SE BURLARON DE ELLA POR EMBARAZARSE DE UN LIMOSNERO… SIN SABER QUE ÉL ERA UN…
Episodio 2
El ambiente en el barrio era inusualmente silencioso cuando Halima salió de la casa. Tenía siete meses de embarazo ya, y su vientre redondo no solo cargaba a un bebé, sino una profecía. Algunos vecinos se asomaban tras cortinas rotas, cuchicheaban desde ventanas agrietadas. Eran los mismos que se rieron cuando su tía la echó a la calle, y ahora la observaban con una mezcla de miedo y curiosidad mientras varias camionetas negras pasaban junto a sus baños improvisados y techos de lámina oxidada.
Halima estaba descalza, parada sobre la tierra caliente, temblando con un sobre marrón entre sus dedos. El hombre de traje negro volvió a hablar:
—Venga con nosotros. Su esposo está listo para recibirla.
Ella parpadeó, confundida.
—¿Mi esposo?… ¿Listo?
¿Qué clase de limosnero manda una caravana de escoltas? Pero no preguntó nada. Solo caminó detrás de ellos, llevando consigo su vientre, su silencio y mil preguntas sin respuesta.
Apenas entró al vehículo, el aire cambió. Estaba fresco, perfumado, como sacado de otro mundo. Su corazón latía más fuerte que el motor. Nadie dijo una palabra durante el trayecto. Cuando las puertas de un portón se abrieron, Halima soltó un jadeo.
Frente a ella se alzaba una mansión gigantesca, con paredes de mármol blanco y detalles dorados. El terreno era tan extenso que podría albergar todo su pueblo natal. Criados alineados a lo largo del corredor se inclinaban al verla pasar.
—Bienvenida, señora —decían.
¿Señora?
La guiaron escaleras arriba hasta una suite donde todo olía a madera de sándalo y seda cara. Una enfermera le tomó la presión. Un chef se acercó:
—¿Desea jollof o efo riro, señora?
Halima sentía que el mundo giraba más rápido que su entendimiento. Entonces la puerta se abrió.
Y él entró.
Mansur.
Afeitado, impecable. Vestido con un kaftán blanco que rozaba el suelo. Ya no había tierra en su rostro, ni vendas, ni ojos agotados. Parecía un príncipe tallado del anochecer y del linaje. Halima dejó caer la taza que sostenía.
—Tú… ¿qué es esto? —murmuró.
Mansur se acercó con paso lento.
—Esta es la verdad —dijo—. No te mentí, Halima. Me escondí.
—¿Te escondiste de qué?
Él tomó sus manos con suavidad.
—De la guerra por la herencia. De lobos. De asesinos. De un imperio familiar que casi me mata por no seguir sus reglas. Escapé de los miles de millones. Elegí el silencio. Hasta que llegaste tú.
Halima sintió que las piernas no la sostenían. Él la sostuvo antes de que cayera.
—Entonces tú realmente eres…
—Mansur Al-Hassan —afirmó él—. Primer hijo de Alhaji Balarabe Al-Hassan. Único heredero. CEO en el exilio. Y ahora, padre de tu hijo.
Afuera, los mismos que se burlaban de ella ahora se amontonaban junto al portón, observando cómo los guardias se inclinaban y los sirvientes corrían a servirle.
—¿No es Halima esa?
—¿La esposa del limosnero?
—¿Y ahora anda en convoy?
—¡Wallahi, Dios es grande!
Pero adentro, Halima ya no escuchaba. Su rostro descansaba sobre el pecho de Mansur, sus lágrimas empapaban la tela de su kaftán.
—¿Por qué no me lo dijiste? —le preguntó.
—Porque el amor me encontró cuando no valía nada a los ojos del mundo —respondió él—. Y necesitaba saber si tu corazón podía ver lo que los ojos no ven.
Ella sollozaba.
—Nunca quise tu riqueza. Solo quería tu verdad.
Él besó su frente.
—Y ahora te doy ambas.
Esa noche, la familia Al-Hassan llamó. Mansur contestó en altavoz.
—Nos deshonraste —bramó su tío—. ¿Te casaste con una cualquiera sin estatus?
Mansur sonrió con tranquilidad.
—Su estatus está por encima del de todos ustedes. Ella llevó en su vientre a mi hijo cuando nadie más llevó mi dolor. Y mañana por la mañana, habrá una conferencia de prensa. La presentaré como mi esposa: al mundo, a los medios y al imperio del que ustedes intentaron quitarme.
Colgó la llamada.
A la mañana siguiente, Halima salió de la mansión vestida con un traje blanco de encaje que abrazaba su vientre como si fuera un trono. La cola del vestido se arrastraba como si caminara sobre nubes. Las cámaras estallaron en flashes. Los reporteros gritaban su nombre. Los mismos blogs que la llamaron “la chica del pueblo deshonrada” ahora la titulaban como “La Reina Elegida”.
¿Y los del barrio?
La veían en la tele, con la boca abierta y el corazón apachurrado por la vergüenza.
Porque la misma chica que ellos se burlaron por embarazarse de un limosnero…
Ahora era la primera dama de un imperio multimillonario.
FIN
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