Padre viudo encuentra a una piloto herida en la tormenta sin saber que era una millonaria y que terminaría enamorándose de ella. “Por favor, no me dejes”, gritaba la mujer herida, aferrándose al brazo de Diego mientras la lluvia caía sobre ellos. “No puedo, no recuerdo nada. Tranquila, no te voy a dejar”, respondió Diego con firmeza, sosteniendo el paraguas sobre ella mientras Sofía se acurrucaba a su lado.
“Vamos a llevarte a casa.” La mujer tenía el uniforme de piloto empapado y manchado de sangre, con heridas en la frente que le habían cambiado el rostro. Sus ojos, llenos de confusión y miedo, buscaban respuestas que no llegaban. “¿Cómo te llamas?”, preguntó Sofía con voz suave, tomando la mano temblorosa de la desconocida.
No, no lo sé”, susurró la mujer cerrando los ojos con dolor. “Todo está oscuro.” Tres horas antes, Diego Morales había estado cerrando su taller mecánico en Villa Esperanza, un pueblito perdido en las montañas de Colombia. La tormenta había llegado sin avisar, como siempre pasaba en esa zona. A los 35 años, Diego ya conocía bien estos cambios del clima.
Lo que no esperaba era que esa noche su vida cambiaría para siempre. “Papá, tengo miedo”, había dicho Sofía desde la puerta del taller con su mochila del colegio colgando del hombro. “Ya vamos a casa, princesa. Solo déjame asegurar estas herramientas.” Diego trabajaba día y noche para mantener a flote el negocio.
Desde que María había muerto en ese accidente hace 3 años, él se había convertido en padre y madre para Sofía. No era fácil, pero lo hacía con amor. El taller era su única fuente de ingresos y cada peso contaba. Mientras manejaba de regreso a casa bajo la lluvia torrencial, Diego vio algo extraño en las colinas. Un resplandor naranja cortaba la oscuridad de la noche.
“¿Qué es eso, papá?”, preguntó Sofía siguiendo su mirada. “Parece que hay fuego allá arriba.” Diego frenó el viejo Jeep y se quedó pensando. “Podía seguir a casa. donde estarían secos y seguros o podía ir a ver si alguien necesitaba ayuda. María siempre le había dicho que él tenía un corazón demasiado grande para su propio bien. Vamos a echar un vistazo, pero te quedas en el carro. Está bien.
El camino hacia las colinas era difícil. Las llantas del jeep resbalaban en el lodo y Diego tuvo que usar toda su experiencia para no quedarse atascado. Cuando llegaron al lugar del resplandor, no podía creer lo que veía. Los restos de un helicóptero pequeño estaban esparcidos entre los árboles. El fuego ya se estaba apagando con la lluvia, pero el humo todavía salía de los pedazos de metal retorcido.
“Dios mío”, murmuró Diego bajándose del jeep. “Sofía, quédate aquí. No te muevas.” “Pero papá, no discutas”. Diego corrió hacia los restos buscando sobrevivientes. El helicóptero había sido bonito, de esos caros que solo tienen los ricos, pero ahora era chatarra humeante. Entonces la vio. Una mujer estaba atrapada debajo de una parte del fuselaje, inconsciente, pero respirando. Diego no lo pensó dos veces.
Usó toda su fuerza para mover los pedazos de metal y liberarla. La mujer era joven, tal vez de su edad. Llevaba un uniforme de piloto elegante, nada que ver con la ropa de trabajo que él conocía. Sus manos eran suaves, sin las callosidades de alguien que trabaja con herramientas.
En la muñeca tenía un reloj que probablemente costaba más de lo que Diego ganaba en un año. “Señora, ¿me puede oír?”, le preguntó, pero ella no respondía. Diego la cargó hasta el jeep, donde Sofía esperaba con los ojos muy abiertos. “¿Está muerta, papá?” No, pero está herida. Tenemos que llevarla al hospital.
Pero cuando Diego intentó arrancar el jeep para bajar de la colina, se dio cuenta de que la tormenta había empeorado. Los caminos estaban inundados y las líneas telefónicas seguramente estaban caídas. No había manera de llegar al hospital esa noche. Vamos a casa decidió. La cuidaremos allí hasta que pase la tormenta. En su pequeña casa, Diego acomodó a la mujer desconocida en el cuarto de huéspedes que había sido de María. Sofía lo ayudó a limpiar las heridas y a ponerle vendas.
La mujer tenía un golpe fuerte en la cabeza y varios rasguños, pero nada que pareciera mortal. Durante dos días, la mujer estuvo inconsciente. Diego faltó al trabajo para cuidarla, algo que no se podía permitir, pero que sentía que tenía que hacer. Sofía se quedaba junto a la cama hablándole a la desconocida como si fuera una amiga. El tercer día, la mujer abrió los ojos.
¿Dónde estoy?, preguntó con voz ronca. En mi casa, respondió Diego. Tuviste un accidente. Te encontré en los restos de un helicóptero. La mujer se incorporó lentamente tocándose la cabeza vendada. No recuerdo nada. ¿Quién soy? Diego y Sofía se miraron. La mujer parecía realmente confundida, perdida. “¿Cómo te llamas?”, preguntó Sofía con curiosidad.
“No, no lo sé.” La mujer cerró los ojos como si tratara de encontrar algo en su mente. “Todo está en blanco. Necesitas un nombre”, dijo Sofía con la sabiduría de sus 8 años. “¿Qué te parece, Ana?” La mujer sonrió por primera vez. Una sonrisa que iluminó toda la habitación. “Ana me gusta.

” Esa noche, mientras Ana dormía en el cuarto de huéspedes, Diego vio las noticias en su televisor viejo. El reportero hablaba de la desaparición de Esperanza Villamizar, heredera de uno de los imperios agrícolas más grandes de Colombia. Su helicóptero había desaparecido durante un vuelo de negocios. Diego miró la foto que mostraban en la pantalla.
La mujer se veía diferente, más arreglada, con maquillaje y el pelo perfecto, pero había algo familiar en esos ojos. Apagó el televisor y se fue a dormir. Por ahora, Ana era solo Ana, una mujer que necesitaba ayuda y que por alguna razón había traído una luz nueva a su casa, que había estado muy oscura desde la muerte de María. “Ana, ¿me puedes ayudar con la tarea de matemáticas?”, preguntó Sofía sentándose en la mesa de la cocina con sus libros.
Claro, mi amor”, respondió Ana secándose las manos con el delantal que había encontrado en la cocina. “A ver, ¿qué problema tienes?” Diego observaba desde la entrada, todavía sorprendido por lo natural que se veía Ana en su casa. Habían pasado dos semanas desde el accidente y ella se había adaptado como si siempre hubiera vivido allí. “Es sobre fracciones,”, explicó Sofía.
