Señor, no suba. Su avión fue saboteado. Santiago Ledesma se detiene en el primer escalón de su jet privado. La voz que grita viene de una niña sucia que corre hacia él desde la zona de carga del aeropuerto de Monterrey. Lleva el celular pegado a la oreja, cerrando un negocio de millones de pesos.
Espérame un momento”, le dice a su cliente del otro lado de la línea. La niña llega corriendo jadeando. No puede tener más de 10 años. Su ropa está rota y sus zapatos tienen agujeros. No suba al avión, vuelve a gritar. Escuché a dos hombres. Van a matarlo. Santiago mira alrededor. Los trabajadores del aeropuerto siguen con sus tareas como si nada pasara.

Su piloto, Roberto, ya está en la cabina revisando los instrumentos. Niña, no puedes estar aquí, dice Santiago. Esta es una zona restringida. Por favor, insiste ella, estaban hablando de usted. Dijeron que si subía al avión no iba a regresar vivo. Santiago suspira. Tiene una junta importante en Ciudad de México en dos horas. No puede perder tiempo con los delirios de una niña de la calle.


Roberto le grita a su piloto. Todo está listo. El piloto asoma la cabeza por la ventana de la cabina. Patrón, hay algo raro con el combustible. Huele diferente. Santiago frunce el seño. En 30 años de volar, nunca había escuchado a Roberto quejarse de algo.

Diferente como, no sé explicarlo, como químico, pero más fuerte. La niña agarra la manga del saco de Santiago. Se lo dije. Por favor, créame. Santiago mira a la niña, luego al avión. Su instinto de negocios siempre le ha funcionado. Algo no se siente bien. Roberto, bájate del avión ahora. ¿Qué? Pero, patrón, que te bajes. Roberto sale corriendo de la cabina.
En el momento que sus pies tocan el suelo, una explosión sacude todo el aeropuerto. El jet de Santiago se convierte en una bola de fuego. Santiago cae al suelo. Sus oídos zumban, pedazos de metal vuelan por todos lados. El humo negro cubre la pista. Cuando logra ponerse de pie, busca a la niña con la mirada.
Ya no está. Solo ve a los bomberos corriendo hacia los restos del avión y a Roberto sentado en el suelo temblando. “Dios mío”, susurra Roberto. Si no hubiera salido, Santiago no puede hablar. Su avión, donde él debería estar volando hacia la capital es ahora un montón de chatarra humeante. Un oficial de policía se acerca.
“Señor Ledesma, soy el comandante Morales. Necesito hacerle algunas preguntas. Fue sabotaje, dice Santiago todavía mirando los restos. Una niña me lo advirtió. Una niña, ¿dónde está? Santiago mira hacia todos lados. La niña desapareció. No sé. Estaba aquí hace un minuto. El comandante Morales toma notas. ¿Puede describirla? Pequeña como de 10 años.
Ropa sucia, zapatos rotos, pelo negro, largo. ¿Le dijo su nombre? No, solo me gritó que no subiera al avión. Más policías llegan, también bomberos y paramédicos. El aeropuerto se llena de sirenas y luces rojas. Santiago camina hacia los restos de su jet. El metal todavía está caliente. Roberto lo sigue.
Patrón, ¿quién querría hacerle esto? Santiago no responde. En su mente repasa a todos sus enemigos de negocios. Son muchos, pero ninguno había llegado tan lejos. Señor Ledesma, dice el comandante Morales, vamos a necesitar una lista de personas que podrían querer lastimarlo. Va a ser una lista muy larga, comandante. Entonces, empecemos por los más peligrosos.


Santiago piensa en Ramiro Aguado, su exso sociocio. Lo había despedido hace tres años después de descubrir que robaba dinero de la empresa. Ramiro le había gritado en su oficina que se iba a arrepentir. Hay alguien, dice Santiago, pero necesito estar seguro. El comandante asiente. Mientras tanto, le sugiero que se cuide.

Quien hizo esto va a intentar de nuevo. Santiago mira una vez más hacia donde estaba la niña. ¿Quién era? ¿Cómo sabía lo del sabotaje? Y lo más importante, ¿por qué lo ayudó? Las preguntas no lo dejan en paz mientras se aleja del aeropuerto en su auto blindado. Por primera vez en años, Santiago Ledesma tiene miedo. Santiago no puede dormir.
Son las 4 de la mañana y sigue pensando en la niña. Se levanta de la cama y llama a su jefe de seguridad. “Necesito que revises todas las cámaras del aeropuerto de ayer”, le dice a Martín por teléfono. “Busca a una niña de 10 años, pelo negro. Ropa sucia. ¿A qué hora, patrón? Entre las 2 y las 3 de la tarde. Estaba cerca de la zona de carga.

Ahora mismo me pongo en eso. Santiago se viste y maneja hacia su oficina. Las calles de Monterrey están vacías, solo los camiones de basura y algunos trabajadores nocturnos. Llega a su edificio y sube al piso 50. Su secretaria llega a las 8. Señor Ledesma, ¿está usted bien? Vi las noticias. Estoy vivo, Sofía. Eso es lo que importa.

¿Necesita algo? Sí. Quiero hablar con todos los supervisores del aeropuerto, los que estaban trabajando ayer. Sofía hace las llamadas. A las 10 Santiago tiene a cinco hombres sentados en su oficina. “Quiero saber todo sobre una niña que estaba en el aeropuerto ayer.” Les dice, “Pequeña, pelo negro, ropa sucia.
Los supervisores se miran entre ellos. Señor Ledesma, dice uno de ellos, siempre hay niños de la calle rondando. Los corremos, pero regresan. Esta niña sabía algo, algo importante. ¿Qué sabía? Santiago no puede decirles la verdad. Todavía no. Solo encuentren quién la vio. Los supervisores se van. Sofía entra con café.

Señor, su jefe de seguridad está en la línea uno. Santiago toma el teléfono. ¿Qué encontraste, Martín? Malas noticias, patrón. Las cámaras de la zona de carga no funcionaron ayer. Alguien las desactivó. Santiago aprieta el puño. Todas, todas. Pero hablé con un trabajador tercerizado.
Dice que vio a una niña esconderse en un camión de carga el día anterior. El día anterior, sí. Dice que la niña se quedó ahí toda la noche y al día siguiente salió corriendo hacia la pista. Santiago cuelga el teléfono. La niña había estado en el aeropuerto dos días. ¿Por qué? Su celular suena. Es un número que no conoce. Santiago Ledesma. Sí. ¿Quién habla? Soy Clara Robles, periodista. Necesitamos hablar.

