La Leyenda de Willow Creek

El sol se cernía bajo sobre los polvorientos campos de Willow Creek, Tennessee, pintando el cielo con vetas naranjas y rosas. Una adolescente, de no más de 16 años, estaba sola con una camisa de franela manchada de tierra, sus manos apretadas en puños. Su nombre era Ellie Harper, y sus ojos color avellana ardían con un fuego que podría haber abrasado la tierra bajo sus botas. Frente a ella, tres chicos, grandes, ruidosos y crueles, rodeaban a su hermana gemela, Sarah, que estaba acurrucada en el suelo, con las gafas rotas y el labio sangrando. Se reían, sus voces afiladas como cuchillos, burlándose de Sarah por ser débil, por ser diferente.

El corazón de Ellie tronaba en su pecho. Esos matones no tenían ni idea de lo que acababan de desatar. Porque Ellie Harper no era una simple chica de granja. Era una leyenda, un fantasma susurrado en las sombras de la fuerza de combate más elitista del mundo. Y acababan de cometer el peor error de sus vidas.

No era un día cualquiera en Willow Creek. El pequeño pueblo, con su única gasolinera y sus graneros desgastados, era el tipo de lugar donde todos conocían los asuntos de los demás. Ellie y Sarah Harper eran gemelas, inseparables desde su nacimiento, criadas en la extensa granja familiar donde ordeñaban vacas antes del amanecer y acarreaban heno hasta el anochecer. Pero Sarah era más suave, más tranquila, siempre con la nariz metida en un libro, mientras que Ellie era el fuego salvaje: intrépida, terca y ferozmente protectora.

Los habitantes del pueblo las llamaban “las chicas Harper”, pero solo unos pocos conocían la verdad sobre Ellie. A los 18 años, había desaparecido de Willow Creek, dejando atrás susurros y preguntas. La verdad era mucho más extraña y peligrosa de lo que nadie podía imaginar. En 2010, Ellie no se había alistado como un soldado cualquiera. A los 22 años, después de un entrenamiento agotador que quebrantó incluso a los hombres más duros, se había ganado un lugar en la Delta Force, la unidad más secreta y letal del Ejército de los Estados Unidos. Su nombre en clave era Viper. Era un fantasma que se deslizaba en zonas de guerra, desmantelaba células terroristas y desaparecía sin dejar rastro. Para el mundo, Ellie Harper no existía. Pero para Sarah, seguía siendo la hermana que le trenzaba el pelo y cazaba luciérnagas con ella bajo las estrellas de Tennessee.

 

Ahora, seis años después, Ellie estaba de vuelta, solo por una semana, para ver a Sarah y a sus padres. Había mantenido su regreso en secreto, integrándose en la vida de la granja como si nunca se hubiera ido. Pero esa tarde, mientras reparaba una cerca, escuchó el grito de Sarah. Fue como una daga clavándose en su corazón. Dejó caer sus herramientas y corrió, sus instintos de combate activándose al máximo.

Cuando llegó al claro junto al viejo roble, los vio: Tommy Grayson y sus dos lacayos, el tipo de matones de pueblo que prosperan haciendo sentir pequeños a los demás. Sarah estaba de rodillas, aferrada a sus libros, mientras Tommy se cernía sobre ella, burlándose de su tartamudeo. La sangre de Ellie se convirtió primero en hielo y luego en fuego.

—Aléjate de mi hermana —dijo ella, con una voz baja, firme y fría como el acero.

Tommy sonrió con suficiencia, midiéndola. Para él, solo era otra chica de granja. —¿O qué? —escupió, acercándose—. ¿Vas a llorar como tu gemela rarita?

En ese instante, Ellie no estaba en una granja de Tennessee. Estaba de vuelta en los desiertos de Siria, en las selvas de Colombia, en lugares donde la duda significaba la muerte. En un borrón de movimiento, agarró la muñeca de Tommy, se la torció detrás de la espalda y lo derribó de rodillas con un solo movimiento preciso. Los otros dos chicos se abalanzaron, pero Ellie fue un torbellino. Un paso lateral, un codazo afilado en las costillas de uno, un rodillazo en el estómago del otro. En segundos, los tres estaban tirados en el suelo, jadeando.