“No entiendo cómo dividirlas.” Ana se sentó junto a la niña y tomó el lápiz. Con movimientos seguros empezó a explicar el problema de una manera que Diego nunca había visto. No era como una maestra común, sino como alguien acostumbrada a explicar cosas complicadas de forma simple.
“Mira, imagínate que tienes una pizza”, le decía Ana. “Si la partes en ocho pedazos y te comes tres, ¿qué fracción te comiste?” “3 octavos”, gritó Sofía emocionada. Exacto. Ahora si quieres dividir esa fracción. Diego sonrió y se fue al taller. Ana tenía un don especial con Sofía.
La niña había estado triste desde la muerte de su mamá, pero ahora volvía a reír como antes. Era como si Ana hubiera llenado un vacío que él no sabía cómo llenar. En el taller, Diego trabajaba en el motor de un camión viejo cuando Ana apareció en la puerta. ¿Necesitas ayuda?, preguntó. Gracias, pero esto es trabajo de hombres”, respondió Diego automáticamente. Luego se sintió mal por la respuesta. “Perdón, no quise.” “No te preocupes.” Ana se acercó al motor.
“Pero creo que el problema no es la bomba de gasolina. Fíjate en este sonido.” Ana puso la oreja cerca del motor y escuchó con atención. Luego señaló una parte específica. “Ahí está el ruido. Es el tensor de la banda. Está flojo. Diego la miró con sorpresa. Revisó donde Ana había señalado y ella tenía razón.
Cómo una mujer que no recordaba ni su nombre podía saber tanto de motores. ¿Dónde aprendiste esto?, le preguntó. Ana se quedó callada por un momento con la mirada perdida. No lo sé. Solo lo sé. Esa tarde los tres caminaron por el pueblo. Ana había insistido en conocer Villa Esperanza y Diego se sentía orgulloso de mostrarle su hogar. Era un pueblo pequeño donde todos se conocían y se ayudaban entre sí.
Es hermoso dijo Ana mirando las montañas que rodeaban el pueblo. Tan tranquilo, tan real. Real?”, preguntó Diego. “Sí, como auténtico, no como otros lugares que siento que conozco, pero no puedo recordar. En la plaza central se encontraron con el padre Miguel, el sacerdote del pueblo.
Era un hombre mayor, con ojos sabios, que siempre veían más de lo que la gente quería mostrar. “Diego, ¿no me vas a presentar a tu amiga?”, preguntó el padre con una sonrisa. “Padre Miguel, ella es Ana.” Ana, el padre Miguel es como el abuelo de todo el pueblo. Mucho gusto, padre, dijo Ana estrechando la mano del sacerdote. El padre Miguel la estudió por un momento como si tratara de recordar algo.
¿De dónde eres, hija? No lo sé, padre. Perdí la memoria en un accidente. Ah, ya veo. Bueno, Dios obra de maneras misteriosas. Tal vez estás aquí por una razón. Esa noche, después de acostar a Sofía, Diego y Ana se sentaron en el pequeño patio de la casa. Ana había encontrado una guitarra vieja en un closet y la estaba afinando.
“¿También sabes tocar guitarra?”, preguntó Diego. Parece que sí. Ana tocó algunos acordes, aunque no recuerdo haberlo aprendido. La música llenó la noche silenciosa. Ana cantó una canción que Diego no conocía, pero que sonaba cara, como esas canciones que pasan en las estaciones de radio elegantes. “Tienes una voz hermosa”, le dijo Diego.
“Gracias, me gusta cantar. Siento que siempre lo he hecho. Ana, ¿no te parece extraño no recordar nada de tu vida anterior?” Ana dejó de tocar y miró las estrellas. A veces sí. Tengo sueños raros. Veo lugares grandes con mucha gente vestida elegante. Oficinas enormes con ventanas del piso al techo. Helicópteros, muchos helicópteros. Diego sintió un nudo en el estómago.
Los helicópteros le recordaban el accidente y el accidente le recordaba las noticias sobre la heredera desaparecida. Pero, ¿sabes qué es lo raro?, continuó Ana. En esos sueños nunca me veo feliz. Es como si fuera una vida que no era mía. ¿Y ahora? ¿Eres feliz ahora? Ana lo miró directamente a los ojos.
Nunca había sido tan feliz en mi vida, o al menos en la vida que puedo recordar. Diego sintió algo cálido en el pecho. Había estado solo tanto tiempo que casi había olvidado lo que se sentía tener una mujer en casa. No solo cualquier mujer, sino una que entendiera a Sofía, que lo ayudara en el taller, que llenara la casa de música y risas.
Ana, yo empezó a decir, pero Ana puso un dedo sobre sus labios. Diego, no digas nada todavía. Los dos sabemos que esto es especial, pero también sabemos que mi pasado puede regresar en cualquier momento. Solo disfrutemos lo que tenemos ahora. Al día siguiente, Diego recibió malas noticias. Su cliente más grande, la empresa de transportes del pueblo, estaba en banca rota.
Eso significaba que perdería casi la mitad de sus ingresos. ¿Qué vamos a hacer, papá?, preguntó Sofía, que había escuchado la conversación telefónica. No te preocupes, princesa. Vamos a salir adelante. Siempre lo hacemos. Pero Diego estaba preocupado. Ya estaba atrasado con el alquiler del taller y ahora esto. Ana se dio cuenta de su angustia. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?”, le preguntó esa noche.
“No, Ana, este es mi problema. Pero somos una familia ahora.” No, los problemas de uno son problemas de todos. Diego la miró con sorpresa. Ana había dicho familia tan naturalmente como si fuera lo más obvio del mundo. “Sí”, respondió finalmente. “Somos una familia. Esa noche Ana tuvo otro sueño. Esta vez vio números, muchos números.
cuentas bancarias, contratos, documentos legales y vio un hombre con traje caro que la tomaba del brazo con fuerza. Despertó gritando. Diego corrió a su cuarto. “¿Qué pasó?” “Fue solo una pesadilla”, dijo Ana, pero estaba temblando. “Diego, creo que mi pasado no era bueno. Creo que huía de algo cuando pasó el accidente.” “No importa de qué huías.” Diego se sentó en la orilla de la cama.
Lo importante es que ahora estás aquí con nosotros y si regresa y si vienen a buscarme, entonces enfrentaremos eso cuando pase. Pero por ahora estás a salvo. Ana tomó la mano de Diego. Gracias por salvarme. No solo del accidente, sino de todo lo demás. Diego se acercó un poco más. Por un momento pensó en besarla, pero algo lo detuvo.
Ana seguía siendo un misterio y él tenía que pensar en Sofía también. Descansa le dijo. Mañana es otro día. Mientras regresaba a su cuarto, Diego no pudo evitar pensar en lo que Ana había dicho. ¿De qué estaría huyendo? ¿Y qué pasaría si su pasado realmente regresaba? No, suéltenme”, gritó Ana en medio de la noche, despertando a toda la casa.
