Me Enamoré de una Chica en Silla de Ruedas… Sin Saber Quién Era en Realidad

Ethan Carter había vivido toda su vida en el mismo pueblito campestre, rodeado de colinas verdes, caminos de tierra y amaneceres que olían a leche recién ordeñada. Nunca había conocido otra realidad más allá de su modesta granja ni la había necesitado. Le bastaba con alimentar a los animales, reparar cercas con su abuelo y compartir cenas sencillas al calor de la chimenea.

Una tarde de otoño, mientras regresaba del huerto con una canasta de manzanas, la vio. Estaba sentada bajo el viejo roble, justo al lado del puente de piedra abandonado. Una chica en silla de ruedas, con el cabello rubio cayéndole en ondas suaves por los hombros. Sus ojos, fijos en el horizonte, reflejaban una tristeza serena, como si buscaran algo que no estaba allí.

Ethan dudó un momento, pero se acercó. Levantó la canasta y sonrió.
—¿Quieres una manzana?

Ella volteó lentamente. Sus ojos eran claros, penetrantes, casi mágicos.
—Gracias —respondió con una voz suave, casi melancólica, mientras tomaba la fruta con unas manos delicadas.

—¿Eres nueva por aquí? —preguntó él, curioso.

—Sí… solo estoy de visita —dijo sin añadir nada más.

Durante los días siguientes, Ethan la vio en distintos rincones del pueblo. Cerca del lago, entre los campos de flores silvestres, siempre sola. Descubrió que su nombre era Anna. Era amable, pero reservada. Hablaba poco, como si llevara cicatrices internas que aún no estaban listas para ser mostradas.

A pesar de su silla de ruedas, Anna irradiaba una fortaleza inesperada. Nunca se quejaba. Pedía ayuda solo cuando era estrictamente necesario. Ethan admiraba eso. Lo que comenzó como simple curiosidad se convirtió en algo más. Se sentía atraído por ella, por su calma, por su sonrisa triste, por la forma en que lo escuchaba como si todo lo que decía importara.

Una tarde, mientras recogían flores silvestres, Ethan se animó a preguntar:
—¿Te gusta aquí? Digo, el pueblo no es muy emocionante que digamos…

Anna sonrió con dulzura.
—Me gusta el silencio. En la ciudad, todo es prisa. Aquí, puedo escucharme pensar.

—Nunca he ido a la ciudad —confesó Ethan, rascándose la nuca.

Ella lo miró con una expresión extrañamente tierna.
—Tal vez por eso eres diferente. Eres… genuino.

Ethan se sonrojó.
—Solo soy como cualquiera…

—No, no lo eres —murmuró ella.

Y fue en esos pequeños momentos cuando Ethan supo que se estaba enamorando. No fue repentino. Fue progresivo, sutil: en sus risas contenidas, en cómo lo miraba cuando él la empujaba por los senderos, en cómo callaba cuando él hablaba, como si sus palabras fueran importantes.

Pero no todo era perfecto. De vez en cuando, aparecía un auto negro al borde del camino. Dentro, hombres con traje oscuro observaban a Anna desde lejos. Cuando Ethan preguntaba, ella desviaba el tema.

Hasta que una tarde, junto al roble donde se conocieron, él no aguantó más.
—Anna… ¿por qué estás realmente aquí?

Ella bajó la mirada.
—Porque necesitaba escapar —confesó—. Necesitaba un lugar donde nadie supiera quién soy.

—¿Escapar de qué?

Antes de que pudiera responder, una voz interrumpió desde el camino.
—Señorita, es hora de irnos.

Un hombre alto, vestido formal, los miraba desde la carretera. Ethan frunció el ceño.
—¿Quién es él?

Anna suspiró.
—Alguien que trabaja para mi familia.

—¿Tu familia? ¿Están preocupados por ti?

—Sí… pero es más complicado de lo que parece.