—Si vuelves a tocar a mi hermana —susurró Ellie, agachada frente a Tommy—, te enterraré tan profundo que necesitarán un mapa para encontrarte.

Pero esto no era el final. Tommy Grayson era el hijo del Sheriff Grayson, el hombre más poderoso de Willow Creek, y no iba a dejar pasar la humillación. Al anochecer, la historia se había extendido, retorcida para pintar a Ellie como la agresora. A la mañana siguiente, el coche del sheriff llegó a la granja.

—Ellie Harper —dijo el Sheriff Grayson, con el rostro duro como una piedra—, estás arrestada por agresión.

Ellie no se inmutó. La esposaron y se la llevaron mientras el pueblo observaba. En la celda, no sentía miedo. Había enfrentado cosas peores. Pero su mente estaba en Sarah, y en el hecho de que matones como Tommy nunca se detienen. Lo que no sabía era que Tommy, curioso por los rumores sobre ella, había entrado en el granero de los Harper. Allí encontró la vieja bolsa de lona de Ellie, llena de equipo de su última misión. Sin entender lo que era, se lo mostró a su primo, un delincuente con vínculos con una milicia.

La información viajó rápido. Pronto llegó a oídos de un hombre llamado Victor Krawl, un traficante de armas que Ellie había capturado en Afganistán. Krawl había escapado de una prisión secreta hacía seis meses, jurando vengarse de la agente que lo había arruinado. Cuando se enteró de que Viper estaba en Tennessee, sonrió. Era su oportunidad.

Mientras tanto, en una oficina en Virginia, el antiguo superior de Ellie, el Coronel Rook, recibió un informe: Viper había resurgido. Inmediatamente, ordenó a un equipo que se dirigiera a Willow Creek.

Pero ya era tarde. Al día siguiente, un todoterreno negro irrumpió en el pueblo. Krawl y sus mercenarios tomaron la plaza, exigiendo saber dónde estaba la chica Harper. El Sheriff Grayson, superado por la situación, intentó intervenir y fue silenciado por un solo disparo.

En la granja, Ellie escuchó los motores. Su instinto gritó “emboscada”. Metió a sus padres y a Sarah en el sótano y recuperó un arsenal de armas que había escondido años atrás. Ya no era una chica de granja. Era Viper.

—¡Viper, sal o quemaremos este lugar hasta los cimientos! —rugió Krawl.

Lo que siguió fue una clase magistral de supervivencia. Ellie se movió como una sombra, usando el terreno de la granja a su favor, eliminando a los mercenarios uno por uno. La granja se convirtió en una zona de guerra. Finalmente, Krawl la acorraló en el granero.

—Me costaste todo —gruñó él, apuntándole a la cabeza.

—Hablas demasiado —respondió Ellie, y con un movimiento de muñeca, activó una trampa que había preparado. Una viga se balanceó, derribando a Krawl. En una brutal pelea cuerpo a cuerpo, Ellie lo sometió justo cuando el equipo de Rook llegaba.

La granja estaba en silencio, los mercenarios capturados y Krawl esposado.

—No puedes quedarte aquí, Viper —dijo Rook con gravedad.

Ellie miró hacia la casa, donde Sarah la observaba desde la puerta, con los ojos llenos de asombro y miedo. —Lo sé —dijo Ellie—. Pero tenía que protegerla.

Willow Creek nunca volvió a ser el mismo. El poder de los Grayson se desmoronó. Ellie desapareció de nuevo, dejando una carta para Sarah: “Eres más fuerte de lo que crees. Vive tu vida. Siempre te estaré cuidando”.

Mientras el sol salía sobre la granja, Sarah se quedó sola, aferrada a la carta. Su corazón estaba apesadumbrado, pero lleno de orgullo. Su hermana era una leyenda, y llevaría esa verdad con ella para siempre.