🩸 Bellwood: El Experimento Genético de Cornelius Ashworth (1806-1844)
En el otoño de 1844, el reverendo Josiah Witmore, un ministro itinerante, se detuvo en la Plantación Bellwood en el Condado de Prince Edward, Virginia. Solo buscaba agua para su caballo y un breve descanso antes de continuar su camino hacia Farmville. Lo que presenció en esas pocas horas lo perseguiría por el resto de sus días y, finalmente, lo obligaría a escribir una confesión que se descubriría entre sus pertenencias después de su muerte en 1879.
En su puño tembloroso, el reverendo escribió sobre las mujeres esclavizadas de Bellwood: “La misma nariz afilada, los mismos ojos de color gris verdoso, la misma hendidura peculiar en la barbilla que las marcaba tan seguramente como cualquier marca”. Cuando preguntó al dueño, un hombre llamado Cornelius Ashworth, sobre este asombroso parecido, Ashworth sonrió de una manera que heló la sangre de Witmore: “Son todas mis hijas, reverendo, cada una de ellas. Y sus madres antes que ellas. Cuatro generaciones ya, que se extienden a lo largo de casi cuarenta años. ¿No es notable lo que un hombre puede construir cuando se lo propone? ¿No es un testimonio de planificación cuidadosa y cultivo paciente?”.
El reverendo Witmore huyó de Bellwood antes del anochecer, negándose a la hospitalidad ofrecida con tan inquietante orgullo. Cabalgó a toda prisa, rezando hasta la mañana por las almas de las mujeres que había dejado atrás. Nunca habló públicamente de lo que había visto, paralizado por el secreto de Bellwood. Sin embargo, su diario privado, conservado ahora en los archivos de la Sociedad Histórica de Virginia, contiene un relato detallado de lo que llamó “la empresa más impía de toda la cristiandad”, un pecado tan profundo que nombrarlo parecía un acto de blasfemia.
Por casi cuatro décadas, Cornelius Ashworth había estado sistemáticamente engendrando hijos con las mujeres esclavizadas en su propiedad, y luego engendrando hijos con esas hijas cuando alcanzaban la mayoría de edad, y luego engendrando hijos con esas nietas a su vez. Creó un circuito genético cerrado que produjo generación tras generación de personas esclavizadas que eran simultáneamente su propiedad y sus descendientes biológicos directos. Para 1844, cada esclava en la Plantación Bellwood entre los catorce y los cuarenta y cinco años era biológicamente hija, nieta o bisnieta de Cornelius Ashworth, y él no tenía intención de detenerse. Hablaba de su empresa con el orgullo de un hombre que había resuelto un problema difícil, que había creado algo de valor duradero.

El Origen de una Visión Monstruosa (1804-1806)
La familia Ashworth se había asentado en el Condado de Prince Edward en la década de 1750. Cuando Cornelius Ashworth nació en 1782, la fortuna de su familia había disminuido considerablemente. Su padre, Jeremiah Ashworth, un hombre de apetitos más que de ambición, había dilapidado el capital y descuidado la plantación. Cuando Jeremiah murió de insuficiencia hepática en febrero de 1804, Cornelius, de veintidós años, heredó una propiedad al borde del colapso total: ocho trabajadores esclavizados, cuatro de ellos demasiado viejos para el trabajo pesado, y acreedores al acecho. Tenía quizás seis meses antes de perder todo.
Cornelius, a diferencia de su padre, era calculador, ambicioso y poseía una inteligencia fría. Educado en matemáticas y filosofía natural, creía que los principios científicos podían aplicarse a todos los aspectos de la gestión de la plantación, incluida su mano de obra. Analizó su situación con una lógica implacable:
Tenía ocho trabajadores, solo cuatro productivos.
No tenía dinero para comprar más, y el crédito estaba cerrado.
Los métodos tradicionales de crecimiento de la población eran demasiado lentos, tardando quince años antes de que un niño se convirtiera en un trabajador productivo.
Necesitaba un enfoque más rápido y controlado. En una noche de insomnio en el invierno de 1804, concibió su plan con la fría lógica de la desesperación. Entre los ocho esclavizados estaba Dina, una mujer de veinticinco años, sana y en sus años fértiles.
El Cálculo del Horror: Si él engendraba hijos con Dina y las otras mujeres, podía aumentar su fuerza laboral inmediatamente. Si mantenía a las hijas mujeres y vendía a los varones, podía maximizar el potencial de cría de su población mientras generaba ingresos. Si luego engendraba hijos con sus propias hijas cuando alcanzaran la madurez, el proceso se aceleraría aún más, creando un sistema auto-sostenible con un crecimiento exponencial.
Las matemáticas eran elegantes en su horror: si engendraba cinco hijas en la primera generación (G1), y cada una de ellas le daba cinco hijas en la segunda generación (G2), y cada una de esas nietas le daba cinco bisnietas en la tercera generación (G3), en cuarenta años tendría una fuerza laboral de más de 150 mujeres esclavizadas, todas sus descendientes biológicas y su propiedad legal.
El hecho de que estos cálculos implicaran violación sistemática e incesto no perturbó a Cornelius. Lo vio como no diferente a las prácticas de cría selectiva aplicadas a caballos y ganado. En sus diarios, se refería a las mujeres esclavizadas no por su nombre, sino por Generación.