Santiago conoce ese nombre. Clara Robles es famosa por sus investigaciones sobre corrupción en empresas de transporte. No tengo nada que decir a la prensa, señor Ledesma. Yo sé quién es esa niña. Santiago se queda callado. ¿Cómo dice? La niña que le salvó la vida. Sé quién es y dónde vive. ¿Dónde? Primero necesitamos vernos. Hay cosas que debe saber sobre su empresa.

Santiago no quiere hablar con periodistas, pero necesita encontrar a la niña. Está bien. ¿Dónde? En el café La Frontera, sobre la avenida Constitución. En una hora. Santiago llega al café antes que Clara. Es un lugar pequeño con mesas de madera y paredes llenas de fotos viejas de Monterrey. Se sienta en una mesa del fondo. Clara Robles llega puntual.

Es una mujer de 40 años, pelo corto, lentes, lleva una grabadora en la mano. Señor Ledesma, señorita Robles, ¿dónde está la niña? Clara se sienta frente a él. Primero hablemos de por qué alguien quería matarlo. Eso no es asunto suyo. Claro que sí. He estado investigando su empresa por dos años.
Santiago se pone tenso investigando que irregularidades en contratos de mantenimiento, trabajadores despedidos sin explicación, denuncias que desaparecen misteriosamente. No sé de qué habla. Clara saca una carpeta de su bolsa. Reconoce este nombre. Daniela Vázquez. Santiago mira el papel. El nombre le suena familiar. Trabajaba en su empresa hace 3 años. Continúa Clara.

hizo una denuncia formal sobre fallas mecánicas en sus aviones. La despidieron una semana después. Muchas personas han trabajado para mi empresa. Daniela tenía una hija, una niña de 10 años llamada Alma. Santiago se endereza en la silla. Alma es la niña que me salvó. Sí. Y vive en las calles desde que su madre desapareció. desapareció.

Después de que la despidieron, Daniela siguió haciendo ruido sobre las fallas mecánicas. Un día simplemente se fue y nunca regresó. Alma la ha estado buscando desde entonces. Santiago siente un peso en el estómago. ¿Dónde vive la niña ahora? con una señora mayor llamada Teresa cerca del terminal abandonado del aeropuerto. Pero no va a ser fácil que confíe en usted.

¿Por qué me está diciendo esto? Clara guarda los papeles. Porque creo que

usted no sabía lo que estaba pasando en su empresa y porque esa niña necesita ayuda. Santiago mira por la ventana del café. Los carros pasan rápido por la avenida. ¿Qué quiere a cambio? acceso completo a los archivos de su empresa. Quiero la verdad sobre lo que pasó con Daniela Vázquez.
Y si no acepto, entonces Alma seguirá viviendo en la calle y usted nunca sabrá quién quería matarlo. Santiago piensa en la explosión, en los restos de su avión, en la cara de miedo de la niña. Está bien, dice, pero quiero ver a Alma primero. Clara asiente. Mañana a las 6 de la tarde en el terminal abandonado.

El terminal abandonado del aeropuerto parece un pueblo fantasma. Las ventanas están rotas y la hierba crece entre las grietas del concreto. Santiago llega en su camioneta blindada y se estaciona junto a Clara, que ya lo está esperando. ¿Estás segura de que es aquí?, pregunta Santiago. Sígame, dice Clara.
Caminan entre los edificios vacíos. Santiago ve fogatas apagadas y pedazos de cartón que sirven como camas. Huele a basura y humedad. Mucha gente vive aquí, dice Clara, familias completas que no tienen a dónde ir. Al fondo del terminal, cerca de unos contenedores oxidados, ven una casa hecha con láminas de metal y lonas de plástico. Una mujer está sentada afuera pelando papas.

Teresa, dice Clara, “le traje a alguien.” La mujer levanta la mirada, tiene el pelo blanco y arrugas profundas en la cara. Este es el hombre del que me hablaste. Sí, Santiago Ledesma. Teresa lo mira de arriba a abajo. Tú eres el dueño de los aviones. Sí, señora. El que despidió a Daniela, Santiago no sabe qué responder.
Yo no recuerdo haber despedido a nadie con ese nombre. Claro que no, dice Teresa. Ustedes los ricos nunca recuerdan a la gente pobre. Una voz pequeña viene de adentro de la casa. ¿Quién es abuela Teresa? Es el señor del avión, mi hija, el que salvaste. Alma sale de la casa. Santiago la reconoce inmediatamente.
Lleva la misma ropa sucia de ayer, pero ahora puede verla mejor. Es muy delgada y tiene los ojos grandes y oscuros. Hola, dice Santiago. Alma no responde, se esconde detrás de Teresa. No tengas miedo, dice Clara. Él quiere agradecerte por salvarlo. ¿Por qué me salvaste? Pregunta Santiago. Ni siquiera me conoces. Alma mira a Teresa, luego a Clara y finalmente a Santiago.

