Shochitl: El Muxe de San Jerónimo

En marzo de 1847, en la hacienda San Jerónimo, cerca de Oaxaca, Shochitl, un joven zapoteca de 23 años, vivía bajo un peligroso secreto: su identidad de género. Shochitl era un muxe, una identidad tradicionalmente respetada en la cultura zapoteca por trascender el binarismo de género, pero en una sociedad colonial y patriarcal, esto era una aberración que debía ocultarse.

Trabajaba en la casa principal como sirviente personal de Doña Catalina, la esposa del cruel hacendado, Don Rodrigo Mendoza. Shochitl mantenía una rutina de invisibilidad, ocultando su cuerpo bajo ropa holgada y vendajes para evitar miradas indiscretas.

El descubrimiento de Don Rodrigo: Abuso de poder

El secreto de Shochitl se desmorona en una noche de paranoia y alcohol. Don Rodrigo, el hacendado, obliga a Shochitl a desnudarse en su estudio. La revelación de un cuerpo ambiguo —«diferente, único»— provoca en el hacendado una mezcla de conmoción, fascinación y posesión.

Don Rodrigo utiliza el secreto de Shochitl como una cadena. Lo amenaza con la ira de la Iglesia y de los trabajadores, asegurándose de que la única forma de sobrevivir sea mediante la obediencia y el silencio. Shochitl se ve obligado a asistir a sesiones nocturnas en el estudio, donde el hacendado disfruta del poder de explotarlo gradualmente, utilizando la violencia y las amenazas disfrazadas de deseo. Shochitl aprende a disociarse, a ser una «cáscara vacía» para sobrevivir.

Doña Catalina: Una conexión de prisioneros

Mientras es aterrorizado por Don Rodrigo, Shochitl encuentra una conexión inesperada y peligrosa con Doña Catalina. La dama, una elegante prisionera en su infeliz y abusivo matrimonio, ve en Shochitl un espejo de su propio sufrimiento.

Los momentos robados entre ellos —conversaciones sobre la soledad, roces fortuitos, el intercambio de libros— se cargan de una ternura y una atracción genuinas, que contrastan fuertemente con la brutalidad de Don Rodrigo. Catalina, conmovida por «el mismo dolor que veía en el espejo», confiesa sus sentimientos y su propia condición de cautiva.

La fuga prohibida y la aceptación (Muxe)

El clímax se produce cuando Catalina sorprende a Don Rodrigo abusando de Shochitl. En lugar de horror, siente una profunda determinación. Le revela su plan de fuga a Shochitl y lo invita a acompañarla.

Shochitl, en un momento de vulnerabilidad, intenta convencerla de que se rinda, revelándole abiertamente el secreto de su cuerpo y su identidad: «Si supieras la verdad sobre mi cuerpo, sobre mi naturaleza, no querría que me acompañaras a ninguna parte».

La respuesta de Catalina es la aceptación incondicional que Shochitl nunca tuvo:

«Shochitl, no soy tonta. Sé de los muxes, de las personas de dos espíritus, y no me importa. Lo que me importa es el alma tras esos ojos, no la forma del cuerpo que la contiene».

El abrazo de Catalina derriba las barreras de Shochitl, transformando el miedo en una esperanza frágil y peligrosa. A pesar de la paranoia y la amenaza de Don Rodrigo —«si intentas huir, lo que te haré será tan terrible que desearás no haber nacido»—, la pareja ahora está unida por un secreto y un plan para alcanzar la libertad mutua, con el destino de sus vidas pendiendo de un hilo.