El escándalo de la Perla: La historia secreta de Elellanena Reynolds, la subasta de 7.000 dólares, el incesto de la herencia y la misteriosa desaparición de una familia (Nueva Orleans, 1837-1842)

En el otoño de 1837, en Nueva Orleans —el mayor mercado de esclavos de Estados Unidos— una transacción en el Hotel St. Louis desató una histeria que superó incluso la brutal trata de seres humanos. Lo que convirtió aquella subasta en un capítulo único en la historia de la ciudad no fueron las mercancías, sino la presencia de una mujer que sería conocida únicamente como «La Perla».

Con una piel descrita en los documentos de la subasta como «del color de la nata fresca con un ligero toque de café», profundos ojos ámbar y una postura refinada, esta mujer, Elellanena Reynolds, no era una esclava cualquiera. Ella era la clave de un secreto de sangre y herencia que amenazaba con desmantelar una de las mayores fortunas de Luisiana. Su historia de cautiverio y resistencia, marcada por una puja de 7.000 dólares y que culminó en desapariciones y probables asesinatos, es un crudo recordatorio del costo humano de un sistema basado en la categorización racial.

El frenesí de la subasta y el precio sin precedentes
La presencia de Elellanena en la subasta fue, en sí misma, una anomalía. Había llegado apenas tres semanas antes, a bordo del barco Augusta, acompañando a un comerciante que murió de fiebre en La Habana. Sin papeles de libertad entre sus pertenencias, fue confiscada por las autoridades portuarias y puesta en subasta.

El empresario norteño James Thornton dejó constancia en su diario de la incomodidad y el frenesí casi religioso de los hombres adinerados presentes, lo que sugiere que la adquisición de esta mujer iba más allá del mero deseo de poseerla.

La Perla se vendió por un precio impresionante: 7.000 dólares, cinco veces el valor de un esclavo doméstico común, una cantidad suficiente para comprar una plantación entera de jornaleros. El ganador fue Charles Deloqua, un acaudalado plantador de caña de azúcar perteneciente a una antigua familia colonial francesa. En una decisión inusual, Deloqua insistió en que la factura de venta describiera a Elellanena no como una esclava, sino como su “alumna”, quien sería alojada en su residencia de Royal Street.

La Prisión Dorada y el Enigma de la Familia Villars

El misterio se profundizó en la casa de los Deloqua. Elellanena no era tratada como una sirvienta, sino como una invitada de honor, con aposentos privados y vestimenta propia de una dama de la alta sociedad, aunque tenía prohibido salir de la propiedad. Deloqua la presentaba a las escasas visitas como una prima lejana de Francia.

Dos semanas después de su llegada, la esposa de Deloqua, Isabelle, partió con los niños hacia la casa familiar en Natchez y no regresó durante seis meses. Durante este período, Deloqua cerró la casa y dirigió sus negocios en reclusión, con Elellanena bajo su estricto control.

En enero de 1838, el Dr. Samuel Lawrence fue llamado para tratar a Elellanena. Su diario médico, conservado en los archivos de la Universidad de Tulane, registraba que el sufrimiento de la joven parecía ser «tanto físico como espiritual». En un momento de intimidad, Elellanena le preguntó al médico si conocía sus «verdaderas circunstancias antes de su llegada a Nueva Orleans», una pista de que su esclavitud no era su estado natural.

Sin embargo, los rumores en la sociedad vinculaban a Elellanena con otra familia: los Villars, uno de los linajes más antiguos y herméticos de Luisiana, cuyo patriarca, Henri Villars, había sido uno de los postores más agresivos en la subasta. ¿Qué conectaba a la reservada y poderosa familia Villars con una mujer recién llegada de La Habana? Esa era la pregunta que rondaba en la ciudad.

El diario secreto y el intento de fuga
El diario de Elellanena, encontrado en una habitación oculta durante las renovaciones de la Mansión Deloqua en 1962, reveló la verdad sobre su cautiverio.

En abril de 1838, Elellanena registró la visita de Henri Villars, quien la miró fijamente mientras hablaba en francés con Deloqua sobre su «parecido» y su «linaje». Empezó a temer que la promesa de Deloqua de garantizarle la libertad fuera una farsa para mantenerla sumisa.

En julio de 1838, planeaba escapar. Logró contactar a una doncella con la intención de enviar un mensaje al consulado estadounidense. Su madre le había dicho que su nacimiento en Filadelfia debería ser suficiente para establecer su condición de persona libre, sin importar su apariencia.

La entrada del 2 de agosto contenía una sola frase devastadora: «Era una trampa. La doncella le informó a C de mi plan. Me trasladarán mañana».

Exilio en la plantación y la ruta del legado
Elellanena fue llevada a Bow Refuge, la plantación de azúcar de Deloqua, a 80 kilómetros río abajo. La alojaron en la antigua casa del capataz, la mantuvieron aislada y Deloqua la amenazó: cualquier intento de contactar a las autoridades externas resultaría en su “reclasificación como trabajadora agrícola”.