Mi mamá me enseñó que hay que ayudar a la gente buena. ¿Cómo sabías que iban a sabotear mi avión? Alma señala hacia los contenedores. Duermo ahí a veces cuando llueve. Esa noche escuché a dos hombres hablando. Santiago se acerca más. ¿Qué decían? Uno le decía al otro, “Si él se sube a ese avión, no regresa vivo.
” Y el otro respondió, “Perfecto, ya es hora de que Santiago le desesma pague.” Santiago siente como si le hubieran dado un golpe en el estómago. “Reconociste la voz de alguno, alma asiente. Una de las voces la había escuchado antes. Cuando mi mamá trabajaba en su empresa, ese hombre iba mucho a las oficinas. ¿Sabes cómo se llama? Se llama Ramiro.
Mi mamá decía que era un hombre malo. Santiago se sienta en el suelo al nivel de alma. Tu mamá hablaba de Ramiro. Sí. Decía que él y otros hombres hacían cosas malas con los aviones, que no los arreglaban bien para ahorrar dinero. Clara saca su grabadora. ¿Puedo grabar esto? Teresa la detiene. No, la niña ya pasó por mucho.
Santiago mira a Alma. ¿Qué más recuerdas de esa noche? El otro hombre preguntó cuándo iba a explotar el avión. Ramiro dijo que tenía que ser cuando usted estuviera adentro para que pareciera un accidente. Escuchaste algo más, Alma se sienta junto a Teresa. Hablaron de dinero. Dijeron que con usted muerto podrían quedarse con toda la empresa.
Santiago cierra los ojos. Ramiro Aguado había sido su socio por 10 años. Lo había tratado como a un hermano y ahora quería matarlo. Alma, dice Santiago, ¿por qué decidiste ayudarme? Porque mi mamá me dijo algo antes de irse. ¿Qué te dijo? Me dijo que si algo le pasaba tenía que buscar al hombre del pelo blanco, que él era bueno, aunque sus empleados fueran malos. Santiago se toca el pelo.
Es cierto que está completamente blanco desde los 40 años. Tu mamá dijo eso de mí. Sí. Decía que usted no sabía las cosas malas que pasaban en su empresa, que otros hombres las hacían sin que usted se diera cuenta. Clara se acerca. Santiago, necesito que me responda con honestidad. ¿Sabía usted lo que hacía Ramiro? Sabía que robó dinero de la empresa, por eso lo despedí, pero no sabía que saboteaba los aviones.
¿Qué tipo de dinero robó? dinero de los contratos de mantenimiento. En lugar de arreglar bien los aviones, usaba piezas baratas y se quedaba con la diferencia. Teresa abraza a Alma. Eso es exactamente lo que Daniela denunció. Santiago mira a la niña. ¿Dónde crees que está tu mamá? No sé. Un día se fue a trabajar y nunca regresó.
La abuela Teresa dice que tal vez se fue a otro lugar para estar segura. Segura de que de Ramiro. Él la amenazó después de que usted la despidió. Santiago se pone de pie. Ramiro amenazó a tu mamá. Sí. Le dijo que si seguía hablando de los aviones le iba a pasar algo malo. Clara toma notas en su libreta. Santiago, esto es más grande de lo que pensábamos.
Ramiro no solo quería matarlo a usted, también hizo desaparecer a Daniela. Santiago mira hacia los contenedores donde Alma había escuchado la conversación. “Tenemos que encontrar a tu mamá”, le dice a Alma. De verdad, sí. Y vamos a hacer que Ramiro pague por lo que hizo. Teresa se levanta. Señor Ledesma, esta niña ha sufrido mucho.
No le dé esperanzas si no está seguro. Santiago mira a Teresa, luego a Clara y finalmente a Alma. Les prometo que voy a encontrar la verdad y voy a encontrar a Daniela. Alma sonríe por primera vez desde que Santiago la conoció. ¿De verdad ayudarme? Sí, Alma, te lo prometo. Clara pasa toda la noche revisando los archivos que Santiago le dio acceso.
Su oficina parece un huracán de papeles, computadoras y tazas de café vacías. A las 6 de la mañana encuentra lo que estaba buscando. Su teléfono suena. Santiago, encontré algo importante. ¿Qué encontraste? Daniela Vázquez presentó una denuncia formal el 15 de marzo del 2021. Reportó fallas mecánicas en cinco aviones diferentes. Santiago está en su oficina revisando contratos viejos.
¿Qué tipo de fallas? Problemas con los frenos. Fallas en los sistemas eléctricos. motores que no habían recibido mantenimiento en meses. Todo firmado por Ramiro como trabajo completado. Santiago encuentra la carpeta de Daniela en sus archivos. Aquí está su expediente. Trabajó 3 años como inspectora de mantenimiento.
Excelentes evaluaciones hasta el día que la despedimos. ¿Quién autorizó el despido? Santiago revisa los papeles. Ramiro, dice aquí que ella causaba problemas innecesarios y que cuestionaba procedimientos establecidos. Santiago, hay algo más. Daniela no solo hizo la denuncia interna, también fue a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
Santiago deja caer los papeles. Fue a las autoridades. Sí, pero su denuncia desapareció misteriosamente del sistema una semana después. ¿Cómo puede desaparecer una denuncia oficial? Cuando tienes contactos dentro del gobierno o cuando tienes mucho dinero, Santiago camina hacia la ventana de su oficina. Ve la ciudad de Monterrey despertando, los carros llenando las calles.
Clara, necesito que vengas a mi oficina. Hay algo que quiero mostrarte. Una hora después, Clara está sentada frente al escritorio de Santiago. Él le enseña una caja llena de documentos. Estos son todos los contratos de mantenimiento de los últimos 5 años, los que firmó Ramiro. Clara toma algunos papeles. ¿Qué estoy buscando? Inconsistencias.
Trabajos que se reportaron como completos, pero que nunca se hicieron. Pasan dos horas revisando documentos. Clara encuentra un patrón. Santiago, mira esto. En estos contratos, Ramiro reporta cambios de piezas que cuestan 50,000 pesos cada una. Y pero aquí en las facturas reales las piezas solo costaron 10,000 pesos.
Se quedó con 40.000 por cada una. Santiago cuenta las facturas. Son más de 100 piezas en dos años. Eso son 4 millones de pesos. Y eso es solo lo que podemos ver en estos papeles. Probablemente robó mucho más. El teléfono de Santiago suena. Es su jefe de seguridad. Patrón, tengo noticias sobre la niña.
¿Qué averiguaste? Hablé con más trabajadores del aeropuerto. Varios recuerdan a Daniela Vázquez. Dicen que era muy buena en su trabajo, pero que hacía muchas preguntas. ¿Qué tipo de preguntas? Preguntaba por qué ciertos aviones volaban cuando ella no había autorizado el mantenimiento. Preguntaba dónde estaban las piezas que supuestamente se habían cambiado. Santiago mira a Clara.
¿Algo más? Sí. Un trabajador me dijo que la semana antes de que Daniela desapareciera, la vio hablando con una mujer en el estacionamiento del aeropuerto. Una mujer que tomaba fotos y hacía preguntas. Clara se endereza. ¿Cómo era la mujer? Joven, pelo corto, siempre con una cámara. Los trabajadores pensaron que era periodista. Clara y Santiago se miran.
Marina dice Clara, ¿conoces a alguien con esa descripción? Marina Herrera es periodista independiente. Se especializa en proteger a testigos de casos de corrupción. Santiago cuelga el teléfono. ¿Crees que Marina ayudó a Daniela a esconderse? Es posible.
Si Daniela estaba recibiendo amenazas, Marina pudo haberla sacado de la ciudad. ¿Puedes contactar a Marina? Puedo intentarlo, pero ella es muy cuidadosa, no confía fácilmente. Santiago se pone de pie. Necesitamos hablar con Alma otra vez. Tal vez ella recuerde algo más sobre su mamá. Regresan al terminal abandonado por la tarde.
Alma y Teresa están cocinando frijoles en una lata sobre el fuego. Hola, Alma, dice Santiago. Hola, señor Santiago. ¿Puedo hacerte algunas preguntas? sobre tu mamá, alma asciente, antes de que tu mamá desapareciera hablaba de alguna mujer, alguien que la estuviera ayudando. Alma piensa, sí, había una señora que vino a la casa una vez tenía una cámara grande. Clara se emociona. ¿Recuerdas cómo se llamaba? Creo que se llamaba Marina.
Mi mamá dijo que era su amiga. ¿Qué hacían juntas? Hablaban mucho. Mi mamá le enseñó papeles y fotos. La señora Marina tomaba fotos de todo. Santiago se sienta junto a Alma. ¿Tu mamá te dijo algo sobre irse de viaje? No, exactamente, pero la última semana estaba muy nerviosa. Empacó una maleta y la escondió debajo de la cama. Teresa interviene.
La niña me contó que Daniela le dijo que si algo pasaba tenía que venir conmigo y esperar. ¿Esperar qué? Esperar a que fuera seguro. Daniela le dijo que tal vez se tenía que ir por un tiempo, pero que iba a regresar. Alma mira a Santiago con esperanza. Cree que mi mamá está viva. Santiago no quiere mentirle.
No lo sé, Alma, pero vamos a hacer todo lo posible para encontrarla. Clara saca su teléfono. Tengo el número de Marina. Voy a llamarla. Marca el número. Contesta al tercer timbrazo. Marina, soy Clara Robles. Sí, necesito verte. Es sobre Daniela Vázquez. ¿La tienes? Está viva. Clara escucha en silencio. Santiago y Alma la miran con ansiedad. Está bien. Nos vemos mañana. Sí, voy a llevar a alguien.
Es Santiago Ledesma y la hija de Daniela. Clara cuelga el teléfono. ¿Qué dijo? Pregunta Santiago. Daniela está viva. Marina la ha estado protegiendo por 3 años. Alma grita de emoción. Mi mamá está viva, pero hay un problema. Continúa Clara. Marina dice que Daniela está muy asustada. No quiere ver a nadie relacionado con la empresa de Santiago.
Santiago entiende. Ella piensa que yo soy parte del problema. Exactamente. Vamos a tener que convencerla de que has cambiado de lado. Marina Herrera vive en una casa pequeña en las afueras de Monterrey. Tiene rejas en las ventanas y cámaras de seguridad en cada esquina. Cuando Santiago y Clara llegan, Marina los recibe en la puerta con desconfianza.
¿Estás segura de que él no lo siguió?”, pregunta Marina mirando hacia la calle. “Segura”, dice Clara. “Venimos en mi auto, no en el suyo. Marina es una mujer de 30 años, delgada, con el pelo corto y cicatrices en las manos. Lleva una cámara colgada del cuello. Señor Ledesma”, dice Marina. Daniela no quiere verlo. Lo entiendo, responde Santiago, pero su hija necesita saber que está viva.
Alma ya sufrió mucho por culpa de su empresa. Clara interviene. Marina, Santiago está ayudando. Él tampoco sabía lo que hacía Ramiro. Marina los hace entrar a la casa. La sala está llena de computadoras, impresoras y archiveros. En las paredes hay fotos de personas desaparecidas. ¿Cuántas personas ha ayudado? Pregunta Santiago.