Diego y Sofía corrieron a su cuarto. Ana estaba sentada en la cama sudando y temblando, con los ojos muy abiertos. “¿Qué viste esta vez?”, preguntó Diego sentándose a su lado. Había un hombre con traje gris. Me estaba arrastrando hacia una iglesia grande. Yo no quería ir, pero él no me soltaba. Ana se llevó las manos a la cabeza que había muchas personas mirando, todas vestidas elegante. Parecía una una boda.
Sofía se subió a la cama y abrazó a Ana. Solo fue un sueño feo. Ana, aquí estás segura. No creo que haya sido solo un sueño, mi amor. Ana acarició el pelo de Sofía. Creo que fue un recuerdo. Durante las siguientes semanas, los recuerdos de Ana se volvieron más claros y más frecuentes.
Veía oficinas enormes con ventanas de piso a techo, reuniones con hombres serios en trajes caros y siempre el mismo hombre del traje gris que la seguía a todas partes. “Creo que era rica”, le contó a Diego una tarde mientras lo ayudaba en el taller. “Muy rica. Veo casas enormes, carros lujosos, aviones privados. ¿Y eso te hace sentir triste?”, preguntó Diego notando la expresión melancólica de Ana.
No triste, vacía, como si nada de eso fuera realmente mío, ¿sabes? como si fuera la vida de otra persona. Diego había empezado a notar otras cosas sobre Ana, la manera como hablaba por teléfono cuando creía que nadie la escuchaba, usando palabras técnicas que él no entendía, como sabía exactamente qué herramientas necesitaba sin que él se lo dijera, como podía calcular de memoria problemas matemáticos complicados.
“Ana, ¿puedo preguntarte algo?”, dijo Diego limpiándose las manos con un trapo grasoso. Claro. ¿No te parece raro que sepas tanto de mecánica y de matemáticas y de bueno, de todo? Ana se quedó callada por un momento, como siempre hacía cuando alguien le preguntaba sobre sus habilidades. Sí, me parece raro. A veces siento como si tuviera dos personas dentro de mí.
Una que sabe todas estas cosas complicadas y otra que solo quiere ser feliz aquí contigo y con Sofía. Esa misma tarde, Diego recibió otra mala noticia. El dueño del local donde tenía su taller le había dado un mes para pagar todo lo que debía o tendría que cerrar. ¿Cuánto debes?, preguntó Ana cuando Diego le contó la situación. 200,000 pesos. Para ti tal vez no suena como mucho, pero para mí es una fortuna. Ana frunció el seño.
¿Por qué dices para mí tal vez no suena como mucho? Diego se dio cuenta de lo que había dicho. Últimamente había empezado a sospechar que Ana venía de dinero por la manera como se comportaba y las cosas que sabía. No sé, solo tienes manera de hablar de alguien acostumbrada a tener dinero.
Pues si tuve dinero antes, ahora no tengo nada, dijo Ana con tristeza. Y me duele verte sufrir por algo que tal vez yo podría resolver si recordara quién soy. Esa noche Ana tuvo el sueño más claro hasta ahora. se vio a sí misma en un helicóptero volando sobre plantaciones enormes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
Llevaba el mismo uniforme de piloto que tenía puesto cuando Diego la encontró. En el sueño estaba huyendo. Había dejado una fiesta elegante con música clásica y meseros con trajes. El hombre del traje gris la había estado buscando y ella había corrido hacia el helicóptero. “No me voy a casar contigo, Rodrigo”, había gritado antes de subirse al helicóptero.
“¡Rodrigo!” Ese nombre la hizo despertar de golpe. “¡Rodrigo!”, gritó despertando otra vez a Diego y Sofía. “¿Qué pasa con Rodrigo?”, preguntó Diego corriendo a su cuarto. Era mi prometido. Creo que me iba a casar con él, pero no quería. Por eso me fui en el helicóptero. Ana se levantó de la cama y empezó a caminar de un lado a otro. Cada vez recuerdo más cosas.
Tengo una familia rica, muy rica. Mi papá tiene plantaciones de café y otros negocios y me querían casar con Rodrigo para unir las empresas. Diego sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago. ¿Te vas a acordar de todo? No lo sé. Tal vez sí.
¿Y qué va a pasar cuando eso suceda? Ana se acercó a él y tomó sus manos. No lo sé, Diego, pero sí sé que no quiero perderte a ti ni a Sofía. Ustedes son lo más real que he tenido en mi vida. Al día siguiente, mientras Ana ayudaba a Sofía con la tarea, Diego vio otra vez las noticias. El reportero seguía hablando de la desaparición de Esperanza Villamizar.
Esta vez mostraron más fotos, incluida una donde se veía a la heredera piloteando un helicóptero. Diego sintió que el corazón se le salía del pecho. Aún con las heridas y el pelo diferente, no había duda. Ana era esperanza villamizar. Pero antes de que pudiera decirle algo a Ana, escuchó el ruido de carros llegando al pueblo.
Por la ventana vio dos camionetas negras, de esas caras que solo tienen los ricos deteniéndose en la plaza principal. Hombres vestidos de traje se bajaron de las camionetas y empezaron a preguntar a la gente del pueblo. Diego no podía escuchar qué decían, pero por la manera como la gente señalaba hacia diferentes direcciones, sabía que estaban buscando a alguien.
Ana, la llamó con voz nerviosa. ¿Qué pasa? Ana se acercó a la ventana y vio las camionetas. ¿Quiénes son? Creo que te están buscando. Ana se quedó muy pálida. En ese momento, más recuerdos llegaron a su mente como una avalancha. Vio la cara de su papá, don Carlos Villamisar. Vio oficinas llenas de empleados que dependían de las decisiones de su familia.
Vio contratos importantes y reuniones de negocios. y vio a Rodrigo Santa María, el hombre que la había estado esperando en el altar el día de su escape. “Dios mío”, susurró Ana, “ya sé quién soy. ¿Quién eres?”, preguntó Sofía, que había dejado sus cuadernos y se había acercado a ellos.
Ana los miró a los dos con lágrimas en los ojos. “Soy Esperanza Villamizar y mi familia me debe estar buscando por todo el país.” Diego cerró los ojos. Había sabido que este momento llegaría. pero no estaba preparado para el dolor que sentía en el pecho. ¿Te vas a ir con ellos?, preguntó Sofía con voz muy pequeña. No lo sé, mi amor, no lo sé.
Los hombres de las camionetas se estaban acercando a su casa. Diego podía ver al padre Miguel hablando con ellos y señalando en su dirección. Ana, Esperanza. Diego la tomó de los hombros. Tienes que decidir rápido. Puedes salir por la puerta de atrás y esconderte o puedes enfrentar a tu familia. Esperanza miró por la ventana una vez más. Los hombres ya estaban caminando hacia la casa.