El Inicio del Programa de Cría (1805-1820)
En una noche de enero de 1805, Cornelius llamó a Dina a la casa principal. Lo que ocurrió esa noche fue el primer acto de una tragedia. Dina no tuvo otra opción; era propiedad. Nueve meses después, en septiembre de 1805, Dina dio a luz a una hija. Cornelius registró el nacimiento en su libro de contabilidad de la plantación con precisión clínica:
“Hija mujer nacida de Dina. 15 de septiembre de 1805. Nombrada Ruth. Padre C.A. Sana, para ser criada para la Segunda Generación.”
Este fue el primer registro en lo que se convertiría en un extenso registro genealógico del horror. Cornelius también se centró en otras dos mujeres esclavizadas, Sarah y Lizzy, ambas de unos veinte años. A finales de 1806, tres niñas vivían en los cuartos de esclavos, todas engendradas por el amo.
La Venta de Varones (1806-1844): El programa de cría de Cornelius dependía de la pureza de su sistema genético cerrado. Los varones representaban una complicación, por lo que su solución fue brutalmente práctica: vendía a los niños varones a la edad más temprana posible, generalmente entre los diez y doce años, cuando podían alcanzar un precio razonable en los mercados de esclavos de Richmond o Lynchburg. El dinero de estas ventas financió mejoras en la plantación. Dina perdió dos hijos de esta manera; Lizzy, tres.
La Segunda Generación Alcanza la Madurez: Ruth, la primera hija de Cornelius, creció con su nariz afilada, sus ojos gris verdosos y la hendidura de la barbilla que la marcaba como hija de su padre. En la primavera de 1820, Ruth cumplió quince años. Cornelius registró una nueva anotación en su libro de cría:
“Ruth ha alcanzado la madurez. Comenzará la Segunda Generación esta primavera, lista para el cultivo.”
Nueve meses después, en enero de 1821, Ruth dio a luz a una hija. Cornelius llamó a la niña Patience y la registró como:
“Tercera Generación. Primera de las nietas. La línea de sangre continúa.”
En los años siguientes, sus medias hermanas Martha y Esther también concibieron hijos con su propio padre. El patrón se estableció: cada hija que alcanzaba la madurez daría a luz a los hijos del amo.
Aceleración y Resistencia (1830-1840)
Para 1830, veinticinco años después de que comenzara el proyecto, la población de Bellwood había crecido de ocho a treinta y siete personas esclavizadas, a pesar de la venta regular de varones. De esos, veintinueve eran mujeres. Cada mujer en la propiedad entre los quince y los cuarenta años era hija o nieta de Cornelius. La Tercera Generación (sus nietas) había comenzado a madurar, y el ciclo se aceleraba.
Cornelius había construido un gráfico elaborado que llenaba una pared entera de su estudio, mostrando las relaciones entre todos. Las líneas conectaban madres, hijas y nietas, todas conectándose a un único punto en la parte superior: Cornelius Ashworth, Fundador del Linaje.
La Resistencia Silenciosa: Las mujeres de Bellwood mantuvieron su propia historia. Dina se convirtió en la guardiana de la genealogía alternativa, enseñando a Ruth, Martha y Esther a recordar sus verdaderas relaciones familiares. “No somos lo que él dice que somos”, les susurraba. “Somos madres e hijas. Somos hermanas, tías y sobrinas. Somos una familia real, no ganado reproductor.”
En los cuartos, a pesar del horror, las mujeres crearon un complejo sistema de apoyo mutuo:
Dina preparaba a las jóvenes para las visitas a la casa principal y esperaba para consolarlas después.
Sarah servía como partera, asistiendo en los nacimientos.
Lizzy lavaba los cuerpos y los preparaba para el entierro.
Ellas amaban ferozmente a sus hijos, impartiéndoles dignidad y valor, un conocimiento que Cornelius no podía arrebatarles.
Efectos Genéticos: Para 1840, la población había crecido a cincuenta y ocho personas esclavizadas, cincuenta y una de ellas mujeres. Cornelius tenía ahora cincuenta y ocho años. La Cuarta Generación (sus bisnietas) ya estaba naciendo. Sin embargo, el sistema había creado problemas que él no había anticipado. La endogamia había comenzado a producir efectos visibles en la nueva generación:
Algunos niños nacían con deformidades menores (miembros torcidos, ojos nublados).
Otros se desarrollaban más lentamente.
Varios bebés morían a los pocos días de nacer, “cuerpos demasiado malformados para sobrevivir”.
Cornelius registró estos resultados en su libro de cría con el mismo desapego clínico: “Ejemplar fallido” o “Stock defectuoso no apto para la continuación”. Ajustaba su sistema, seleccionando a las mujeres en función de la salud de su descendencia anterior, tratando a las mujeres como sujetos experimentales en un vasto proyecto de ingeniería genética.
La Confesión del Reverendo (1844)
En el otoño de 1844, el sistema estaba en pleno funcionamiento. La visita del reverendo Witmore fue la culminación. El orgullo de Cornelius, incitado por la bebida, lo llevó a cometer su error fatal: alardeó de la evidencia de su “planificación cuidadosa” y de la “asombrosa semejanza” que probaba la pureza de su linaje.
Witmore huyó, pero se convirtió en el primer testigo externo creíble. Su diario, su confesión final, se convirtió en una condena permanente, sacando a la luz lo que la sociedad de Virginia había optado por ignorar. Aunque no había ley que castigara a Cornelius por violar y embarazar a su propiedad (incluso si era su propia hija), el registro documental del incesto sistemático y la cría humana se había hecho.
El legado de Bellwood no fue la riqueza de Cornelius, sino el sufrimiento y la resistencia de las mujeres que, generación tras generación, fueron obligadas a llevar la sangre de su amo.
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