En 5 años más de 50 familias, testigos de corrupción, empleados que denuncian a sus jefes, gente que sabe demasiado. Marina saca una carpeta gruesa. Esto es todo lo que Daniela medió sobre su empresa. Santiago abre la carpeta, ve fotos de aviones, facturas falsas, reportes de mantenimiento alterados. Dios mío, susurra Santiago, yo firmé algunos de estos reportes. ¿Los leyó antes de firmarlos? Pregunta Marina.

Santiago baja la cabeza. No confiaba en Ramiro. Él me decía que todo estaba bien y yo firmaba. Clara revisa las fotos. Marina, Daniela tiene más evidencia, mucha más. Grabaciones de conversaciones, videos de trabajadores cambiando piezas baratas por caras, documentos que muestran sobornos a inspectores del gobierno.
Santiago se pone pálido. Sobornos. Ramiro pagaba a los inspectores para que no revisaran bien los aviones. Algunos inspectores recibían hasta 100000 pesos por avión. Marina va hacia una puerta cerrada. Daniela, ¿hay alguien aquí que quiere hablar contigo? Se escucha una voz desde el cuarto. Ya te dije que no quiero ver a Santiago Ledesma.

No es para verlo, es para que sepas que Alma está bien. La puerta se abre lentamente. Daniela Vázquez sale del cuarto. Tiene 35 años, pero parece mayor. Está muy delgada y tiene ojeras profundas. Cuando ve a Santiago se detiene usted, dice con voz temblorosa, señora Vázquez, dice Santiago, siento mucho lo que pasó.

Lo siente, ¿sabe cuánto tiempo he vivido escondida por culpa de su empresa? No sabía lo que estaba pasando. Daniela se acerca más. Claro que no sabía. Ustedes los ricos nunca saben nada. Solo firman papeles y cuentan dinero. Clara trata de calmar la situación. Daniela Santiago está dispuesto a ayudar. Quiere que Ramiro pague por lo que hizo.

