El niño huérfano halló refugio en una isla flotante abandonada en medio del lago, pero cuando descubrió lo que

estaba escondido en sus profundidades, su destino cambió para siempre.

Cuéntanos aquí abajo en los comentarios desde qué ciudad nos escuchas. Dale click al botón de like y vamos con la

historia. Santiago tenía apenas 10 años cuando decidió que ya no podía soportar

ni un día más en el orfanato San Rafael. Sus pequeñas manos temblaban mientras

empacaba sus pocas pertenencias en una bolsa de plástico rota, una camisa

demasiado grande que había pertenecido a otro niño, unos zapatos sin cordones y

una fotografía borrosa de sus padres que había logrado conservar durante 3 años.

El orfanato San Rafael se alzaba como una fortaleza gris en las afueras de Shochimilco. Sus muros agrietados y

ventanas enrejadas daban la impresión de una prisión más que de un hogar para

niños desamparados. Santiago había llegado ahí cuando tenía 7 años después de que sus padres

murieran en un accidente automovilístico en la carretera a Cuernavaca. No tenía

parientes conocidos, nadie que reclamara al niño de ojos grandes y cabello negro

azabache, que se había quedado completamente solo en el mundo. Durante

esos 3 años había aprendido que la supervivencia en San Rafael dependía de

ser invisible. El director, don Aurelio Mendoza, era un hombre corpulento de

bigote gris que manejaba el lugar como si fuera su feudo personal. Los niños

que causaban problemas desaparecían misteriosamente trasladados a otros

centros más apropiados, según explicaba a los visitantes ocasionales del

gobierno. Pero Santiago había escuchado los rumores susurrados en los dormitorios. Algunos niños eran vendidos

a familias que los querían para trabajo doméstico. Otros simplemente se esfumaban sin dejar rastro. La comida

era escasa y de mala calidad. Desayunaban un atole aguado con pan

duro, almorzaban frijoles con tortillas tiesas y cenaban lo que hubiera sobrado

del almuerzo. Santiago había aprendido a comer rápido y a

esconder pequeños trozos de tortilla para los momentos de hambre que llegaban

inevitablemente en la madrugada. Su cuerpo delgado mostraba las costillas

marcadas bajo la ropa holgada y sus mejillas hundidas lo hacían parecer más

viejo de lo que era. Pero no era el hambre lo que había decidido su fuga, sino el miedo.

Esa mañana Santiago había visto como don Aurelio separaba a tres niños del grupo

durante el desayuno. Eran los nuevos que habían llegado apenas la semana

anterior. dos hermanas gemelas de 8 años y un niño de su edad. Los llevó a su

oficina y cuando Santiago pasó cerca de la puerta escuchó fragmentos de una

conversación telefónica que le heló la sangre. Sí, están en buenas condiciones.

Las niñas son muy obedientes. El niño es fuerte para su edad. Mañana por la noche

estarán listos para el traslado. Santiago conocía esa palabra. traslado.

Era el eufemismo que usaba don Aurelio cuando los niños desaparecían para siempre. Se había quedado paralizado

junto a la puerta, sintiendo como el terror le subía por la garganta como

bilis amarga. Si don Aurelio estaba vendiendo a los nuevos, ¿cuánto tiempo

pasaría antes de que fuera su turno. Esa tarde, durante la hora de estudio

supervisado en el patio, Santiago notó que don Aurelio lo observaba con una

sonrisa que no llegaba a sus ojos. El director se acercó y le puso una mano

pesada en el hombro. Santiago, muchacho, eres un niño muy especial. Creo que

pronto tendrás una oportunidad maravillosa de encontrar una nueva

familia. Las palabras sonaban dulces, pero Santiago sintió el peso de la

amenaza. Esa misma noche, mientras los otros niños dormían en sus catres

oxidados, él permaneció despierto planeando su escape. No podía quedarse

ni un día más. Tenía que huir antes de convertirse en otra estadística. otro

niño perdido en el sistema corrupto que se suponía debía protegerlo.

Había intentado buscar ayuda antes. Meses atrás, cuando una trabajadora

social visitó, el orfanato, Santiago, se las había

arreglado para hablar con ella a solas. Le contó sobre la comida podrida, sobre

los castigos injustos, sobre los niños que desaparecían.

La mujer lo escuchó con expresión seria y le prometió que regresaría para

investigar. Pero cuando la trabajadora social volvió dos semanas después, Santiago notó que

ya no lo miraba con la misma compasión. Durante su conversación con don Aurelio,

el director había sido muy convincente. Ese niño tiene problemas graves de

adaptación. inventa historias fantásticas para llamar la atención. Hemos estado

considerando transferirlo a una institución especializada en trastornos de conducta. La trabajadora social

asintió con comprensión y se marchó sin volver a dirigirle la palabra a Santiago. Esa noche, don Aurelio lo

castigó severamente por inventar mentiras sobre el orfanato y lo mantuvo

sin cena durante 3 días. También había tratado de escapar antes, pero siempre lo habían encontrado. La

primera vez logró llegar hasta el mercado de Shochimilco, donde pidió ayuda a los vendedores. Pero cuando

llegó la policía, trajeron consigo a don Aurelio, quien explicó con gran teatralidad que Santiago era un niño

problemático con tendencias a fugarse. Los policías, que claramente conocían al

director del orfanato, lo devolvieron sin hacer preguntas. La segunda vez

había llegado más lejos hasta una estación de autobuses en la Ciudad de México, pero sin dinero y sin documentos

no pudo abordar ningún transporte. Un guardia de seguridad lo encontró