pasó el examen de admisión. estudia ingeniería, trabaja medio tiempo en una empresa.
Ramón le ofreció pagarle todo, pero Leandro quiso ser independiente. Ramón lo respeta. Marta está en la preparatoria. Tiene amigas, anda con un chico de la escuela, es feliz. Manuel tiene 3 años. Habla sin parar, cuenta historias inventadas, dibuja, juega, vive. Esa tarde Ramón llega a casa diferente. Inés. en la cocina. Él entra.
Ella está preparando la merienda con Manuel. Tengo una noticia. Buena o mala. Buena. La empresa recibió una oferta de compra hace tres meses. Estuve negociando. Hoy cerré la venta. Inés se sorprende. La vendiste la vendí por una cantidad que nos mantendrá por el resto de nuestras vidas sin preocupaciones.
Pero, ¿por qué? Él se acerca, le toma las manos. Porque me cansé de trabajar tanto. Quiero tiempo contigo, con Manuel, con la familia. Quiero vivir de verdad. Ella lo abraza. Te amo. Yo también. Tres meses después, otra noticia. Inés tiene un retraso. Se hace la prueba. Dos líneas. Se la muestra a Ramón en el baño. Los dos viendo la prueba. “Vamos a tener un bebé”, susurra ella. Ramón la abraza.
“Vamos a tener un bebé.” Manuel, que escuchó desde la puerta, entra corriendo. Un bebé. Voy a tener un hermanito. Hermanita, lo corrige Inés, va a ser niña, una princesa. Yo la voy a cuidar. El embarazo es tranquilo. Inés trabaja hasta el octavo mes. Después pide su incapacidad. Ramón pinta el cuarto del bebé. Inés lo decora. Manuel ayuda a su manera. 9 meses después nace la bebé.
Le ponen por nombre Hilda. en honor a la primera esposa de Ramón, a la madre biológica de Manuel. Hilda es parte de nuestra historia. Ella le dio la vida a Manuel. Nunca la olvidaremos. Dice Inés. Ramón llora, abraza a su esposa, a su hijo, a su hija recién nacida, todo lo que perdió, todo lo que ganó, todo lo que tiene.
Mientras tanto, lejos de ahí, en el reclusorio femenil de mediana seguridad, Bárbara Acevedo se consume en la amargura. 3 años cumplidos, 24 aún por delante. Una reclusa se le acerca, le muestra un celular escondido. Mira quién salen las noticias. Es una nota. El empresario Ramón Martínez y su esposa celebran el nacimiento de su segunda hija. Una foto de la familia.
Ramón, Inés, Manuel, la bebé Hilda, todos sonriendo. Bárbara siente subir la rabia de siempre. toma el celular, lo avienta contra la pared, lo hace pedazos. Las otras reclusas reclaman, “Oye, ese celular era mío. ¡Cállate la boca! La discusión se convierte en pelea. Llegan las custodias. Se llevan a Bárbara a la celda de aislamiento.
Ahí, sola en la oscuridad, se mira en el metal rallado que le sirve de espejo. Canas prematuras, arrugas que antes no tenía, ojos vacíos. 3 años atrás lo tenía todo. Dinero, belleza, libertad. Hoy no tiene nada. Dos semanas después llega un abogado nuevo, el que se encarga de los últimos trámites legales. Vine a notificarle. Su familia finalizó el proceso.
Ha sido desheredada oficialmente. No vas a recibir nada. También me pidieron que te comunicara que ya no van a venir a visitarte. Las palabras caen como piedras. No pueden. Claro que pueden. Y lo hicieron. Está sola. Él se va. Bárbara regresa a la celda, se sienta en el piso frío de concreto.
Llora, pero no de tristeza, de rabia por no tener a dónde más ir. Cada decisión que tomó, cada crimen, cada mentira la llevaron a esto. Soledad, abandono, olvido. Mientras Inés vive todo lo que ella nunca tuvo. Amor verdadero, una familia de verdad. Paz dos años y medio después. La familia está completa ahora. Casa llena un domingo por la tarde.
Leandro trajo a Josefina, su prometida. Marta está en la Universidad de Artes. Manuel tiene 5 años y medio. Hilda tiene 2 años y medio. Cena de domingo. Una tradición que crearon. Inés en la cocina dando los últimos toques. Ramón ayudando. Manuel e Hilda jugando en la sala. Leandro y Marta platicando. Una familia imperfecta, ruidosa.

De verdad. Ramón abraza a Inés por la espalda mientras ella mueve la olla. ¿Recuerdas cuando tenías miedo de que no fuera a funcionar? Lo recuerdo. Tenía tanto miedo y funcionó más que bien. Ella se voltea, lo besa, salió perfecto. Manuel corre a la cocina. Papá, mamá, Hilda dibujó en la pared. Los dos se ríen. La vida de padres, dice Ramón.
La mejor vida responde Inés. Van a la sala. Hilda tiene un crayón en la mano. La pared está llena de garabatos de colores. Hilda, dibujamos en el papel, ¿recuerdas? La niña lo mira con sus ojos grandes, inocente. Perdón, mami. Inés la carga en brazos. Le besa el cachete gordito. Estás perdonada, pero la próxima vez en el papel. Está bien, Ramón limpia la pared.

Manuel ayuda. Todos se ríen de algo que nadie recordará en 10 minutos, pero no importa, porque son estos momentos los pequeños, los tontos, los imperfectos, los que hacen que la vida valga la pena. Llaman a todos a la mesa. La cena comienza. Conversaciones superpuestas, risas. La comida pasándose de un lado a otro. Manuel derramando el jugo.
Marta contando una historia de la universidad. Leandro anuncia que le pedirá matrimonio a Josefina. La vida sigue su curso, real, imperfecta, hermosa. Y lejos de ahí, tras las rejas, Bárbara oye las campanas de la Iglesia sonar. 7 de la noche, un día más que termina, 21 años aún por delante. Dos mujeres, dos elecciones, dos destinos.
¿Te gustó esta historia? ¿Crees que Bárbara tuvo lo que merecía? ¿Crees que Inés y Ramón formaron una hermosa familia? Cuéntame en los comentarios. Hasta la próxima historia. M.