La Desaparición: Cuando la Soledad se Vuelve Mortal 💀
La isla de Vancouver, un lugar de majestuosa e indiferente belleza, es un imán para quienes buscan escapar. Para James McIll, un metódico ingeniero de software de 34 años de Toronto, las densas y brumosas selvas tropicales fueron el escenario perfecto para una excursión de senderismo en solitario de cinco días en julio de 2013. No buscaba emociones fuertes; buscaba paz. Estaba preparado, tenía experiencia y conocía los peligros de salirse de los caminos trillados, que era exactamente lo que planeaba hacer.

Pero la vasta naturaleza salvaje de la isla guarda sus secretos con fiereza. Cuando James no regresó a su coche de alquiler, que fue encontrado cerrado con llave con su billetera y documentos dentro, se dio la alarma. Una búsqueda intensiva de tres semanas por parte de la Real Policía Montada de Canadá (RCMP), guardabosques y voluntarios no arrojó ningún resultado. La densa vegetación, el musgo espeso y la maleza húmeda del bosque templado resultaron demasiado eficaces para ocultar secretos. James McIll simplemente se había desvanecido en el aire.

El caso finalmente se archivó, concluido trágicamente como una persona desaparecida, presuntamente víctima de un accidente en la naturaleza, probablemente una caída o un encuentro con uno de los osos negros o pumas de la isla. Durante los siguientes ocho años, el vasto y verde silencio de la isla de Vancouver contuvo la respiración, y la historia del excursionista perdido de Toronto se convirtió en otra cicatriz sin resolver en la historia de la isla.

La Revelación: Una Calavera en un Oso Sagrado
En abril de 2021, se rompió el silencio. El descubrimiento no fue un cuerpo, sino algo mucho más deliberado y aterrador.

Dos miembros de la Primera Nación local Nuu-chah-nulth, recolectando plantas en lo profundo de un oscuro y sagrado hueco, hicieron el macabro hallazgo. Allí, en un viejo tótem ennegrecido, conocido por pocos y venerado por sus antepasados, había una calavera humana. No descansaba allí; Había sido clavado con fuerza y ​​precisión a la imagen tallada de un oso, de aproximadamente 2,5 metros de altura, atravesada por la cuenca del ojo con un clavo largo, oxidado y forjado a mano.

La escena no era el resultado de un ataque animal ni de descomposición natural; era una instalación, un trofeo horroroso y monstruoso.

Los equipos forenses acordonaron rápidamente la zona. Identificaron el cráneo utilizando los registros dentales de James McIll y, una semana después, el análisis de ADN confirmó la identidad de los restos. El expediente de James McIll como persona desaparecida fue inmediatamente reclasificado como asesinato.

En la base del tótem, parcialmente enterrado en musgo y tierra, los investigadores encontraron dos pruebas cruciales más: el reloj de pulsera Casio G-Shock de McIll, con las manecillas detenidas, y su iPhone 4, con la pantalla destrozada como si hubiera recibido un solo golpe contundente. Fundamentalmente, el cráneo no presentaba una causa clara de muerte (ni penetración de bala ni traumatismo contundente), lo que confirmaba que el clavo había sido clavado post mortem como parte de la puesta en escena. El resto del cuerpo nunca fue localizado, dejando en el caso la incógnita de cómo murió, una herida abierta.

La teoría del bosquimano: Un relato escalofriante de un testigo
Los investigadores se enfrentaban a dos posibilidades aterradoras: una secta o culto que utilizaba el sitio sagrado indígena para un ritual extraño, o un ermitaño territorial impulsado a la violencia. La primera parecía remota, sobre todo teniendo en cuenta que los ancianos tribales locales condenaron el acto como una blasfemia atroz. Las pruebas (el cráneo solitario, la ubicación oculta, el teléfono destrozado) apuntaban a la segunda.

Esta teoría cobró una fuerza aterradora cuando un leñador jubilado, Gary Fullerton, contactó con la Real Policía Montada de Canadá (RCMP). Recordó haber visto a un hombre dos días después de la desaparición de McIll en 2013, adentrándose en el bosque a solo 10 km del lugar del descubrimiento del tótem. Este hombre no era un turista. Era muy alto, de hombros anchos y completamente oculto por una barba espesa y enmarañada y cabello largo. Vestía ropa vieja de piel de ciervo o lona y portaba un rifle antiguo.

Cuando Fullerton se detuvo para ofrecer ayuda, el desconocido simplemente giró la cabeza y lo miró fijamente. Fullerton describió la mirada como “la más vacía y fría que había visto en su vida”. El hombre permaneció en silencio, se dio la vuelta y desapareció entre la espesura.

El hombre encajaba a la perfección en el perfil: un “bosquimano” o ermitaño, protector de su soledad y que veía a cualquier forastero, quizás consultando un mapa en su teléfono, como una amenaza para su aislada existencia. La teoría era clara: McIll se había topado con un campamento, se desató un conflicto y fue silenciado violentamente. La destrucción del teléfono tenía como objetivo eliminar cualquier posible evidencia fotográfica o coordenadas GPS de la guarida del asesino.

El Fin del Rastro: Encontrando la Guarida, Perdiendo al Hombre
La investigación se centró en las zonas grises de la isla: lugares donde se sabía que residían ilegales, ocupantes ilegales y personas paranoicas. La policía lanzó una operación discreta pero exhaustiva, consciente de que si su sospechoso aún se encontraba en la isla, un anuncio público podría hacerlo desaparecer para siempre.

Utilizando antiguas fotografías aéreas, localizaron un posible campamento en un profundo y aislado barranco. Un equipo de fuerzas especiales se acercó cautelosamente al lugar y encontró una primitiva y abandonada guarida, construida en la ladera.