No puedo seguir huyendo dijo finalmente. Es hora de enfrentar mi pasado. Pero cuando se volteó hacia Diego y Sofía, las lágrimas corrían por su cara. Solo prométeme algo, pase lo que pase, recuerden que estos han sido los días más felices de mi vida. Afuera, alguien tocó la puerta. Esperanza, gracias a Dios que estás viva! Gritó un hombre mayor al entrar a la casa seguido por varios guardaespaldas.
Diego reconoció inmediatamente a don Carlos Villamizar de las fotos de los periódicos. Era un hombre imponente con pelo gris y traje caro, pero sus ojos mostraban el alivio de un padre que había encontrado a su hija perdida. “Papá”, murmuró Esperanza, aún confundida por todos los recuerdos que habían regresado de golpe. Don Carlos la abrazó fuertemente, sin importarle que ella llevara ropa sencilla y no el uniforme elegante que usaba antes.
“Llevamos mes y medio buscándote por todo el país. Pensamos que habías”, la voz se le quebró. Pensamos que habías muerto. Perdí la memoria, papá. Hasta hace unos minutos no recordaba quién era. Don Carlos entonces notó a Diego y Sofía, que estaban parados en la entrada de la sala sin saber qué hacer. ¿Usted es quien encontró a mi hija?, le preguntó a Diego con tono serio.
Sí, señor. La encontré después del accidente del helicóptero. ¿Y por qué no nos llamó? ¿No vio las noticias? Ofrecimos una recompensa de 500 millones de pesos. Diego sintió la sangre subírsele a la cara. 500 millones, más dinero del que podría ganar en toda su vida. Ella no recordaba nada y yo yo solo quería que se recuperara.
Don Carlos estudió a Diego con ojos calculadores. Era obvio que no creía que alguien pudiera rechazar tanto dinero por bondad. Papá, él me salvó la vida. Intervino Esperanza. Diego y Sofía me cuidaron como si fuera de su familia. Sofía. Don Carlos miró a la niña que se escondía detrás de Diego. Es mi hija explicó Diego.
Su mamá murió hace 3 años. Ya veo. La expresión de don Carlos se suavizó un poco. Bueno, en todo caso estamos muy agradecidos. Por supuesto que les vamos a pagar la recompensa. No queremos dinero dijo Diego rápidamente. ¿Cómo que no quieren dinero? Todo el mundo quiere dinero. Nosotros no somos todo el mundo. Esperanza.
observaba el intercambio entre su padre y Diego, sintiendo como si estuviera viendo chocar dos mundos completamente diferentes. El mundo de su padre, donde todo se resolvía con dinero, y el mundo de Diego, donde las cosas importantes no se podían comprar. “Eperanza, tenemos que irnos”, dijo don Carlos. “La empresa está en crisis. Rodrigo ha estado manejando algunos negocios, pero necesitamos que regreses inmediatamente.
Rodrigo, el nombre hizo que Esperanza sintiera náuseas. Todavía espera que me case con él. Por supuesto. La boda solo se posponó. Todos entendieron que desapareciste por los nervios. Yo no desaparecí por nervios gritó Esperanza. Me fui porque no me quiero casar con él. Don Carlos miró nerviosamente a Diego y Sofía. Esperanza.
Este no es el lugar para discutir asuntos familiares. ¿Por qué no? Diego y Sofía son mi familia ahora. No digas tonterías. Esta gente te ayudó cuando estabas enferma, pero eso no los convierte en tu familia. Diego sintió como si le hubieran dado una bofetada. Esta gente, había dicho don Carlos como si fueran menos que humanos.
Señor Villamizar”, dijo Diego con voz tranquila pero firme. “Puede que nosotros no tengamos dinero como ustedes, pero sabemos lo que es el respeto. Me está faltando al respeto, joven. Le estoy diciendo que su hija es una mujer adulta que puede tomar sus propias decisiones.” Don Carlos se volteó hacia Esperanza. “¿Vas a permitir que este mecánico me hable así?” “Su nombre es Diego, respondió Esperanza.
Y él tiene razón. Soy una mujer adulta. Una mujer adulta que tiene responsabilidades. Tenemos 800 empleados que dependen de nuestra empresa, contratos millonarios que solo tú puedes manejar y un compromiso matrimonial que va a asegurar el futuro de todo eso. Y mi felicidad, eso no importa.
La felicidad es un lujo que la gente como nosotros no se puede permitir. Sofía, que había estado escuchando todo en silencio, de repente habló. ¿Por qué no puede Ana quedarse con nosotros? Don Carlos miró a la niña como si acabara de notar que estaba ahí. Porque Ana es esperanza y Esperanza tiene una vida diferente, niña, pero aquí es feliz. Nunca la había visto triste hasta que ustedes llegaron. Don Carlos suspiró y se sentó en el sofá de la sala.
Por primera vez desde que había llegado se veía cansado. Mira, Esperanza. Sé que estos meses han sido diferentes para ti, pero tenemos una crisis real. Rodrigo descubrió que la empresa Mendoza está tratando de comprarnos por la fuerza. Si no nos casamos pronto y unimos nuestras empresas, vamos a perder todo. Esperanza sintió como si le hubieran echado agua fría encima.
La empresa Mendoza era famosa por comprar empresas familiares y despedir a todos los empleados. ¿Cuánto tiempo tenemos? Y preguntó. Dos semanas. Rodrigo ya tiene todo preparado para la boda. Esperanza miró a Diego, que tenía una expresión de tristeza que ella nunca había visto. Diego, yo entiendo dijo Diego. Tienes responsabilidades, pero no quiero dejarte.
No quiero dejar a Sofía. A veces no podemos escoger lo que queremos. Don Carlos se levantó del sofá. Esperanza. El helicóptero nos está esperando. Tenemos que irnos ya. ¿Puedo puedo al menos despedirme bien? Don Carlos miró su reloj caro. 5 minutos. Los guardaespaldas y don Carlos salieron de la casa dejando a los tres solos por última vez.
Esperanza abrazó a Sofía primero. Mi niña hermosa, nunca te voy a olvidar. Prométeme que vas a estudiar mucho y que vas a hacer todo lo que quieras ser. ¿No te vamos a ver más? Preguntó Sofía llorando. No lo sé, mi amor. Espero que sí. Luego se acercó a Diego, gracias por todo, por salvarme, por cuidarme, por enseñarme lo que es una familia de verdad.
Gracias a ti por darnos la alegría de nuevo. Diego, yo te amo y yo a ti, pero a veces amar significa dejar ir. Esperanza lo besó una vez con todas las palabras que no podían decir si las cosas fueran diferentes. Pero no lo son. Afuera, don Carlos tocó la bocina del carro. Tengo que irme”, susurró Esperanza. “Lo sé.
” Esperanza tomó sus pocas cosas y caminó hacia la puerta. En el último momento se volteó. “Cuida mucho a Sofía y cuídate tú también. Tú también cuídate y sé feliz. No sé si voy a poder. Tienes que intentarlo.” Esperanza salió de la casa y subió a la camioneta negra.
