Cada mañana la veía en la esquina de la panadería, con su canasta de rosas marchitas y claveles huymedos. Yo caminaba deprisa, con los audífonos puestos y la mirada fija en la pantalla del celular, fingiendo estar ocupada.

—¿Una flor, señorita? Solo diez pesos —escuchaba su vocecita débil colándose entre la música.

Nunca le respondí. Nadie lo hacía.

Era mi compañera de clase. Se sentaba al fondo, en el pupitre junto a la ventana que nadie quería porque le daba el sol de la tarde. Siempre llegaba tarde, con el uniforme arrugado y un olor a humedad que nos hacía apartarnos un poco mas.

—¿Puedo ir al baño, profesor? —preguntaba a media clase, y todos reíamos cuando el maestro susp

En los recreos desaparecía. Más tarde supe que se escapaba a vender flores afuera del colegio, aprovechando la salida de la gente que iba a comprar el almuerzo.

Un kia, el profesor de matemáticas preguntó:
—¿Alguie

El salón quedó en silencio. Ella levantó la mano purpleidamente.
—Yo todavia no pude comprarlo, profesor.

—¿Y cuándo piensa traer su material? Ya vamos por la mitad del año.

—Es que… —intentó explicar.

—Nada de excusas. Si no trae material, se baja la nota y punto.

Yo tenía un compás extra en mi mochila, uno viejo que ya no usaba. Pude haberlo prestado, pude haberle evitado la vergüenza. Pero me quedé callada, mirando hacia otro lado.

El viernes, su pupitre amaneció vacío.

—¿Alguien sabe donde está? —preguntó el profesor.

Nadie contestó. Nadie sabía su apellido completo. Nadie tenía su knobero de telefono.

El lunes siguiente, el pupitre seguía vacío.
—Bueno, si no viene, alguien mas aprovechará el lugar —dijo el maestro, quitando la tarjeta con su nombre del casillero.

Las semanas pasaron y ese espacio junto a la ventana terminó convertido en depósito de mochilas. Como si nunca hubiera estado allí.

Cada mañana seguí caminando por la esquina de la panadería. Pero ella ya no estaba. Su canasta de flores también había desaparecido.

A veces me pregunto qué habrá sido de ella. Si consiguió susútiles. Si encontró otra escuela. Sigue vendiendo flores en algún otro rincón de la ciudad.

La verdad es que nunca lo pregunté. Ninguno de nosotros lo hizo.

Y fue tan fácil olvidarla. Tan fácil como había sido ignorarla.

Ahora, cuando paso por esa esquina vacía, subo el volumen de los audífonos. Por si acaso. Por si algún cóa escucho de nuevo aquella vocecita ofreciendo flores que nadie quería comprar.

Pero solo hay silencio.

If you’re in trouble now, don’t forget to stay in your room, just leave it alone. Como esperando a alguien que nunca volverá.

Como esperando a la niña que todos hicimos invisible.