¿Y por qué debería creerle? Santiago saca su teléfono. Porque ya empecé a investigar. Mire, le enseña fotos de documentos que encontró en su oficina. Estos son contratos que Ramiro falsificó. piezas que supuestamente compró, pero que nunca llegaron a los aviones. Daniela mira las fotos. Yo reporté eso hace 3 años.
Nadie me hizo caso porque Ramiro interceptó su reporte, pero ahora tengo la evidencia completa. Marina se sienta junto a Daniela. ¿Qué opinas? ¿Crees que podemos confiar en él? Daniela estudia a Santiago por un momento largo. Mi hija, ¿cómo está Alma? vive con una señora llamada Teresa en el terminal abandonado.
Va a la escuela cuando puede. Las lágrimas empiezan a rodar por las mejillas de Daniela. Está bien, come bien. Está delgada, pero está bien. Es una niña muy valiente. Ella me salvó la vida, dice Santiago. Me advirtió sobre el sabotaje de mi avión. Daniela se sorprende. Alma hizo eso. Clara cuenta toda la historia del aeropuerto.
Daniela escucha en silencio. No puedo creer que mi niña haya hecho eso. Dice finalmente. Quiere verte, dice Santiago. Todos los días pregunta dónde estás. Daniela mira a Marina. Es seguro Ramiro no va a encontrarme si actuamos rápido. Dice Clara.
Tenemos que exponer a Ramiro antes de que se dé cuenta de que estamos investigando. Santiago se acerca a Daniela. Señora, necesito su ayuda. Usted tiene las pruebas que pueden meter a Ramiro a la cárcel. ¿Y qué gano yo con eso? Su libertad y la oportunidad de estar con Alma otra vez. Daniela piensa por varios minutos. ¿Qué necesita que haga? ¿Que testifique? que cuente todo lo que sabe sobre los aviones y los sobornos. Y si Ramiro trata de matarme, no va a poder.
Vamos a hacer todo público al mismo tiempo. Una vez que salga en las noticias, será muy peligroso para él lastimar a alguien más. Marina abre otra carpeta. Daniela, también tengo contactos en la procuraduría. Pueden darte protección oficial si testificas. Daniela camina hacia la ventana. He pasado 3 años escondida, tres años sin ver a mi hija.
No tiene que esconderse más, dice Santiago. Pero necesito que confíe en mí. Daniela se voltea hacia él. ¿Por qué debería confiar en el hombre que me despidió? Porque ahora sé la verdad. Y porque su hija me enseñó que hay cosas más importantes que el dinero. Daniela mira las fotos de los documentos otra vez.
¿De verdad va a destruir su propia empresa para hacer justicia? Si es necesario. Sí. Y Ramiro, Ramiro va a pagar por todo, por robar, por las amenazas, por separar a una madre de su hija. Daniela toma una decisión. Está bien, voy a testificar, pero quiero ver a Alma primero. Santiago sonríe. ¿Cuándo? Ahora. Ya esperé demasiado tiempo. Santiago maneja hacia el terminal abandonado con las manos temblorosas.
Daniela va en el asiento del copiloto, nerviosa y callada. Clara y Marina lo siguen en otro auto. ¿Cómo le explico a Alma que la dejé sola 3 años? Pregunta Daniela. Dígale la verdad, responde Santiago, que se escondió para protegerla. Cuando llegan al terminal, ven a Alma jugando con unos niños cerca de los contenedores.
Teresa está lavando ropa en una tina de plástico. Daniela se baja del auto y camina lentamente hacia su hija. Alma la ve y se queda inmóvil. Mamá, susurra Alma. Sí, mi amor, soy yo. Alma corre hacia su madre y la abraza con fuerza. Las dos lloran mientras Teresa sonríe desde lejos. Pensé que estabas muerta, dice Alma entre sollozos.
No, mi niña, solo estaba escondida, pero ya no me voy a ir nunca más. Santiago observa desde lejos con Clara y Marina. Se siente bien ver a la familia reunida, pero sabe que el peligro apenas está comenzando. Su teléfono suena. Es un número desconocido. Santiago Ledesma. Sí. ¿Quién habla? Soy Ramiro. Necesitamos hablar. Santiago se pone tenso. Hace señas a Clara para que se acerque.

¿Dónde estás, Ramiro? En tu oficina. Te estoy esperando. En mi oficina, ¿cómo entraste? Todavía tengo llaves. Ven solo. Si traes a la policía o a esa periodista, te va a ir muy mal. ¿Qué quieres? Hablar de negocios. Como en los viejos tiempos. La llamada se corta. Santiago mira a Clara.
Ramiro está en mi oficina. Quiere verme. No vayas, dice Clara. Es una trampa. Tengo que ir. Si no voy, puedes sospechar que estamos investigando. Marina se acerca. Santiago, esto es muy peligroso. Ramiro ya trató de matarte una vez, pero ahora sabe que estoy vivo. No va a intentar nada en un edificio lleno de gente. Daniela termina de hablar con Alma y se acerca al grupo.

¿Qué está pasando? Ramiro quiere hablar conmigo, dice Santiago. Daniela se pone pálida. Ramiro está aquí en Monterrey. Sí. Y si no voy a verlo, puede sospechar algo. Santiago, dice Clara, si vas a ir, por lo menos lleva esto. Le da un pequeño micrófono. Graba todo lo que diga. Lo necesitamos como evidencia.
Santiago se pone el micrófono bajo la camisa. Si no regreso en 2 horas, llamen a la policía. Llega a su edificio una hora después. El estacionamiento está casi vacío porque es sábado por la noche. Sube en el elevador hasta el piso 50. Su oficina está a oscuras. Solo hay una lámpara encendida en su escritorio.
Ramiro está sentado en su silla fumando un cigarrillo. “Hola, Santiago”, dice Ramiro sin voltear. “Ramiro, ¿qué haces aquí?” Ramiro se voltea. Tiene 45 años, barba gris y ojos fríos. Usa un traje caro pero arrugado. Vine a hablar contigo sobre el futuro de la empresa. ¿Qué futuro? Ya no trabajas aquí. Ah, pero eso va a cambiar muy pronto. Santiago se sienta frente a él.

¿Qué quieres, Ramiro? Quiero que me devuelvas mi puesto, que seamos socios otra vez. ¿Estás loco? Te despedí porque robabas dinero. Ramiro se ríe. Yo robaba. Santiago, tú firmaste todos esos contratos, tú autorizaste todos esos pagos porque confiaba en ti. Pero eso no es lo que van a decir los periódicos o la policía. Santiago entiende lo que Ramiro está haciendo.

Me estás chantajeando. Estoy siendo práctico. Tú puedes ser el villano que robó millones de pesos o puede ser el jefe inteligente que me dio otra oportunidad. Y si digo que no, Ramiro saca una carpeta de su portafolio. Entonces, mañana por la mañana todos los periódicos van a publicar esta historia.
Santiago Ledesma, el magnate corrupto que robó dinero de su propia empresa y puso en peligro la vida de sus pasajeros. Santiago mira la carpeta. Tienes documentos falsos. Tengo documentos con tu firma. Eso es suficiente. Nadie te va a creer. No, mira esto. Ramiro le enseña un video en su teléfono. Es Santiago firmando uno de los contratos de mantenimiento.

Esto te muestra autorizando el uso de piezas baratas. Y esto enseña otro video. Eres tú recibiendo un sobre de dinero de un inspector del gobierno. Santiago se queda helado. Recuerda ese día. Ramiro le había dicho que era un regalo de cumpleaños de parte de todo el equipo. Ese dinero no era un soborno, pero parece un soborno y eso es lo que importa.
Santiago se da cuenta de que Ramiro lo había estado preparando esta trampa por años. ¿Por qué haces esto? Porque me quitaste todo. Mi trabajo, mi reputación, mi familia. Ahora es mi turno de quitarte algo a ti, Ramiro. Podemos resolver esto de otra manera. No hay otra manera. O me das el 50% de la empresa o te destruyo.

Santiago piensa en Alma, en Daniela, en todas las personas que han sufrido por culpa de Ramiro. Y si acepto, entonces seguimos como antes. Yo manejo los contratos, tú firmas los papeles y todos somos felices. ¿Y vas a seguir robando? Voy a seguir siendo eficiente. Los clientes no se quejan. Si los precios son buenos. Santiago se pone de pie.

No puedo hacer eso, Ramiro. Entonces te voy a destruir tal vez, pero por lo menos voy a poder dormir por las noches. Ramiro se enoja. ¿Crees que esto es un juego? Tengo el poder de mandarte a la cárcel. Y yo tengo el poder de mandar a la cárcel a un asesino. Ramiro se pone pálido. ¿De qué hablas? Sé lo del sabotaje.