Esa noche, Ethan no pudo dormir. Algo en su interior le decía que lo que estaba sintiendo por Anna no iba a ser sencillo.

Al día siguiente, la encontró junto al lago. El viento jugaba con su cabello, y su expresión era tranquila, pero cansada.

—Anna —dijo con decisión—. Me importas. Pero necesito saber la verdad. ¿Quién eres en realidad?

Ella lo miró largo rato, luego suspiró.
—Te lo mereces. Me llamo Anna Whitford.

Ethan parpadeó.
—¿Debería saber quién es esa?

Anna sonrió con tristeza.
—Probablemente no. Mi familia es dueña de Whitford International. Es una de las corporaciones más grandes del país.

Ethan se quedó en silencio.
—¿Estás diciendo que eres… rica?

—Extremadamente —respondió—. Y desde mi accidente… desde que perdí la capacidad de caminar, mi vida ha sido una jaula. Todo está planeado. Me siguen a todas partes. Vine aquí porque necesitaba respirar. Ser solo Anna. No “la heredera discapacitada” que todos quieren manipular o proteger.

—¿Y los hombres de traje?

—Son guardaespaldas. Creen que no puedo cuidarme sola. Pero aquí… por fin sentí que era libre.

Ethan se arrodilló frente a ella.
—Yo te quise sin saber nada de eso. Para mí, siempre serás solo Anna.

Ella lo miró como si esas palabras fueran agua después de una sequía.
—No sabes lo raro que es escuchar eso…

Esa noche, mientras regresaban a su cabaña alquilada, el auto negro volvió a aparecer. Un hombre bajó con seriedad.
—Señorita Whitford, su padre exige que regrese de inmediato. Este “viaje” ha durado demasiado.

Anna se tensó.
—Aún no estoy lista.

—Su seguridad está en riesgo.

Ethan dio un paso al frente.
—Ella está segura aquí.

—¿Y usted quién es? —preguntó con frialdad.

—Alguien que la quiere —respondió Ethan sin titubear.

El hombre lo miró de arriba abajo.
—Esto no le concierne.

—Dígale a mi padre que volveré mañana. Solo pido un día más —dijo Anna, decidida.

—Mañana. A mediodía. Ni un minuto más.

Esa última noche, se acostaron bajo las estrellas, sin decir mucho. Solo se tomaban de la mano.

—Aquí soy solo Anna… allá, soy la heredera Whitford —susurró ella—. Todos quieren algo de mí o me ven con lástima.

—Yo no quiero nada —dijo Ethan—. Solo quiero verte feliz. Puedes volver. Esto no tiene que ser un adiós.

—¿Esperarías a alguien como yo? —preguntó con voz rota—. Mi mundo es un desastre.

—No me importa cuán complicado sea tu mundo. Tú vales la pena.

A la mañana siguiente, Anna partió. Antes de subir al coche, volteó.
—Prométeme algo.

—Lo que sea.

—No me olvides. Y no pienses que esto es el final.

Ethan tragó saliva.
—Ni aunque quisiera podría olvidarte.

Los meses pasaron. El campo siguió siendo tranquilo, pero para Ethan, cada rincón le recordaba a Anna. Hasta que un día, una limusina negra se estacionó frente a su granja.

—¿Ethan Carter? —preguntó un chofer uniformado.

—Sí…

—La señorita Anna Whitford solicita su presencia en la ciudad.

Cuando llegó, lo guiaron a un edificio de cristal que parecía tocar el cielo. Allí estaba ella, radiante, más segura de sí misma, pero con la misma sonrisa suave.

—Sabía que vendrías —dijo Anna.

—Claro que vendría.

Su padre, un hombre de porte imponente, se acercó.
—Tú eres el muchacho del que mi hija no deja de hablar. Te debo mucho por cuidarla cuando se escapó.

—Yo no hice nada —respondió Ethan, incómodo.

Anna le tomó la mano.
—Lo hiciste todo.