Suéltala ahora o llamo a la policía. El grito desgarrador de Estela Acuña

atravesó las paredes del penouse en el paseo de Gracia como un cuchillo. En sus

brazos, la pequeña Valentina lloraba con desesperación mientras un moretón

comenzaba a formarse en su bracito de apenas 8 meses. Brittany Helen

retrocedió con los ojos desorbitados, todavía con la mano levantada. su

perfecta manicura francesa, contrastando obscenamente con la violencia que

acababa de ejercer. ¿Cómo te atreves a amenazarme? Siseo Brittany, su acento

inglés volviéndose más marcado con la rabia. Soy la dueña de esta casa. Tú

eres solo la empleada. Puede que sea su novia, pero yo soy quien cuida a estos bebés día y noche,

respondió Estela, temblando pero firme, acunando a Valentina contra su pecho,

mientras con el rabillo del ojo vigilaba las cunas, donde dormían Sebastián y

Mateo, los otros dos trillizos, y antes de permitir que les pongas un dedo

encima otra vez, renuncio y me los llevo conmigo. era 23 de diciembre de 2024 y aquella

amenaza cambiaría todo. Fabricio Alcántara, magnate de la tecnología y

dueño de la tercera empresa de inteligencia artificial más grande de Europa, no tenía idea de la guerra que

se libraba en su hogar. En ese preciso instante estaba en el aeropuerto de El

Prat, supuestamente abordando un vuelo privado a Suric para cerrar una fusión

millonaria. Pero el avión nunca despegaría. Fabricio había mentido. Por

primera vez en sus 38 años había orquestado un engaño elaborado y todo

por una corazonada que le carcomía las entrañas desde hacía semanas. Algo

andaba terriblemente mal con Brittany. Las señales habían sido sutiles al

principio. La forma en que su prometida se tensaba cuando los bebés lloraban.

Como casualmente siempre tenía una reunión, una cita en el spa o una

urgencia con su estilista justo cuando era hora de alimentarlos. Los comentarios envenenados, disfrazados de

preocupación. Cariño, ¿no crees que contratar una niñera de tiempo completo sería mejor?

Así tú y yo podríamos recuperar nuestra vida como si sus hijos fueran un

obstáculo para su vida. Pero fue la mirada lo que finalmente lo decidió. Esa

mirada fría, casi reptiliana, que Brittany le lanzaba a Valentina cuando

pensaba que nadie observaba. una mirada que Fabricio reconocía de las salas de

juntas, de los tiburones corporativos que sonreían mientras te apuñalaban por

la espalda. Así que diseñó la prueba. Le dijo a Brittany que estaría fuera tres

días. Navidad incluida. Es la única ventana para cerrar el trato mintió

besando su frente perfectamente botoxeada. Te compensaré con ese viaje a Maldivas

que querías. Los ojos de Brittany se iluminaron con una avaricia que le revolvió el

estómago. No te preocupes, amor, estaré bien. Aunque hizo una pausa calculada.

Quizás Estela podría quedarse las 24 horas estos días, ya sabes, con los

bebés y todo. Bingo. Fabricio apretó la mandíbula, pero asintió. Por supuesto,

le pagaré el triple. Ahora, escondido en el BMWX7 negro, estacionado

estratégicamente en la calle lateral con vista perfecta a las ventanas del penhouse, Fabricio observaba a través de

los binoculares que había comprado esa misma mañana. Se sentía ridículo como un

detective de pacotilla de esas series de Netflix, pero la ridiculez se evaporó

cuando vio la escena desarrollarse en el ventanal del tercer piso. Estela. La

mujer de 26 años, que había llegado a su vida como un ángel hace 4 meses,

enfrentaba a Brittany con una valentía que lo dejó sin aliento, alta, de

cabello castaño, recogido en una coleta práctica, sin una pizca de maquillaje,

vestida con jeans y una camiseta manchada de fórmula de bebé. Estela

Acuña era todo lo opuesto a Brittany. No tenía el glamour de una modelo de

pasarela. ni el pedigrí de la alta sociedad londinense.

Era de Hospitalet, había estudiado enfermería pediátrica en la Universidad de Barcelona mientras trabajaba de

camarera por las noches. Su currículo había sido el menos impresionante de

todos los candidatos, pero cuando sostuvo a Sebastián durante la entrevista, cuando el bebé inquieto se

calmó instantáneamente contra su hombro y ella lo miró con una ternura tan pura

que Fabricio tuvo que apartar la vista para que no viera las lágrimas en sus ojos. Supo que era ella, porque esa

mirada le recordó a Sofía. Sofía Alcántara, nacida Moretti, el amor de su

vida, quien había muerto de sangrada en el Hospital Clinic apenas 6 minutos

después de que los médicos extrajeron a los trillizos por cesárea de emergencia.

Preclamsia severa que escaló a síndrome Helppe en cuestión de horas. Los mejores

médicos de Barcelona no pudieron salvarla. Fabricio sostuvo su mano

mientras la vida se escapaba de sus ojos color avellana, mientras ella susurraba

con su último aliento. Prométeme que les darás todo el amor. No pudo terminar la

frase. Durante se meses, Fabricio fue un zombi funcional.

Dirigía su empresa en piloto automático. Contrataba nanas tras nanas que

renunciaban porque él era un jefe imposible. demasiado controlador,

demasiado roto. Los bebés lloraban, él lloraba, todos lloraban. La depresión

era una bestia negra que lo devoraba desde dentro. Entonces llegó Brittany

Helen a una gala benéfica en el Macba, rubia, sofisticada, con un doctorado en

historia del arte de Cambridge, viuda ella también de un banquero suizo.