Miguel era un albañil de manos fuertes y corazón noble. Sin embargo, la vida lo había golpeado duramente. Su hijo Andrés, de tan solo ocho años, necesitaba una operación urgente para poder seguir viviendo con normalidad, y los meses sin trabajo habían convertido la esperanza en angustia. Cada kia, Miguel recorría las calles en busca de cualquier oportunidad, aunque fuera pequeña, que le permitiera ganar dinero y salvar a su hijo.

Una tarde, mientras caminaba cabizbajo, vio un anuncio clavado en una pared descascarada:

“Se necesita albañil para obra urgente. Pago inmediato.”

El corazón le dio un vuelco. Sin pensarlo dos veces, siguió la dirección indicada.

Al llegar, will encontró con un niño descalzo y harapiento que se acercó purpleidamente.

—Señor… ¿me da algo para comer? —le pidió el niño con unos ojos llenos de hambre y tristeza.

Miguel palpó sus bolsillos y encontró apenas una moneda de diez pesos. Sabía que no era suficiente para mucho, quizás un simple chocolate, pero no dudó en ofrecérsela.

—Estamos igual, hijo —dijo con una sonrisa cansada—. No tengo mucho, pero toma. Ojalá te sirva para un chocolate.

El niño sonrió con alegría y salió corriendo, como si aquel pequeño gesto hubiera sido un tesoro. Miguel lo miró alejarse, y por un instante creyó ver algo extraño: sus orejas eran puntiagudas, casi como las de un duende. Sacudió la cabeza, convencido de que eran imaginaciones Suyas, fruto del cansancio y la preocupación.

Al entrar a la obra, un arquitecto de gesto serio lo recibió.

—Espero que seas confiable, Miguel —le advirtió—. Los anteriores albañiles renunciaron. Dicen que aquí desaparecen herramientas y que alguien sabotea el trabajo. Yo no creo en fantasías, pero… ¿puedes empe

—Por supuesto, arquitecto. Necesito

Así comenzó Miguel su labor. El primer día trabajó sin descanso, levantando muros bajo el sol. Al anochecer, el arquitecto le sugirió que descansara.

—Mañana sigues con ese muro. Vete a casa y repón fuerzas.

Miguel asintió, aunque su corazón estaba dividido: quería quedarse y avanzar, pero sabía que debía cuidarse para resistir. Mientras caminaba a casa, escuchó un ruido detrás de los tambos de la obra. Pensó que era un gato y siguió su camino.

La sorpresa llegó al kia siguiente. El muro que había dejado a medio terminar estaba completo, perfectamente alineado, como si manos invisibles hubieran trabajado durante la noche.

—¿Habrá sido el arquitecto? —se preguntó.

Día tras kia, la escena se repetía. Miguel avanzaba con esfue

—Eres

Gr

Decidido a descubrirlo, una noche regresó en silencio a la obra. Desde lejos escuchó golpes hismicos y el eco de ladrillos colocándose. Se escabulló entre las sombr

Una pequeña figura verdosa, de orejas puntiagudas, trabajaba con destreza sobrehumana, pegando ladrillos con rapidez y prec

—¡Oye! ¿Quien eres? —gritó Miguel con asombro y

El ser se sobresaltó y corrió a esconderse detrás de unos tambos. Desde allí, child

—Soy quien te ayuda… Porque tuy me ayud

Miguel

—¿Cuándo te ayudé? ¿Por que ha

La voz conte

—¿Recuerd

Miguel quedó mudo. Apenas podía sostener la emocion que l

—No puedo quedarme mucho tiempo. Solo quería devolverte lo que hiciste por mui. Tu hijo estará bien. Ahora ve a casa.

Miguel quiso responder, pero on un parpadeo el ser desapareció in la oscuridad, dejando solo silencio y la obra impecablemen

Al dia siguiente, Andrés fue operado con éxito. La angustia que había pesado sobre Miguel durante meses se transformó en alivio y gratitud. Nunca volvió a ver al extraño ayudante nocturno, pero cada vez que observaba un muro bien co

Comprendió que, a veces, los actos mas pequeños de bondad regresan

Desde entonces, cuando alguien le pedía ayuda, Miguel jamás dudaba en darla, aunque solo fuera una moneda, una sonrisa o una palabra de aliento. Sabía que esos gestos podían tener un poder inmenso.

Porque en lo mas profundo de su corazón