Diego y Sofía la vieron irse desde la ventana, sabiendo que sus vidas acababan de cambiar para siempre. Cuando las camionetas desaparecieron, Sofía se abrazó a Diego. ¿Por qué se tuvo que ir, papá? Porque a veces la vida nos pone en situaciones difíciles, princesa. La vamos a ver otra vez. Diego miró hacia el camino donde habían desaparecido las camionetas. No lo sé, Sofía, no lo sé.
Esa noche la casa se sintió más vacía que nunca. Diego no pudo dormir pensando en esperanza y en lo diferente que era su mundo del de ella. Sofía tampoco durmió bien, preguntando varias veces si Ana iba a regresar. Al día siguiente, el pueblo entero estaba hablando de lo que había pasado. Algunos decían que Diego había sido tonto por no quedarse con la recompensa. Otros decían que había hecho lo correcto.
Pero Diego solo sabía una cosa. Había perdido a la mujer que amaba y no sabía si algún día la volvería a ver. “¿Ya firmaste todos los documentos del contrato, Mendoza?”, preguntó Rodrigo Santa María, entrando a la oficina de esperanza sin tocar la puerta. Buenos días para ti también, Rodrigo, respondió Esperanza, sin levantar la vista de los papeles que tenía en el escritorio.
Habían pasado tres semanas desde que había regresado a su vida anterior. Tres semanas de reuniones, contratos y preparativos para una boda que no quería. Esperanza había logrado detener la compra hostil de la empresa Mendoza con estrategias brillantes que sorprendieron hasta su propio padre, pero se sentía vacía por dentro. Esperanza.
Necesitamos hablar sobre la luna de miel”, dijo Rodrigo sentándose en una silla frente al escritorio. “Pensé que podríamos ir a París. Tengo negocios allá.” Negocios en la luna de miel. Bueno, podemos combinar placer con trabajo. Así aprovechamos el tiempo. Esperanza finalmente lo miró. Rodrigo era un hombre guapo, educado, con buena posición social.
En el papel era el marido perfecto, pero cuando lo veía solo podía pensar en Diego trabajando en su taller con las manos sucias, pero el corazón limpio. Rodrigo, ¿tú me amas? La pregunta tomó a Rodrigo por sorpresa. ¿Qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que te amo. Por eso nos vamos a casar. Esa no es una respuesta. Esperanza. El amor es algo que se construye con el tiempo.
Nosotros tenemos respeto mutuo, objetivos similares y venimos de la misma clase social. Eso es más importante que los sentimientos románticos. Esperanza cerró los ojos y por un momento se imaginó a Diego diciéndole esas mismas palabras. Era imposible. Diego nunca hablaría del amor como si fuera un contrato de negocios.
Mientras tanto, en Villa Esperanza, Diego estaba pasando por el peor momento de su vida. Sin su cliente principal y con las deudas acumulándose, había tenido que cerrar el taller. Ahora trabajaba como mecánico en el pueblo vecino, ganando la mitad de lo que ganaba antes. Papá, ¿por qué no le pedimos ayuda a Ana? Preguntó Sofía una noche mientras comían arroz con frijoles por cuarta vez esa semana. Porque Ana ya no existe, princesa. Ahora es esperanza.
Y Esperanza vive en un mundo muy diferente al nuestro. Pero ella nos quiere. Querernos siempre es suficiente. Sofía había perdido peso y sus calificaciones en el colegio habían bajado. Diego sabía que la niña estaba deprimida, pero no sabía cómo ayudarla. Él mismo apenas podía levantarse cada mañana. El padre Miguel los visitó una tarde.
Diego, el pueblo está preocupado por ustedes. Estamos bien, padre. No, no están bien. Sofía está triste. Tú estás triste y todos podemos verlo. ¿Qué quiere que haga? ¿Que vaya a buscar a una mujer que está comprometida con otro hombre? Quiero que tengas fe. A veces Dios nos pone pruebas difíciles, pero siempre tiene un plan. Con todo respeto, padre, pero no veo cuál puede ser el plan de Dios aquí.
En Bogotá, Esperanza tampoco podía concentrarse en nada. Durante las reuniones de trabajo, se distraía pensando en Sofía haciendo tareas en la mesa de la cocina. Durante las comidas elegantes recordaba las cenas sencillas pero llenas de risas en la casa de Diego. “Estás muy callada últimamente”, le dijo su padre una noche durante la cena. “Solo estoy cansada.
Es normal. Has trabajado muy duro estos últimos días, pero después de la boda podrás relajarte. Relajarme, papá. Después de la boda el doble de responsabilidades, pero las vas a compartir con Rodrigo. Esperanza no respondió. había descubierto que compartir responsabilidades con Rodrigo significaba que él tomaba las decisiones importantes y ella se encargaba del trabajo operativo.
Esa noche, Esperanza no pudo dormir. Se levantó y fue a su oficina en casa, donde tenía una computadora. Sin pensarlo mucho, buscó noticias sobre Villa Esperanza en internet. encontró un artículo pequeño en el periódico local que la hizo sentir como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Sierra taller mecánico más antiguo de Villa Esperanza por problemas económicos.
La foto mostraba a Diego parado frente a su taller cerrado con una expresión de tristeza que le partió el corazón a esperanza. “Diego”, susurró tocando la pantalla de la computadora. Al día siguiente, Esperanza no pudo concentrarse en nada. Durante una reunión importante con inversionistas japoneses, estuvo pensando en Diego y cometió varios errores que casi arruinan el contrato.
¿Qué te pasa hoy? Le preguntó Rodrigo después de la reunión. Casi perdemos la inversión de los japoneses. Lo siento, no me he sentido bien. ¿Quieres que llamemos al médico? No, solo necesito descansar. Pero Esperanza sabía que no era cansancio físico lo que tenía, era cansancio del alma. Esa tarde recibió una llamada que cambió todo.
“Señorita Villamisar”, dijo una voz que no reconoció. “Sí”, habla ella. “Mi nombre es Andrés Mejía, soy contador público. La llamo porque necesito verificar unas transacciones que hizo su prometido, el señor Rodrigo Santa María. ¿Qué clase de transacciones? preferiría hablar en persona.
¿Podemos reunirnos mañana? Esperanza aceptó la reunión, aunque no entendía de qué se trataba. Al día siguiente, el contador Mejía llegó a su oficina con una carpeta llena de documentos. “Señorita Villamisar, he estado investigando las finanzas de varias empresas del sector y descubrí algo que creo que debe saber.” ¿Qué descubrió? Su prometido, el señor Santa María es el verdadero dueño de la empresa Mendoza.