Sé que trataste de matarme. No puedes probar nada. Tengo testigos y tengo evidencia. Ramiro saca una pistola de su saco. Pues entonces vas a tener que morir aquí mismo. Santiago levanta las manos. Ramiro, no hagas esto. Ya no tengo opción. Tú me obligaste. En ese momento, las luces de la oficina se encienden. La policía entra corriendo. Policía, suelte el arma.

Ramiro mira alrededor confundido. Como Clara entra detrás de los policías. Grabamos toda la conversación, Ramiro. Confesaste el sabotaje. Ramiro apunta la pistola hacia Clara. Ustedes no entienden. Yo construí esta empresa. Un policía le dispara en el brazo. Ramiro cae al suelo gritando de dolor. Están arrestado por intento de asesinato y sabotaje grita el comandante Morales.
Mientras los paramédicos atienden a Ramiro, Santiago se sienta en su silla. Todo ha terminado. ¿Cómo sabían que estaba aquí? pregunta Santiago. Marina puso un rastreador en tu auto dice Clara y el micrófono transmitía en vivo. Santiago mira hacia la ventana. Su empresa está destruida, pero finalmente conoce la verdad.
Los siguientes días son un caos. Los periódicos publican la historia completa. Magnate de aviación víctima de sabotaje dice el titular principal. Pero también hay otros titulares. Empresa Ledesma, años de corrupción encubierta. Santiago está en su oficina empacando sus cosas. La junta directiva lo pidió que renunciara. Aunque no era culpable del sabotaje, había firmado contratos sin leer y había permitido que Ramiro robara millones.
“Señor Ledesma”, dice su secretaria Sofía. Hay periodistas esperando abajo. Diles que no voy a dar declaraciones. Clara entra a la oficina. ¿Cómo te sientes? Como un idiota, responde Santiago. 30 años construyendo esta empresa y la destruí por confiar en la persona equivocada. No la destruiste, la salvaste. Ahora los nuevos dueños van a hacer las cosas bien. Santiago pone sus diplomas en una caja.
¿Cómo van las cosas con Daniela y Alma? Mejor, Daniela ya testificó ante la Procuraduría. Van a procesar a Ramiro por sabotaje, intento de asesinato, robo y amenazas. Y los inspectores del gobierno que recibían sobornos también van a ser procesados. Tu evidencia ayudó mucho. Santiago cierra la caja.
¿Sabes qué es lo que más me duele? ¿Qué? ¿Qué Alma tuvo que vivir en la calle porque yo no presté atención a lo que pasaba en mi propia empresa? Clara se sienta frente a él. Santiago, no puedes culparte por todo. Claro que puedo. Yo era el jefe. Era mi responsabilidad saber qué estaba pasando. Santiago toma otra caja y sale de su oficina. Es la última vez que va a estar ahí.
Dos semanas después, Santiago vive en un departamento pequeño en el centro de Monterrey. Vendió su casa grande y su auto blindado. Con el dinero de la venta creó un fondo para ayudar a las familias que fueron afectadas por la corrupción en su empresa. Un sábado por la mañana maneja hacia el terminal abandonado. Lleva bolsas de comida para Teresa y los otros residentes.
Buenos días, Teresa, dice Santiago. Hola, muchacho. ¿Cómo estás? Mejor. ¿Cómo está, Alma? Bien, ya está en la escuela de tiempo completo. Daniela consiguió trabajo en una empresa de mantenimiento automotriz. Santiago deja las bolsas de comida. ¿Necesitan algo más? Alma quiere hablar contigo. Está preocupada. ¿Precupada por qué? Porque dice que por su culpa perdiste tu empresa.
Santiago encuentra a Alma jugando sola cerca de los contenedores. Está más limpia que antes y lleva ropa nueva. Hola, Alma. Hola, señor Santiago. ¿Es cierto que perdió su empresa por mi culpa? Santiago se sienta junto a ella en el suelo. No perdí mi empresa por tu culpa.
La perdí porque no presté atención a las cosas malas que estaban pasando. Pero si no le hubiera dicho lo del sabotaje, si no me hubieras dicho, yo estaría muerto. Me salvaste la vida. Alma juega con unas piedras. Mi mamá dice que usted nos está ayudando mucho. Es lo menos que puedo hacer. Está triste porque ya no tiene aviones. Santiago piensa en la pregunta.
Al principio sí estaba triste, pero ahora me doy cuenta de que los aviones no eran lo más importante. ¿Qué es lo más importante? La gente, como tú, como tu mamá, como Teresa, Alma sonríe. Va a seguir visitándonos si quieren que venga. Sí, sí queremos. Daniela llega del trabajo, se ve mejor que antes. Ha subido de peso y ya no tiene ojeras.
Hola, Santiago. Hola, Daniela. ¿Cómo estuvo el trabajo? Bien. Mi jefe es honesto. Eso es algo nuevo para mí. Los tres caminan hacia la casa de Teresa. Santiago, dice Daniela, quiero agradecerte. ¿Por qué? Por hacer lo correcto. Sé que te costó mucho. Me costó dinero y una empresa, pero valió la pena.
¿De verdad no te arrepientes? Santiago mira a Alma corriendo hacia Teresa. No, por primera vez en años puedo dormir tranquilo. Daniela sonríe. ¿Sabes qué? Alma me pregunta por ti todos los días. ¿Qué le dices? ¿Que eres un hombre bueno que aprendió a escuchar? Santiago se queda toda la tarde ayudando a Teresa con las reparaciones de su casa. Alma le enseña sus tareas de la escuela.
Es un examen de matemáticas donde sacó 10. Muy bien, dice Santiago. Eres muy inteligente. Mi mamá dice que voy a poder estudiar en la universidad. Estoy seguro de que sí. Cuando se hace de noche, Santiago se prepara para irse. ¿Puedo preguntarte algo?, dice Alma. Claro. Ya no me tiene miedo. Santiago se sorprende con la pregunta.

¿Por qué tendría miedo de ti? Porque soy pobre. Antes la gente rica nos tenía miedo. Santiago se arrodilla para estar a la altura de alma. Nunca te tuve miedo. Lo que tenía era ignorancia. No sabía cómo era la vida de las personas como tú. Y ahora sí sabe, estoy aprendiendo y tú me estás enseñando. Alma abraza a Santiago.
Me da mucho gusto que sea nuestro amigo. Santiago siente una emoción que no había sentido en años. No es el orgullo de cerrar un negocio millonario. Es algo más simple y más profundo. A mí también me da mucho gusto ser su amigo. Cuando Santiago llega a su departamento, se sienta en su sillón viejo. No extraña su casa grande ni su oficina lujosa.

