El sepulturero estaba listo, pero las palabras de una niña lo dejaron helado
Don Thomas llevaba más de dos décadas cavando tumbas. Nunca lo soñó como vocación, pero la vida lo arrinconó y ese fue el oficio que quedó. Entre lápidas desgastadas y raíces de abedul, encontró un silencio que al menos le resultaba soportable. Allí no había engaños ni discusiones, sólo tierra y quietud.
En medio de esa rutina sombría apareció Lily: una niña menuda, con una energía extraña que iluminaba el cementerio cada vez que corría entre las cruces. Se convirtió en su visita habitual.
—Ya volviste, pajarito —le dijo Thomas una tarde, ofreciéndole un sándwich envuelto en papel de diario.
Ella lo aceptó con una sonrisa débil, pero luego bajó la voz para preguntar:
—¿Puedo quedarme contigo esta noche? Mamá… mamá se va a casar otra vez.
Él entendió en el acto lo que había detrás de esas palabras.
—Claro que sí, pequeña —contestó, con un nudo en la garganta.
A la mañana siguiente, Thomas tuvo que dar sepultura a una joven hermosa. La familia no derramó lágrimas; firmaron documentos, murmuraron un par de frases y se marcharon como si cumplieran un trámite cualquiera.
Horas más tarde llegó otro féretro. Dos hombres trajeron órdenes, hablaron a los gritos y luego se marcharon con prisa. Thomas apretó la pipa entre los dientes y refunfuñó para sí mismo:
—Esto no es leña para amontonar…
Cuando por fin se sentó a descansar, notó que Lily se había acercado sin hacer ruido al último ataúd. Se asomó, observó con atención el cuerpo de la mujer que yacía dentro y, con los ojos muy abiertos, susurró:
—Abuelo… tú no vas a enterrarla de verdad, ¿cierto?
Su pregunta golpeó a Thomas como un martillo en el pecho. Tambaleó ligeramente, apagó su cigarrillo y caminó hacia el ataúd.
Frío, sí, pero no del tipo de frío que conocía demasiado bien.
Puso dos dedos contra su cuello. Esperó. Un latido. Luego otro.
Un pulso.
Thomas se retiró como si se hubiera quemado. Su mente corría a mil. Recordó una vieja historia sobre un hombre diagnosticado erróneamente que despertó en la morgue. ¿Podría ser lo mismo?
Sin dudarlo, llamó a una ambulancia. Cuando los paramédicos llegaron y se llevaron a la mujer, Lily aplaudió con alegría.
—¡La salvaste, abuelo! ¡Eres un verdadero mago!
Él la abrazó.
—No, Lily —dijo en voz baja—. Nos salvaste a los dos.
Pasó un mes. El cementerio volvió a su ritmo constante.
Thomas continuó con su trabajo, mientras Lily permanecía su compañera constante. Pero pensaba a menudo en la escuela. Empezó a apartar las monedas que pudiera, decidido a comprarle lo que necesitara: cuadernos, zapatos, un abrigo, una mochila.
Una tarde, alguien golpeó la puerta de la garita. Thomas se sorprendió: rara vez tenía visitantes. Al abrir, encontró a una mujer bien vestida, con un elegante abrigo y ojos brillantes de agradecimiento silencioso.
—¿No me reconoces? —preguntó suavemente.
Parpadeó. Era ella. La mujer que casi había enterrado.
—Me llamo Claire —dijo con una cálida sonrisa—. Y vine a agradecerte… y a tu nieta.
—Ella no es mi nieta —gritó Thomas.
Se sentaron juntos, bebiendo té de tazas desparejadas. Claire le contó todo: la traición, la falsa muerte, los parientes codiciosos y cómo el destino —o quizás Lily— le había salvado la vida. Thomas, a su vez, le habló de la niña que se había convertido en su familia.
Paquetes de vacaciones en familia
Cuando Lily entró, Claire se levantó.
—Y aquí está —dijo, con los ojos brillantes—. Mi segunda salvadora.
Al enterarse de su viaje a la ciudad para comprar útiles escolares, Claire dijo firmemente: —No más autobuses. Yo las llevo. Es lo mínimo que puedo hacer.
En la ciudad, las colmó de generosidad: ropa nueva, libros, incluso una mochila cubierta de mariposas. Los ojos de Lily brillaban. Thomas se quedó atrás, abrumado pero agradecido.
Al almorzar en un café —el primero de Lily—, Claire preguntó: —Entonces, ¿a qué escuela irás?
Thomas palideció. —Olvidé los documentos…
Esa noche, Claire tomó una decisión.
A la mañana siguiente, visitó la casa de Lily. Era peor de lo que pensaba. Miseria. Alcohol. Ira.
—Necesito los documentos de Lily —dijo firmemente.
—Dame dinero —respondió la madre.
Claire pagó. Tomó los documentos. Se fue sin decir una palabra.
Inició el proceso de tutela. Contrató abogados. Enfrentó el sistema. Luchó por el futuro de Lily.
El primer día de escuela, Claire regresó al cementerio.
—Está hecho —dijo—. Me llevo a Lily a casa.
Thomas estaba feliz y con el corazón roto.
Claire lo vio. —Ven con nosotras —dijo suavemente—. Ella necesita un abuelo. Yo necesito una familia.
Paquetes de vacaciones en familia
Las lágrimas llenaron los ojos de Thomas. Asintió.
A la mañana siguiente, los tres caminaron hacia la escuela. Lily, radiante con su nuevo uniforme. Claire, elegante y fuerte. Thomas, orgulloso y erguido.
Murmuró: —La nuestra es la más hermosa de todas.
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