Esperanza sintió como si el mundo se hubiera detenido. ¿Qué está diciendo? La empresa Mendoza que trató de comprarlos hace un mes es de él. Usó nombres falsos y empresas fantasma, pero yo pude rastrear el dinero. Él organizó toda la compra hostil. Pero, ¿por qué haría eso para forzar esta fusión? Si su empresa estaba en peligro, usted se vería obligada a casarse con él para salvarla.
y una vez casados, él tendría control de ambas empresas. Esperanza se quedó callada por varios minutos procesando la información. ¿Tiene pruebas de esto? Todas las que necesite. Esperanza tomó los documentos y los estudió. Era cierto. Rodrigo había estado manipulando todo desde el principio.
Señor Mejía, ¿por qué me está contando esto? Porque mi hermana trabajaba en una de las empresas que Rodrigo compró antes. Él despidió a todos los empleados el día después de tomar control. No quiero que lo mismo les pase a ustedes. Esa noche Esperanza confrontó a Rodrigo durante la cena.
¿Cuándo ibas a decirme que eres dueño de la empresa Mendoza? Rodrigo casi se ahoga con el vino. ¿De qué estás hablando? Tengo todas las pruebas, Rodrigo. Sé que organizaste la compra hostil para obligarme a casarme contigo. Rodrigo se quedó callado por un momento, luego sonríó fríamente. Eres más inteligente de lo que pensé. Entonces, ¿es cierto? Por supuesto que es cierto.
¿Crees que iba a esperar toda la vida a que te decidieras a casarte conmigo? Necesitaba crear una situación donde no tuvieras opción. Eres un manipulador. Soy un hombre de negocios. Y tú vas a ser mi esposa, te guste o no, ya está todo arreglado. No me voy a casar contigo.
Sí te vas a casar, porque si no lo haces, voy a activar la compra hostil de verdad y esta vez no vas a poder detenerla. Tu familia perderá todo. Esperanza se levantó de la mesa. Vamos a ver eso. Esa misma noche, Esperanza trabajó hasta el amanecer, creando un plan para liberar su empresa del control de Rodrigo y proteger a su familia.
Era arriesgado, pero era su única oportunidad. Pero mientras trabajaba en los documentos legales, no podía dejar de pensar en Diego y Sofía. Ahora que sabía que no tenía que casarse con Rodrigo, ¿qué iba a hacer con su vida? ¿Podía realmente regresar a Villa Esperanza? Diego la perdonaría por haberlo dejado.
Sofía todavía la recordaría con cariño. Por primera vez en semanas. Esperanza sintió esperanza de verdad. La tormenta golpeaba los cristales de la oficina de esperanza mientras ella terminaba de firmar los últimos documentos. Afuera, los rayos iluminaban Bogotá con la misma intensidad que la había acompañado la noche de su escape meses atrás.
¿Estás segura de esto, hija?, preguntó don Carlos, revisando los papeles una vez más. Una vez que presentemos estos documentos, no habrá vuelta atrás. Completamente segura, papá. Rodrigo no se va a salir con la suya. Esperanza había trabajado día y noche durante una semana para crear el plan perfecto. Había reestructurado la empresa para que fuera manejada por un consejo de administración en el que ella tendría la última palabra, pero no necesitaría estar presente todo el tiempo. También había encontrado la manera legal de
exponer las empresas fantasma de Rodrigo y bloquear cualquier intento de compra hostil. Pero esto significa que tendrás que renunciar a muchas cosas, insistió don Carlos. La casa grande, los viajes, la vida social. Papá, en estos meses he aprendido que las cosas más importantes de la vida no se pueden comprar. Don Carlos suspiró.
Durante las últimas semanas había visto a su hija trabajar con una pasión que nunca había mostrado antes. Era como si hubiera encontrado un propósito que iba más allá del dinero y el poder. Es por ese mecánico, ¿verdad? Es por mí, papá. Por primera vez en mi vida sé lo que quiero. En ese momento entró Rodrigo a la oficina sin anunciar como siempre hacía. Esperanza.
Necesitamos hablar sobre los últimos detalles de la boda. El cura quiere reunirse con nosotros mañana para Se detuvo al ver los documentos sobre el escritorio. ¿Qué es esto? Tu sentencia de muerte empresarial, respondió Esperanza con calma. En una hora estos documentos van a estar en la fiscalía. Van a investigar todas tus empresas fantasma y tus intentos de chantaje.
Rodrigo se acercó al escritorio y tomó uno de los documentos. No puedes hacer esto. Si me destruyes, también te destruyes a ti. Nuestras empresas están demasiado conectadas. Ya no. Pase toda la semana desconectando todo lo que tenía que ver contigo. Esperanza seamos razonables.
La voz de Rodrigo cambió a un tono más suave. Podemos resolver esto como adultos. Olvídate de esta locura y casémonos como estaba planeado. No me voy a casar contigo ni aunque fueras el último hombre en la tierra. Rodrigo perdió la paciencia. Esto es por ese mecánico muerto de hambre. Regresaste de ese pueblo llena de ideas románticas estúpidas. No hables así de Diego.
Diego, ¿ese su nombre? Rodrigo se rió con desprecio. Esperanza, despierta. Ese hombre solo te quería por tu dinero. Cuando se entere de quién eres realmente, va a tratar de aprovecharse de ti. Diego tuvo la oportunidad de ganar 500 millones de pesos por encontrarme y no la tomó porque es más inteligente de lo que parece. Te está esperando para que regreses y le des más dinero.
Esperanza se levantó de su silla. Ya basta, Rodrigo. Vete de mi oficina. No me voy a ir. ¿Y tú te vas a casar conmigo este sábado? No, no me voy a casar. Don Carlos, que había estado callado durante toda la conversación, finalmente habló. Rodrigo, creo que es mejor que te vayas. Mi hija ya tomó su decisión.
¿Usted va a permitir esto, don Carlos? ¿Va a dejar que su hija destruya todo por un capricho? ¿Voy a dejar que mi hija sea feliz? Algo que debía hacer hace mucho tiempo. Rodrigo miró a los dos con rabia. Luego tomó sus cosas y se fue. Pero antes de salir se volteó hacia Esperanza. Te vas a arrepentir de esto. Nadie rechaza a Rodrigo Santa María.
Pues ya me conociste a la primera respondió Esperanza. Cuando Rodrigo se fue, don Carlos abrazó a su hija. ¿Estás segura de que ese Diego te va a recibir de vuelta? No lo sé, papá, pero tengo que intentarlo. Y si dice que no, entonces al menos sabré que fui valiente por primera vez en mi vida.
Al día siguiente, Esperanza manejó sola hacia Villa Esperanza. Había insistido en ir sin guardaespaldas ni empleados. Esta vez quería llegar como esperanza, no como la heredera de los villamisar. Mientras manejaba por las montañas, empezó a llover. Al principio era una lluvia suave, pero gradualmente se convirtió en una tormenta. Esperanza no pudo evitar sonreír.
Era como si el destino quisiera repetir la historia. Cuando llegó al pueblo, ya era de noche y la tormenta estaba en su punto más fuerte. Las calles estaban vacías y solo se veían algunas luces en las casas. Esperanza se detuvo frente a la casa de Diego y se quedó en el carro por un momento, reuniendo valor.
