El piso 42 del rascacielos Zenit Tower

era un santuario de cristal y acero.

Desde allí, Marcus Thorn, el titán de

las finanzas y CEO de Thorn Capital,

observaba el mundo con la desinteresada

arrogancia de un dios menor. Su oficina,

un espacio minimalista bañado en la luz

fría de Manhattan, era su trono. Daile

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Para Marcus, la vida se medía en

márgenes de ganancia y activos bajo

gestión. Las personas se dividían en dos

categorías: socios potenciales y el

fondo borroso. Y en el fondo borroso

habitaban aquellos que, según su lógica

despiadada, no contribuían directamente

a la optimización de capital. Entre

estos últimos se encontraba Elena. Elena

era la mujer de la limpieza, una

presencia silenciosa que llegaba cuando

la ciudad dormía y se retiraba antes de

que el primer café estuviera listo en la

máquina de Marcus. Era menuda, con manos

curtidas por el trabajo y una mirada que

reflejaba la quietud de alguien que ha

visto demasiado, pero se niega a

rendirse. Tenía unos 50 años, pero el

trabajo duro y las preocupaciones habían

añadido años invisibles a su rostro.

Para Marcus, Elena era poco más que una

máquina expendedora de pulcritud. Era un

elemento funcional del mantenimiento de

su imperio, tan relevante como el aire

acondicionado o el sistema de seguridad.

nunca le dirigió una palabra, ni

siquiera un gesto de reconocimiento. Una

noche de noviembre, el ritmo habitual de

la oficina se vio alterado. Marcus,

obsesionado con cerrar un acuerdo de

fusión multimillonario antes de la

apertura del mercado asiático, se había

quedado mucho más tarde de lo habitual.

A las 2 de la mañana, la única luz era

la del monitor de Marcus y el tenue

resplandor que se colaba por debajo de

la puerta de su asistente. Elena entró

en la oficina. Se movía con la

eficiencia de una sombra, arrastrando su

carro de limpieza. El roce de las ruedas

en el mármol era el único sonido que

competía con el tecleo frenético de

Marcus. Marcus ni siquiera levantó la

vista, no tenía tiempo para la clase

baja. “¿Podría, por favor, evitar hacer

tanto ruido?”, espetó Marcus. sin dejar

de mirar la pantalla. Su voz era fría,

revestida de autoridad. Elena se detuvo

sintiendo el habitual pinchazo de

humillación, uno al que se había

acostumbrado en años de trabajar para la

élite. “Lo siento, señor Thorn”, susurró

ajustando el trapo en su mano. “Solo

haga su trabajo y que sea en silencio”,

gruñó Marcus. Ella asintió una vez más,

la invisibilidad como su armadura.

procedió a vaciar la papelera de Marcus,

encontrando montones de borradores de