El Coleccionista de Trofeos de Kootenai: Cómo una Cabaña Camuflada y el Cuaderno de un Caníbal Resolvieron un Caso de Personas Desaparecidas de 17 Años en la Naturaleza de Montana
El sedán plateado permanecía en el frío aire de septiembre del estacionamiento del Bosque Nacional Kootenai, un monumento silencioso a una desaparición. Era 2002. Dentro, el teléfono celular y los documentos de Joshua Clayton yacían intactos, una exigua colección de artefactos dejados por un escritor de Seattle de 34 años que desapareció mientras buscaba inspiración para un libro sobre lugares abandonados. Su planificada excursión de 10 días terminó con un expediente sin resolver y la sombría conclusión de que simplemente había sido absorbido por la vasta e indiferente naturaleza.

Durante 17 años, el misterio persistió. Se creía que el vasto y accidentado terreno del noroeste de Montana, cerca de la frontera con Canadá, se había cobrado otra víctima, un recordatorio de la naturaleza implacable de la frontera. Pero en el verano de 2019, una inspección rutinaria del servicio de parques desenterró un secreto que no era salvaje ni natural, e infinitamente más aterrador que un accidente: una cabaña de troncos camuflada y un meticuloso registro de asesinatos, canibalismo y recolección de trofeos.

El descubrimiento: Una cabaña que no aparece en ningún mapa
El descubrimiento se produjo el 23 de julio de 2019, cuando un grupo de guardabosques recibió la tarea de inspeccionar estructuras antiguas y olvidadas en una zona remota del parque, utilizando mapas topográficos obsoletos. Tras inspeccionar un conjunto de cobertizos ruinosos, un guardabosques notó una anomalía: un pequeño tejado inclinado casi completamente oculto por una gruesa pared de abetos, una estructura que no figuraba en ningún mapa. Parecía haber sido camuflada deliberadamente.

La cabaña, de aproximadamente 4×5 metros, estaba asegurada con un viejo candado oxidado. La zona frente a la puerta había sido pisoteada recientemente, lo que sugería que estaba ocupada. Tras romper la cerradura, los guardabosques se encontraron con un olor a humedad y acre. Dentro de la única habitación, escasamente amueblada, el aire estaba cargado de mal presagios.

En un estante de madera toscamente clavado, se reveló el verdadero horror: aproximadamente diez frascos de vidrio de varios tamaños, sellados con tapas metálicas. Flotando en un líquido de conservación casero y turbio, había objetos oscuros que rápidamente se identificaron no como comida enlatada, sino como órganos humanos: pulmones, fragmentos de hígado y algo parecido a un corazón.

Sobre una mesa de madera yacía un cráneo humano, desprovisto de tejido blando, con varios pequeños orificios quirúrgicos en el hueso. Junto a él había un cuaderno encuadernado en cuero y una navaja plegable. La escena del crimen era una colección grotesca, un silencioso cuadro de depravación que delataba la presencia de un depredador meticuloso y calculador.

El cuaderno y las huellas dactilares
La investigación que siguió fue un esfuerzo minucioso para reconstruir la identidad de los restos y del hombre detrás de la cabaña. Los expertos forenses confirmaron rápidamente que el contenido de los frascos era tejido humano. El ADN extraído de un fragmento de hígado coincidió con una muestra del padre de Joshua Clayton, lo que estableció una probabilidad del 99,8 % de que los restos fueran de Joshua. El cráneo se confirmó posteriormente mediante registros dentales.

El escalofriante cuaderno contenía la clave para descifrar la mente del asesino. Estaba lleno de letra pequeña y densa que detallaba procedimientos de corte, notas sobre la conservación del tejido y la preparación de los huesos. Una frase, ahora infamemente escalofriante, ofrecía una idea del monstruoso motivo del autor: “Consumir preferentemente después de 5 días. Los hombres son duros, pero si se cocinan bien, la carne se ablanda”.

Las huellas dactilares extraídas del mango del cuchillo y las tapas de los frascos se analizaron en la base de datos federal, y dos días después se encontró una coincidencia: Thomas Randall, un exguardabosques de 53 años del Bosque Nacional Kootenai. Randall había trabajado en la zona de 1989 a 1997, conociendo cada sendero oculto, rincón apartado y antigua estructura del parque mejor que nadie. Lo habían despedido en 1997 por problemas de comportamiento y quejas de turistas, y prácticamente desapareció del sistema poco después.

El diario del cazador y las víctimas perdidas
La búsqueda se trasladó rápidamente a la última dirección conocida de Randall, una caravana tapiada a 40 kilómetros del límite del parque. En el ático polvoriento, los investigadores encontraron un segundo cuaderno, más grueso. Este servía de diario, manifiesto y mapa. Contenía sus pensamientos y, lo que era más escalofriante, mapas topográficos marcados con senderos, cabañas y breves observaciones clínicas junto a ciertas zonas: “tipo adecuado”, “solo, sin compañía”, “cauteloso, confiado”.

Uno de los mapas detallaba la ruta de Granite Lake que había tomado Joshua Clayton. Una cruz estaba marcada cerca de la ubicación de la cabaña camuflada, junto a la fecha “septiembre de 2002” y la nota: “escritor, solo, 10 días, tranquilo, adecuado… se fue al quinto día. Buen material. Conserve muestras”.

En el ático se encontraron pruebas más espantosas de su depravación: un barril de metal que contenía huesos humanos carbonizados y una colección de efectos personales, incluyendo una vieja mochila con una etiqueta con el nombre de Emily Carter, una mujer que desapareció mientras caminaba por los senderos de Kootenai en 2001. Un compartimento oculto bajo las tablas del suelo contenía tres viejas cámaras de película.