¿Qué iba a decir? ¿Cómo iba a explicar todo lo que había pasado? Finalmente se bajó del carro y corrió hacia la puerta bajo la lluvia. Tocó con fuerza. Diego, soy yo. Después de unos segundos que se sintieron como horas, la puerta se abrió. Diego apareció con una expresión de sorpresa total. Esperanza. Hola, Diego. Los dos se quedaron mirándose por un momento, empapándose bajo la lluvia. Diego se veía más delgado, más cansado.
Tenía ojeras y la ropa que llevaba puesta estaba vieja. ¿Qué haces aquí?, preguntó finalmente. Vine a casa. Esta no es tu casa. Tu casa está en Bogotá con tu prometido. No me voy a casar con Rodrigo. Y sí, esta es mi casa. Es el único lugar donde he sido realmente feliz. Sofía apareció detrás de Diego en pijama. Ana, preguntó con voz pequeña.
Hola, mi amor. Sofía corrió hacia ella y la abrazó fuertemente, sin importarle mojarse. Sabía que ibas a regresar. Le dije a papá que ibas a regresar. Diego seguía parado en la puerta como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Esperanza, no puedes estar aquí. Tienes responsabilidades, una empresa. Ya arreglé todo eso.
Encontré la manera de manejar la empresa desde aquí y de hacer algo bueno para el pueblo también. ¿Qué quieres decir? Quiero establecer un centro de desarrollo regional aquí en Villa Esperanza. Traer empleos, mejorar la infraestructura, pero sin cambiar la esencia del pueblo. Diego frunció el seño. Esperanza, no necesito tu caridad.
No es caridad, es un negocio. Y quiero que seas mi socio, tu socio, en el negocio y en la vida, si tú quieres. Diego se quedó callado por un momento, procesando todo lo que Esperanza le estaba diciendo. ¿Qué pasó con tu boda? Descubrí que Rodrigo es un mentiroso y un manipulador.
Él había organizado todo para obligarme a casarme con él. ¿Y tu familia? Mi papá finalmente entiende que mi felicidad es más importante que los negocios. He esperanza, yo no tengo nada que ofrecerte. Perdí el taller apenas tengo trabajo. Esperanza se acercó a él y tomó sus manos. Diego, tú me ofreciste lo más importante que existe.
Amor verdadero, una familia de verdad, un hogar. Pero nuestros mundos son muy diferentes, entonces vamos a crear nuestro propio mundo. Diego la miró a los ojos y por primera vez desde que ella se había ido, sintió esperanza. ¿Estás segura de esto? ¿No te vas a arrepentir? La única cosa de la que me arrepiento es de haberme ido. Esperanza. Yo te amo y yo te amo a ti.
Y amo a Sofía y amo esta vida que construimos juntos. Diego finalmente sonrió. La primera sonrisa verdadera que había tenido en semanas. Entonces, bienvenida a casa. La besó bajo la lluvia mientras Sofía los abrazaba a los dos gritando de felicidad. Vamos a ser una familia de verdad, gritaba la niña. Sí, mi amor, respondió Esperanza.
Vamos a ser una familia de verdad. Esa noche, mientras la tormenta se calmaba afuera, los tres se sentaron en la sala a hacer planes para el futuro. Esperanza les contó sobre el centro de desarrollo, sobre cómo iban a traer oportunidades al pueblo sin destruir su esencia. “¿Y vamos a vivir aquí para siempre?”, preguntó Sofía. “Para siempre”, respondió Esperanza.
“Y no te vas a ir más nunca más.” Diego tomó la mano de esperanza. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? Es lo único que he querido desde que desperté en esa cama y ustedes me dijeron que me llamaba Ana. Entonces, hagamos esto oficial. Diego se bajó de la silla y se arrodilló frente a ella.
Esperanza Villamizar, ¿te quieres casar conmigo? Esperanza se rió con lágrimas de felicidad corriendo por su cara. Sí, Diego Morales, me quiero casar contigo. Sofía gritó de emoción y se tiró encima de los dos. Afuera la tormenta había terminado y las estrellas empezaban a salir entre las nubes. Era un nuevo comienzo para los tres y esta vez nada los iba a separar.
Dos años habían pasado desde aquella noche tormentosa cuando Esperanza regresó a Villa Esperanza para quedarse para siempre. El sol de la mañana entraba por las ventanas de la casa que ahora era más grande, pero conservaba la calidez y sencillez que la había hecho especial. Desde el principio, Esperanza se despertó sintiendo las pequeñas patadas de su bebé, que nacería en dos meses.
“Buenos días, mi amor”, murmuró Diego dándole un beso en la frente. “Buenos días, esposo mío. Todavía les gustaba decirse esposo y esposa, incluso después de un año y medio de matrimonio. La boda había sido exactamente como Esperanza la había soñado, sencilla en la plaza del pueblo, con toda la comunidad como testigos.
Don Carlos había caminado con ella hacia el altar, donde el padre Miguel los había casado bajo un cielo despejado. “¿Cómo se siente el bebé hoy?”, preguntó Diego, poniendo la mano sobre el vientre de esperanza. activo. Creo que va a ser futbolista como su hermana quiere ser piloto. Sofía había crecido mucho en estos dos años. A los 10 años era una niña segura de sí misma, con excelentes calificaciones y un sueño claro, estudiar aviación cuando fuera grande.
Esperanza le había prometido que la iba a ayudar a cumplir ese sueño. “Papá, Esperanza, vengan a ver”, gritó Sofía desde la cocina. Los dos se levantaron y fueron a ver qué había emocionado tanto a la niña. En la televisión estaban dando las noticias locales y el reportero hablaba sobre el Centro de Desarrollo Regional de Villa Esperanza.
Dos años después de su inauguración, el Centro de Desarrollo de Villa Esperanza se ha convertido en un modelo para toda la región”, decía el reportero. Ha creado más de 300 empleos directos y ha mejorado significativamente la calidad de vida de los habitantes, sin alterar el carácter tradicional del pueblo. “¡Chara salimos en televisión!”, gritó Sofía saltando de emoción. Esperanza sonríó.
El centro de desarrollo había sido su proyecto más ambicioso y el que más satisfacciones le había dado. Había logrado traer tecnología, educación y oportunidades económicas al pueblo, pero respetando su esencia. Diego se había convertido en el director de operaciones y su taller mecánico era ahora una escuela técnica que entrenaba a jóvenes de toda la región. Tengo que ir a la oficina temprano hoy”, le dijo Esperanza a Diego.
Llegan los inversionistas japoneses para firmar el nuevo contrato. ¿Estás segura de que puedes manejar esa reunión estando embarazada? Diego Morales, yo manejé empresas multimillonarias cuando tenía amnesia. Creo que puedo con unos inversionistas japoneses. Diego se rió. había aprendido a no subestimar nunca a su esposa. Después del desayuno, Esperanza se fue a su oficina en el centro de desarrollo.