Por primera vez en su vida se siente en paz. Su teléfono suena. Es clara. ¿Cómo estuvo tu día? Bien. Muy bien. ¿Vas a ir mañana otra vez? Sí, Alma me está enseñando a jugar a jedrés. Clara se ríe. ¿Quién hubiera pensado que Santiago Ledesma iba a aprender a jugar ajedrés con una niña de 10 años? La vida es extraña, Clara.
A veces tienes que perder todo para encontrar lo que realmente importa. 6 meses después, Santiago tiene una rutina muy diferente. Se levanta a las 6 de la mañana, desayuna café y pan tostado y lee las noticias en su teléfono. Ya no busca información sobre la bolsa de valores o contratos de aviación. Ahora lee sobre educación, programas sociales y noticias locales.

Los martes y jueves va al terminal abandonado a ayudar con las tareas de los niños que viven ahí. Los sábados lleva a Alma al parque o al museo. Los domingos ayuda a Teresa con las compras del mercado. Este sábado es especial.

Alma tiene un proyecto de la escuela sobre profesiones y quiere entrevistar a Santiago sobre su trabajo anterior. ¿Listo para la entrevista?, pregunta Alma cuando Santiago llega al terminal. “Listo”, responde Santiago sentándose en una silla de plástico. Alma saca un cuaderno y un lápiz. Primera pregunta, ¿qué hacía cuando tenía aviones? Transportaba personas y carga de una ciudad a otra. Era divertido, Santiago piensa. A veces sí.
Me gustaba ver los aviones despegar y saber que la gente llegaba segura a su destino. ¿Por qué ya no tiene aviones? Porque no estaba poniendo suficiente atención a la seguridad de las personas. Alma, escribe en su cuaderno. Extraña tener mucho dinero. Al principio sí, pero ahora me doy cuenta de que no necesito tanto dinero para ser feliz. ¿Qué es lo que más le gusta de su vida? Ahora Santiago mira alrededor, ve a Teresa colgando ropa, a otros niños jugando, a Daniela leyendo un libro.
Me gusta tener tiempo para conocer a las personas. Antes siempre tenía prisa. ¿Como qué personas? Como tú, como tu mamá, como Teresa, como los otros niños de aquí. Alma sonríe y sigue escribiendo. Última pregunta. ¿Qué consejo le daría a alguien que quiere tener una empresa? Santiago piensa cuidadosamente.
Que nunca olvide que las personas son más importantes que el dinero y que siempre escuche a los empleados, especialmente cuando dicen que algo está mal. Alma cierra su cuaderno. Gracias. Creo que voy a sacar buena calificación. Estoy seguro de que sí. Daniela se acerca. Santiago, ¿tienes tiempo para caminar un poco? Claro, caminan hacia la parte menos habitada del terminal. Daniela parece nerviosa.
¿Pasa algo?, pregunta Santiago. Alma me hizo una pregunta ayer que no supe cómo responder. ¿Qué pregunta? Me preguntó si tú ibas a ser como su papá. Santiago se detiene. ¿Qué le dijiste? Le dije que tú eras nuestro amigo. Pero ella insistió. Dice que los otros niños tienen papás y ella quiere uno también.
Santiago se sienta en un banco roto. Daniela, yo no quiero confundir a Alma. No quiero ocupar un lugar que no me corresponde. Lo sé y te lo agradezco entonces. Pero tampoco quiero que pienses que no puede ser importante en su vida. Santiago mira hacia donde Alma está jugando con otros niños.

¿Qué quieres decir? ¿Que puede ser una figura paterna? sin tratar de reemplazar a su papá biológico. Su papá biológico. Alma lo conoce. Daniela baja la cabeza. Se fue cuando supo que estaba embarazada. Alma nunca lo ha visto. Ella lo sabe. Sí. Le dije la verdad desde pequeña. Santiago entiende ahora por qué Alma busca una figura paterna.
¿Qué necesita Alma de mí? Estabilidad. Alguien en quien pueda confiar. alguien que le enseñe cosas y que esté ahí cuando me necesite. Pero yo no sé ser papá. Daniela sonríe. Nadie sabe ser papá hasta que lo es y no tienes que ser perfecto. Y si cometo errores, todos cometemos errores. Lo importante es estar presente. Santiago piensa en su propia infancia.

Su papá siempre estaba trabajando. Nunca tenía tiempo para jugar o hacer tareas juntos. ¿Qué opina Alma de esto? ¿Por qué no le preguntas a ella? Regresan hacia donde están los niños. Alma corre hacia ellos. Santiago, ¿quiere ver mi castillo de arena? Claro. Alma lo lleva hacia un montón de tierra que formó con latas y piedras.
Este es el castillo donde vive una princesa que salva aviones. Una princesa que salva aviones. Sí, como yo te salvé a ti. Santiago se sienta junto al castillo. Alma, ¿puedo preguntarte algo? Sí. ¿Qué significa para ti tener un papá? Alma deja de jugar y lo mira seriamente.

Significa tener alguien que me cuide cuando mi mamá no esté, alguien que me enseñe cosas y que me quiera. ¿Y crees que yo podría hacer eso? Ya lo está haciendo. Santiago siente un nudo en la garganta. De verdad. Sí. Usted me cuida, me enseña cosas y sé que me quiere. ¿Cómo sabes que te quiero? Porque viene a verme, aunque ya no tiene que hacerlo, y porque cuando habla conmigo me pone atención de verdad.

Santiago abraza a Alma. ¿Sabes qué? Yo también te quiero mucho. Entonces, va a ser como mi papá. Santiago mira a Daniela, que está sonriendo desde lejos. Sí, Alma, si tú quieres voy a ser como tu papá. Alma grita de felicidad y abraza a Santiago más fuerte. Qué bueno. Eso significa que va a venir a mi festival de la escuela.

¿Cuándo es? La próxima semana voy a cantar una canción. No me lo perdería por nada del mundo. Alma corre hacia Teresa para contarle las noticias. Santiago se queda sentado junto al castillo de arena pensando en lo extraña que es la vida. Hace un año tenía aviones privados, oficinas lujosas y millones de pesos.
Ahora tiene un departamento pequeño, un auto usado y muy poco dinero en el banco, pero también tiene algo que nunca había tenido, una familia que lo quiere no por lo que tiene, sino por quien es. La escuela primaria Benito Juárez está llena de padres, madres y familiares. Es el día de la feria de ciencias anual y todos los niños de sexto grado presentan sus proyectos.

Santiago llega temprano y busca un lugar donde sentarse. No es fácil encontrar asiento. La escuela es pequeña y hay mucha gente. Finalmente encuentra una silla en la tercera fila junto a un señor que lleva overall de mecánico. “¿Su hijo también participa?”, pregunta el señor. Santiago duda un momento antes de responder. Sí.

