El pasado no es estático. Es un paisaje cambiante, constantemente redefinido por las herramientas que usamos para examinarlo. Durante 118 años, una fotografía descolorida en blanco y negro de la Escuela Blackwood para Niños Descarriados permaneció intacta en un archivo, considerada por todos como un simple retrato típico de la formalidad victoriana. Mostraba a 23 niños con aspecto serio y a su maestra, la Sra. Evelyn Reed, con una actitud serena. Nada especial. Nada siniestro.
Todo cambió una mañana de martes de octubre de 2024, aparentemente rutinaria, cuando un archivista digital con un escáner sofisticado decidió examinarlo con más detenimiento.
El Dr. Aerys Thorne, del Instituto de Preservación Histórica de Boston, se dedicó a la metódica tarea de convertir viejos negativos de placas de vidrio en archivos digitales de alta resolución. Al colocar la foto de la clase de 1906 en su escáner y capturar cada detalle a una asombrosa velocidad de 12 000 puntos por pulgada, el resultado fue una claridad que trascendió décadas. Podía ver hilos individuales, contar botones y examinar cada rostro.
Pero fue el rostro de la profesora, el rostro de la Sra. Evelyn Reed, lo que le hizo reflexionar.
La pista del pinchazo: una imposibilidad médica
Aerys se centró en los ojos de la Sra. Reed. Lo que vio desafiaba la física de la época. Sus pupilas estaban contraídas hasta convertirse en diminutos pinchazos negros. Este detalle, prácticamente invisible a simple vista en la foto original, indicaba de inmediato una anomalía escalofriante.
La fotografía había sido tomada en interiores, probablemente en las condiciones de poca luz de principios del siglo XX. En un entorno así, las pupilas del ojo humano deberían dilatarse de forma natural para dejar entrar más luz. Las pupilas severamente contraídas de la Sra. Reed, conocidas médicamente como miosis, eran lo contrario. Aerys descartó rápidamente errores técnicos o defectos en el negativo de cristal. El detalle era auténtico. No se trataba de una rareza fotográfica; era una señal médica oculta a simple vista durante más de un siglo.
Impulsado por un instinto profesional que trascendía la mera conservación, Aerys comenzó a investigar la Escuela Blackwood. Los registros revelaron una historia profundamente inquietante. La institución, fundada en 1878 para los “niños descarriados” de la élite adinerada, reportaba constantemente una tasa de mortalidad estudiantil inusualmente alta. Siete niños murieron solo en 1905. Las causas oficiales —gripe, escarlatina, neumonía— eran un cliché, pero las cifras eran excesivas, incluso para la época. Al comparar los registros de defunción con la lista de la clase, Aerys descubrió que tres niños en esa fotografía de 1906 habían sucumbido oficialmente a la “fiebre” en los dos años siguientes.
La prueba irrefutable: Escopalamina y una firma
Las piezas comenzaron a encajar con el descubrimiento de una foto más amplia del aula. Escaneando y mejorando el fondo, Aerys logró descifrar la etiqueta de un frasco grande dentro de un botiquín: Escopalamina.
Esta palabra detonó el caso sin resolver. La escopalamina es un potente fármaco derivado de las solanáceas. Aunque se usa en medicina como anestésico, en dosis altas actúa como un potente sedante y, en última instancia, como un veneno. Los síntomas de una sobredosis de escopalamina (enrojecimiento de la piel, confusión, delirio, seguido de insuficiencia respiratoria y muerte) podrían ser fácilmente confundidos por un médico desprevenido con fiebre alta o una enfermedad natural.
Aerys investigó entonces los archivos financieros de la escuela y desenterró órdenes de compra de la Compañía Farmacéutica Wittman. La escuela, con menos de 50 estudiantes, solicitaba cantidades asombrosas de escopalamina, suficientes para abastecer a un pequeño hospital. Cada pedido estaba firmado por la señorita Evelyn Reed.
La cronología era demoledora: casi todas las muertes de estudiantes ocurrían a los pocos días de la llegada de un nuevo cargamento del fármaco, lo que sugería un patrón siniestro: la Sra. Reed recibía su suministro y los niños comenzaban a morir. Era evidente que tenía un control total y aterrador sobre el bienestar médico de sus estudiantes.
El aterrador testimonio del jardinero
El caso pasó de la evidencia circunstancial al testimonio directo de un testigo presencial con el descubrimiento de un diario de cuero. El autor: Thomas Garrett, el jardinero de la escuela.
Las anotaciones diarias de Garrett, inicialmente relacionadas con los jardines y el clima, comenzaron a detallar las acciones cada vez más perturbadoras de la Sra. Reed. En 1905, escribió que ella les daba a los niños “su medicina especial cuando se portaban mal”, señalando que después se quedaban “muy callados. Demasiado callados”.
La entrada del 15 de enero de 1906, el día exacto de la infame fotografía de la clase, explicaba la horrible verdad tras la imagen aparentemente normal:
“La fotógrafa llegó esta mañana… Los niños estaban inquietos y no se quedaban quietos. La señorita Reed se enfadó. La vi preparar una dosis fuerte de su medicina y dársela a cada niño. Dijo que los calmaría para la foto… En cuestión de minutos, todos se quedaron en silencio. Sus ojos se pusieron vidriosos… La señorita Reed los colocó como muñecos. Ayudó a los que no podían sentarse solos… La pequeña Sarah, en la primera fila, estaba completamente inconsciente, pero la señorita Reed la colocó para que pareciera que simplemente…
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