En la plantación, su historia se entrelazó con la de Joseph Miller, un abolicionista del norte que se infiltró en la sociedad de Luisiana. En su correspondencia

En diciembre de 1838, Elellanena escuchó por casualidad la conversación de Deloqua con un visitante sobre la “herencia Villars” y el “problema de verificación”. El misterio se profundizó en febrero de 1839 con la inesperada visita de Henri Villars a la plantación. El anciano preguntó específicamente por un medallón de oro con un grabado de un barco que llevaba la madre de Elellanena, y por la muerte de su padre. Al enterarse de que su padre había muerto en el mar, el viejo Villars murmuró: “Tu madre era una mujer prudente, pero quizá demasiado prudente para su propio bien”.

Tres días después de la visita, Henri Villars fue hallado muerto, lo que dio inicio a una compleja batalla legal por la herencia, ya que había fallecido sin heredero directo.

La conexión prohibida y la desaparición

Las últimas entradas del diario revelan las terribles sospechas de Elellanena. En junio de 1839, escribió: “Ahora entiendo por qué me trajeron aquí. Nunca se trató de mi valor como propiedad, sino de impedirme reclamar lo que legítimamente me pertenece”. La teoría era escandalosa: su padre no era un simple comerciante, sino un Villars, quizá incluso hijo de Henri, Jean Baptiste Villars, quien se había casado en secreto con una mujer libre de color en Filadelfia antes de su muerte en 1817, el año en que nació Elellanena. Si fuera la hija legítima, tendría derecho a la herencia de los Villars, una reclamación sin precedentes que habría obligado a la familia blanca más prestigiosa de Luisiana a reconocer a una heredera con ascendencia africana.

La última entrada fechada en el diario, el 3 de septiembre de 1839, registraba su huida con la ayuda de una doncella a cambio de sus pendientes de perlas. Su intención era llegar a Nueva Orleans para obtener su libertad.

Durante los tres años siguientes, Elellanena desapareció. Los rumores apuntaban a que Marie Laveau, la famosa sacerdotisa vudú, la había protegido. El caso de la herencia de los Villars se resolvió en 1841, confirmándose al sobrino Louis Villars como heredero.

El Triunfo y el Violento Final

En enero de 1842, Elellanena Reynolds reapareció de forma impactante en el baile de Mardi Gras del Hotel St. Louis —el mismo lugar donde había sido vendida— no como esclava, sino como la elegante acompañante de Louis Villars, el nuevo patriarca de la familia. El escándalo fue palpable. Charles Deloqua, presente en el baile, se mostró visiblemente perturbado.

Unos registros de cartas entre Louis Villars y su abogado en París, descubiertos en 1982, sugieren que Louis había encontrado pruebas de la legítima reclamación de Elellanena, pero le ofreció un trato privado: su libertad y una compensación económica a cambio de su silencio, evitando así el escándalo y la reestructuración financiera de los Villars. Deloqua, agobiado por las deudas y quizás consciente de las irregularidades financieras del difunto Henri Villars, fue el único que se mantuvo firme.

El 12 de febrero de 1842, Elellanena y Louis Villars embarcaron en un vapor rumbo a Francia, viajando como “Sr. Louis Villars y su Alumna”.

Dos semanas después, ocurrió la tragedia. El 27 de febrero de 1842, la casa de los Deloqua fue hallada vacía. Charles Deloqua, su esposa Isabelle y sus tres hijos habían desaparecido. La sospecha de acreedores fugitivos dio paso a teorías más oscuras cuando, en marzo de 1842, los cuerpos del secretario privado de Deloqua y del administrador de su plantación fueron encontrados en el pantano, ambos asesinados de un disparo en la cabeza, al estilo de una ejecución.

El misterio perduró durante más de un siglo, hasta el descubrimiento de la habitación oculta en 1962, que contenía el diario de Elellanena, el retrato de “Pérola” cubierto por una pintura de Jean Baptiste Villars y su esposa (lo que confirmaba el linaje de Elellanena), y tres huesos de dedos humanos (pertenecientes a un hombre que murió alrededor de 1842).

La evidencia más sutil, el medallón de oro hallado en 1969 bajo las tablas de la habitación secreta, grabado con las iniciales «J.V. y M.R.» (Jean Villars y la madre de Elellanena, fechado en 1816), confirmó el matrimonio secreto y la verdad que Deloqua había intentado ocultar.

Elellanena y Louis Villars vivieron en paz en Europa y se casaron en Inglaterra en 1851, donde Elellanena figura como su esposa y no como su pupila. Sin embargo, la familia Deloqua nunca fue encontrada.

La historia de Elellanena Reynolds es un elocuente testimonio de una mujer que, en circunstancias extraordinarias, se abrió paso en el sistema social más rígido de la historia estadounidense para recuperar su libertad e identidad, demostrando que la verdad, incluso cuando está enterrada, inevitablemente emerge, dejando tras de sí una estela de venganza y justicia silenciosa.