Bueno, no es exactamente mi hija, pero la quiero como si lo fuera. Ah, entiendo. Yo soy el abuelo de Roberto, ese niño flaco de allá. Santiago ve hacia donde apunta el señor. Un niño delgado está parado junto a un proyecto sobre volcanes. ¿Y cuál es el proyecto de su niña? Hizo una maqueta sobre motores de avión. Motores de avión. Qué interesante. Santiago sonríe.

Durante las últimas semanas, Alma lo bombardeó con preguntas sobre cómo funcionan los aviones. Quería entender todo, los motores, las salas, porque vuelan como aterrizan. Mi mamá trabajaba arreglando aviones, le había dicho Alma. Y usted tenía aviones, entonces voy a hacer mi proyecto sobre eso.
La directora de la escuela se sube al pequeño escenario. Buenos días, familias. Bienvenidos a nuestra feria de ciencias anual. Santiago busca a Alma con la mirada. La encuentra al fondo del salón junto a una mesa llena de piezas de motor y dibujos de aviones. Lleva un vestido azul que Daniela le compró especialmente para este día.

Daniela está parada detrás de la mesa sonriendo con orgullo. Santiago la saluda con la mano y ella le responde, “Vamos a empezar con las presentaciones”, dice la directora. Cada estudiante tendrá 5 minutos para explicar su proyecto. Santiago se pone nervioso. Alma había estado practicando su presentación durante semanas, pero nunca había hablado frente a tanta gente.

Los primeros niños presentan proyectos sobre plantas, el sistema solar y animales marinos. Todos están nerviosos, pero lo hacen bien. Finalmente llega el turno de Alma. Ahora tenemos a Alma Vázquez con su proyecto sobre motores de avión. Alma camina hacia el frente con su presentación. Santiago puede ver que está nerviosa, pero también determinada. Hola, dice Alma al micrófono.
Mi nombre es Alma y mi proyecto es sobre cómo funcionan los motores de avión. Santiago se inclina hacia delante en su silla. Mi mamá trabajaba arreglando aviones, así que siempre me gustaron. Pero hace poco conocí a alguien que me enseñó más sobre ellos. Alma señala hacia donde está Santiago. Los motores de avión son muy complicados, pero también muy seguros y se cuidan bien.

Alma explica cómo el aire entra al motor, se mezcla con combustible y crea la fuerza que empuja al avión hacia adelante. Usa su maqueta para mostrar las diferentes partes. Lo más importante, dice Alma, es que la gente que arregla los motores siempre diga la verdad sobre si están funcionando bien o mal. Santiago siente un nudo en la garganta.

Alma está hablando de la honestidad sin mencionar directamente la historia de su familia. Mi mamá siempre decía la verdad sobre los motores, aunque eso la metiera en problemas. Y ahora yo también voy a decir la verdad siempre. Alma termina su presentación y regresa a su mesa. El público aplaude. Santiago aplaude más fuerte que nadie. Muy bien, Alma. Dice la directora. Excelente trabajo.

Santiago está tan orgulloso que siente ganas de gritar, pero se contiene y sigue aplaudiendo. Los siguientes niños presentan sus proyectos, pero Santiago apenas los escucha. Sigue pensando en las palabras de alma sobreecir la verdad. Cuando terminan todas las presentaciones, la gente se levanta para ver los proyectos de cerca.
Santiago camina hacia la mesa de Alma. Alma, estuviste increíble. De verdad, no estuve muy nerviosa un poco al principio, pero luego hablaste como una experta. Daniela abraza a su hija. Estoy muy orgullosa de ti, mi amor. Otros padres se acercan a ver la maqueta de alma. Santiago escucha sus comentarios.
Qué proyecto tan interesante. Mi hijo quiere ser piloto. ¿Puedes explicarle cómo funciona? ¿De dónde sacaste la idea? Alma responde todas las preguntas con confianza. Santiago se da cuenta de que ya no es la niña tímida y asustada que conoció hace un año. Cuando la gente se dispersa, Santiago se acerca a Alma otra vez. ¿Sabes qué fue lo que más me gustó de tu presentación? ¿Qué? Cuando hablaste de decir la verdad, eso fue muy valiente. Alma sonríe.

Usted me enseñó que decir la verdad es más importante que quedar bien con la gente. Yo te enseñé eso. Sí. Cuando usted dijo la verdad sobre su empresa, aunque eso significara perder todo, Santiago abraza a Alma. Tú también me enseñaste algo. ¿Qué? que a veces los niños saben cosas que los adultos no saben. La directora anuncia los ganadores de la feria.

Alma gana el segundo lugar en la categoría de ciencias físicas. Ganaste, grita Santiago. Ganamos, responde Alma. Yo no hubiera podido hacer esto sin usted. Santiago ve a Alma recibir su premio. Una medalla pequeña de plástico dorado que ella recibe como si fuera el premio más importante del mundo. Cuando todos aplauden para alma, Santiago aplaude también, pero no grita ni hace escándalo, solo sonríe y aplaude con respeto.

Alma lo ve desde el escenario y levanta su mano para saludarlo. un saludo pequeño, discreto, que solo él puede ver. Santiago levanta su mano y le responde de la misma manera. En ese momento, Santiago entiende algo importante. No necesita ser el centro de atención para ser importante en la vida de alma. No necesita gritar o hacer grandes gestos.

Solo necesita estar ahí, aplaudir cuando sea momento de aplaudir y escuchar cuando sea momento de escuchar. Y por primera vez en muchos años Santiago Ledesma sabe que llegó a tiempo. ¿Te gustó la historia de Santiago y Alma? Esta historia nos enseña que a veces las voces más importantes son las que menos escuchamos y que nunca es tarde para hacer lo correcto.

Santiago perdió su empresa y su fortuna, pero encontró algo mucho más valioso. Una familia que lo quiere por quien es, no por lo que tiene. Si esta historia te tocó el corazón como nos tocó a nosotros, no olvides darle like al video y compartirlo con alguien que necesite recordar que la honestidad y la humildad pueden cambiar vidas.
Queremos saber de ti. ¿Cuál fue tu parte favorita de la historia? ¿Te identificaste con algún personaje? Si disfrutaste este contenido y quieres ver más historias como esta que nos hacen reflexionar sobre lo que realmente importa en la vida, suscríbete al canal y activa la campanita para no perderte ninguna nueva historia.
Y cuéntanos en los comentarios desde qué país nos estás viendo. Nos encanta saber que nuestras historias llegan a corazones de todo el mundo. Nos vemos en la próxima historia. M.