Era un edificio moderno, pero que respetaba la arquitectura tradicional del pueblo. Desde su oficina podía ver las montañas que rodeaban Villa Esperanza y el lugar exacto donde Diego la había encontrado aquella noche. La reunión con los japoneses fue un éxito. Querían replicar el modelo de Villa Esperanza en otras regiones de Latinoamérica, lo que significaría trabajo y oportunidades para muchas más familias. “Señora Morales”, le dijo su asistente cuando terminó la reunión.
“Tiene una llamada de Bogotá. Era su padre.” “Hija, acabo de ver las noticias. Felicitaciones por el nuevo contrato.” “Gracias, papá. ¿Cómo están las cosas por allá?” Bien, la empresa sigue creciendo con el nuevo modelo que implementaste y tengo noticias. Rodrigo se casó la semana pasada. ¿En serio? ¿Con quién? Con la hija de un político.
Parece que encontró otra manera de expandir sus negocios. Esperanza no sintió nada al escuchar esa noticia. Rodrigo era parte de un pasado que ya no le importaba. Me alegro por él. Espero que sea feliz. ¿Cuándo vienen a visitarnos? Tu madre quiere conocer a su nieto antes de que nazca. La próxima semana. Diego nunca ha estado en Bogotá.
Va a ser interesante ver a tu esposo en la ciudad. Esa tarde Esperanza salió temprano de la oficina para llegar a casa antes de que Diego y Sofía regresaran. Quería preparar una cena especial para celebrar el nuevo contrato. Mientras cocinaba, recordó los primeros días después de su regreso. No había sido fácil adaptarse otra vez.
Muchas personas del pueblo la miraban con desconfianza, pensando que era una rica que estaba jugando a ser pobre, pero poco a poco, con trabajo y dedicación, había demostrado que su compromiso con Villa Esperanza era real. “Llegamos”, gritó Sofía entrando a la casa corriendo. “¿Cómo te fue en el colegio, mi amor?” “Genial. La maestra nos puso a hacer un proyecto sobre profesiones y yo voy a hacer el mío sobre pilotos de helicóptero.
Me parece perfecto. Diego llegó unos minutos después con las manos manchadas de grasa como siempre. ¿Cómo estuvo tu día? Le preguntó dándole un beso. Excelente. Firmamos el contrato con los japoneses. En serio, eso es fantástico. Y hay más noticias. Mi papá quiere que vayamos a Bogotá la próxima semana. Diego hizo una mueca.
Aunque ya había conocido a don Carlos varias veces, todavía se sentía incómodo en el mundo de los ricos. Tenemos que ir, Diego. Son mis padres y quieren conocer a su nieto. Está bien, pero solo por unos días. Esa noche, después de acostar a Sofía, Esperanza y Diego se sentaron en el patio como hacían todas las noches.
Esperanza había recuperado la guitarra que había encontrado en los primeros días y a veces tocaba canciones suaves mientras hablaban. ¿Te arrepientes de algo?, le preguntó Diego de repente. ¿De qué me voy a arrepentir? De haber dejado tu vida anterior, el dinero, los lujos, la vida social. Esperanza dejó de tocar la guitarra y miró a su esposo.
Diego, ¿sabes cuál es la diferencia entre mi vida anterior y mi vida ahora? ¿Cuál? Antes tenía cosas, ahora tengo una vida. Diego sonrió y la besó suavemente. Te amo, Esperanza Morales. Y yo te amo a ti, Diego Morales. En ese momento sintieron una patada fuerte del bebé. Creo que él también nos ama”, dijo Esperanza riéndose. Él ya sabes que es niño. Intuición de madre.
¿Y cómo se va a llamar? Estaba pensando en Carlos por mi papá. Carlos Diego Morales Villamisar. Me gusta. Carlos Diego. Esperanza miró las estrellas. Eran las mismas estrellas que había visto la primera noche en esta casa cuando no recordaba nada de su pasado. Ahora tenía pasado, presente y futuro, y los tres estaban llenos de amor.
Diego, ¿te imaginas cómo habría sido mi vida si no hubiera pasado por aquella tormenta? Probablemente estarías casada con Rodrigo, infeliz mansión en 198. Bogotá y tú estarías aquí solo con Sofía, luchando para mantener el taller abierto. Es raro como las cosas malas a veces nos llevan a cosas buenas. No fue casualidad, dijo Esperanza. Fue destino. ¿Crees en el destino? Creo que a veces el universo conspira para juntarnos con las personas que necesitamos y yo los necesitaba a ustedes más de lo que sabía. Diego puso su mano sobre el vientre de esperanza otra vez. ¿Crees
que Carlos va a tener una vida normal? ¿Va a tener una vida llena de amor? Eso es lo único que importa. Esperanza cerró los ojos y sintió una paz profunda. Había encontrado todo lo que había estado buscando sin saberlo. Una familia verdadera, un propósito real y un amor que no dependía de contratos ni conveniencias sociales.
En la distancia, las luces de Villa Esperanza brillaban suavemente. El pueblo había crecido y prosperado, pero había mantenido su alma. Era exactamente lo que Esperanza había querido lograr, progreso sin pérdida de identidad. ¿En qué piensas? Le preguntó Diego. En que somos muy afortunados. Sí, lo somos.
Y en que nuestros hijos van a crecer sabiendo que el amor verdadero sí existe, como en los cuentos de hadas. Mejor que en los cuentos de hadas, porque esto es real. Diego la abrazó con cuidado, protegiendo a su esposa y a su hijo que estaba por nacer. Sofía gritó desde su cuarto que no podía dormir y los dos se rieron. “Vamos a ver qué quiere nuestra hija”, dijo Esperanza.
“Nuestra hija, repitió Diego, como siempre hacía cuando Esperanza se refería a Sofía de esa manera. Los dos entraron a la casa a su casa, donde los esperaba Sofía con una pregunta sobre su tarea de matemáticas. Era una escena simple, cotidiana, normal, pero para esperanza que había pasado años viviendo en un mundo artificial de apariencias y obligaciones, era perfecta.
Esa noche, antes de dormirse, Esperanza puso la mano sobre su vientre y le habló al bebé que estaba por nacer. Carlos, vas a nacer en el lugar más bonito del mundo, rodeado de gente que te va a amar sin condiciones. Tu papá es el hombre más bueno que existe y tu hermana te va a enseñar a ser valiente.
Y yo te voy a enseñar que lo más importante en la vida no es lo que tienes, sino a quién amas. Afuera empezó a llover suavemente, pero esta vez la lluvia no traía tormentas ni separaciones. Traía la promesa de un nuevo día, de nuevas aventuras y de una familia que había encontrado su lugar en el mundo.
Esperanza se durmió sonriendo, sabiendo que había encontrado por fin su verdadero hogar. Yeah.
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